
En música se usa el término bootleg para referirse a grabaciones no autorizadas por el artista o su casa discográfica (por cierto, la palabra alude a las botas altas en las cuales se escondían botellas de alcohol durante la época de la prohibición americana). No sé desde cuando se usa el palabro inglés entre nosotros, pero intuyo que a partir de la popularización de Internet. En cualquier caso, ya cuando empecé a interesarme por la música existían los que entonces llamábamos discos piratas, vinilos, claro, pero también recuerdo que circulaban algunas cassettes de conciertos de rockeros célebres. A principios de los ochenta, cuando viajaba por ciudades europeas, solía buscar este tipo de discos en tiendas de las que me habían dado noticia. Mi primera compra fueron tres LPs de Dylan que, creo recordar, contenían grabaciones en vivo de finales de los sesenta. Pero tampoco perseveré mucho en esa actividad coleccionista y los pocos ejemplares que me fui mercando hace tiempo los he perdido. Pero siempre ha habido mitómanos afanosamente dedicados a conseguir grabaciones de sus ídolos y a hablar de sus joyas y formar círculos de aficionados. Internet, por supuesto, ha facilitado mucho las posibilidades de búsqueda y obtención de bootlegs y existen varios foros en los que estas personas suben y bajan grabaciones y discuten apasionadamente entre sí. Gracias a la red, tengo en la actualidad no pocos de estos “discos”, que obviamente no vienen amparados por ninguna discográfica y, en muchos casos, no cuentan precisamente con buena calidad de sonido. Los que siguen este blog, ya imaginaran que es de Bob Dylan de quien más acumulo este tipo de grabaciones. No hace falta decir que el de Minnesota ha sido siempre objetivo predilecto de los piratas; de hecho, el primer bootleg de repercusión mundial fue el Great White Wonder (1967), impreso a hurtadillas por unos amigos que habían conseguido copias de canciones no publicadas mientras el cantante convalecía de su accidente de moto.

Naturalmente, que entre los fans circularan estos temas suponía dineros que dejaban de ingresarse, lo que a las discográficas y a los propios artistas no debía de hacerles gracia. Tampoco, digo yo, que esos temas no tuvieran en su mayoría una calidad adecuada o que, en cualquier caso, se hubieran hecho públicos en contra de la voluntad del autor. No estamos hablando del pirateo “normal” en la actualidad (un disco “oficial” que es copiado y distribuido entre particulares por Internet), sino de grabaciones hechas de extranjis en conciertos o de ensayos de canciones que el músico no quiso que se incluyeran en el LP o CD correspondiente. Pasada la rabieta lógica, Dylan precisamente, debió pensar que por qué no sacar él mismo provecho (y la CBS, claro) de todo el material del que disponía. El caso es que en el año 1991 decidieron empezar a publicar discos integrados en lo que dieron en llamar
The Bootleg Series, trastocando completamente la definición del término: el autor se pirateaba a sí mismo o, para ser más exactos, “oficializaba” grabaciones que nunca habían sido ofrecidas al gran público (algunas habían circulado como verdaderos
bootlegs) a fin de, por un lado, dotarlas de una calidad mínima de audición y, por otro, abrir una nueva fuente de ingresos pecuniarios. Desde entonces, en los últimos 24 años, lleva 12 entregas (que suman 31 CDs), a las que hay que añadir cuatro discos en vivo que bien podían haberse integrado en la serie, además de otros tantos recopilatorios; ahí es nada. De hecho, según su web, en este tiempo Dylan ha grabado en estudio 9 discos “nuevos” (que no está nada mal para un tipo entre los 50 y los 74 años) de un total de 30 publicados.
La primera entrega de esta serie –titulada Rare and Unreleased, compuesta de tres cedés y numerada Bootleg Series volúmenes 1 a 3 (pero a partir de ésta las siguientes tendrían un ordinal aunque constaran de varios discos), comprende 58 canciones, la mayoría nunca publicadas en álbumes oficiales, lo que permitió a los aficionados conocerlos. Por cierto, esta primera entrega ya puso de manifiesto que durante los primeros años (hasta mediados de los sesenta, cuando Bobby tenía veintipocos), el chaval componía a un ritmo desaforado, acumulando canciones que le habrían dado para unos cuantos álbumes más; habrá pues que suponer que en su momento los temas desechados no terminarían de convencerle.

En 1998, siete años después, Sony-CBS saca la cuarta (de hecho, la segunda) entrega que titula
Live 1966 añadiendo “The Royal Albert Hall Concert”. En realidad, la actuación no es la del famoso teatro londinense, sino la que ofreció diez días antes (el 17 de marzo) en el
Free Trade Hall de Manchester. Este concierto formaba parte de la “gira mundial” que Bob realizó entre febrero y mayo de 1966 por Norteamérica, Australia y Europa, acompañado de
The Hawks, el grupo que pronto pasaría a denominarse
The Band. Se trata, a mi juicio, de una de las mejores épocas (si no la mejor) del artista; no hay más que decir que mientras el tour se mantenía en los USA, terminó de grabar el fantástico
Blonde on Blonde, plagadito de obras maestras. Hay que recordar que no había pasado todavía un año desde el traumático Festival de Newport en el que Dylan escandalizó a sus devotos
folkies electrificando su música. Desde luego, se trataba de un avance sin retorno, pero aún así todos los conciertos de esta gira se organizaron siguiendo el mismo formato: una primera parte acústica y luego aparecían los Hawks (con la guitarra eléctrica de Robbie Robertson) para meter caña rockera. En Inglaterra, la que fue la última etapa de la gira, los fans tenían que saber cómo estaban las cosas. Ello no impidió que en el concierto de Manchester (el que se recoge en este
Bootleg) muchos asistentes reaccionaran airados ante los sonidos eléctricos. Acabada la interpretación de
Ballad of a thin man alguien le gritó “Judas” y Bobby respondió que no le creía, que era un mentiroso, para acto seguido, de espaldas al público, decirle a la banda que tocaran "jodidamente alto" un
Like a Rolling stone con el que finalizaron el concierto. Pese a su altanería, lo cierto es que a Bobby y a sus chicos les afectaron las muestras de rechazo del público y se volvieron para casa algo tocados en la moral. Dos meses después sufrió el misterioso accidente de moto y canceló todos sus compromisos. Vendría a continuación una etapa de retiro (no volvería a los escenarios hasta 1974) pero, ciertamente, no de inactividad.

Justamente la reaparición de Bob ante su público con la mítica Rolling Thunder Revue de 1975 fue recuperada en la siguiente entrega en 2002. Son también dos cedés, en los que se recogen veintidós canciones interpretadas en vivo, la mayoría provenientes de Desire álbum que aún no había salido a la venta. El siguiente Bootleg, publicado en 2004, vuelve a ser otro concierto, el que tuvo lugar el 31 de octubre de 1964 en el Philharmonic Hall de Nueva York. Uno de los viejos vinilos que tuve en su día era precisamente una grabación pirata –y de muy mala calidad– de esta actuación y, la verdad sea dicha, el disco nunca me gustó demasiado. En la nueva edición se recoge el concierto completo a partir de las cintas originales; sin duda, el sonido es mejor pero sigue sin convencerme. Dylan estaba grabando el que sería Bringin’ it all back home y toca algunas de las canciones de ese álbum (Gates of Eden, It's alright, ma (I'm only bleeding) y Mr. Tambourine man), pero la mayoría son viejas y cantadas con desgana. Se dice que por esa época Bobby andaba muy perdido y probablemente drogándose más de lo aconsejable. Sorprende pues que para la sexta entrega de sus bootlegs se eligiera este concierto cuando disponían de bastantes otros de mejor calidad musical. Pero, ya puestos, no termino de entender el criterio para considerar estos tres conciertos como parte de The Bootleg Series y, en cambio, publicar otros como discos oficiales (aunque está claro que “oficiales” son todos). En el 74, la CBS sacó el estupendo Before the Flood con The Band, en el 76 el Hard Rain y en el 79 el At Budokan; se me dirá que esos fueron publicados contemporáneamente al evento, pero es que más recientemente, en 2011 y 2013, sin incluirlos como bootlegs, se publica el concierto de 1963 en la Brandeis University y una edición corregida y aumentada de la celebración del 30 aniversario que tuvo lugar en el Madison Sqaure Garden en 1993.

El séptimo
bootleg, de 2005, es la banda sonora de
No Direction Home, el documental de Martin Scorsese. Se trata de una colección de 28 canciones en dos cedés que cubren desde 1959 hasta 1966 y provienen tanto de grabaciones de estudio descartadas en su momento como de interpretaciones en vivo. Aparece incluso un tema de cuando Bob todavía no era Dylan sino un estudiantillo de
high-school de dieciocho años. Sin duda, la recopilación resulta interesante y, a mi modo de ver, encaja bien en el espíritu de la serie. También la octava entrega,
Tell Tale Signs, mayoritariamente dedicado a tomas descartadas y canciones inéditas del periodo entre las grabaciones de
Oh Mercy (1989) y
Modern Times (2006). Ya con este
bootleg se comenzó una política todavía vigente: hacer diversas versiones, tres en este caso (con uno, dos y tres discos, respectivamente). Luego, en 2010, vino el volumen 9 de las
Bootleg Series, en este caso con las “demos” que hizo para sus dos primeras compañías gestoras de derechos,
Leeds Music (hasta la primavera de 1962) y
Witmark&Sons. Las 47 canciones de la entrega son versiones muy sencillas, tan sólo Bob cantando acompañado de la guitarra acústica (y armónica), y en algunas con piano; al fin y al cabo son eso, demos. Suenan muy bien, en todo caso, y desde luego son una buena muestra del trabajo compositor de los primeros años, aparte de contener varios temas que no habían sido publicados en discos oficiales (pero la mayoría sí en los tres cedés de la primera entrega de estos
bootlegs).
Los dos siguientes
bootlegs aparecieron en 2013 y 2014 y ambos se refieren a sendos discos oficiales: el
Self Portratit de 1970 y las
Basement Tapes de 1975 (que, en sí mismo, podría haberse considerado un
bootleg si no fuera porque habría sido adelantarse demasiado a los tiempos).
Self Portrait fue grabado por un Dylan cabreado, harto del acoso de sus fans, y con la expresa intención de que lo odiaran. El doble álbum recibió, en efecto, pésimas críticas. Sin embargo, a mí siempre me ha gustado; no es que me parezca una obra maestra (para colmo cronológicamente se sitúa entre
Nashville Skyline y el increíble
New Morning) pero sí que su rareza me lo hace muy atractivo. Pues bien, el
bootleg de hace dos años recoge, además de las 24 que en su día se publicaron, demos, descartes y versiones alternativas, elevando la lista de piezas hasta 77. Lo mismo ocurre con el
The Basement Tapes complete, en el que los veinticuatro temas de 1975 (si bien grabados en 1967 durante su retiro convaleciente con
The Band) pasan a convertirse en 139. En fin, dos
bootlegs para estudiosos de la génesis de los respectivos álbumes.

Hace muy poco ha salido a la venta la duodécima entrega de la serie, llamada
The Cutting Edge, que literalmente significa filo cortante pero que, según me entero, tembién se corresponde con el adjetivo "innovador"; no tengo ni la más remota idea del porqué del título. Pero lo relevante es que no se trata de un disco de canciones acabadas (que también las hay) sino fundamentalmente de los procesos de grabación, plagadito de tomas interrumpidas, que permiten descubrir a Dylan en su salsa, trabajando en tres de los discos más importantes de su carrera (
Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y
Blonde On Blonde), cuando su inspiración musical estaba en el cénit. El
bootleg se comercializa en tres versiones: una sencilla de solo dos cedés y 36 canciones, otra
deluxe con seis cedés y 110 pistas y la exuberante
Collector's edition con nada menos que dieciocho cedés y 379 pistas: una verdadera salvajada (como el precio: ¡600 dólares!). Hay que ser muy "dylanita" para conseguirse este
bootleg, donde apenas se escucha ningún tema inédito. No, no es un álbum para escuchar –al menos, no en el sentido de ponerlo a sonar y tragarse las más de once horas de duración–, sino para analizar detalladamente, en plan friki, las distintas tomas que supusieron la gestación de tantísimas obras de arte. Por ejemplo, hace ya más de cuatro años publiqué dos
posts sobre la grabación de
Like a rolling stone el 16 de junio de 1965 en el Estudio A de Columbia. Por entonces había escuchado algunas versiones previas y creía tener una idea suficiente de lo que había ocurrido en esa sesión. Ahora me encuentro con la posibilidad de oír las veinte tomas que se hicieron ese día (además de las tres de la víspera) y hasta de escuchar –con dificultad, eso sí– las correcciones que iba haciendo Bob durante las mismas. Y lo mismo (aunque no con tantas pistas) con un buen puñado de las mejores canciones de Dylan.
No obstante, si bien he de confesar que "me pone" esta última entrega, no puedo menos que preguntarme si esta vez Dylan y la CBS no se han pasado varios pueblos. Es como, si lo trasladamos al campo de la literatura, un escritor famoso guardase todos los folios que ha ido emborronando en la confección de sus novelas para, muchos años después, ponerlos a la venta. Obviamente, Dylan y su gente sabrán sobradamente que hay suficientes fans en el mundo para que la operación sea comercialmente lucrativa, incluso a pesar del pirateo internáutico. Veremos que nos depara la próxima entrega de The Bootleg Series.