jueves, 9 de febrero de 2017

Demoler arquitectura

Alejandro de la Sota (1913-1996) fue uno de los más relevantes arquitectos españoles del pasado siglo. Durante sus más de cuarenta años de actividad profesional dejó edificios de notable valor artístico, ejemplos consagrados de obras de arte, pese a lo atrevido que parece hoy en día aplicar este término a las producciones arquitectónicas. Uno de estos inmuebles era la casa Guzmán, vivienda unifamiliar que se ubicaba en la urbanización Santo Domingo del municipio madrileño de Algete. Fue diseñada en los años setenta y enseguida se convirtió en una de las mejores referencias de la arquitectura doméstica, asumido con orgullo por su propietario, Enrique Guzmán, quien con frecuencia dejaba que pasaran a conocerla los estudiantes de arquitectura. Pero ese señor se murió y su hijo y heredero, que también se llama Enrique Guzmán, pensaba que la casa era fría, triste y además muy cara de mantener. Así que, inmune a su calidad arquitectónica, decidió demolerla y construir en su lugar un verdadero bodrio, una mole de tres plantas, fachada blanca y tejado de zinc (está visto que el buen gusto no se hereda). La masacre ha saltado recientemente a los medios de comunicación (cuando ya el adefesio está prácticamente acabado) sin que, que yo sepa, nadie advirtiera del asunto cuando se planteó (en el momento en que el actual propietario solicitara licencia al Ayuntamiento de Algete). Consumado el arquitecticidio todos se echan la culpa, aunque también bastantes voces reclaman el sacrosanto derecho del propietario de demoler la vivienda que para eso era suya.

De "Casa Guzmán" a "Bodrio Guzmán"

Naturalmente, a mí me parece una barbaridad que el actual propietario de la casa haya demolido una magnífica arquitectura (que la haya sustituido por ese bodrio espantoso no es sino un agravante al crimen). Ahora bien, lo cierto es que habría sido muy fácil evitarlo, hubiese bastado con que el Ayuntamiento (o, en su defecto, la Comunidad de Madrid) incluyera esta edificación, junto con muchos otras excelentes muestras de arquitectura contemporánea, en un Catálogo de Protección. Pero, por lo visto, no era el caso y, por lo tanto, el dueño estaba legitimado para derribar su vivienda y el Ayuntamiento, si el proyecto del nuevo edificio cumplía la normativa municipal, estaba obligado a concederle la licencia de demolición y obra nueva. En su página web, la Fundación Alejandro de la Sota, a propósito de la desaparición de este inmueble dice: “es el concepto de lo mío es mío y hago con ello lo que quiero. En Arquitectura, a diferencia de otras Artes esto es lo normal. Nadie se imagina que un heredero pueda destruir un cuadro o una escultura, quemar el manuscrito de un escritor. Nadie lo puede imaginar y tendría enfrente, además del peso de la ley, el escándalo de la sociedad”. Comparto la idea de que las obras de arquitectura no se valoran como otros productos artísticos; es más, me atrevería a decir que a la generalidad de la población no se le ocurre considerar la arquitectura doméstica y no demasiado antigua como arte; la Catedral de Burgos, sí, pero ¿esa casa Guzmán? Entrar a discutir qué es arte es meterse en arenas movedizas, así que ni lo intento. Pero sí me gustaría apuntar que quizá los arquitectos deberíamos hacer no poca autocrítica, reconociendo la parte de culpa que hemos tenido en el desprestigio creciente de nuestra profesión y, como consecuencia, de la propia arquitectura.

Ahora bien, a partir de la anterior breve cita, me parece interesante que nos preguntamos por qué no nos imaginamos que un heredero pueda destruir un cuadro o una escultura. En realidad, lo que quiere decir el autor de la frase es que ningún heredero destruiría una pintura o una escultura que estuvieran reconocidas como obras de arte, ya que es evidente que nadie se escandalizaría si decido romper la marina que pintó una tía abuela con más empeño que acierto o botar a la basura algún adefesio con ínfulas escultóricas. Pero el reconocimiento de un objeto singular (incluyendo un edificio) como obra de arte se hace a través de la pertinente declaración, catalogación o acto análogo de naturaleza legal, precisamente lo que no se ha hecho con la casa diseñada por De la Sota. Por eso no le cae el peso de la ley ni tampoco el escándalo de la sociedad (salvo del grupito de los que amamos la arquitectura). En otras palabras, cuando alguien derriba una obra de arquitectura de calidad ni le cae el peso de la ley ni provoca escándalo simplemente porque tal edificio no se reconoce ni legal ni socialmente como obra de arte.


Pero, no nos engañemos, la verdadera y última razón de fondo que explica que un heredero no destruya un Picasso y si un De la Sota es simplemente la económica. De lo que se deduce que, en la práctica, el valor artístico se traduce en incremento de precio. Imaginemos una sociedad culta, que valore la buena arquitectura. En tal utópico supuesto, ser propietario (o mero inquilino) de un chalet diseñado por Alejandro de la Sota estaría muy valorado. Supongamos, no lo sé seguro, que la casa tuviera 300 m2c (la superficie de la parcela sí la sé, unos 3.000 m2) y que el m2 se venda a 2.000 €. Teniendo en cuenta la depreciación por antigüedad, digamos que su precio de venta rondara los 400.000 €. El mamotreto que se ha construido fácilmente duplica la superficie construida por lo que el patrimonio de los herederos tras la demolición/obra nueva podría pasar a triplicarse; aún restando los costes de construcción (pongamos que entre 500 y 750.000 €), la operación sigue saliendo beneficiosa. Ahora imaginemos que el “valor artístico” se tradujera en doblar el precio unitario de venta (un factor ridículo comparado con la pintura, por ejemplo); entonces, a los herederos les saldría más ventajoso conservar la casa que demolerla. ¿Nos cuesta imaginarnos que el precio de un edificio dependa tanto de su valor artístico? Sí, claro que sí; en cambio, no nos escandalizamos de que eso ocurra en proporciones altísimas en la pintura o en la escultura. Conclusión: desde el punto de vista económico, la arquitectura no es arte; o dicho de otra forma: las consideraciones artísticas (salvo contadísimas excepciones) no influyen en la formación del precio de los inmuebles en el mercado inmobiliario.

Por tanto –y concluyo ya–, no disparemos contra los herederos porque simplemente han ejercido su derecho, derecho que, estoy seguro, la mayoría reclamaría para sí en caso de encontrarse en su situación. Mientras no estemos dispuestos a reconsiderar los límites de la propiedad privada (en este caso, de la propiedad inmobiliaria), si queremos preservar la arquitectura de calidad sólo tenemos una herramienta: exijamos a los ayuntamientos o comunidades autónomas que cataloguen los edificios que lo merezcan. Y, además, abramos el debate sobre si el Estado (en sentido amplio) debe compensar económicamente la consiguiente limitación del derecho de propiedad que supone proteger un edificio. Mientras no abordemos a fondo estas cuestiones (y estoy convencido de que no hay ninguna voluntad de hacerlo), me parece un ejercicio de hipocresía patética quejarse por las barrabasadas demoledoras de los nuevos propietarios, por más que yo también lamente dolorosamente la pérdida de esa maravillosa casa (la visité en 1985, por cierto).

9 comentarios:

  1. De hecho, sería más útil que alguien propusiera algo como lo que dices: una declaración de edificios artísticos, con las consiguientes ayudas económicas, ya que es costoso mantener una vivienda. Pero somos aficionados a darnos golpes en el pecho...

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    1. Todo propietario de un bien inmueble tiene la obligación legal de mantenerlo en las adecuadas condiciones de seguridad, salubridad y ornato. Ese deber alcanza hasta el 50% del valor del edificio. A su vez, la administración (los ayuntamientos) tiene la obligación -que incumple siempre- de ordenar a los propietarios que hagan las correspondientes obras de mantenimiento cuando aprecian que el inmueble está deteriorado. Si un edificio está catalogado y ruinoso es más frecuente que se dicten órdenes de ejecución para que se repare, peor el problema surge cuando los costes de las obras superan el límite legal del deber de conservar. No está aún sentado un criterio unánime, pero en mi opinión ese sobrecoste ha de pagarlo la administración. Ahora bien, te aseguro que cuando los Ayuntamientos se den cuenta de que proteger el patrimonio arquitectónico puede traducirse en costes para sus arcas, catalogarán el menor número de edificios posibles.

      Pero, en todo caso, esa financiación pública de la que hablo (y que no suele ocurrir en la práctica) no compensa en absoluto la carga de la protección que no es otra que no poder demoler. El propietario de un edificio no catalogado (la propia casa Guzmán del post) también ha de hacer las oras necesarias para mantenerlo en buen estado pero siempre tiene la posibilidad de demolerlo: ahí está la clave, el grave perjuicio económico para los propietarios de obras de valor arquitectónico reconocido. Por eso nadie quiere que su casa aparezca recogida en un catálogo de protección.

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  2. con animo exploratorio..."La casa era fea, triste y cara de mantener". Parece haber en juego dos ideas de la arquitectura: la del arquitecto, que imaginó a sus habitantes siendo tan felices como se pueda, y la de su propietario (el heredero digo) quien imagina otros ámbitos para ser feliz.
    ¿Cuál sueño es más válido?.
    Por otro lado la academia, que necesita establecer la regla áurea de lo que es buena arquitectura, también tiene sus opciones y sueños.
    Y el mercado, conjunto informe de compradores y vendedores, también.
    Me parece que la radical hostilidad de todos estos actores nos habla de la ausencia de lenguaje común: lo que que el otro opina es basura, pues el otro es un ...(adjetivo descalificatorio favorito acá).
    Quizas sólo se pueda establecer un puente si todos abandonaran algunos principios (a la groucho). A la academia creo que le sugeriría que abandone la tesis de que una función de los arquitectos es crear un hombre nuevo a partir del gordo en camiseta que mira la tele.
    Al mercado le recordaría que hay centenares o miles de pisitos invendibles que algun día deberán mandar a pérdida: No sólo los presuntuosos arquitectos meten la pata, ellos también hacen bodrios.
    Al nuevo dueño le mencionaría que la España de "pasarla bien al sol" es tan vieja como el cartel del toro y que la España del museo Guggenheim hubiera podido gestionar y pagar esa casa modelica con alegría. La cuenta de cuantos euros el puede ganar demoliendo es no mirar más allá de donde llega su meada.
    Al bueno de Alejandro de la Sota no le diría nada: la casa se hizo, le dió el gusto, la paga y la merecida fama. Bien muchacho!

    chofer fantasma

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    1. No creo que ya ningún arquitecto piense que su función es crear un hombre nuevo, pero sí sigue habiendo muchos que entienden que su obra es más importante que las necesidades del usuario que se la encargó.

      Todos tus demás mensajes me parecen muy pertinentes.

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  3. Es muy interesante la comparación que planteas entre los valores artísticos de las obras arquitectónicas y los de otras obras: pintura, escultura... Pero me parece que no compiten con las mismas armas, por lo que hay que considerar esta comparación con muchas salvedades.

    La cuestión, creo, no es solo que la arquitectura se considere menos "arte" que las otras (que también): es, sobre todo, que en las otras artes el "soporte" (lienzo, pinturas, bloque de piedra, papel del manuscrito) no tiene por sí prácticamente ningún valor, mientras que un edificio es caro de construir y, sobre todo, ocupa un suelo que, en muchas ocasiones, es lo más caro de todo. Nadie obtiene ningún beneficio reutilizando el lienzo de un Velázquez, o reduciendo a esquirlas una escultura de Benlliure. Pero sí puede resultar bastante lucrativo convertir en solar un edificio de De la Sota. Por mucho valor artístico que se le dé a un edificio, siempre tendrá que competir con este otro valor que funciona en dirección contraria, "restándole".

    La solución me parece que debería ir por donde apuntas, por la protección legal de los edificios que se considere que la merecen. Pero esta protección, que en la práctica funcionaría como una penalización económica contra el propietario -al que con ella se estará privando, en la práctica, de buena parte del contenido de su propiedad sobre el suelo- o es compensada económicamente o puede tener efectos contraproducentes. ¿Qué propietario querrá construir un edificio "artísticamente valioso" en su suelo, si con ello le añade un valor artístico X pero le quita un valor de suelo de... a lo peor 2X o 3X?

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    1. Soy consciente de que los componentes materiales de un edificio tienen un valor significativo del que carece la pintura o la escultura, pero esa no me parece una diferencia cualitativa (sí cuantitativa, claro) que contradiga mi tesis. Lo que yo sostengo es que lo que garantiza la preservación de las obras de arte es el valor económico que tienen por ser “arte”. Obviamente, ese valor ha de ser mayor que el que se obtendría por cualquier otro uso alternativo como por ejemplo, en el caso de la arquitectura, demoliendo el edificio para vender la parcela como solar edificable. La diferencia de la arquitectura con la pintura y la escultura es que el valor artístico ha de ser bastante alto para superar el valor inmobiliario, mientras que en el caso de un cuadro o una escultura el valor artístico es el único existente. Ahora bien, las obras de los pintores contemporáneos reconocidos superan con facilidad precios millonarios (en euros, claro). Si lo mismo ocurriera con la arquitectura, te aseguro que no se demolerían casas en parcelas de uso unifamiliar.

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  4. (Consideración lateral: si tienes el suficiente dinero como para encargarle tu casa a un buen arquitecto, deberías considerar la conveniencia de gastar parte de ese dinero -o, mejor aún, parte del tiempo que empleas en obtenerlo- en educar bien a tus herederos, para evitar que cuarenta años después sus preferencias estéticas se encaminen hacia los casoplones de nuevo rico hortera antes que a la casa estupenda que no les diste motivos para apreciar).

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    1. Desde luego, el hijo de Don Enrique Guzmán ha demostrado muy poca sensibilidad estética (por no cortarse en demoler una casa preciosa) y, sobre todo, un gusto pésimo (visto el adefesio con que la ha sustituido). Tengo la intuición de que el chico le tenía manía a la casa; ¿algún trauma infantil? Ya lo contaré en el próximo post.

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