La antigua Ópera de Bangor
Dejo atrás la iglesia de ladrillo, cruzo Union St. y avanzo por Main camino del hotel. Enseguida, en esta acera de la izquierda, me deslumbran las bombillas de la marquesina del Penobscot Theatre (ya estaba avisado; recuérdese que lo comenté en un post anterior, apenas hace veinte minutos). Se trata de un edificio de fachada de ladrillo beige y composición clasicista propia del art dèco con algunos toques discretamente art noveau. El proyecto es de 1919, obra de un arquitecto llamado Edward J. Bolen, de quien nada he averiguado salvo que era de Boston. Por esas fechas el art deco estaba muy en sus inicios, de modo que hay que considerar este edificio –que, por cierto, me gusta mucho– uno de los primeros ejemplos del movimiento arquitectónico que proliferaría por todo el mundo entre los veinte y los cuarenta con muchas obras maestras (el rascacielos Chrysler neoyorkino, por citar solo una). Desde 1997 este inmueble pertenece a la Penobscot Theatre Company, pero tiene una larga historia que se inicia incluso antes de su existencia, en el XIX.
Los bangorianos han sido desde siempre muy aficionados a las artes escénicas de modo que muy pronto se dotaron de edificios destinados a tales fines. Así, el primer teatro se erigió en la calle Franklin, casi a la orilla Norte del Kenduskeag, en fecha tan temprana como 1836, solo dos años después de que adquiriera la categoría de ciudad. A finales de los cincuenta sería víctima del recurrente mal de la arquitectura de Bangor: un incendio. En ese mismo lugar se reconstruiría en 1861 un nuevo teatro al cual bautizarían como el Franklin Athenaeum, pero pocos años después también éste se quemaría. Antes, en 1855, se había inaugurado el Norumbega Hall, monumental edificio neoclásico al que ya me he referido y que desapareció en el Gran Incendio de 1911. Antes de ese fatídico día, en 1882, en esta parcela que tengo delante, se construyó la primera Opera House, la antecesora de la que actualmente subsiste. Fue diseñada por Arthur Vinal, un arquitecto de Boston, a quien le encantaba el neorrománico, uno de esos estilos “pastiche” o eclécticos surgidos al hilo del historicismo de finales del XIX. Esta primera Opera de Bangor, con capacidad para 1.100 espectadores, era en efecto de estilo neorrománico, muy del gusto de los bangorianos de entonces (yo, la verdad, creo que han ganado con el cambio, pero juzgue cada uno por sí mismo).
Como todo lector habrá adivinado, esta primera Opera House también fue víctima de otro de los innumerables incendios bangorianos; en este caso fue en 1914, tres años después del Grande, el incendio por antonomasia en esta ciudad. Era la noche del 15 de enero, una noche que, por fortuna no hubo función; de haberla habido habría sido una terrible tragedia. Parece que el incendio comenzó en una caldera que estaba justo debajo del piso de madera del auditorio, cerca de la fachada. En pocos minutos, las llamas crecieron desenfrenadas, como si estuvieran en erupción, asomándose al exterior a través del techo. El resplandor rojo del cielo se veía desde bastante lejos y muchos pensaron que se iba a repetir el drama de tres años antes. Los bomberos llegaron enseguida, pero tuvieron problemas con las mangueras y las bocas de incendios, lo que supuso fuerte retraso en las labores de extinción. Éstas duraron varias horas y durante las mismas dos bomberos murieron (el muro de la parte trasera del edificio se derrumbó sobre ellos) y otros cuantos resultaron heridos. Al día siguiente, apagado el fuego, las ruinas de la Ópera ofrecían un espectáculo de gran belleza pero también muy triste: parecía un palacio de hielo, una estructura recubierta de cientos de carámbanos (el agua congelada por las bajas temperaturas del invierno) que, con los rayos del sol de la mañana, reflejaban los colores del arco iris. Resultó –cruel ironía– que esa noche estaba en Bangor un destacado director teatral de Boston que había venido con la intención de convertir el edificio de la Ópera en la sede estable de una nueva compañía artística. No fue posible, claro; por el contrario, se abrió un largo periodo de seis años de incertidumbre sobre el futuro. Mientras tanto, los otros teatros que había en la ciudad (sobre todo el Bijou y el Star) recibían gran asistencia de público, mostrando que persistía una vigorosa demanda de obras dramáticas.
En 1919, Joseph P. Bass, uno de los magnates de la época y benefactor de la ciudad a la que donó su fortuna (ya me he referido a él al hablar de los auditorios de Bangor), compró la parcela y encargó el proyecto a Bolen, como ya se ha dicho. El nuevo edificio se inauguró el Memorial Day (Día de los Caídos) de 1920, que fue en el último fin de semana de mayo. En ese momento se convirtió en el octavo teatro de Bangor, que por entonces tenía unos 25.000 habitantes, lo que da una idea de la afición ciudadana. Pero las cosas cambian y a lo largo de las décadas, con ayuda de los incendios y finalmente de la agresiva renovación urbana, fueron desapareciendo los otros siete inmuebles y en la década de los sesenta esta antigua Opera House era la única superviviente de los días de grandeza (también el auditorio, claro). Ahora bien, no se piense que había seguido siendo un teatro. En esos años fue cambiando varias veces de dueño y también de uso. En 1966 se convirtió en el Bangor Cinema; luego, por un breve periodo, acogió los conciertos de la Bangor Symphony Orchestra. Lamentablemente, el edificio no recibió los cuidados que merecía. Las preciosas puertas y ventanas originales de la fachada principal fueron sustituidas por espantosas carpinterías de aluminio. La fachada empezó a deteriorarse, con algunos desprendimientos. Por fin, en 1997, la Penobscot Theatre Company, que hasta entonces operaba en la sacristía de la Iglesia unitariana (el bonito edificio que ahora es una sucursal bancaria y del cual ya he hablado), adquirió la antigua Ópera para convertirla en su sede estable tras la necesaria –y muy acertada– restauración.
La Penobscot Theatre Company tiene su origen en la Acadia Repertory Theatre, fundada en 1973 y que todavía, durante la temporada estival, ofrece sus producciones dramáticas en la Masonic Hall de Somesville, en la isla de Mt. Desert, en la costa de Maine. En 1983, se creó la compañía en Bangor, bajo la dirección artística de George Vafiadis; la primera obra que produjo fue “La escuela de las mujeres”, comedia de Moliére. Durante el cuarto de siglo largo que llevan operando se han convertido en la más prestigiosa compañía teatral del Noreste estadounidense. No solamente han producido un gran número de obras sino que desarrollan muchas otras actividades, destacando entre ellas diversas de formación. En estos días, en la antigua Opera House la compañía está representando The Full Monty, una adaptación musical del éxito británico de finales de los noventa. Mañana es el último día; creo que no vendré a verla.
Como todo lector habrá adivinado, esta primera Opera House también fue víctima de otro de los innumerables incendios bangorianos; en este caso fue en 1914, tres años después del Grande, el incendio por antonomasia en esta ciudad. Era la noche del 15 de enero, una noche que, por fortuna no hubo función; de haberla habido habría sido una terrible tragedia. Parece que el incendio comenzó en una caldera que estaba justo debajo del piso de madera del auditorio, cerca de la fachada. En pocos minutos, las llamas crecieron desenfrenadas, como si estuvieran en erupción, asomándose al exterior a través del techo. El resplandor rojo del cielo se veía desde bastante lejos y muchos pensaron que se iba a repetir el drama de tres años antes. Los bomberos llegaron enseguida, pero tuvieron problemas con las mangueras y las bocas de incendios, lo que supuso fuerte retraso en las labores de extinción. Éstas duraron varias horas y durante las mismas dos bomberos murieron (el muro de la parte trasera del edificio se derrumbó sobre ellos) y otros cuantos resultaron heridos. Al día siguiente, apagado el fuego, las ruinas de la Ópera ofrecían un espectáculo de gran belleza pero también muy triste: parecía un palacio de hielo, una estructura recubierta de cientos de carámbanos (el agua congelada por las bajas temperaturas del invierno) que, con los rayos del sol de la mañana, reflejaban los colores del arco iris. Resultó –cruel ironía– que esa noche estaba en Bangor un destacado director teatral de Boston que había venido con la intención de convertir el edificio de la Ópera en la sede estable de una nueva compañía artística. No fue posible, claro; por el contrario, se abrió un largo periodo de seis años de incertidumbre sobre el futuro. Mientras tanto, los otros teatros que había en la ciudad (sobre todo el Bijou y el Star) recibían gran asistencia de público, mostrando que persistía una vigorosa demanda de obras dramáticas.
En 1919, Joseph P. Bass, uno de los magnates de la época y benefactor de la ciudad a la que donó su fortuna (ya me he referido a él al hablar de los auditorios de Bangor), compró la parcela y encargó el proyecto a Bolen, como ya se ha dicho. El nuevo edificio se inauguró el Memorial Day (Día de los Caídos) de 1920, que fue en el último fin de semana de mayo. En ese momento se convirtió en el octavo teatro de Bangor, que por entonces tenía unos 25.000 habitantes, lo que da una idea de la afición ciudadana. Pero las cosas cambian y a lo largo de las décadas, con ayuda de los incendios y finalmente de la agresiva renovación urbana, fueron desapareciendo los otros siete inmuebles y en la década de los sesenta esta antigua Opera House era la única superviviente de los días de grandeza (también el auditorio, claro). Ahora bien, no se piense que había seguido siendo un teatro. En esos años fue cambiando varias veces de dueño y también de uso. En 1966 se convirtió en el Bangor Cinema; luego, por un breve periodo, acogió los conciertos de la Bangor Symphony Orchestra. Lamentablemente, el edificio no recibió los cuidados que merecía. Las preciosas puertas y ventanas originales de la fachada principal fueron sustituidas por espantosas carpinterías de aluminio. La fachada empezó a deteriorarse, con algunos desprendimientos. Por fin, en 1997, la Penobscot Theatre Company, que hasta entonces operaba en la sacristía de la Iglesia unitariana (el bonito edificio que ahora es una sucursal bancaria y del cual ya he hablado), adquirió la antigua Ópera para convertirla en su sede estable tras la necesaria –y muy acertada– restauración.
La Penobscot Theatre Company tiene su origen en la Acadia Repertory Theatre, fundada en 1973 y que todavía, durante la temporada estival, ofrece sus producciones dramáticas en la Masonic Hall de Somesville, en la isla de Mt. Desert, en la costa de Maine. En 1983, se creó la compañía en Bangor, bajo la dirección artística de George Vafiadis; la primera obra que produjo fue “La escuela de las mujeres”, comedia de Moliére. Durante el cuarto de siglo largo que llevan operando se han convertido en la más prestigiosa compañía teatral del Noreste estadounidense. No solamente han producido un gran número de obras sino que desarrollan muchas otras actividades, destacando entre ellas diversas de formación. En estos días, en la antigua Opera House la compañía está representando The Full Monty, una adaptación musical del éxito británico de finales de los noventa. Mañana es el último día; creo que no vendré a verla.
Alguno diría que los bangorianos son como Sísifo y su famosa roca...
ResponderEliminarSupongo que lo dices por el ciclo destrucción-reconstrucción. Sí, no andas desencaminado. Lo de los incendios en Bangor ha sido terrible (es un mal muy frecuente de muchas ciudades norteamericanas).
EliminarQué viejo me ha hecho sentirme lo de "el éxito británico de finales de los noventa"...
ResponderEliminarPues si tú te sientes viejo, imagina yo ...
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