Autodeterminación de los pueblos (1)
En julio de 1776 los representantes de las trece colonias británicas en Norteamérica aprobaron su declaración “unilateral” de independencia. La Declaración empieza con la siguiente frase: “Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación”. Resalto en negrita la palabra “pueblo” para hacer notar cómo Adams, Jefferson, Franklin y demás colegas necesitaron dar por sentado que ellos, los que iban a ser los Estados Unidos, eran un pueblo distinto del inglés. El pueblo norteamericano ya existía como tal en la retórica de aquellos independentistas, y por varios motivos decidía separarse de otro pueblo al que hasta entonces había estado unido. La independencia no creaba un nuevo pueblo (no dividía un único pueblo previo en dos) sino que el pueblo que ya existía se emancipaba.
En inglés pueblo se dice people que significa tanto pueblo en el sentido abstracto y cuasi-místico con que se usa en el lenguaje grandilocunte del derecho político (“el pueblo español”, “el pueblo catalán”, etc) como gente o incluso personas individuales. Por tanto, si no atendiéramos al contexto y a la intencionalidad, podríamos traducir lo que dijeron los padres de los USA por algo como “… se hace necesario para unas personas (las de las colonias) romper los lazos que las ligan a otras personas (las de Inglaterra)”. Aún a sabiendas de que no es así, he de reconocer que esa errónea traducción me atrae más porque no necesita recurrir a una entelequia tremendamente complicada de concebir y justificar. Es decir, puedo entender sin problemas que un grupo de personas decida colectivamente cualquier cosa: formar una asociación de montañeros, un partido político o un Estado independiente. Tampoco me supone esfuerzo mental aceptar que, para identificarse se llamen pueblo, sobre todo si ese grupo se caracteriza por ser los residentes en un determinado ámbito geográfico y, de tal modo, pasan a adjetivarse con el topónimo correspondiente.
De hecho, algo así es lo que he escuchado a los independentistas progres catalanes, para quienes el pueblo catalán es el conjunto de todos los que residen en Cataluña. Fácil, ¿verdad? Del mismo modo, el pueblo español son todos los que viven en España, con lo cual, hoy por hoy, el pueblo catalán es un subconjunto del pueblo español y éste del pueblo europeo y éste del pueblo mundial. Pero no se dice pueblo europeo, y menos pueblo del mundo. En el Mundo –y en Europa– hay muchos pueblos. De hecho, así lo deja claro el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 1966, cuando en su primer artículo proclama que “todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural”. Es decir, hay muchos pueblos y todos tienen derecho a la autodeterminación.
Autodeterminación viene a ser decidir por sí mismo el modo de organizarse colectivamente y, específicamente, las formas propias de gobierno (por ejemplo, constituirse en una república independiente). Algo que siempre me ha chirriado de este artículo es que, de todos los derechos que aparecen en esa Resolución 2200A, este primero es el único cuyo sujeto no es el individuo sino un ente colectivo: el pueblo. Una interpretación que a mí me resultaría más grata sería entender que el derecho a la autodeterminación es de todos los individuos pero para ejercerlo han de agruparse formando “pueblos”. Digamos que yo lo habría escrito más o menos así: “Todos los individuos tienen el derecho de agruparse libremente y, colectivamente, decidir su condición política y proveer a su desarrollo económico, social y cultural”. Me habría gustado más, desde luego, pero claramente no es como está escrito. Además, de haberlo estado habría equivalido a declarar una utopía irrealizable por radicalmente anarquista.
No, no seamos ingenuos. No se le reconoce a cualquier individuo el derecho agruparse libremente para formar pueblos, ni siquiera el derecho de elegir un pueblo preexistente cuya organización política le parezca la más idónea para buscar su felicidad (el derecho a la búsqueda de la felicidad, que declararon los norteamericanos del XVIII). Para el Derecho internacional (y nacional), los pueblos existen antes que los individuos. De hecho, las personas ya al nacer pasamos a “pertenecer” a un pueblo. Si ese pueblo coincide con un Estado no hay demasiados problemas identificativos. Ahora, parece que hay pueblos que no coinciden con un Estado, que están dentro de un Estado (o de varios) que los engloba. Entonces, ya es más difícil identificar al pueblo. Por ejemplo, ¿cómo se identifican los miembros del pueblo kurdo, saharaui, judío (no residentes en Israel), etc? Al final, lo más práctico es el recurso a la geografía –entre otras razones porque las notas biológicas tienen muy mala prensa, aunque yo no estoy tan seguro de que hayan sido desterradas plenamente de la mentalidad colectiva: ¿es igual de catalán un Rufián que un Rovira?– Así, si en el seno de un Estado hay una división del territorio en entidades político-administrativas sobre las que se puede predicar una suficiente continuidad histórica, pues ya tenemos el ámbito espacial del Pueblo: éste lo forman todos los que allí viven.
Pero cuidado. El pueblo no es por las personas que lo forman; los catalanes (personas individuales que residen en Cataluña) no constituyen Cataluña. Cataluña existe antes que ellos y es ella las que hace catalanes a los individuos. Es un fenómeno de naturaleza mística, algo así como la teoría religiosa del alma insuflándose en el feto y haciéndole persona. Ese alma catalana (o española o vasca o la que ustedes quieran) no sé muy bien de qué está hecha y sospecho que tampoco lo saben muy bien los propios catalanes (o españoles o vascos o …) por más que los gobiernos autónomos se esfuercen en financiar “señas de identidad”. Pero de lo que no cabe duda es de que tiene fuerza porque es capaz de catalanizar en poco tiempo a un emigrante por muy charnego que sea. Aunque reconozco que me cuesta mucho entenderlo (es que en lo que a nacionalismo se refiere estoy bastante “desalmado”), esa potencia del “alma popular” es fundamental para la pervivencia del Pueblo. Por ello me atrevería a decir que, en última instancia, un colectivo de personas que reside en un territorio con entidad propia y continuidad histórica pasa a ser pueblo por el simple hecho de que una parte significativa del mismo se considera como tal. Dicho de otra forma, el Pueblo, esa entelequia, existe porque las personas deciden que existe. Más o menos, como Dios: es un acto de fe.
Pero, a pesar de todo, no dejan de ser individuos, pues los pueblos cambian con el tiempo. De hecho, eso es lo que más molesta a los guardianes de las esencias que lo mismo te encuentras a la derecha y a la izquierda: que los pueblos también tienen principio y fin, por mucho que un imbécil se ponga de avatar a un cruzado o a un habitante del Amazonas.
ResponderEliminarLo que sí es inevitable es que, como individuos, estemos influidos por nuestro entorno... Pero no destinados a ser de una manera determinada, para bien (y para mal a veces). En ese sentido, el pueblo existe como la lengua: una abstracción basada en numerosos casos (en un caso, personas, en el otro, dialectos).
Totalmente de acuerdo.
EliminarA mí el que sea el "pueblo" el sujeto de ese primer derecho de libre determinación que la Resolución reconoce no es que me chirríe (chirriarme es poco decir), es que me hace dudar muy seriamente de que la Resolución en su totalidad, que descansa sobre ese primer artículo, pueda en la práctica ser aplicada con alguna utilidad y sea, por tanto, algo más que un ejercicio de retórica que complica mucho más de lo que aclara. Y no por que el de "pueblo" sea un sujeto colectivo -hay sujetos colectivos de derecho muy respetables y perfectamente delimitados- sino porque, colectivo, místico o lo que quiera que sea, es fundamentalmente un sujeto indeterminable, que tiñe con su esencial e inaplicable imprecisión cuanto de él se predique y cuanto de esas prédicas pueda derivarse. (¿Tiene derecho a la libre determinación, en aplicación de ese artículo, el pueblo bordurio? ¿Y el pueblo soriano? Que alguien me argumente jurídicamente por qué no, si puede).
ResponderEliminarPero en fin, puesto que tantos señores tan respetables reunidos en una asamblea tan augusta se han tomado el trabajo de promulgar la bendita cosa esa, haré un esfuerzo de sociabilidad y aceptaré que "pueblo" quiera decir algo discernible -utilizando cualquiera de los criterios a los que diligentemente pasas lista en tu estupendo post- y que, por tanto, la Resolución en cuestión, y cuantos Pactos Internacionales -creo que hay unos cuantos- se regodean en promulgar el mismo derecho en iguales términos son piezas útiles de Derecho Positivo, vigentes e incluso superiores a nuestro ordenamiento legal, Constitución incluída.
Aceptado "pueblo" como animal de compañía, automáticamente coligo que el pueblo español, y el catalán -tanto si son dos pueblos distintos y mutuamente excluyentes como si se considera que el segundo es un subconjunto del primero- han ejercido ya su derecho de libre determinación y no tienen ya nada que reclamar a nadie en virtud de ninguno de los diversos y todos ellos beneméritos artículos primeros que lo proclaman. Que yo sepa ambos pueblos votaron muy mayoritariamente, en una consulta perfectamente legal y democrática, realizada con todas las garantías exigibles y no solo aceptada como válida por todas las instancias conocidas sino incluso propuesta como modelo a seguir, la Constitución Española de 1978. Si al hacerlo no establecieron libremente su condición política y proveyeron (¿proveyeron? ¿Se dirá así?) asimismo a su desarrollo económico, social y cultural, una vez más, que alguien me lo explique.
(A ser posible que no sea Puigdemont. Aspiro a entenderlo).