domingo, 18 de febrero de 2018

La expedición a Sonora (1)

Lo que hoy es el estado mexicano de Sonora era en 1767 –cuando llegaron los catalanes de la Companyia– escenario de continuas y feroces rebeliones indígenas. Ya que toca ir a ese territorio, aprovecho para aclarar que se cree que el origen nombre obedece a que alguno de los primeros exploradores del XVI que pasaron por la zona (Diego de Guzmán, Alvar Núñez Cabeza de Vaca o Francisco Vázquez de Coronado) bautizaría el valle del Yaqui como de la Señora (por alguna de las múltiples Vírgenes hispanas) y los indígenas, incapaces de pronunciar la “ñ”, lo convertirían en “Sonora”, término que cuajó y dio nombre al país entero. Sin embargo, hasta la segunda década del XVII el Virreinato aún no había llevado a cabo ninguna ocupación efectiva en estas tierras. La colonización –como en los estados al Norte de Nueva Galicia y en la Baja California– corrió a cargo de la iniciativa y el ardiente celo evangélico de los jesuitas, que se dedicaron, con notables esfuerzos y muchos altibajos, a fundar y mantener numerosas misiones. Pero la intensa actividad colonizadora de los jesuitas no fue suficientemente apoyada por el gobierno virreinal. Durante casi todo el siglo XVII solo había dos presidios (puestos militares) cercanos y ambos en la vecina Sinaloa. Afortunadamente, los abundantes indios de la zona –en especial el pueblo yaqui–, convencidos por las maneras de los frailes, ofrecieron la paz a los invasores durante muchas décadas. Ello permitió que las autoridades de la ciudad de México consideraran el territorio como parte del Virreinato e incluso, en 1636, mediante un acuerdo entre el Virrey y Pedro de Perea, entonces alcalde mayor del presidio de San Felipe y Santiago de Sinaloa (con un nutrido historial de matanzas de indígenas), se creó una nueva provincia que primero se llamó Nueva Andalucía y años después cambió su nombre por Sonora (comprendía también tierras de la actual Arizona). A partir de 1680, sin embargo, empeoró la siempre precaria situación de las misiones ante el creciente descontento de los indios nativos por los trabajos a los que les obligaban los españoles y, además, debido a las hostilidades de los apaches que, desplazándose desde el Sur del actual Nuevo México, comenzaron a invadir el Noroeste de la provincia. Estas circunstancias frenaron el lento progreso de la colonización obligando a los pobladores a dedicar sus mayores esfuerzos a defenderse de los ataques indígenas que no pocas veces provocaron el abandono de asentamientos. De hecho, desde la década de los ochenta del XVII hasta los días en que llegaron los catalanes constan multitud de escritos de misioneros, vecinos y autoridades locales solicitando el establecimiento de presidios para contener las continuas hostilidades indígenas. Para 1765, el año en que llegó Gálvez a México, había el convencimiento entre los pobladores de que se preparaba un alzamiento general de los indígenas de Sonora, prontos a formar una confederación de todas las tribus para sacudirse definitivamente el domino español. Juan de Pineda, leridano de Sort y reciente capitán general de Sinaloa y Sonora, pese a la reorganización que hizo de los presidios y las duras medidas represivas adoptadas (fue el primer gobernador que ofreció recompensas por cada indio rebelde muerto), se percató enseguida de la necesidad urgente de organizar una expedición militar para derrotar a los nativos en su propio territorio.

Pineda, en su carta de 13 de noviembre de 1766 al virrey marqués de Croix, proponía organizar un ejército formado con doscientos soldados de los presidios, cien milicianos escogidos, doscientos dragones de México y, además, doscientos indios de las misiones en calidad de auxiliares. En enero de 1767, una Junta de Guerra convocada en la ciudad de México por Gálvez decidió realizar la campaña solicitada por Pineda pero aumentando las fuerzas, que habrían de llegar a mil trescientos efectivos. La idea era perseguir y aniquilar a los indios rebeldes –seris y pimas, principalmente, pero también yaquis– en una campaña cuya duración se estimaba en ocho meses (las cosas, como es frecuente, no sucedieron según lo planeado: la guerra contra los indígenas rebeldes de Sonora duró cuatro largos años). Para comandar ese ejército se nombró al coronel de dragones Domingo Elizondo, personaje que luego escribiría una Noticia de la expedición militar contra los rebeldes seris y pimas del Cerro Prieto, publicado en edición crítica por la Universidad Autónoma de México en 1999. La familia de este Elizondo probablemente provendría de la capital del navarro valle de Baztán, como sugiere su apellido y también porque, de vuelta en España, se asienta en Pamplona. Los editores de su Noticia se inclinan sin embargo por considerarlo ilerdense, apoyándose en que en una carta que escribe a Juan de Pineda lo llama paisano, argumento que no termina de convencerme. En todo caso, lo que se sabe es que ingresó a los diecinueve años en el Regimiento de Dragones de Sagunto, cuerpo de caballería heredero del levantado en Barcelona en 1703 por José Alejo de Camprodón; no he podido verificarlo, pero tengo la impresión de que, aunque el regimiento adoptó el nombre de la ciudad valenciana en 1718, su sede siguió en la capital catalana, lo que reforzaría la tesis de los vínculos de Elizondo con Cataluña. Lo que sí se sabe es que en 1732, con apenas 22 añitos, ya interviene y es distinguido en la reconquista de Orán (que había caído en manos otomanas durante la Guerra de Sucesión española) y que a partir de ahí no para de participar en acciones guerreras por toda Europa. De todas ellas interesa destacar las campañas de Italia (1742-1746) en el marco de la Guerra de Sucesión austriaca, porque allí coincidió y amistó con Juan Claudio de Pineda, el futuro gobernador de Sonora. La última actuación europea de Elizondo es la campaña de Portugal (1762), a la que ya me he referido: fue el escenario de la primera actuación militar de la Companyia de Voluntaris Catalanes, así que es más que probable que Elizondo conociera el comportamiento de estas tropas antes de reencontrarlas en la Nueva España. En 1764 se forma en Veracruz (el principal puerto del Virreinato) el Regimiento de Dragones de España con ocho compañías que al año siguiente se aumentaron a doce, organizándose en tres escuadrones. La creación de este cuerpo de caballería obedecía a la voluntad reformista de la administración borbónica, a la que ya me he referido, y por eso, al menos en estos primeros años, la oficialidad y la mayoría de la tropa venía directamente de España. En ese contexto hay que suponer que se decidió designar a Elizondo como coronel al mando del regimiento, aunque en algún sitio he leído que a él no le apetecía nada cruzar el charco. Lo cierto es que a principios de 1766, estaba ya en México para hacerse cargo de los Dragones. Un año después le encargarían dirigir un piquete de ese cuerpo (junto con los refuerzos ya mencionados) hacia los desiertos de Sonora.


He intentado reconstruir la expedición militar a Sonora –al menos los sucesos de los primeros meses– y, a pesar de haber consultado bastantes textos que tratan del asunto (aunque la mayoría de modo indirecto), no termina de quedarme clara. No dudo de que toda esa aventura sea sobradamente conocida por los historiadores; seguramente, la ya citada Noticia del propio Elizondo ha de detallar más que suficientemente la secuencia de los acontecimientos, mas no dispongo de ella. Pero en fin, vamos a tirarnos a la piscina y que me perdonen los conocedores las más que probables meteduras de pata. Parece que Elizondo salió de la ciudad de México a finales de abril de 1767, con poco más de cuatrocientos hombres, de los que treinta aproximadamente eran oficiales y técnicos militares. La mayoría de los militares provenían de los regimientos de dragones, pero había también de otros cuerpos, entre ellos de la Compañía de Fusileros de Montaña, formada muy mayoritariamente por catalanes reclutados algunos años antes (hay autores que sostienen que muchos se alistaban con la intención de luego desertar para probar fortuna en tierras americanas). Téngase en cuenta que, para esa fecha, la Companyia Franca de Voluntaris de Catalunya estaba todavía concentrada en Cádiz a la espera de embarcar. La tropa dirigida por Elizondo marchó por tierra hacia el puerto de San Blas, en Nayarit, que acababa de ser constituido como puerto de altura y capital del departamento marítimo de su mismo nombre (y jugaría un papel muy relevante en las posteriores expediciones a California). Por muy lentos que fueran, no creo que tardaran más de mes y medio en recorrer los novecientos kilómetros que separan el DF de San Blas, lo cual hace que, a más tardar, se acantonaran en el cuartel de Huaristemba (en la actualidad ese topónimo corresponde a un asentamiento de casas muy modestas con calles de tierra) a mediados de junio de 1767. Y aquí surge la primera gran laguna: ¿por qué se quedaron ahí quietos durante siete meses? Y es que Elizondo llegó a Guaymas, el puerto de Sonora y desde donde preparó los ataques contra los indios, el 11 de marzo de 1768, después de cincuenta y ocho días de viaje por tierra; eso quiere decir que se puso en marcha a mediados de enero de ese año.

No sé la razón de tan grande demora. Es posible (hasta probable, diría yo) que tenga que ver con la expulsión de los Jesuitas de Sonora. En el verano de 1767, Juan de Pineda, el gobernador de Sinaloa y Sonora, recibió la orden de que procediera a la inmediata expulsión de la cincuentena de misioneros de la Compañía de Jesús que trabajaban en ese territorio. A los de Sonora los convocó en la misión de Mátape (hoy Villa Pesqueira) para enseguida detenerlos e incomunicarlos. A finales de agosto los trasladaron a Guaymas y los encerraron en un barracón miserable junto al mar, donde permanecieron hasta el 20 de mayo de 1768, cuando los embarcaron con destino a España (en un viaje que fue una dolorosa odisea). Supongo que la expulsión tuvo que generar bastante inquietud y descontento en la población de Sonora, tanto entre los residentes españoles (las familias más influyentes, muchas de origen vasco, eran muy afines a los misioneros) como entre los indios. Quizá las autoridades pensaron que convenía esperar a que los frailes salieran del Estado antes de iniciar la campaña de castigo contra pimas y seris. El caso es que, durante esta larga espera, llegaron los catalanes de la Companyia. En el post anterior dije que al llegar a la Nueva España (después de una escala en La Habana porque Cuba iba a ser, en principio, su destino) los enviaron a Guadalajara, porque así lo había leído en una web sobre la Companyia. Sin embargo, después, encuentro otras fuentes que aseguran que su sede fue fijada en Tepic, la capital del actual estado de Nayarit. Ahora bien, quien dice Tepic bien puede decir el cuartel de Huaristemba (si coincidía con el actual poblado de ese nombre, distaba unos 50 kilómetros de Tepic); así que para mí tengo que los hombres que dirigía Agustí Callis llegaron en octubre de 1767 al mismo cuartel en que desde cuatro meses antes estaban ya instalados los soldados al mando de Domingo Elizondo. Seguramente alguno de los oficiales catalanes (¿por qué no el propio Fages que he elegido como mentor y protector de mi protagonista?) conocería de antes a Elizondo, tal vez de haber batallado junto a él en la ya mencionada campaña de Portugal.

Me detengo aquí, pero ya es fácil adivinar que los catalanes recién llegados (parte de ellos en realidad) se unirían a las fuerzas de Elizondo en la expedición represiva contra los indios rebeldes de Sonora. José Joaquín Ticó, por supuesto, viviría esa campaña (porque así lo decido, que no tengo ni un solo dato que lo confirme) que habría de significar su bautismo de fuego. Pero ya lo contaré en el próximo post.

2 comentarios:

  1. A su manera, los jesuitas casi murieron de éxito: sus técnicas en muchos casos adelantaron el espionaje moderno y la guerra de información, lo que hizo que fueran temidos en algunos reinos cuando se vio el inmenso peligro que suponían.

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    1. La expulsión de los jesuitas daría para una magnífica novela de intriga (si es que no está ya escrita, lo que es probable). En mi opinión, hubo bastante injusticia en esa decisión; y más si pensamos en los que habían hecho tan impresionantes trabajos colonizadores en América.

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