sábado, 23 de agosto de 2014

Planos y mapas (y 3)

Hechas las disquisiciones etimológicas de los dos posts anteriores, vayamos a la discusión que los motiva. Resulta que en mi oficina hay dos geógrafos que opinan que los que en los documentos de planeamiento urbanístico son tradicionalmente llamados planos deberían denominarse mapas. En apoyo de su tesis sostienen que mapa es el término técnico preciso para las representaciones bidimensionales de un territorio cuando éstas se encuentran georreferenciadas. Dicho de otra manera, un dibujo será un mapa cuando cuente con coordenadas geográficas que permitan situarlo adecuadamente sobre la superficie de la tierra. Desde este planteamiento, un plano sería también una representación bidimensional pero sin georreferenciación.

Antes de seguir, he de aclarar que esta definición de mapa, tal como he comprobado en internet, es defendida mayoritariamente por los profesionales de la cartografía y del análisis de sistemas de información geográfica (SIG); es decir, tiene una fuerte componente gremial, muy vinculada a un determinado entorno disciplinar. Hoy en día los planos de urbanismo se hacen trazando rayas en ordenador sobre bases cartográficas que proceden de vuelos fotogramétricos, corregidos, digitalizados y adecuadamente georreferenciados. Así pues, un plano de ordenación de un Plan General, por ejemplo, es sin duda un mapa porque cada uno de los puntos de sus trazados queda precisamente situado sobre la superficie terrestre. ¿Hemos entonces los restantes profesionales que andamos en este maltratado oficio aceptar la propuesta de los geógrafos y dejar de decir planos para llamarlos mapas? No tan rápido; para abolir un término consagrado en la tradición (y en un abundante corpus legal y doctrinal) hay que tener muy buenas razones.

La primera podría ser que el significado de la palabra que usamos no se corresponda con el concepto que denomina. Esta condición se verificaría si tal como pretenden (aunque tímidamente) los sostenedores de la tesis ya explicada un plano no está georreferenciado (porque, si lo estuviera, sería un mapa). Ahora bien, de acuerdo a la definición del DRAE (véase el primer post) el plano, en efecto, no tiene porqué estar georreferenciado, pero no por estarlo deja de ser plano: toda representación bidimensional a escala de un territorio es un plano, esté georreferenciada o no. Es decir que, respetando las convenciones semánticas del Diccionario, todas las representaciones bidimensionales a escala de un territorio serían planos, y éstos se dividen en dos tipos: los que están georreferenciadas, que se llaman mapas, y los que no lo están (que no se llaman de ninguna manera o, si se quiere, planos que no son mapas). Es decir, como ya adelanté en el post anterior, los mapas serían un subconjunto de los planos.

Si admiten lo anterior, mis compañeros geógrafos habrán de reconocer que no es incorrecto llamar planos a los de los planes urbanísticos, pero aún así insistirían en que sigue siendo más adecuado denominarlos mapas, para que el propio nombre deje claro que están georreferenciados. En principio no me parecería mal, pero hago notar que ello requeriría que la normativa legal que regula la documentación de los planes obligase a que los planos estuviesen georreferenciados. De momento no es así, y tan legal es un plano de ordenación de un Plan General georreferenciado (mapa) como otro que no lo esté, y quizá por eso convenga mantener el nombre genérico de planos en lugar del de mapas. Pero la objeción principal apunta a las diferencias reales entre las representaciones bidimensionales de un mismo territorio según estén o no georreferenciadas. Como es más que sabido, una de las cuestiones clave de la cartografía es la forma en que se representa la superficie curva (casi esférica) de la Tierra sobre una superficie plana. La proyección cartográfica que se convenga establece una correspondencia biunívoca entre cada punto del dibujo bidimensional (del mapa) y el correspondiente del globo terráqueo.

Ha de aclararse para los profanos que ninguna proyección cartográfica permite mantener todas las relaciones geométricas entre los puntos del globo, por la simple razón de que una esfera no puede "desplegarse" sobre un plano. Así, cualquier protección distorsiona en mayor o menor medida las tres magnitudes más características de estas relaciones: las distancias, las superficies (áreas) o los ángulos (las formas); distorsiones, además, que varían según la posición (latitud y longitud) de cada punto en la esfera. Atendiendo a la finalidad que se quiera (e incluso, como se suele denunciar, a la intencionalidad ideológica), se opta por un método concreto de proyección, entre los muchos que hay y de los que resultan mapas de apariencias muy distintas, lo que –pese a lo sugestivo del asunto– no es el objeto de este post (aún así no me resisto a colocar sobre este párrafo el mapa Dymaxion de Buckminster Fuller). Es decir, que ningún mapa (bidimensional) puede lograr una representación fiel de la superficie terrestre y, obviamente, las distorsiones serán mayores cuanto mayor sea la superficie del territorio representado, debido a la mayor influencia de la curvatura del globo terráqueo. Los mapas que se usan habitualmente se basan en el sistema de proyección UTM (sistema de coordenadas universal transversal de Mercator) que, para evitar distorsiones significativas en las distancias, es una representación por "trozos", dividiendo la Tierra en husos de 6º de longitud; la cartografía que usamos en Canarias, por ejemplo, corresponde al huso 28.

Bueno, mencionado el rollo técnico anterior, volvamos a la cuestión, admitiendo que los mapas son las representaciones que tienen en cuenta la curvatura de la Tierra y los planos (que no son mapas) las que no. Ahora bien, ¿cuál es la magnitud de las diferencias entre dos representaciones de un territorio según se corrijan o no teniendo en cuenta dicha curvatura? Supongamos dos puntos A y B; la distancia entre ellos medida sobre la superficie de la tierra (suponiendo que se trata de un terreno llano, porque las diferencias debidas al relieve no son relevantes a efectos de esta discusión) es la del segmento circular parte de la circunferencia de la superficie esférica que los contiene. Sin embargo, la distancia recta entre ambos puntos (A'B') es una línea recta cuya medida la podemos obtener, por ejemplo, mediante teodolitos. Obviamente AB, la distancia que reflejaría un mapa, es algo mayor que A'B', que sería la medida de un plano (no mapa). Pues bien, la distancia "curva" AB es Rα, donde R es el radio de la Tierra (unos 6.370 kilómetros) y α el ángulo (en radianes) desde el centro de la esfera a los puntos A y B. Este ángulo α, que depende directamente de la distancia entre A y B, es igual a 2arcsen(A'B'/2R).


Apliquemos estas conclusiones a las dimensiones del planeamiento urbanístico, por ejemplo al PGO de La Laguna, que no es precisamente un municipio pequeño para la escala canaria. La distancia máxima entre sus puntos más alejados (El Ortigal Alto y Las Carboneras en Anaga) roza los 17 kilómetros, supongamos que medida “recta”. Para esa distancia recta, el ángulo α es de 0,00266876 radianes (unos 0,15º), de modo que la distancia curva (o real) sería de 17,000005 kilómetros. Es decir, en este ejemplo la distancia que resultaría de un “mapa” sería medio centímetro mayor que la obtenida de un “plano”. Un “error” del 0,00003% en la máxima distancia del municipio, que es mucho menor en distancias menores (por ejemplo, la diferencia de las distancias entre el estadio de la Manzanilla y el rectorado de la Universidad –para ajustarnos al núcleo central de la ciudad- que es de un kilómetro y ochocientos metros equivale a 6 micrómetros (6 milésimas de milímetros) y a un “error” del 0,00000033%). En otras palabras, en las dimensiones propias del planeamiento urbanístico, las diferencias entre las distancias según se considere o no la curvatura terrestre son mínimas, absolutamente despreciables. Desde luego, son muchísimo menores que los errores derivados de la precisión con que se elabora la cartografía y, además, imposibles de representar a las escalas propias del planeamiento (1:1.000 y 1:5.000) porque, simplemente, son inapreciables por el ojo humano. Así pues, la distinción conceptual entre mapa y plano (admitiendo la propuesta de mis compañeros geógrafos) a estas escalas carece de cualquier efecto práctico real. O más contundentemente: la curvatura de la superficie terrestre es irrelevante para el planeamiento urbanístico.

Pero es que, además, resulta bastante discutible que las bases cartográficas que empleamos para hacer urbanismo puedan considerarse mapas, si la diferencia fundamental para no llamarlos planos es que tienen en cuenta la curvatura terrestre. La cartografía 1:5.000 de GRAFCAN (la empresa pública que la elabora en Canarias) se elabora mediante restitución fotogramétrica de fotogramas a escala 1:18.000 que cubren un cuadrado de 500x500 metros (25 ha). En estas dimensiones, el porcentaje de desviación derivado de la curvatura terrestre es absolutamente mínimo. El problema realmente significativo es la corrección de la ubicación en planta de los elementos de distinta altitud, derivados de la proyección cónica propia de la fotografía aérea, asunto que nada tiene que ver con el otro. Dicho de otra forma, entre una representación bidimensional de una ciudad (o de un municipio) hecha mediante restitución fotogramétrica y otra realizada a través de un levantamiento topográfico tradicional no hay diferencias significativas en relación a la curvatura terrestre. Carece pues de sentido llamar a la primera mapa y a la segunda plano.

Si en las dimensiones propias del planeamiento urbanístico las correcciones derivadas de la curvatura terrestre no son relevantes para diferenciar entre planos y mapas, el que un plano no esté georreferenciado deja de ser una característica fundamental para que no se le pueda llamar plano. Si dicho plano está correctamente elaborado (por ejemplo, mediante un levantamiento topográfico), situarlo con precisión sobre una cartografía georreferenciada es tarea casi inmediata: basta identificar dos puntos de referencia para que el dibujo se coloque sobre el mapa sin sufrir ninguna deformación apreciable (tarea, por cierto, que hacemos con mucha frecuencia en la oficina). Así las cosas, no me parece que en el ámbito del planeamiento urbanístico merezca la pena reivindicar el cambio terminológico del tradicional planos por el de mapas. De hecho, como compruebo tras varios rastreos por internet, frente a la tesis algo "fundamentalista" de mis compañeros, hay otra que centra la diferencia entra mapas y planos en la extensión del territorio representado. Bajo este criterios, deberían llamarse planos las representaciones a escala grande y que por tanto, dadas las limitaciones del espacio soporte, cubren extensiones superficiales pequeñas. ¿Cuál sería la escala a partir de la cual convenir en que pase de plano a mapa (o viceversa)? Hay distintas opiniones: los más "mapistas" la fijan en 1:10.000 y, en el extremo opuesto, se van hasta 1:50.000. El Mapa Topográfico Nacional del IGN, por ejemplo (buena referencia), está compuesto por 4.123 hojas a escala 1:25.000, cada una de ellas cubriendo 5' de latitud y 10' de longitud (aproximadamente 13,5 x 9,25 Kilómetros, unas 12.500 hectáreas). Conste, en todo caso, que la 25.000 es una escala "frontera" entre los dos dominios: demasiado detallada para un mapa y demasiado pequeña para un plano.

Concluyo este largo y aburrido post con mis conclusiones personales, en absoluto dogmáticas. En nuestro país, la escala del urbanismo es la municipal. Las determinaciones gráficas de los planes urbanísticos suelen requerir dos series de planos: los de conjunto, que recogen la totalidad de la extensión municipal, y los referidos a los núcleos poblados con sus eventuales extensiones. Los primeros deben, en mi opinión, tener una escala no inferior a 1:10.000, con lo cual desde la convención señalada anteriormente difícilmente han de denominarse mapas. En cuanto a los segundos, a escala bastante mayor (1:2.000 o, mejor, 1:1.000), de siempre se han denominado planos urbanos. Así pues, en contra de la opinión de mis compañeros, me inclino por respetar la tradición y seguir denominando planos a los de los planes urbanísticos. Quizá en el marco del planeamiento territorial, sobre ámbitos geográficos bastante mayores al de un municipio (por ejemplo, el Plan Insular de Tenerife) conviniera proponer llamar mapas a lo que también se denominan planos, pero no en el campo del urbanismo.

 
Maps & Plans - Keith Johns (Maps & Plans, 2014)

3 comentarios:

  1. Buena, exhaustiva y documentada exposición que, entre mucha sotras cosas prueba una que tengo muy clara, que no existen los sinónimos exactos, y el caso de plano y mapa tampoco, toda palabra y otra similar son 'levemente' distintas como mucho y por mucho que parezcan similares. Por otra parte, la inversa, una palabra concreta siempre es polisémica, significa varias cosas normalmente próximas aunque no siempre. El contexto entonces nos da la clave del uso adecuado, teniendo en cuenta, como bien dices, que uno de esos contextos, armado del Principio de Autoridad, es el gremial o corporativo. Propondría tu texto de estos tres posts en muchos másters, o maestrías como dicen en la América hispanoparlante, de urbanismo, planeamiento, ordenación de territorio y otras y otros “etcéteras”.

    ResponderEliminar
  2. Coincido con Lansky, y añado que me encanta el mapa Dymaxion de Buckminster Fuller.

    ResponderEliminar
  3. Vuelvo de vacaciones y mira tú lo que me encuentro...

    Al grano, como bien apuntas la distinción en el ámbito de la cartografía, entre plano y mapa no es más que el hecho de poder prescindir o no de la curvatura de la tierra.

    Los planos no son más que un tipo particular de mapas donde podemos prescindir de la curvatura terrestre.

    El tema de la georreferenciación es, en este punto, a todas luces irrelevante. Lo que sucede es que, tradicionalmente, los planos se representaban con coordenadas locales porque el dar coordenadas coordenadas geodésicas a un punto (latitud, longitud y altura ortométrica) era, hasta el advenimiento del GPS una tarea tremendamente complicada y tan solo se resevaba para las grandes obras públicas.

    ¿Cuál sería la escala a partir de la cual convenir en que pase de plano a mapa (o viceversa)? Efectivamente el límite es la escala 1:10.000. Si la escalas es mayor hablaríamos de planos, que, recuerdo, no deja de ser un tipo particular de mapa.

    Los mapas a escala 1:25000 o inferior no son planos porque influye la curvatura de la tierra. Esto se ve cuando tratamos de hacer un mosaico con mapas continuos a escala 1:25000 y vemos que los mapas no casan entre ellos y aparecen desgarrones

    ResponderEliminar