Otro más que se va
Cuando yo era niño, el 2000 era la fecha símbolo del futuro. Un futuro entendido como un tiempo radicalmente diferente a ese presente de los sesenta. En mi imaginario infantil, ese futuro tan distinto lo representaban los supersónicos (the jetsons, serie de dibujos animados de Hanna y Barbera), que vivían en casas elevadas y se movían en coches voladores. A final de esa década, Kubrick presentó la Odisea espacial, fechada justamente el primer año del siglo que se imaginaba tan lejano, reforzando más aún esa mitología futurista. Sin embargo, pasaron los años, nos hicimos mayores y empezó el siglo XXI; y luego siguieron pasando los años, uno tras otro, cada vez más deprisa los puñeteros, hasta el decimosexto que está ya agonizante, a breves horas de desaparecer para siempre. O sea, que hace tiempo que estamos en el futuro, aunque no se parezca demasiado al que en los sesenta anticipaban los dibujos animados, las películas y las novelas de ciencia ficción. No obstante, que para mí año dos mil diecisiete sea una palabra que sigue teñida de futuro no demuestra sino que pertenezco al siglo pasado, por más que me empeñe en lo contrario. Pero bueno, no se piense de esto que digo que me invade ninguna tristeza melancólica o sentimiento análogo; simplemente empezaba a escribir mi post de fin de año y al pronunciar dos mil dieciséis me vinieron esos recuerdos infantiles del futuro: qué barbaridad. Desde luego, seguro que el chavalín que veía a finales de los sesenta la tele en blanco y negro no se imaginaría ni por asomo al tipo al que estaba destinado a convertirse ni a la época que le tocaría vivir. Pero dejémonos de boberías y vayamos al asunto.
Y el asunto es dejar escrito un breve balance personal del año que se va, como llevo haciendo ya desde 2006, cuando inicié este blog: ¡nada menos que el undécimo post de esta serie tópica y un tanto ñoña! Sin duda, la novedad más importante ha sido mi regreso a la función pública, en mi caso a la administración general de la Isla, al Cabildo. He vuelto al mismo departamento del que salí en excedencia voluntaria en mayo de 2008, pero mientras antes era un jefecillo, ahora soy el último de la fila, toda vez que durante mi ausencia el escalafón corrió y, ya se sabe, quien fue a Sevilla perdió la silla. A esto hay que sumarle que, por distintas circunstancias, he regresado tachado un tanto como “persona non grata” entre ciertos políticos que ocupan cargos de poder, lo que ha contribuido a que prefieran mantenerme lo más relegado posible. Confieso que, en los primeros meses del año, esta mi nueva situación me tuvo algo desconcertado: después de un largo periodo metido en muchas salsas y con un nivel aceleradísimo de actividad, te encuentras apartado sin prácticamente presión. A uno se le cruzan sentimientos encontrados: de un lado, la sensación de menosprecio que inevitablemente afecta a la vanidad, pero, de otro, una especie de abandono que, bien tratado, puede llevar hacia una deseable paz y equilibrio anímicos. En fin, lo cierto es que, desde luego, he ganado en tranquilidad y disponibilidad de tiempo; en cuanto a mi trabajo, a medida que pasaban los meses, han ido poco a poco encargándome tareas cada vez de mayor utilidad. Téngase en cuenta que en la administración pública todo transcurre más despacio que en el mundo exterior; asumiendo ese ritmo intrínseco, ya veremos como evolucionan las cosas en este inminente 2017.


Y poco más voy a añadir. Releyendo el post de hace un año, veo que predije que las entonces recientes elecciones (diciembre de 2015) no auguraban cambios significativos y parece que acerté incluso más de lo previsto: hace poco que ha empezado el “curso” y ciertamente muy al ralentí. Más movidillo se presenta en cambio el panorama político canario, ya que justo antes de la navidad se produjo la más que esperada crisis en el pacto Coalición Canaria y PSOE y ahora hay que esperar a ver qué pasa (y lo que pase puede afectar a mi vida cotidiana bastante más que la política estatal). Pero no es éste el momento para tocar tan aburridos asuntos. Acabo pues deseando feliz año a todos los que por aquí se pasan, confiando en que en 2017 sigamos leyéndonos. Para ilustrar estos deseos acompaño la foto con la que una amiga me ha felicitado las fiestas: se trata de un analema solar, la imagen que se obtiene de fotografiar el sol durante un año desde el mismo lugar y a la misma hora. El resultado es una curva que se llama lemniscata y que todos conocemos como el símbolo del infinito. Por lo visto, un analema es muy difícil de conseguir; en este caso es obra de Fernando de Arnáiz, quien lo hizo desde agosto de 2011 a agosto de 2012 en Burgos. Bonita es, desde luego.
Funky new year - The Eagles (Please Come Home for Christmas, 1978)