sábado, 10 de diciembre de 2016

El viejo putero (1)

Me prometes que te vas a ocupar de mí, dejo el currelo y ahora me sales con estas. Jesús la miró sin hablar. Carmen la tetas, la más veterana del Afrodita, ahí delante, plantándole cara. ¿Él le había prometido sacarla del oficio? ¿Le había ofrecido venirse a vivir a su casa? No lo recordaba, tampoco le cuadraba, pero no estaba seguro. Tengo setenta y dos años y esto es el comienzo del alzheimer, o tal vez algo más que el comienzo. Jesús no se engañaba, había estado casi cuarenta años de médico de familia, casi siempre en pueblos castellanos, y había conocido sinfín de viejos a los que se le iba la cabeza, poco al principio y al final del todo, hasta olvidar quiénes eran. Vale, se dijo, puedo no acordarme, a lo mejor sí, a lo mejor después del sexo, un poco borracho … Lo cierto es que en los últimos meses ha pensado no pocas veces en que estaba viejo y solo, mala combinación. Hace ya muchos años que dejó de tener ―¿cómo llamarlo? ― relaciones formales. La última fue Concha, divorciada con una hija adolescente, él aún no había cumplido los cincuenta, a punto estuvo de casarse, sin demasiado entusiasmo, casi fue una rendición. Pero no, al final decidió escaquearse, aprovechó la oportunidad de un nuevo destino, de un pueblo de Guadalajara a otro de Ciudad Real y adiós a Concha. Nunca se ha arrepentido, bueno, en los últimos meses alguna comezón pero es que la soledad cuando se va envejeciendo asusta un poco. Eso sí, la historia con Concha, el final sobre todo, lo dejó bastante escaldado, lo suficiente para quitarle las ganas de meterse en nuevas relaciones formales. Además, no era hombre que necesitara compañía fija y mucho menos dispuesto a renunciar a los hábitos, manías si se quiere, de tantos años de soltería. Cuestión distinta eran las necesidades de la carne que, en todo caso, ya no eran tan acuciantes como antes. Pero para eso estaban las putas.

De putas llevaba yendo desde siempre pero lo convirtió en una rutina metódica (higiénica, se decía) al poco de instalarse. Tras unos primeros tanteos de prueba, optó por convertirse en cliente fijo del Afrodita, a las afueras de la capital de provincia, y con un nivel de calidad más que aceptable, lo menos que él se merecía. Estaba algo lejos, a unos cien kilómetros y por carretera comarcal, pero eso más que un inconveniente era una ventaja: reducía las probabilidades de toparse con sus pacientes. Al principio, mientras estuvo en activo, se acercaba los viernes, después de cerrar la consulta. Luego, al jubilarse, se mudó al piso que había comprado en Ciudad Real y cambió las visitas a los miércoles, el día con menos clientela. Para entonces, ya era más que un habitual, casi uno de la pequeña familia estable, cuatro mujeres y Joaquín, el único y polifacético hombre del negocio. Estaban además, claro, las putas de tránsito, normalmente una semana en el local, en un circuito cuyos detalles Jesús prefería ignorar. Todas extranjeras: brasileñas, colombianas, rumanas, rusas … Casi todas unas hembras espectaculares, preciosas. De vez en cuando había contratado a alguna de ellas, urgido por ese absurdo anhelo de atrapar la belleza, y siempre había quedado insatisfecho, con la irritante frustración de haber sido engañado. En cambio, a medida que pasaban los meses y los años, prefería las fijas, las caricias precisas de quienes se habían aprendido las querencias de su cuerpo, el clima de casi intimidad, de casi cariño, que se establecía entre ellos, la serenidad, vacía de ansiedades, que le permitía abandonarse en una cama que casi no era ajena junto a una mujer que casi tampoco. Se había acostado con las cuatro mujeres; incluso Doña Adela, la regenta del burdel, pese a su larga edad, había querido enseñarle sus favores. Pero poco a poco, se había ido quedando con Carmen, aunque de vez en cuando, más para reivindicar su autonomía que por verdaderas ganas, ensayaba alguna nueva cata.

Carmen era la más joven de las fijas, también la última en sumarse a la singular familia. Había llegado al Afrodita haría unos siete u ocho años, más o menos cuando Jesús estaba a punto de retirarse o recién retirado. Por entonces no llegaba a los treinta y, salvo el detalle de un ligero estrabismo, era muy guapa o, mejor dicho, estaba muy buena, un cuerpazo tremendo y, sobre todo, unas tetazas de órdago, de ésas en las que se te clava la mirada y no hay manera de quitarla. Al menos, así le parecía a Jesús, que desde que la vio quedó prendado, sintió el mismo arrebato que, de cuando en cuando, le producía alguna de esas extranjeras del circuito, las mulatonas caribeñas especialmente. Por tanto, enseguida quiso encamarse con ella, pero durante los primeros meses no hubo muchas ocasiones y esas pocas, la verdad, resultaron un tanto decepcionantes. Pensó luego que fue porque la Carmen estaba empezando en el oficio y todavía le hacía ascos a según qué clientes; además, aún no se conocían, no había habido tiempo para el trato, para que lo fuera conociendo, habituándose a él. Durante esa etapa inicial, la mujer se mostraba altiva, orgullosa, poco dada a conversaciones. Doña Adela le fue informando de la vida y milagros de la Tetas: era de un pueblo de Jaén, cerca de Linares; se había quedado preñada a los diecisiete del novio de toda la vida pero al enterarse el chaval se había largado. Tuvo que dejar el instituto y empezar a trabajar, empezó a juntarse con mala gente, al final acabó con uno de muy mala catadura, camello, drogata y con vocación de chulo. Acabó yéndose del pueblo con él, dejando al crío con los abuelos. De eso hacía un par de años, el tiempo de un peregrinaje sin prisas por las villas de la parte sur de la provincia. Con los trapicheos del maromo vivían hasta las vacas flacas, en que a ella le tocaba prostituirse, recibiendo en el propio piso previo anuncio en las páginas de contactos. Y enseguida otra mudanza, hasta que se asentaron en Ciudad Real y el laja cayó en una redada con otros camellos. Lo enviaron al penal de Alcázar de San Juan y ella pidió un puesto en el Afrodita, para esperarlo.

Era cierto que desde hacía tiempo venía sintiéndose muy a gusto con Carmen. La chica sabía cómo tratarlo, cómo destilar placer desde sus debilitados deseos, aprovechándolos al máximo, incluso sorprendiéndole. Era capaz de reavivar la sensibilidad de sus poros apáticos, casi comatosos, colmando a Jesús de satisfacción. Y luego sabía acariciarlo, sus dedos sutiles iban cantando una nana por cada trozo de su piel arrugada, cansada, y él se iba adormilando hasta caer en un sueño profundo, del que no despertaba hasta el amanecer, siete horas seguidas, algo impensable en sus noches solitarias. Por eso, ahora, viéndola ahí, en el recibidor de su piso, con una maleta de flores en el suelo, callaba mientras pensaba, mientras dudaba. Él, un médico jubilado, ponerse a vivir a su edad con una puta treinta y pico años más joven, qué dirán quienes lo conocen, sus sobrinos (pero casi no tiene amigos y a sus sobrinos hace mucho que no los ve ni se preocupan de él). Jesús la mira y, a regañadientes, no puede evitar admirarla: tiene carácter, decisión, y qué guapa es la condenada, cuánto le brillan los ojos, y ese cuerpo … Carmen se da cuenta de las dudas del viejo, relaja la expresión, se acerca muy despacio, insinuante, alza las manos hacia su rostro, con lo bien que estás conmigo, le dice, a qué viene este recibimiento. Jesús siente el escalofrío del deseo, huele el aroma de la mujer, está muy cerca, casi pegada. Logra dominarse, ordenar sus pensamientos, dar a su voz el adecuado tono de autoridad. Sí, es verdad Carmen, te lo dije. Necesito una mujer que se ocupe de la casa, que me ayude, me estoy haciendo mayor, y a ti te tengo cariño, ya lo sabes. La cogió del brazo, sin dejar que hablara, y la llevo consigo: mira, había pensado que podríamos arreglar esta habitación para ti, ¿qué te parece?

12 comentarios:

  1. Hacía tiempo que no comenzabas uno de tus relatos. Veamos si te sigue la inspiración...

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    1. Sí, la inspiración la tengo, por lo menos para relatar lo que pasa una vez que Carmen y Jesús empiezan a vivir juntos.

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  2. Tengo para mí que esto está basado en hechos reales.

    Una apostilla tardía al post "Festival de la vendimia". Comentas que crees habértelo montado con dos hermanas, al igual que hizo Lansky en su día, aunque él lo recuerda bien, y dado que conozco otro caso, que lamentablemente no soy yo, me pregunto cuán frecuente será el sexo entre hermanas (y ojo que estoy hablando en serio).

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    1. Números: no me parece que esos ejemplos tengan mucho peso estadístico

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    2. "Basado en hechos reales": no vas muy desencaminado, aunque quizás en vez de 'basados' sería mejor decir 'inspirado'.

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    3. No tengo ni idea de cuán frecuente es el sexo, más que entre hermanas, con hermanas. Si no contamos el caso que narro en el post anterior, yo nunca me lo he montado no ya con dos hermanas sino ni siquiera con dos mujeres a la vez (aunque ha habido un par de ocasiones en que casi, pero los casi no son gol). Y en cuanto al caso que cuento, como digo, no lo recuerdo. Hay indicios para deducir que pudo ser que sí, pero me parece increíble que, si ocurrión, no guarde el menor recuerdo. En consecuencia, lo más científico me parece que no me cuentes como caso positivo.

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  3. ¿Cómo se sabe el número de peces que hay en un estanque?

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  4. Coño, 'detestive' Filemón, ha acertado usted en un alto porcentaje. Con tan altas capacidades premonitorias no merece la pena que continúe el relato.

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  5. :-D :-D :-D

    Mi pregunta, Miros, iba dirigida a Lansky. Últimamente me encuentro con que temas que, por una u otra razón, toco tangencialmente en mi abandonado blog o comentando por esos blogs de los mundos de Dios aparecen a los pocos días aparecen en la, digamos, prensa seria.

    Mi comentario iba acerca de uno de los más profundos tabúes que existen en nuestra sociedad: las relaciones sexuales dentro del entorno familiar y más específicamente los abusos sexuales dentro de la familia.

    Viendo Master of sex y a raíz de un post tuyo, recordé algunas historias que había oido en el seno de mi familia que decidí plasmar en mis dos últimas entradas y que me llevan a preguntar cuántos comportamientos patólogicos ocultos relacionados con el sexo hay en nuestro entorno más cercano (familia, amigos...) y cual es su influencia en nuestro día a día.

    Por eso mi pregunta a Lansky: ¿Cómo podemos contar los casos de algo que está oculto?

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  6. Entonces, Lansky ¿cómo se sabe, o se estima para ser más precisos, la población actual de ballenas?.

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