Cuento de Navidad
Hoy es al-yuma‘a, tercer día del mes de Muharram del año 1565, la fecha del centésimo segundo aniversario de Yusef. Ya es viejo, muy viejo, y además está cansado, demasiado cansado. Todavía no ha amanecido pero lleva ya un rato despierto, echado bocarriba en la cama, los ojos abiertos pero inmóviles, mirando sin ver el techo de su pequeño dormitorio. Dentro de unas horas vendrán las asistentas sociales con sus velos y sus uniformes blancos, salvo la diminuta medialuna roja bordada en el pecho. Para entonces Yusef ya habrá desayunado, habrá ordenado someramente el reducido espacio que llama apartamento, y se habrá duchado y vestido con la ropa para asistir a la mezquita a cumplir con el azalá del viernes. Quizá, piensa, pueda convencer a sus guardianas de que está enfermo de modo que le eximan de asistir a los rezos, mas lo duda. En cualquier caso, aunque todos sus movimientos son lentos, dispone todavía de mucho tiempo, más que suficiente para permitirse en este rato que antecede al alba dejar vagar la mente, perderse en recuerdos ya tan desvaídos que parecen ensoñaciones.
Yusef a sí mismo se llama Pepe, que era como lo llamaba su padre, o Josito, evocando la voz de su madre, sus caricias. Aún le queda memoria de los cumpleaños de su infancia, ningún otro niño los celebraba con tanto fasto. La víspera, tras una cena opípara, con manjares que solo se servían en esos días, cantaban villancicos y luego, a medianoche, todos, papá y mamá, los abuelos de Ávila que habían venido a casa, el tío Jorge y las tías Mariví y Laura, ésta acompañada de Nando, su novio, lo escoltaban en desfile solemne hasta el cuarto del fondo, el de los libros, donde se había colocado el árbol con los adornos y en torno a éste, mágicamente aparecidos, los regalos envueltos en papeles con dibujos de estrellas. Porque Yusef había nacido en la misma fecha que el Niño Jesús y por eso su cumpleaños era especial, y los regalos venían directamente del Cielo. Pepe había nacido el 25 de diciembre de 2037, un viernes como hoy, pero que no era fiesta por la oración semanal sino por ser la Navidad. Claro que en aquellos lejanos años, el país en que vivía no se llamaba Al-Andalus ni era musulmán sino cristiano. Bueno, la verdad es que tampoco demasiado cristiano, pero se celebraba la Navidad y él se sentía el niño más importante del mundo.
Trata de situar en el calendario la última de sus navidades infantiles. No lo sabe con certeza pero calcula que debió ser hacia 2045, cuando cumplió ocho años. Ese año no se puso el árbol en la habitación de los libros, tampoco la cena de la Nochebuena fue tan magnífica. No obstante, Josito tuvo sus regalos, pero se los entregaron, uno a uno, sus familiares. Su padre le explicó confusamente que unas personas malvadas habían prohibido la Navidad y que había que estar en silencio, no decir fuera de casa que la celebrábamos, ni siquiera debía Pepe contar en el colegio que le habían hecho regalos. Él no había entendido casi nada, pero recordaba el aire triste y pesado que oprimía a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos. A partir de esa fecha, las cosas empezaron a cambiar cada vez más deprisa, como una bola de nieve que cae por una pendiente, acelerando sin cesar su velocidad y tamaño. Recuerda la noche que su padre lo despertó para abrazarlo muy fuerte y mojarle la cara con sus lágrimas, le repetía que lo quería mucho, que fuera fuerte, y le daba besos y volvía a abrazarlo; después se fue y no volvió a verlo nunca más. Recuerda también los días de la guerra, cuando tenía prohibido ir solo por las calles del barrio porque caían bombas que derruían edificios y podían matarlo. Y por último recuerda una tarde en que estaba solo en casa –no sabe por qué, qué había pasado antes– y llegan unos señores con uniforme y se lo llevan a la residencia donde pasó los siguientes diez años. Toda su familia, le dijeron en algún momento de esa década, había fallecido durante la guerra.
El tiempo de la escuela fue también el de la consolidación del nuevo régimen y, para él, el de aprendizaje del árabe y del Islam, idioma y religión oficial. Después, su integración laboral y ciudadana en el nuevo Estado musulmán, uno más de la confederación islámica europea. Su vida, dentro de lo que cabe, no ha sido demasiado mala, incluso hay quien lo califica de privilegiado. Pero hace ya mucho tiempo que se jubiló, mucho tiempo también desde que murió la última y más joven de sus esposas, demasiado viviendo solo en este cuchitril, apartado de todos. Yusef piensa que se tenía que haber muerto hace años, cuando el sonido de su nombre árabe no le escocía en los oídos, cuando aún no soñaba en castellano, cuando los recuerdos de su infancia no se adueñaron de su mente. Todo eso había empezado la víspera de su centésimo cumpleaños, al despertarse con una frase golpeándole el cerebro, una frase que resucitaba desde un pasado remotísimo: esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Así llevaba los dos últimos años, embargado por una nostalgia triste, por una abrumadora sensación de pérdida, que le había hecho caer en una especie de modorra anímica casi permanente. Lo peor, lo más doloroso, era que se le había alojado en el paladar el sabor del jamón ibérico, una sensación gustativa que lo retrotraía a los picoteos previos a las cenas de Nochebuena y almuerzos de Navidad, provocándole una ansiedad casi insoportable.
Unas horas más tarde llegaron al piso de Yusef las dos asistentas sociales. Entraron abriendo con su propia llave porque el anciano no había respondido al timbre. En la sala, pegado al vidrio de la única ventana exterior del apartamento, había adherido un papel de gran tamaño con el dibujo de un abeto con bolas de colores. Sobre el árbol, dos angelotes desplegaban un cartel en el que se leía “gloria a dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; al pie del papel otro texto: “hoy es Navidad”. Bashira y Hana se miraron en silencio, sin entender nada. Pasaron al dormitorio. Sobre la cama yacía Yusef, los ojos abiertos mirando sin ver, una sonrisa enajenada en el rostro. El cuerpo ya empezaba a enfriarse.
A mí me ha gustado mucho este cuento, pero que sepas que ya habrá quien levante contra ti un dedo acusador para añadir, ¡pausa dramática!, que eres un islamófobo del copón. Algunos, los menos cultos, que debería darte vergüenza ser tan racista, porque confunden el Islam y la lengua árabe con una raza, o etnia, pues para eso no son muy leídos; otros, algo más leídos, ser tan xenófobo, a pesar de que no es necesario que alguien sea extranjero para que sienta antipatía por su religión.
ResponderEliminarEl cuento parte del escenario propuesto para Francia por Houellebecq en su novela Sumisión. Es decir, imagino que Europa se ha convertido al Islam (parte voluntariamente y al final a la fuerza) y los países son estados islámicos.
EliminarDicho esto, no veo que el cuentito deje ver el menor atisbo de islamofobia, pero en fin. Desde luego, el protagonista y sus paisanos son españoles, descendientes de los que vivimos aquí un siglo antes. No puede haber ni racismo ni xenofobia.
Me figuraba que tendría que ver con el francés, se ha hecho muy célebre. Y temo decirte que a algunos se la refanfinflan tus correctos razonamientos, porque creen a pies juntillas que los musulmanes son como una raza o unos extranjeros dentro de su propio país. No por casualidad digo que no tienen muchas luces...
EliminarEs triste. Es triste. En un cuento de Navidad hace falta algo de esperanza. Echo de menos la luz ;-) No sé. Igual la panislamia-europea decidiera hacer negocio de la fiestas en general y decidiera con el tiempo recuperar San Juan, Navidad, el 14 de julio e incluso La Diada! ;-P Saludos
ResponderEliminarLamento que no me haya salido esperanzador, luminoso. Será que la Navidad no me pone demasiado.
EliminarYo no veo tampoco ninguna islamofobia en tu cuento. Lo cual no obsta para que Ozanu tenga razón, y pueda haber, con bastante probabilidad, mucha gente que piense que sí. ¿Por qué? Porque presenta al Islam victorioso, y es una perspectiva que a ningún no musulmán le resulta apetecible, confiéselo o no; sobre todo si se le están describiendo consecuencias de esta victoria tan emocionalmente desagradables como que haya quedado prohibida la Navidad -que todos celebramos y consideramos como algo propio, creyentes y no creyentes- o que un Pepe pase a llamerse Yusuf y tenga que levantarse para la oración del viernes, o que el jamón ibérico sea para él solo un recuerdo inalcanzable. Todo lo cual son datos objetivos y bastante realistas sobre los que el cuento no hace valoraciones. Pero los lectores que lo vivan como algo indeseable -muy lógicamente, por otra parte- y no quieran confesar su propio -y respetabilísimo- rechazo al Islam, muy probablemente lo proyectarán sobre el autor, acusándole de islamófobo por despertar su propia islamofobia.
ResponderEliminarPersonalmente lo tengo muy claro. Tu cuento no es islamófobo; yo, sí. Mucho. Mi islamofobia no me lleva a rechazar, ni a despreciar, ni mucho menos a odiar a los musulmanes. Ni siquiera a desear que se restrinjan sus derechos civiles, incluido el de profesar en paz su religión. (Derecho, por cierto, que reconoce a todos los creyentes de cualquier confesión el Código Penal, aunque nuestro ínclito Poder Judicial haya decidido en reciente sentencia que para los católicos puede suspenderse sin problemas, de manera que debemos aguantarnos cristianamente cuando una ciudadana perturba nuestras ceremonias con amenazas de muerte, gritos y exhibiciones anatómicas). Porque en lo que consiste, en mi caso, eso que probablemente habrá quien llame islamofobia, con claro ánimo peyorativo, es en considerar al Islam como una religión objetivamente dañina e indeseable, en primer lugar para sus propios creyentes, y después para el resto de la humanidad. Y en estar dispuesto a hacer todo lo posible por que nunca pueda imponerse en mi país. Me parece una postura perfectamente respetable, incluso aunque haya quien quiera llamarla islamofobia, y no veo ningún motivo por el que deba avergonzarme de ella. Tampoco parecen creer que deban avergonzarse de la suya los que nos vaticinan a los católicos, con gran alegría, que vamos a arder, como en el 36. Con la diferencia de que la mía no incluye el deseo de la hoguera para nadie, ni perturba los actos litúrgicos de nadie.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarYo tampoco veo islamofobia en el cuento de Miroslav.
EliminarEn cuanto al Islam, mi actitud es la de no confundir la idea del Islam con la de sus fieles: respeto a los musulmanes (probablemte más que ellos a mí), pero no respeto sus ideas, que me repelen. No por eso soy islamofóbico en el sentido de racista, sino en el plano de las ideas, que no son para mí igualmente respetables (no admito esa tontería políticamente correcta).
Personalmente detesto la navidad y veo con pavor cuando se aproximan estas hipócritas fechas de consumismo desaforado y gregarismo gamberro.
También rechazo la idea de que la protesta de Rita en la capilla de la Universidad (laíca), sea una falta de respeto, y si lo es, para mí se impone el derecho a la manifestación, como lo es en el corte de una calle por el dereco a circular. Si la activista (bonito sostén) faltó al respeto a los católicos, previamente había una infracción más grave (por la que protestaba) que era la existencia de un templo de una religión en concreto en un recinto laico donde no existen otros templos,y eso a mí me ofende mucho.
Me alegra que no veáis islamofobia en el cuento. De hecho, si no fuera por el comentario de Ozanu, no se me ocurriría verlo en términos de fobias y filias. Ahora, ya puestos, parece más lógico tildarlo de filoislámico, ya que el Islam se ha extendido por toda Europa, convirtiendo a los otrora infieles. A este respecto me resulta muy sugerente lo que dice Vanbrugh de que justamente por eso, mediante proyección de los sentimientos del lector, alguno lo juzgue islamófobo.
EliminarEn cuanto a lo Rita Maestre y la reciente sentencia, me abstengo de opinar por el momento porque tengo un post a medio redactar sobre el tema.
Me parece bien todo intento de criticar el islam desde el punto de vista de los valores éticos occidentales y de la racionalidad secular, pero, tanto este cuento como "Sumisión" me parece que pecan de un exagerado pesimismo: la probabilidad de que las sociedades occidentales vayamos a convertirnos en masa al islam es menor, mucho menor, que la de que volviese a haber una reconversión masiva al cristianismo integrista como respuesta a una imaginaria influencia creciente del islam, probabilidad que ya me parece que es bastante pequeña.
ResponderEliminarPor cierto, para cuento de navidad, no puedo dejar de recomendaros el mío:
https://twitter.com/jzamorabonilla/status/811120296434532353
Un saludo, y felices fiestas
El libro de Houllebeck es una ficción, una novela, no un ensayo, aunque toda la excelente narrativa del francés está transitada pro mini ensayos.
EliminarJesús, dices que te parece bien todo intento de criticar al Islam. ¿Acaso ves en este cuento un intento de ese tipo? Porque te aseguro que para nada era esa mi intención.
EliminarNo sé la probabilidad de que dentro de un siglo Europa sea mayoritariamente musulmana. Es obviamente un escenario de ficción, no una predicción, ni siquiera una hipótesis verosímil (lo mismo vale para la novela de Houellebecq, como ya ha apuntado Lansky).
Por cierto, la URL que recomiendas es publicidad de tu novela "Regalo de reyes", la cual leí hace ya tiempo y me gustó. Pero no la calificaría de cuento de navidad.
EliminarNótese que jamás he dicho que el cuento sea islamófobo, sino que, como indica Vanbrugh, algunos lo pensarían, porque tienen esta obsesión por ver el Islam como cualquier cosa excepto una religión... Hecho que depende de su propia ignorancia y nunca de las intenciones del autor, pero este tipo de gente jamás reconoce su ignorancia.
ResponderEliminarBueno, el padre de Josito habla de "personas malvadas". Será cosa suya
ResponderEliminarHombre, es la forma de hablar de un padre a un niño. Un padre, además, que no estaba de acuerdo con el gobierno y que (así se insinúa) se sumó a la guerra contra el Islam. Se cuenta que hubo una guerra, pero no que los malos fueran los musulmanes. En fin, me da la impresión de que va a tener bastante razón Vanbrugh: se proyectan al narrador intenciones que, en todo caso, están en el lector.
ResponderEliminarMe cuesta mucho creer que este relato lo haya podido escribir un occidental que considera deseable el escenario que se describe en él, pero todo es posible, claro. Un saludo
ResponderEliminarNo, no considero deseable el escenario del cuento. Pero es que cuando lo escribí ni me planteé si lo deseaba o no; simplemente me lo imaginé como dato para la historia de un viejo que de pronto añora las Navidades de su infancia. De hecho, lo del islam era una excusa para la idea central del post: que en un futuro no se celebre la Navidad y nadie (menos el protagonista) lo eche en falta.
EliminarOK, que disfrutes la próxima, ya que de momento las sigue habiendo
ResponderEliminar;-)
Como ya le he dicho a Jesús, no se trata de que el escenario sea más o menos probable, sino simplemente tener una excusa para un relato en un futuro en el que ha dejado de celebrarse la Navidad.
ResponderEliminar¡Gracias! Me alegro de que te gustara "Regalo de Reyes".
ResponderEliminarEso sí, me extraña lo que dices: ¿no te parece un cuento de navidad porque no es un cuento, o porque no es de navidad? Pienso que lo primero sería más probable.
Sí, sobre todo porque no es un cuento sino una novela. Pero, aunque el asunto lo conformen elementos navideños, tampoco me parece que el género lo sea. Para mí es más una novela de intriga.
EliminarClaro, claro, no es técnicamente un "cuento de navidad", sino una "novela sobre la navidad".
ResponderEliminarUn saludo
O tal vez una "novela CONTRA la navidad"
ResponderEliminar;-)
Bonito relato.
ResponderEliminarSobre si alguien pudiera o no sentirse ofencido, ya se sabe que a día de hoy es imposible decir algo y que no haya algún gilipollas que se dé por ofendido. (Que conste que la frase no es mía, pero la suscribo)
Ya de paso, Feliz Navidad a todos.