Paseo por Madrid (y 2)
La caminata de ida la hacía por la acera de los impares de Martínez Campos pero también miraba hacia el otro lado y así, cruzando Modesto Lafuente, vi enfrente un edificio de extraña y llamativa apariencia: un prisma ligeramente irregular cuya “piel” es una malla de barras metálicas. Me pica la curiosidad y cruzo para meterme a fisgar. Se entra a través de un suelo con arena sobre el que han dispuesto unas traviesas pétreas a modo de camino. Un espacio interior flanqueado de más volúmenes recubiertos con las mismas varillas de acero (miro a través de estas y compruebo que están construidos con perfiles metálicos y vidrio). Contra una de las medianeras un cuerpo de edificación antigua: una galería de madera en planta baja y una gran cristalera en la planta alta. Enseguida descubro que se trata de la sede de la Fundación Giner de los Ríos, heredera de la Institución Libre de Enseñanza. Por la noche, en casa de mi hermana, me entero de que ese solar lo adquirió la ILE (constituida en sociedad por acciones en 1876) en 1884 y ahí fueron construyendo los pabellones necesarios para desarrollar su proyecto educativo; también allí se situaron las viviendas de Francisco Giner y de Manuel Cossío. La victoria franquista zanjó las ilusiones pedagógicas de la ILE “por sus notorias acciones contrarias a los ideales del Nuevo Estado” y por Decreto de 1940 sus bienes incautados pasaron al Ministerio de Educación Nacional. La sede de Martínez Campos ya había sido saqueada previamente: la biblioteca, el laboratorio, las aulas y el jardín, donde unos falangistas talaron los árboles y arbustos, salvándose solo una acacia centenaria frente al frontón y un aligustre a la entrada. En los ochenta el inmueble es devuelto a la actual Fundación (heredera de la ILE original), cerrándose el colegio publico que allí funcionaba (el Eduardo Marquina, antes Joaquín Sorolla). En la primera década del nuevo siglo, con importante financiación pública, se convoca un concurso para recuperar las instalaciones y dotar a la I.L.E. de un nuevo edificio. Lo ganan dos arquitectos jóvenes (Cristina Díaz Moreno y Efrén Gª Grinda) que, por lo que he consultado, tienen ya su bien ganada fama en la profesión pero a los que no conocía (desde luego, no estoy al día en arquitectura). También me entero de que la intervención fue bastante polémica, sobre todo porque se derribó algún pabellón previo y se arrasó con lo que quedaba del jardín original. En mi breve visita me dio la sensación de que mucha actividad no había; casi todos los edificios parecían cerrados. La que sí estaba abierta era una exposición gratis sobre Cossío, con el sugerente título de “El arte de saber ver”. Pasé un rato agradable visitándola.
Al salir pasé de nuevo a la acera de los impares, justo a la altura del Teatro Amaya que en mi época matritense era un cine, en el que alguna película vi. Descubro que se cerró en 2003 y pocos meses después el cómico Moncho Borrajo lo adquirió para convertirlo en teatro especializado en obras de humor. Anunciaban las últimas funciones de Páncreas, “la comedia mejor valorada por crítica y público”. Publicidad, naturalmente, pero me llamó la atención y, sobre todo, que fuera una obra de Patxo Telleria, un bilbaíno de quien un amigo me había hablado muy bien. Luego, en casa, busqué información sobre la obra y me gustó la idea sobre la que se construye el argumento. Tres amigos que se han conocido en sesiones de terapia grupal para trastornos mentales quedan en casa de uno de ellos, enfermo del páncreas y con urgente necesidad de un trasplante de este órgano. Otro lleva años asegurando que se matará en cuanto cumpla los sesenta (le falta poco menos de un año) para escapar de un alzheimer hereditario. El tercero le propone que adelante el suicidio para donarle el páncreas al amigo. No estaría mal verla, me dije, y al poco rato me llama un amigo madrileño conocedor de mi estancia en la Villa para proponerme ir al teatro y luego cenar. Entre las opciones que baraja está justamente esta obra, así que inevitablemente es la elegida. Así pues, ayer jueves asistí a la actuación de los tres intérpretes (Alfonso Lara, José Pedro Carrión y Fernando Cayo), recitando en verso –la obra original es en euskera– un argumento entretenido que mantiene el interés hasta el final, cuando se desvela la sorpresa (que no es tanta). Por cierto, para ir al teatro también opté por una caminata, esta vez desde casa de mi hermano: desde Arroyo del Fresno en el extremo Norte, atravesando los barrios del Pilar y Tetuán, hasta la vieja y muy conocida (para mí) calle de Bravo Murillo y luego Santa Engracia hasta Iglesia (plaza del pintor Sorolla, para hablar con propiedad).
Volvamos al paseo del pasado miércoles que es el que estoy contando. Se acabó Martínez Campos y seguí por Eloy Gonzalo, una calle de escasa longitud que une las plazas de Iglesia y Quevedo. Cuando se trazó y empezó a edificar la bautizaron como calle de La Habana. Tras el 98, muchas de las vías urbanas con nombres de las posesiones perdidas pasaron a homenajear a los héroes de esas desastrosas guerras y así a ésta le tocó el héroe del poblado cubano de Cascorro. Casi llegando a Quevedo, concretamente en el número 3, me topó con un edificio singular el Instituto Homeopático y Hospital de San José, construido entre 1874 y 1878 bajo proyecto de José Segundo de Lema. Es decir, interesantísimo en su arquitectura, lleva ahí toda la (mi) vida y, por tanto, tengo que haberlo visto no una sino muchas veces. Sin embargo, no soy capaz de identificarlo, no guardo el más mínimo recuerdo de ese inmueble; ¿cómo es posible? Está cerrado así que saco una foto de la fachada a través de la verja que da a la calle. Ya en casa de mi hermano, busco información y me entero de que se construyó a partir de una suscripción popular impulsada por la Sociedad Hahnemanniana Matritense, constituida a mitad del XIX para propagar y defender la homeopatía (el nombre es en honor de Samuel Hahnemann, el médico sajón fundador de la homeopatía). También que fue de los primeros edificios modernos que se construyeron en Chamberí, junto con la casa del doctor José Núñez y Pernia, justo al lado, en el número 5, y que ahora forma parte del conjunto arquitectónico declarado Bien de Interés Cultural en 1997. Leo también que durante los años setenta el edificio sufrió un acelerado deterioro que obligó a cerrarlo en 1980. A finales del siglo pasado, la Comunidad de Madrid asume su reconstrucción y en 2008 culminan las obras. Según leo en su web, en la actualidad las actividades de la Sociedad están orientadas principalmente a tareas docentes; en el edificio, además, hay una excelente biblioteca sobre homeopatía y una farmacia homeopática. Me propongo, en un próximo viaje a la capital, visitar por dentro el edificio.
Por cierto, indagando sobre este edificio me entero de que su propiedad está en pleitos como consecuencia de un montón de circunstancias dignas de un novelón del diecinueve aunque esté ocurriendo en nuestros días. Resulta que el doctor Núñez, primer presidente de la Sociedad y nombrado marqués por Isabel II en reconocimiento de los cuidados homeopáticos que le prodigó no tuvo descendencia oficial pero sí cuatro retoños con una tal Julia Fano. A su muerte, nombró heredero a su ahijado (e hijo) Guillermo Fano García, que moriría en 1924 sin vástagos. Entonces la hermana menor, Josefa, y luego su hijo Jesús pleitean sin éxito por el título. Con el marquesado vacante llegamos a 1982, año en que gracias a la intervención del famoso (por falsificar mogollón de títulos nobiliarios) duque de Tovar, se otorga a Jaime Fernández Moreno, bisnieto del fundador de la homeopatía española. Este Jaime Fernández, en enero de 1994, solicita al Ministerio de Asuntos Sociales la extinción de la Fundación por incumplimiento de sus fines, y que sus bienes reviertan al heredero del fundador que, claro está, es él. Tras un largo proceso, la Audiencia Nacional, en 2005, ordena la disolución de la Fundación y la entrega del inmueble de la calle Eloy Gonzalo al marqués de Núñez. Entonces el señor Fernández se muere y el título ha de pasar a su hija María José, residente en Zaragoza y que, como su padre, lo que quiere es la propiedad de los edificios para venderlos (se habla de un precio entre 10 y 25 millones de euros). Pero hete aquí que en 2014 entran en escena los presuntos descendientes de la hija mayor de Julia Fano y reclaman el título alegando mejor derecho que su prima tercera. Parece ser que por orden del Juzgado de Primera Instancia de Zaragoza, a principios de este año que ya se acaba, se exhumaron varios cuerpos de cementerios madrileños para hacer las pertinentes pruebas de ADN. Si finalmente el marquesado pasa a Alfredo García Alix la Fundación respirará tranquila, porque este médico residente en Barcelona ha prometido que quiere que continúe su labor filantrópica, renunciando a su extinción y venta del edificio. Veremos en qué acaba el culebrón.
Y bueno, el paseo ya dio para poco más. En Quevedo giré por San Bernardo y en un plisplás llegúe a la glorieta de Ruiz Giménez donde está la tienda de maletas y donde compré una a mi madre que le entregaré esta noche. Almuerzo ligero en el VIPS de Quevedo y regreso hasta el museo Sorolla, donde por el mínimo precio de tres euritos, disfruté de casi dos horas enormemente placenteras (algún día he de escribir sobre este pintor). Aprovecho para ilustrar este post con uno de los cuadros del valenciano que más me gusta: Madre, pintado en 1895; Clotilde, su mujer, en la cama con Elena, la hija menor, recién nacida, ambas casi completamente sumergidas en las sábanas de la cama matrimonial. Salvo las dos cabezas todo es blanco, pero miles de matices del blanco. Una obra maestra, sin duda, que me evoca en cierto modo otra de mis pinturas favoritas, el perro semihundido de Goya, en este caso, en vez de blancos, ocres.
Al salir pasé de nuevo a la acera de los impares, justo a la altura del Teatro Amaya que en mi época matritense era un cine, en el que alguna película vi. Descubro que se cerró en 2003 y pocos meses después el cómico Moncho Borrajo lo adquirió para convertirlo en teatro especializado en obras de humor. Anunciaban las últimas funciones de Páncreas, “la comedia mejor valorada por crítica y público”. Publicidad, naturalmente, pero me llamó la atención y, sobre todo, que fuera una obra de Patxo Telleria, un bilbaíno de quien un amigo me había hablado muy bien. Luego, en casa, busqué información sobre la obra y me gustó la idea sobre la que se construye el argumento. Tres amigos que se han conocido en sesiones de terapia grupal para trastornos mentales quedan en casa de uno de ellos, enfermo del páncreas y con urgente necesidad de un trasplante de este órgano. Otro lleva años asegurando que se matará en cuanto cumpla los sesenta (le falta poco menos de un año) para escapar de un alzheimer hereditario. El tercero le propone que adelante el suicidio para donarle el páncreas al amigo. No estaría mal verla, me dije, y al poco rato me llama un amigo madrileño conocedor de mi estancia en la Villa para proponerme ir al teatro y luego cenar. Entre las opciones que baraja está justamente esta obra, así que inevitablemente es la elegida. Así pues, ayer jueves asistí a la actuación de los tres intérpretes (Alfonso Lara, José Pedro Carrión y Fernando Cayo), recitando en verso –la obra original es en euskera– un argumento entretenido que mantiene el interés hasta el final, cuando se desvela la sorpresa (que no es tanta). Por cierto, para ir al teatro también opté por una caminata, esta vez desde casa de mi hermano: desde Arroyo del Fresno en el extremo Norte, atravesando los barrios del Pilar y Tetuán, hasta la vieja y muy conocida (para mí) calle de Bravo Murillo y luego Santa Engracia hasta Iglesia (plaza del pintor Sorolla, para hablar con propiedad).
Volvamos al paseo del pasado miércoles que es el que estoy contando. Se acabó Martínez Campos y seguí por Eloy Gonzalo, una calle de escasa longitud que une las plazas de Iglesia y Quevedo. Cuando se trazó y empezó a edificar la bautizaron como calle de La Habana. Tras el 98, muchas de las vías urbanas con nombres de las posesiones perdidas pasaron a homenajear a los héroes de esas desastrosas guerras y así a ésta le tocó el héroe del poblado cubano de Cascorro. Casi llegando a Quevedo, concretamente en el número 3, me topó con un edificio singular el Instituto Homeopático y Hospital de San José, construido entre 1874 y 1878 bajo proyecto de José Segundo de Lema. Es decir, interesantísimo en su arquitectura, lleva ahí toda la (mi) vida y, por tanto, tengo que haberlo visto no una sino muchas veces. Sin embargo, no soy capaz de identificarlo, no guardo el más mínimo recuerdo de ese inmueble; ¿cómo es posible? Está cerrado así que saco una foto de la fachada a través de la verja que da a la calle. Ya en casa de mi hermano, busco información y me entero de que se construyó a partir de una suscripción popular impulsada por la Sociedad Hahnemanniana Matritense, constituida a mitad del XIX para propagar y defender la homeopatía (el nombre es en honor de Samuel Hahnemann, el médico sajón fundador de la homeopatía). También que fue de los primeros edificios modernos que se construyeron en Chamberí, junto con la casa del doctor José Núñez y Pernia, justo al lado, en el número 5, y que ahora forma parte del conjunto arquitectónico declarado Bien de Interés Cultural en 1997. Leo también que durante los años setenta el edificio sufrió un acelerado deterioro que obligó a cerrarlo en 1980. A finales del siglo pasado, la Comunidad de Madrid asume su reconstrucción y en 2008 culminan las obras. Según leo en su web, en la actualidad las actividades de la Sociedad están orientadas principalmente a tareas docentes; en el edificio, además, hay una excelente biblioteca sobre homeopatía y una farmacia homeopática. Me propongo, en un próximo viaje a la capital, visitar por dentro el edificio.
Por cierto, indagando sobre este edificio me entero de que su propiedad está en pleitos como consecuencia de un montón de circunstancias dignas de un novelón del diecinueve aunque esté ocurriendo en nuestros días. Resulta que el doctor Núñez, primer presidente de la Sociedad y nombrado marqués por Isabel II en reconocimiento de los cuidados homeopáticos que le prodigó no tuvo descendencia oficial pero sí cuatro retoños con una tal Julia Fano. A su muerte, nombró heredero a su ahijado (e hijo) Guillermo Fano García, que moriría en 1924 sin vástagos. Entonces la hermana menor, Josefa, y luego su hijo Jesús pleitean sin éxito por el título. Con el marquesado vacante llegamos a 1982, año en que gracias a la intervención del famoso (por falsificar mogollón de títulos nobiliarios) duque de Tovar, se otorga a Jaime Fernández Moreno, bisnieto del fundador de la homeopatía española. Este Jaime Fernández, en enero de 1994, solicita al Ministerio de Asuntos Sociales la extinción de la Fundación por incumplimiento de sus fines, y que sus bienes reviertan al heredero del fundador que, claro está, es él. Tras un largo proceso, la Audiencia Nacional, en 2005, ordena la disolución de la Fundación y la entrega del inmueble de la calle Eloy Gonzalo al marqués de Núñez. Entonces el señor Fernández se muere y el título ha de pasar a su hija María José, residente en Zaragoza y que, como su padre, lo que quiere es la propiedad de los edificios para venderlos (se habla de un precio entre 10 y 25 millones de euros). Pero hete aquí que en 2014 entran en escena los presuntos descendientes de la hija mayor de Julia Fano y reclaman el título alegando mejor derecho que su prima tercera. Parece ser que por orden del Juzgado de Primera Instancia de Zaragoza, a principios de este año que ya se acaba, se exhumaron varios cuerpos de cementerios madrileños para hacer las pertinentes pruebas de ADN. Si finalmente el marquesado pasa a Alfredo García Alix la Fundación respirará tranquila, porque este médico residente en Barcelona ha prometido que quiere que continúe su labor filantrópica, renunciando a su extinción y venta del edificio. Veremos en qué acaba el culebrón.
Y bueno, el paseo ya dio para poco más. En Quevedo giré por San Bernardo y en un plisplás llegúe a la glorieta de Ruiz Giménez donde está la tienda de maletas y donde compré una a mi madre que le entregaré esta noche. Almuerzo ligero en el VIPS de Quevedo y regreso hasta el museo Sorolla, donde por el mínimo precio de tres euritos, disfruté de casi dos horas enormemente placenteras (algún día he de escribir sobre este pintor). Aprovecho para ilustrar este post con uno de los cuadros del valenciano que más me gusta: Madre, pintado en 1895; Clotilde, su mujer, en la cama con Elena, la hija menor, recién nacida, ambas casi completamente sumergidas en las sábanas de la cama matrimonial. Salvo las dos cabezas todo es blanco, pero miles de matices del blanco. Una obra maestra, sin duda, que me evoca en cierto modo otra de mis pinturas favoritas, el perro semihundido de Goya, en este caso, en vez de blancos, ocres.
Me parece muy interesante, si algún día voy a a Madrid, quizás use estos posts de guía. De todos modos:
ResponderEliminar"Según leo en su web, en la actualidad las actividades de la Sociedad están orientadas principalmente a tareas docentes; en el edificio, además, hay una excelente biblioteca sobre homeopatía y una farmacia homeopática."
Para que fuera una excelente biblioteca homeopática, no debería haber libros, sino mucha agua y mucha pose pseudointelectual. ;-)
Al margen de lo que cada uno piense sobre la homeopatía, lo cierto es que se han escrito libros a mansalvas, así que es lógico que se trate de una buena biblioteca.
EliminarEl edificio moderno de la Fundación Giner de los Ríos, que visito regularmente por sus exposiciones, es un horror, no me refiero a la estética sino a la mala regulación que su fachada implica en la termorregulación interior
ResponderEliminarYo, la verdad, no noté deficiencias en la termorregulación durante mi breve visita a la exposición sobre Cossío, pero probablemente así será. En cuanto a su estética, no termino de decidir si me gusta o no; lo que sí me arece es interesante.
EliminarGracias por el post. Es el barrio de mi infancia: mi padre y yo estamos bautizados en la iglesia de Iglesia (o sea, Santa Teresa y Santa Isabel), y también me casé ahí, aunque hacía mucho que ya no vivía en la zona. El primer trabajo de mi padre fue vendiendo palomitas en el entonces Cine Amaya (primeros años 50), y recuerdo que mi abuela iba al médico hasta los años 60 en el hospital San José (entonces con menos colorines, y sin homeopatía, que yo recuerde).
ResponderEliminarSaludos, y feliz año
De nada, Jesús, me alegro de que el post te haya traído recuerdos. Habré de investigar si durante el franquismo el hospital seguía practicando la homeopatía.
EliminarHola Miroslav:
ResponderEliminarSoy Antoni de Viejo Zapato Marrón.
Hoy he leido tu comentario Aunque sea un poco tarde, agradezco tu visita a mi blog y aprovecho para desearte lo mejor para 2017.
Tienes un blog muy interesante, me encanta la historia.
Estaremos en contacto.
Antoni.
Hola, Antoni. La verdad ya no me acuerdo del comentario que te puse. Tu blog lo sigo de cuando en cuando porque me gusta la música que te gusta, reseñas y subes. Seguramente, me diste información para algún post mío sobre música.
EliminarTe enlazo en mi lista de blogs amigos.
ResponderEliminarGracias, te enlazo yo también.
EliminarConozco el barrio creo que bien, aunque sea de hace muchos años. Lo que no obsta para que paseando sin prisas y con atención te sorprendas descubriendo (o redescubriendo) nuevos edificios o rincones. Veo que también tú conoces bien Chamberí, probablemente mejor que yo. Me alegro de que te haya gustado el post.
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