Sacramentos civiles
La idea no es mía, desde luego, pero estoy tan convencido que me permito usar este blog para predicarla. Se trata de institucionalizar el equivalente laico de cada sacramento católico. Al fin y al cabo no es más que una exigencia que deriva en absoluta lógica de la prohibición constitucional de discriminar por motivos religiosos. Es evidente que mi hijo, a quien no educo en el catolicismo, ha sido discriminado al no disfrutar como los católicos del acto festivo de la primera comunión y, por tanto, compete a los Poderes Públicos compensar tal discriminación, ofreciendo a las familias no católicas una comunión civil, del mismo modo que hay bodas civiles para quienes no quisimos casarnos por la Iglesia. Y no piensen que tal pretensión es utópica o reservada para un futuro remoto; qué va, ya hay un municipio español, el de Rincón de la Victoria, en Málaga, que aprobó en octubre del año pasado las comuniones civiles. Para ser estrictos hay que decir que el Pleno municipal (controlado por los 11 concejales de PSOE, la marca local de Podemos, Izquierda Unida y el Partido Andalucista frente a los 10 de PP y Ciudadanos) no aprobó exactamente las comuniones civiles, sino una Ordenanza Fiscal reguladora de la tasa por la celebración de bodas y otras celebraciones civiles. Probablemente, los concejales se han arrugado un tantico y no se han atrevido a llamar a las cosas por su nombre por miedo a las represalias de los poderes católicos, pero no hacía falta porque en el acalorado Pleno quedó meridianamente claro que se estaba pensando en las comuniones. De hecho, al día siguiente una vecina del municipio se presentó en el Ayuntamiento a reservar fecha para celebrar la comunión civil de su hija este próximo mes de mayo y así evitar que la niña se traumatice al no tener fiesta y regalos como sus compañeras de cole.
Parece que los más preclaros miembros de la izquierda española han comprendido por fin que hay que civilizar los sacramentos. En el fondo, no es más que un proceso de justa reversión histórica porque no olvidemos que exactamente eso (más bien exactamente lo contrario) fue lo que hizo la Iglesia primitiva: sacralizar ritos sociales de notable importancia en el proceso de maduración e integración de los individuos convirtiéndolos en ceremonias religiosas. Como durante tantos siglos ser católico era obligatorio (la alternativa quemaba), las necesidades de ritualización del desarrollo personal se satisfacían aunque fuera bajo el manto religioso. Pero una vez que hemos conseguido liberarnos de la opresiva dominación eclesiástica, nos encontramos faltos de esos actos simbólicos (ceremonias de iniciación en la mayoría de los casos). De ahí la necesidad de recuperar para la vida civil, para una sociedad aconfesional, lo que nos fue robado por la monopolización católica. Ciertamente, la primera y más evidente de estas recuperaciones fue la del matrimonio, lo que era absolutamente prioritario por los efectos jurídicos del contrato de convivencia (naturalmente no limitándola a las parejas de distinto sexo). Pero, más allá de eso, pensemos en la importancia simbólica de la celebración pública del matrimonio, fundamental no sólo para hacer público ante la sociedad (representada por los invitados) el nuevo estado de los contrayentes, sino sobre todo para que ellos mismos sientan con la máxima intensidad que están entrando en una nueva etapa vital. No debe en absoluto despreciarse la ansiedad de la novia (más que del novio por lo habitual) para que sea un día inolvidable, grandioso, pleno de símbolos.
Que yo sepa todavía no hay versión laica de los cuatro sacramentos católicos que restan. Pero eso entre nosotros porque confirmación civil o "humanista" que es como la llaman, la tienen en Noruega desde 1951. Y no es de extrañar porque se trata también de una ceremonia clave para el desarrollo psicológico, representa el paso de la infancia a la vida adulta, cómo no celebrarla, cómo nuestra sociedad democrática no va a integrarla entre sus instituciones civiles. Reconozco que resulta más delicado propugnar una extremaunción laica, pero lo cierto es que sería muy procedente. Del mismo modo que la sociedad da la bienvenida al nuevo miembro a través del bautismo civil, debería despedir a quien está en el trance de abandonar este mundo, manifestándole su aprecio. Quién sabe si del mismo modo que los supersticiosos católicos piensan que los óleos pueden contribuir a sanar el cuerpo (además del alma), el cariño de los amigos y familiares que acompañan al moribundo en una ceremonia de este tipo ayudaría también, si no a su recuperación, sí al menos a un tránsito en paz, a una mejor muerte. Nada que ver con el funeral (para el que, por cierto, también hay alternativas laicas) pues de lo que se trata es de que el enfermo reciba y dé los adioses. En cuanto al órden sacerdotal poco hay que hacer porque ése es un sacramento sólo para los curas, no para todos. En todo caso, podemos asimilarlo a las celebraciones de graduación, que ya se han popularizado entre nosotros imitando, como en tantas otras, el estilo yanqui. Y sólo nos queda la penitencia a la que, por su propia naturaleza privada, no tiene sentido que le busquemos un equivalente laico susceptible de celebración pública. Lo cierto es que, igual que los católicos confiesan sus pecados al sacerdote, en la vida civil actual contamos con no pocos momentos en que hemos de confesarnos ante las autoridades, sin ir más lejos una vez al año como mínimo con Hacienda. De momento, estas confesiones laicas aparentan estar protegidas por el secreto similar al católico, pero en los tiempos que corren de grandes hermanos y filtraciones no hay que estar muy tranquilo al respecto. Quizá en un futuro no demasiado lejano seamos obligados a asistir a actos públicos de confesión colectiva de nuestras culpas con imposición ejemplar de las correspondientes penitencias (creo que hay antecedentes religiosos en alguna variante del cristianismo).
Acabo ya y lo hago insistiendo en la necesidad de que la sociedad recupere, civilizándolos, los sacramentos como fiestas laicas. Conviene que, en efecto, sean los Ayuntamientos, las instituciones más cercanas al ciudadano, quienes se ocupen de amparar y acoger las pertinentes celebraciones de modo que, a corto plazo, cumplan la función de lugar de reunión de la comunidad que antaño ejercían las iglesias. Así, no estaría mal que una vez a la semana el alcalde oficiara en la Casa Consistorial una celebración comunitaria laica, de reforzamiento de los lazos vecinales y exaltación de los valores democráticos, en alternativa laica a las misas católicas. Como en la mayoría de nuestros municipios es probable que los edificios municipales no contaran con espacios suficientes para albergar a los vecinos en estas misas laicas, deberían expropiarse algunos templos que, al fin y al cabo, se usan muy por debajo de sus capacidades. En suma, que el Estado, los poderes públicos, ejerza de catalizador comunitario, papel que abusivamente ha asumido la Iglesia durante tantos años. Sin duda, ponerse manos a la obra en este empeño es una de las cosas más importantes y urgentes que pueden hacerse a favor del interés público.
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¿Y qué decir del bautizo? Nada de limpiar el alma de un imaginario pecado original cometido por nuestros inexistentes primeros padres. Esa no es más que la excusa de los cristianos para apropiarse de un acto tan relevante como es la recepción de un nuevo miembro en el colectivo social, la bienvenida de la comunidad (de la civil no la eclesiástica) al recién nacido, presentado por padres y padrinos. Cómo no vamos a reclamar el derecho a celebrar tan primigenio motivo de alegría, a compartir con la familia la felicidad del nacimiento haciéndoles sentir que aceptamos gozosos al recién llegado. Ha sido justamente gracias a una propuesta que el PSOE del Puerto de la Cruz (Tenerife) ha hecho esta semana para que el Ayuntamiento estableciera actos de bautizo civil –comentada en todos los periódicos de la isla– que me he enterado de que esta ceremonia laica lleva ya tiempo existiendo en varios municipios españoles. Fue en noviembre de 2004 cuando el Ayuntamiento de Igualada celebró e primero de ellos. Siguió luego el izquierdoso municipio madrileño de Rivas e incluso la propia capital del Estado en 2009 (pese al ominoso gobierno de la Botella) celebró estas "bienvenidas democráticas" a los niños, como las calificó Pedro Zerolo que actuó de oficiante en el bautizo civil del hijo de la actriz Cayetana Guillén Cuervo. Y tampoco es que en España estemos inventando nada, que el bautizo civil es una tradición inventada en la Francia revolucionaria como alternativa laica y fue nada menos que Fouché quien lo estrenó con su hija Nièvre. Ya sé que algunos dirán que la recepción del nuevo miembro en la sociedad se resuelve con la inscripción en el Registro Civil, pero ese acto carece de todo boato que engalane su importancia simbólica. Se trata de hacer una ceremonia con todas las de la Ley, en un salón digno del Consistorio, oficiado por las autoridades democráticas del municipio, con la lectura de algunos textos señeros de nuestra vida social (por ejemplo, artículos de la Declaración de Derechos del Niño) y la firma, con los invitados como testigos, de la inscripción del niño como nuevo ciudadano (que, naturalmente, tendría efectos civiles). Y luego, claro está, el convite y los regalos. Lamentablemente los partidos que gobiernan el Puerto de la Cruz han desestimado la propuesta de los socialistas. Como se dice en el facebook de éstos, ante una propuesta que se ciñe al reconocimiento constitucional de la libertad religiosa, ellos ponen por delante sus creencias para imponer un sentido de voto desfavorable; una pena que hayamos perdido la oportunidad de convertir a Puerto de la Cruz en un municipio señero en estas celebraciones que estrechan lazos de unión entre nuestros convecinos y potencian la multiculturalidad.
Que yo sepa todavía no hay versión laica de los cuatro sacramentos católicos que restan. Pero eso entre nosotros porque confirmación civil o "humanista" que es como la llaman, la tienen en Noruega desde 1951. Y no es de extrañar porque se trata también de una ceremonia clave para el desarrollo psicológico, representa el paso de la infancia a la vida adulta, cómo no celebrarla, cómo nuestra sociedad democrática no va a integrarla entre sus instituciones civiles. Reconozco que resulta más delicado propugnar una extremaunción laica, pero lo cierto es que sería muy procedente. Del mismo modo que la sociedad da la bienvenida al nuevo miembro a través del bautismo civil, debería despedir a quien está en el trance de abandonar este mundo, manifestándole su aprecio. Quién sabe si del mismo modo que los supersticiosos católicos piensan que los óleos pueden contribuir a sanar el cuerpo (además del alma), el cariño de los amigos y familiares que acompañan al moribundo en una ceremonia de este tipo ayudaría también, si no a su recuperación, sí al menos a un tránsito en paz, a una mejor muerte. Nada que ver con el funeral (para el que, por cierto, también hay alternativas laicas) pues de lo que se trata es de que el enfermo reciba y dé los adioses. En cuanto al órden sacerdotal poco hay que hacer porque ése es un sacramento sólo para los curas, no para todos. En todo caso, podemos asimilarlo a las celebraciones de graduación, que ya se han popularizado entre nosotros imitando, como en tantas otras, el estilo yanqui. Y sólo nos queda la penitencia a la que, por su propia naturaleza privada, no tiene sentido que le busquemos un equivalente laico susceptible de celebración pública. Lo cierto es que, igual que los católicos confiesan sus pecados al sacerdote, en la vida civil actual contamos con no pocos momentos en que hemos de confesarnos ante las autoridades, sin ir más lejos una vez al año como mínimo con Hacienda. De momento, estas confesiones laicas aparentan estar protegidas por el secreto similar al católico, pero en los tiempos que corren de grandes hermanos y filtraciones no hay que estar muy tranquilo al respecto. Quizá en un futuro no demasiado lejano seamos obligados a asistir a actos públicos de confesión colectiva de nuestras culpas con imposición ejemplar de las correspondientes penitencias (creo que hay antecedentes religiosos en alguna variante del cristianismo).
Acabo ya y lo hago insistiendo en la necesidad de que la sociedad recupere, civilizándolos, los sacramentos como fiestas laicas. Conviene que, en efecto, sean los Ayuntamientos, las instituciones más cercanas al ciudadano, quienes se ocupen de amparar y acoger las pertinentes celebraciones de modo que, a corto plazo, cumplan la función de lugar de reunión de la comunidad que antaño ejercían las iglesias. Así, no estaría mal que una vez a la semana el alcalde oficiara en la Casa Consistorial una celebración comunitaria laica, de reforzamiento de los lazos vecinales y exaltación de los valores democráticos, en alternativa laica a las misas católicas. Como en la mayoría de nuestros municipios es probable que los edificios municipales no contaran con espacios suficientes para albergar a los vecinos en estas misas laicas, deberían expropiarse algunos templos que, al fin y al cabo, se usan muy por debajo de sus capacidades. En suma, que el Estado, los poderes públicos, ejerza de catalizador comunitario, papel que abusivamente ha asumido la Iglesia durante tantos años. Sin duda, ponerse manos a la obra en este empeño es una de las cosas más importantes y urgentes que pueden hacerse a favor del interés público.
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Ave Maria - Eleanor McEvoy (Early Hours, 2004)
Supongo que, tarde o temprano, también terminaremos exigiendo que nos administren la extremaunción, eso sí por lo civil.
ResponderEliminarEstupendo. Apoyo todos los sacramentos, aunque el último de momento que prefiero diferirlo en mi caso todo lo que sea posible. Con una sola condición que estoy seguro se cumplirá: que no sean obligatorios. Y de hecho, ya puestos, renuncio a los sacramentos laicos como en su día hice con los católicos, pero apoyo que estén disponibles en igualdad de condiciones.
ResponderEliminarA Números: entiendo que no se trata de exigir, como exigen otras religiones, sino de ofrecer la posibilidad de elegir.
Estoy muy de acuerdo con parte de lo que dices y, de hecho, llevo años pensándolo yo también: tanto el individuo como la sociedad necesitan ritos que marquen, solemnicen, festejen e institucionalicen momentos importantes en la vida de cada individuo, y los cambios que implican para su relación con los demás. Es una necesidad humana natural, creo, y todas las sociedades la tienen: ritos de entrada en el grupo, posteriores al nacimiento, en que la sociedad reconoce al nuevo miembro. Ritos de madurez, en que el hasta ese momento niño alcanza el estatus de adulto. Ritos que solemnizan el matrimonio, la entrada en la senectud, la muerte...
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo, claro, en que la Iglesia o los cristianos hayamos "usurpado" nada. Pasa simplemente que durante siglos la sociedad occidental ha sido mayoritaria y oficialmente cristiana, y los ritos que subrayaban e institucionalizaban todos esos cambios del individuo estaban, como todo lo demás, teñidos de cristianismo, y formulados en un lenguaje creyente, y relacionados con la fe común. Porque, además de cubrir esa necesidad social universal de solemnizar e institucionalizar los diferentes estados del individuo, tenían también sus significados específicamente religioso, y ambas funciones han coexistido sin problema en ceremonias únicas, mientras la fe religiosa ha sido, también sin problema, patrimonio común y pacífico de todos los ciudadanos. De igual modo, los correspondientes ritos están teñidos de islamismo en las sociedades musulmanas, de judaismo en las judías, de hinduismo en las hindúes o de animismo en las adoradoras de Mumbo Jumbo. Es igualmente natural que las solemnidades tengan carácter religioso en las sociedades que lo tienen.
El problema ha surgido cuando esto ha dejado de ser así, porque la sociedad como tal ha dejado de ser religiosa y se ha vuelto laica, cosa que, hasta el momento, solo ha sucedido en la sociedad occidental, antes cristiana o judía. Los ciudadanos, cada vez más, que ya no son ni quieren ser cristianos, se encuentran en que los únicos ritos que existen son los cristianos, porque la sociedad, durante siglos, se desentendió del aspecto "civil" o "natural" de estas ceremonias y las dejó por entero en manos de la Iglesia. los ciudadanos ya no quieren someterse a las únicas ceremonias que han sobrevivido, las religiosas, porque no comparten los presupuestos de fe que les dan sentido. Pero no encuentran ningún equivalente no religioso con que sustituirlas y, sin embargo, siguen necesitando alguna clase de rito: como decía al principio, es una necesidad natural y creo que universal. No me parece mal, en teoría, que el estado se invente algo con que cubrir esta necesidad. Lo ha hecho con el matrimonio civil, y quizás debería hacerlo también con otros cambios de estado importantes para el individuo y para el grupo: el nacimiento, la madurez, la senectud, la muerte. De hecho, ya se producen espontáneamente estas nuevas ritualizaciones no religiosas de momentos importantes: las graduaciones de bachilleres son un buen ejemplo. Otra cosa es que lo más probable sea que, en la práctica, se haga mal, como tantas otras cosas, y se inventen ceremonias cursis, artificiales o burocráticas. Pero creo que debería hacerse, y que sería necesario, útil y estupendo si se hiciera bien.
También creo que no hay ningún motivo para entender que la Iglesia haya "usurpado" nada ni para, en consecuencia, crear estas ceremonias como una alternativa desafiante ni hostil hacia las religiosas (por eso, la verdad, me parecería un disparate inoportuno que se les llamara "sacramentos civiles"); y que, reciprocamente, la Iglesia no tendría por qué mirar mal ni oponerse a ceremonias que, sencillamente, cubrirían para los no creyentes una necesidad que ella ya cubre para los creyentes.
Otra cosa, claro, es que, como Lansky, esté yo dispuesto a participar de esos festejos: ya llevo suficientemente mal los muchos elementos artificiosos, cursis y kitsch de las ceremonias católicas, que siguen sin embargo siendo importantes para mí exclusivamente por su componente religiosa, como para tener que aguantar nuevas mojigangas desprovistas incluso de lo único que a mis ojos hace llevaderas las mojigangas en general. Pero que sea así en mi caso de rarito individualista y tirando a misógino no me impide reconocer que a la gente, en general, le gustan las mojigangas y hasta es posible que sean necesarias desde algún punto de vista.
EliminarQuería decir misántropo, no misógino, claro, que, afortunadamente, no lo he sido nunca.
EliminarMe quedo un poco desconcertado: Vanbrugh, Lansky, ¿os habéis creído que el post iba en serio? Si es así, teniendo que cuenta el tiempo que hace que me conocéis, me quedo sorprendido. Además, pensé que había dejado bastantes pistas de que era de coña ...
ResponderEliminarSin negar que, en efecto, la mayoría de los sacramentos cristianos se corresponden con ritos simbólicos de momentos vitales importantes, que el cristianismo se los apropió como han hecho casi todas la sreligiones (la bar mitzva judía, por ejemplo), incluso admitiendo (aunque no del todo convencido) que mucha gente necesite festejar esos momentos "por lo civil" ... Aun adimitiendo todo eso, como hago para dar verosimilitud argumentativa al post, de ahí no deduzco que los poderes públicos hayan de ofrecer esos servicios. Es más, me parece francamente ridículo que los ofrezcan, máxime cuando hay cosas bastante más importantes a las que deberían dedicarse. Si alguien quiere celebrar la bienvenida a su hijo, el uso de razón de éste, el paso de la infancia a la adolescencia, su graduación, el inicio de una vida en pareja (y también el divorcio, como me sugiere una amiga), o incluso despedirse de este valle de lágrimas entre risas, me parece muy bien, pero que no se meta al Estado en eso; que lo haga en su casa o en un local comercial preparado para estos menesteres.
Y añado que estas propuestas adquieren un plus de ridículo cuando se nota la obsesión por competir con el catolicismo. Culo veo, culo quiero. Si eres laico de verdad, pasa de los ritos católicos, no seas tan patético de imitarlos "por lo civil"; al fin y al cabo, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. En fin ...
He debido de leer el post muy por encima y demasiado deprisa, pero sí, he creído que iba en serio. Lo siento. No niego que me haya sorprendido un poco, pero lo cierto es que yo mismo he pensado muchas veces que la gente que, por no ser creyente, omite ceremonias como la primera comunión, o, efectivamente, los últimos sacramentos, pierde un apoyo social y simbólico muy útil y muy necesario, que todas las sociedades han sentido la necesidad de ritualizar y oficializar y que en la nuestra, en cambio, solo encuentran agarradero en las liturgias específicamente religiosas. Lo cual no es bueno ni para los no creyentes, que se encuentran sin ceremonias en las que participar sincera y activamente, ni para los creyentes, que vemos las nuestras propias convertidas en festejos laicos, y vaciadas de su contenido religioso. Me ha sorprendido que hablaras de la posibilidad de celebrar festejos cívicos semanales presididos por el Alcalde, a modo de misas laicas, y me ha sorprendido aún más que consideraras la posibilidad de expropiar templos religiosos con poco uso para esos fines, pero en fin, lo he atribuido al entusiasmo del momento. Supongo que el espectáculo de los consistorios madrileño y barcelonés y de sus permanentes ocurrencias, hasta el momento solo un poco menos disparatadas que las tuyas, me ha ido acostumbrando a considerar como posibilidades reales cosas que hace un par de años hubiera tomado por chistes. Una vez más, lo siento. Es lo malo que tiene ponerse a leer blogs inmediatamente después de despertarte de la siesta.
Eliminar" Si alguien quiere celebrar la bienvenida a su hijo, el uso de razón de éste, el paso de la infancia a la adolescencia, su graduación, el inicio de una vida en pareja (y también el divorcio, como me sugiere una amiga), o incluso despedirse de este valle de lágrimas entre risas, me parece muy bien, pero que no se meta al Estado en eso; que lo haga en su casa o en un local comercial preparado para estos menesteres."
EliminarNo creo ser capaz de decirlo mejor y lo suscribo totalmente.
Me lo he tragado, sí, y por eso decía que yo personalmente renunciaba a ellos, pero claro, como bien dices, mejor nos los ahorramos y los dejamos en manos de cada cual
ResponderEliminarLa verdad, releído el post con calma, es que no me explico cómo he podido tomármelo en serio. Eso me pasa por apresurarme a comentar, antes de leer bien todo. Pero lo grave no es que nos lo hayamos tomado en serio dos de tus lectores, al menos; lo verdaderamente grave es que hasta los párrafos más escandalosos, si los hubiera leído con otra firme que la tuya -con la de cualquiera de los nuevos ediles madrileños o barceloneses, por ejemplo, o, mejor aún, con la de alguno de sus líderes de ámbito superior- me habrían sonado perfectamente verosímiles. Temo que la "nueva política" que ha venido a redimirnos de los males de la vieja -de momento ya nos ha librado de esa espantosa lacra que era que hubiera mayorías coherentes, capaces de formar gobiernos- nos esté afectando a hasta a los que nos creíamos más refractarios a sus virtudes renovadoras. El día que, además de impedir que otros ganen las elecciones, sean capaces de ganarlas ellos, no sé qué va a ser de nosotros.
ResponderEliminarMadre mía se me estaban poniendo los pelos del lomo erizados, me lo he creído, quiero igualdad en obligaciones y derechos para todos y para mi tener el equivalente de los sacramentos católicos en civil se centraría sólo en eso, en ser iguales ante la ley, si al no ser católico no los tuviera lucharía por tenerlos, como el sacramento del matrimonio creo que es el único que establece una serie de obligaciones y derechos fijados por ley, entiendo que haya equivalencia civil y no para el resto.
ResponderEliminarPor fin es viernes...