martes, 13 de abril de 2021

La Nonna (2)

Tengo la impresión de que ya desde muy jovencita, el carácter de Rachele Marincola era duro y frío. Era aún una niña y, como tal, pervivían en ella vestigios de ternura, debilidad, temor … Pero ya se estaba forjando una fortaleza interior construida a costa del rechazo al sentimentalismo, que sabía que le sería necesaria para sobrevivir. Es natural que un niño cuya vida cotidiana ha sido vapuleada hasta esos extremos, si no se derrumba anímicamente, endurezca su carácter. En el caso de Rachele, intuyo que se suma lo que cabría llamar “conciencia de clase”, el saberse de un estatus superior que no se correspondía con la miseria material de su vida. Añádase que era una chica viva e inteligente, además de muy guapa; dones que reforzarían su convencimiento de merecer una existencia mucho mejor. Estas notas de su personalidad todavía infantil vienen confirmadas por diversos testigos durante el proceso de la nulidad matrimonial. De todos ellos, el que más me ha llamado la atención es el de una vecina de los Marincola que dijo que “la hija, cuando los padres se peleaban, en vez de alarmarse o conmoverse, permanecía impasible, en una actitud casi cínica; no creo que les tuviera miedo”. 
 
Esa niña tenía trece años en el otoño de 1920, cuando por primera vez la vio Renato Caligiuri, un recién licenciado en letras de veintidós años y, según declaró al tribunal eclesiástico, “le suscitó afecto”. Dispongo de muy poca información sobre la situación familiar de los Caligiuri. Se trata de un apellido conocido en Calabria pero no nobiliario como Marincola. De hecho, según uno de los testigos, los Caligiuri eran una familia modesta pero con un discreto patrimonio, y Renato hijo único, adorado y mimado. No quedan claros los pormenores de ese primer encuentro: algunos testigos dicen que fue en un recital diurno en un teatro, otros que se cruzaron por la calles. Si fue lo último, tras ver el plano de Catanzaro y leer un poquillo sobre su evolución urbana, me atrevo a apostar que sería en el Corso Mazzini, vía principal que atraviesa el casco histórico medieval y que se abrió a principios del XX; en fotos de la época se aprecia esa calle atestada de viandantes, de modo que no es aventurado suponer que fuera el escenario preferido de los paseos ciudadanos, el lugar donde se cruzaban miradas los solteros de buena familia, rito previo al cortejo formal. Supongo que Rachele iría acompañada por su madre o de alguna otra pariente adulta; por más que los padres estuvieran casi en la ruina no iban a dejarla que se paseara sola. Supongo también que la niña se daría cuenta de que despertaba la atención de ese joven feucho y bajito, muy delgado y de aspecto enfermizo (así lo describiría al Tribunal); no le atraería en absoluto pero no descarto que, por coquetería congénita, pudiera haberle regalado alguna sonrisa inocente que haya animado a Caligiuri a dar el siguiente paso. 
 
Lo primero que hizo Renato después de quedar deslumbrado fue informarse sobre esa chiquilla. Informarse, allí y entonces, significaría preguntar por los vínculos familiares de Rachele y enterarse de los dos datos fundamentales: que pertenecía a una familia de alcurnia –por tanto, un partido socialmente aceptable– y que esa familia estaba en una gravísima situación económica, lo que colocaba al pretendiente en  posición ventajosa. Tras hacer las pertinentes gestiones y decidir que quería desposarla aunque solo la conociera de vista y por referencias, Renato, siguiendo la costumbre, envió a dos personas honorables a pedir su mano; pero estos dos señores –un commendatore y un dottore– no fueron a ver a los padres de Rachele, sino a Domenico, el hermano mayor de Anna, y que sería algo así como el capo de la familia Marincola. Estamos en la Calabria de principios de siglo que no debía ser muy diferente de la Sicilia de la que escapa Vito Corleone en la segunda parte del Padrino. Domenico habló con Ernesto, pero esta primera petición fue denegada. Según declararon los padres, porque su hija era demasiado niña para casarse; según Caligiuri, porque los Marincola tenían vergüenza de que el pretendiente conociese su estado de miseria que, además, les imposibilitaba aportar dote ninguna a la boda. Vistos los testimonios durante el juicio, me da la impresión que a Rachele ni siquiera se le informaría; lo que no aseguraría, en cambio, es que no se enterara, me da la impresión de que estaba muy al corriente de lo que pasaba en su familia. 
 
El segundo intento fue unos siete meses después, calculo que hacia el otoño del 21, con Rachele ya de catorce años. Esta vez Ernesto Marincola acepta la propuesta. Ciertamente, la chica era un año mayor, pero no suficiente para pasar de demasiado joven a simplemente joven; pero han surgido nuevos factores. El primero –que es el que más se repitió durante el proceso de nulidad– que el hermano Totò había vuelto a casa de la Guerra, enfermo de tuberculosis. Por aquel entonces, la tisis era una enfermedad mortal para muchos de los que la contraían; si bien desde finales del XIX se conocía el bacilo que lo causaba, no se lograron las primeras vacunas hasta acabada la Gran Guerra y aun hubo que esperar hasta el descubrimiento de la estreptomicina en 1946 para contar con un antibiótico eficaz. Bien es verdad que por esos años, la incidencia de la tuberculosis había disminuido, gracias a las mejoras en los hábitos alimenticios e higiénicos; de hecho, el problema más grave de salud pública de entonces fue la famosa gripe española. Pero la tisis seguía siendo una enfermedad muy grave y altamente infecciosa. No he logrado averiguar casi nada de Totò, el hermano mayor de Rachele. Si había enfermado sirviendo en la Gran Guerra, calculo que habría nacido en los últimos años del XIX (al inicio del matrimonio de sus padres) y tendría poco más de veinte años. La contienda finalizó para los italianos en noviembre de 1918 tras la rendición de los austrohúngaros. ¿Dónde estuvo Antonio Maríncola desde esa fecha hasta que llegó a Catanzaro, probablemente en 1921? No lo sé, pero se me ocurre que quizá en algún sanatorio militar, quizá por los Alpes italianos, ya que se recomendaba el clima de la montaña para curar a los tuberculosos. En todo caso, cuando por segunda vez Caligiuri hace su propuesta matrimonial, el enfermo está en casa y los padres están preocupados –o dicen estarlo– ante el riesgo de que la hija pequeña se contagie. Casarla se presenta ahora como una solución deseable para proteger su salud. 
 
Sin embargo, no me convence. Si tanto les preocupaba que la chica enfermase, había otras alternativas bastante menos radicales que forzarla a una boda; la más obvia, que la acogiese cualquier familiar, lo que no habría sido muy complicado. De hecho, Rachele convivió con su hermano enfermo durante el año que duró el noviazgo (a lo que hay que sumar los meses que Totò llevara ya en casa) sin que ni los padres ni el prometido manifestaran ningún temor; lo cierto es que ninguno se contagió. Por eso pienso que había otros y más importantes argumentos en la decisión familiar; el fundamental, en mi opinión, fue el económico: Rachele fue vendida al Caligiuri para facilitar la mejora material de la familia Marincola. El propio Renato contó al Tribunal –y a este respecto no hay motivo para no creerle– que, conocida la razón del primer rechazo, se ofreció a liberar a la chica de aquella situación dolorosa a su costa. Ernesto admitió asimismo que se la entregaron a Caligiuri porque la aceptaba sin dote, mientras que cualquier otro la habría exigido y no estaba en condiciones de aportarla. E incluso, de la lectura de algunos testimonios, se capta entre líneas que los Caligiuri, una vez formalizado el compromiso, pudieron contribuir directamente a la economía de los Marincola. Parece que el padre de Renato no puso objeciones a cuantos gastos contribuyeran a satisfacer el deseo de casamiento de su hijo.
 
De todos modos, por más que desde la óptica actual ese comportamiento paterno nos repugne, es compatible con que Ernesto y Anna creyeran estar haciendo lo mejor para el futuro de su hija. En la mentalidad de esos años –y más en el atrasado Sur italiano– el bienestar y felicidad de Rachele pasaba necesariamente por hacer una buena boda y, dada la situación familiar, el del Caligiuri se presentaba como el mejor partido posible. Esa conclusión fue reforzada por la autoridad familiar del tío Domenico, como confirmó en el proceso su hijo. Y si hemos de creer a otro de los testigos, Giuseppe Colao, médico de los Caligiuri, fue Domenico quien, casi con violencia, impuso a los padres que forzaran a la hija a casarse, como si estos no terminaran por si solos de decidirse. No sé si creerlo, aunque cabe imaginar que el hermano mayor de Anna estaría indignado con su cuñado y deseara sustraer a su sobrina de un futuro miserable. En todo caso, no tiene demasiada importancia; lo cierto es que, con más o menos dudas, cuando Renato solicitó por segunda vez la mano de Rachele hubo consenso unánime entre los Marincola para casarla.

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