Adolfo Suárez y yo
Fíjate lo que son las cosas que ahora que Adolfo Suárez acaba de morir me entero de que nos conocíamos. Según me cuenta mi madre, a quien el recuerdo le ha venido con motivo del despliegue televisivo de este fin de semana sobre el primer presidente de la democracia, Adolfo y su mujer vinieron a casa con sus hijos allá hacia el año setenta (la fecha es aproximada). Fue una tarde a la hora de la merienda y ambas familias estuvimos en el salón de casa al que habitualmente no nos permitían entrar, pero sí esa vez porque las visitas traían niños. Yo tendría diez u once años, "muy mayor" para los hijos de Suárez, así que imagino que los ignoraría desde mi altiva superioridad. Mi hermana Paula, en cambio, sería más o menos de la edad de Mariam, la hija mayor que murió de cáncer en 2004. Lo cierto es que no guardo el menor recuerdo de esa tarde, lo cual no me sorprende en absoluto porque a estas alturas ya sé de sobra cuan desastrosa es mi memoria. Lo que sí me asombra, en cambio, es que mi madre con ochenta años sea capaz de describirme detalles de esa reunión: que yo me fui a leer un libro a mi cuarto, cómo se habían distribuido los adultos en el sofá (que ahora ella tiene en su actual casa), que mi hermana pequeña, entonces un bebé, empezó a llorar dando pie a los Suárez a dar por concluida la visita ...
Mi padre conocía a Suárez porque ambos habían trabajado en el Movimiento (como conocía a muchos de los que formarían luego la UCD). Sin llegar a ser íntimos, sí mantuvieron trato amistoso durante el segundo lustro de los sesenta. Posteriormente, durante los primeros setenta, la frecuencia con que se veían fue disminuyendo progresivamente. Este enfriamiento de la relación no se debió a ningún enfado o desapego afectivo; simplemente, las ocupaciones de ambos los fueron llevando a ámbitos separados. La tarde de la reunión en nuestra casa mi padre ya no tenía mucha relación con la Secretaría General del Movimiento y Suárez era ya director general de Radio Televisión Española. Luego, en el setenta y cuatro, mi familia se mudaría a Lima y a la vuelta Adolfo Suárez ya era presidente del gobierno. De hecho, de lo que sí me acuerdo es de cuánto le sorprendió a mi padre que lo nombraran; aunque le tenía moderado cariño, no lo consideraba nada adecuado para el puesto. No tengo ni idea de si, una vez regresados a España, mi padre volvió a quedar con Suárez, pero teniendo en cuenta que no participó en ninguna de las movidas políticas de la Transición (y mucho menos estuvo en la UCD), dudo que hubiera más encuentros. Duda que ya nunca podré despejar.
¿Y por qué fueron los Suárez a mi casa esa tarde remota? Pues resulta que ellos tenían como empleada del hogar a una mujer separada latinoamericana que había llegado a España con su hija de diecisiete o dieciocho años. Estaban encantados con la mujer, a la cual tenían mucho cariño, pero no podían hacerse cargo de la chica (supongo que los sueldos de un alto cargo en el tardofranquismo no serían suficientes para cubrir un alto tren de vida, salvo para quienes lo complementaban con prebendas de origen poco ético). Como esas personas habían vivido en Estados Unidos, pensaron que Grace, la hija, podría ganar unas pesetillas enseñando inglés a los hijos de los amigos. Tal era el motivo práctico de la visita: colocar a Grace a mis padres para que nos diera clases particulares de ese idioma. Y mis padres aceptaron, así que la chica estuvo viniendo durante unos meses a machacarnos con ese idioma a los tres mayores. Se sentaba con nosotros en el que llamábamos el cuartito (una habitación mínima junto a la cocina en la que apenas cabía una mesa camilla) y se esforzaría en que algo aprendiéramos. A la vista de mi pobre nivel de inglés, poco éxito debió tener la muchacha conmigo.
Tampoco me acuerdo de Grace, una chica alta, delgada, de ojos grandes y pelo largo muy negro, según la vívida descripción que hace un rato me ha hecho mi madre. Sin embargo al oír su nombre algo ha resonado débilmente en las insondables profundidades de mi memoria. Prueba de que, en efecto, mis recuerdos de ella deben estar guardado en alguna parte remota de mi disco duro. Seguramente también la visita de los Suárez, pero de esos recuerdos he perdido completamente la ruta de acceso. Qué se le va a hacer.
Mala memoria - Julieta Venegas (Sí, 2003)
Muy curiosa la anécdota, Miroslav. Por cierto, resulta tremenda la ola hagiográfica que se ha desatado con este hombre, ciertamente muy relevante en la historia reciente de España, por parte de tantos que le negaron cuando todavía estaba activo en la vida política. Ensalzar muertos, ya desactivados, arraigada necrofílica costumbre, como la de enterrar vivos. Creo que tiene que ver con la crueldad de la práctica política (a Churchill le pregunto una periodista a la que estaba enseñando la cámara de los comunes si enfrente se sentaban los enemigos, y es famosa la respuesta del mandatario conservador: “no, ahí enfrente se sientan mis adversarios, mis enemigos se sientan aquí, junto a mí”), pero me temo que también tiene que ver con la envidia como vicio generalizado de este desdichado país.
ResponderEliminarMuy interesante anécdota.
ResponderEliminarEfectivamente en aquellos tiempos a los niños rara vez nos permitían estar en el salón, a menos que fuera en ocasiones especiales.
Si tu madre, a sus 80, se acuerda de aquella visita y te da detalles precisos como que tú te fuiste a leer y que tu hermana Paula arrancara a llorara, no entiendo bien por qué dices que ya nunca despejarás la duda de por qué no hubieron más encuentros entre tu padre y Suárez: pregúntale a ella que parece acordarse muy bien de aquellos tiempos.
Y no nos vendas que tu memoria es desastrosa porque yo creo que la conservas muy bien y en muchísimos sentidos. Si te crees desmemoriado me hundes en la miseria, porque yo sí que tengo memoria de pez, soy desastroso en eso (y en tantas más cosas.) Sin embargo mi memoria visual y olfativa son excelentes.
Yo creo que ya se están pasando los que conocieron a Adolfo Suárez contando peculiaridades de él las cien tertulias televisivas: que andaba siempre jodido con la dentadura y que le regañaba al dentista porque no le dejaba tomar café con hielo, que tanto le gustaba; que era flojo jugando al mus; otros dicen que era un lince en ese juego; que de jovencito jugaba muy bien al fútbol como extremo derecha - o al revés: que no daba una patada a derechas; lo que le pedían las mocitas en Cebreros; que su mujer le dijo un día - "si llego a saber que acabas de Presidente no me hubiera casado contigo"; "Que era un lince y le encantaba salir en la tele, o que la detestaba tanto que para los planos de lejos (verle entrar al coche desde una ventana) ponían a su hermano que se le parecía mucho. Claro, una vez enterrado y con tantos años fuera de órbita por el Alzheimer ahora sale cualquiera: del colegio, del pueblo, de Madrid o de donde sea y te puede contar cada cuánto tiempo se cortaba las uñas de los pies o si era estreñido.
Ah, y pregúntale a tu madre si tuviste algo más que clases de inglés con Grace, alta, delgada, de ojos grandes y pelo largo..., ¡ follandrín !
Y por cierto ninguno de sus hagiógrafos comenta que más que artífice del consenso de la Transición, fue una de las víctimas más notables de las confabulaciones elitistas y de los profundos desacuerdos que caracterizaron aquel periodo de nuestra historia
ResponderEliminar(Y estoy harto de que so pretexto de esalzar su figura se omita el papel aún más relevante que tuvo en la Trsnsición la sociedad en su conjunto y las movilizaciones: el papel de "la calle")
Pobre Suárez.Hay una expresión en francés," récupérer quelqu'un", (recuperar a alguien)que describe exactamente lo que está pasando con el difunto en estos últimos días.Normalmente se recupera algo que se ha tirado a la basura o destrozado o olvidado en una esquina y que se vuelve a utilizar por mero oportunismo.Bah, qué asco.
ResponderEliminarLansky: No te imaginas cuántas veces he repetido esa famosa anécdota de Churchill (pasado mañana precisamente me toca una reunión en la que me barrunto que la volveré a soltar). Pienso que Suárez fue el hombre oportuno que otros eligieron y que se llego a creer su "papel providencial"; de ahí que coincida contigo en que, probablemente, más que artífice fue víctima. En todo caso, me da que el tipo no era mala persona y hay que reconocer que, dentro de los márgenes que tenía, no lo hizo del todo mal mientras le dejaron.
ResponderEliminarEn lo que ya no estoy tan de acuerdo (y mira que me gustaría) es en la relevancia que atribuyes a la sociedad en su conjunto y a las movilizaciones. En mi opinión jugaron un papel muy importante, necesario casi, pero no el más relevante. Yo pienso –y hay cantidad de datos que señalan a esa conclusión– que el marco sociopolítico al que condujo la Transición, con sus condicionamientos al proceso, estaba decidido antes de la muerte de Franco. La sociedad española podría haber variado los tiempos y los detalles, pero no me creo que su comportamiento posible hubiera variado el resultado en lo fundamental. No deja de ser una opinión, claro (aunque no sin fundamento), y repito que preferiría tener la tuya.
Grillo: Sí, podría preguntarle a mi madre; lo haré. Y sí pienso que mi memoria es desastrosa: apenas me acuerdo de nada anterior a mis catorce años, más o menos; y a partir de esa fecha tengo inmensas lagunas. Pero, en fin, podría haberle echado imaginación y contar recuerdos inventados de cosas que hiciera o dijera Suárez esa tarde en mi casa; como bien dices, quién me iba a contradecir. En cuanto a Grace, no seas pervertido, que como digo en el post tendría diez u once años y no he sido tan precoz.
C.C: Se le tiró a la basura, desde luego, y eso que el tipo era resultón, un indudable capital para cualquier proyecto político. Habría que saber por qué no se le aprovechó (en vez de elegir parte de sus herederos a un antiestético Aznar). Quizá le perdió la vanidad o quizá no convenía por vaya usted a saber qué motivos ocultos. Qué asco, sí.
No he dicho 'el' más relevante. He dicho: "más relevante". ¿Más relevante que qué?: más relevante que lo que la mayoría de los comentarios al hilo de la muerte de Suarez suelen reconocer (o lo omiten directamente)
ResponderEliminar¡Qué cosas! ¡¡Pensar que conociste a Suárez!! Coincido con los comentarios de más arriba, añadiendo sólo que el error está en pensar que la democracia sin un cambio auténtico en las actitudes de los gobernados en democracia, como por ejemplo implicarse. Yo vengo de una familia en la que, aunque absolutamente alejados de ranciedades totalitarias, se sigue viendo mal y hasta peligroso participar en una protesta, aunque sea legítima. Una lástima.
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