El incidente de la isla Maury (2)
El presunto avistamiento de ovnis junto a la isla Maury ocurrió el 21 de junio. Un mes después –el 22 de julio– Kenneth Arnold recibe la carta de Ray Palmer pidiéndole que se dé un salto hasta Tacoma para opinar sobre la verosimilitud del incidente y enviándole 200 dólares para gastos. Entre medias, claro, Crisman le envía a Palmer un paquete con muestras de los fragmentos "extraterrestres" recogidos, copias de las fotos tomadas por Dahl y un carta asegurándole la veracidad del avistamiento (esto es lo que dicen algunas versiones pero, según el posterior informe del FBI, Crisman nunca envío ninguna prueba material). Como fuera, lo cierto es que durante todo un mes estos tipos no dijeron ni mu del incidente a las autoridades locales o federales que es lo que, a mi juicio, cualquiera habría hecho. Salvo, por supuesto, que anduvieran más interesados en hacerse famosos y quizá ricos explotándolo comercialmente. El caso es que, como ya he contado, a finales de julio, Arnold se desplaza a Tacoma, pensando que esos platillos podían ser los mismos que, unos días después, el había visto en las cercanías del Mount Rainier. No tengo claro –hay distintas versiones– si Arnold llega a Tacoma acompañado por su amigo Edward Smith (el copiloto del DC-3 que también había visto platillos volantes) o lo hace llamar a Seattle cuando se ha entrevistado con los dos tipos y visto las "pruebas", pero casi todas las versiones coinciden en que el aviador de la American Airlines participó en estas reuniones.
Fred Crisman |
El 31 de julio, procedentes de la base aérea de Hamilton, en California, acuden a Tacoma Frank Brown junto con su colega William Davidson, ambos oficiales de aviación adscritos a los servicios de inteligencia. Se reunen con Dahl y Crisman, en presencia de Arnold y Smith, en la habitación 502 del hotel Winthrop, probablemente en el que se estaban alojando éstos. El Winthrop, que en la actualidad funciona como residencia de ancianos, es un impresionante edificio del centro de Tacoma construido en 1925, durante uno de los periodos de mayor prosperidad de la ciudad (en la foto adjunta se ve el aspecto que presentaba hacia finales de los cuarenta). Quizá Arnold escogiera ese hotel porque rendía homenaje a un personaje del XIX (Theodore Winthrop, 1829-1861) quien en 1853 recorrió la cordillera de las Cascadas y luego escribir dos libros de aventuras que, con sus hiperbólicos elogios, darían fama en todo el país al Monte Rainier (o quizá no y simplemente fuera el hotel de moda por aquel entonces, pero no deja de ser una curiosa casualidad). En fin, que en ese hotel y durante algunas horas estuvieron reunidos los implicados en esta historieta, sin que los dos oficiales de las Fuerzas Aéreas quedaran nada convencidos de lo que contaba Crisman y Dahl corroboraba tímidamente. Los fragmentos metálicos les parecieron simples trozos de aluminio y ni siquiera mostraron la intención de acercarse hasta la isla Maury, con la excusa de que tenían que volver esa misma noche a la base de Hamilton pues al día siguiente (1 de agosto) se celebraba una exhibición aérea oficial. No obstante, para no avergonzar más a Arnold, manifestaron que el asunto merecía una investigación más cuidadosa y decidieron llevarse algunas muestras del "material misterioso" para hacer las pruebas pertinentes en Hamilton. Así que, ya de noche, se fueron al cercano aeródromo militar de McChord, en el mismo condado de Pierce, para volar de regreso a Hamilton en un B-25 militar que saldría a las dos de la madrugada. Antes de embarcar, hablaron con el oficial de inteligencia de la base, quien luego declaró que le dijeron que opinaban que el incidente de la isla Maury era un fraude.
A unos veinte minutos del despegue, se incendió el motor izquierdo del B-25, con la mala pata de que el sistema de extinción de fuegos del aparato estaba estropeado. Además de los dos oficiales investigadores, en el avión iban otros dos aviadores. Brown les ordenó que se pusieran los paracaídas y saltaran, y que él y Davidson lo harían inmediatamente después. Pero no lo hicieron; parece que unos diez minutos después el avión entró en barrena, estrellándose en las cercanías de Kelso, al Sur del Estado, casi en el límite con el de Oregon. No se entiende por qué los dos aviadores no comunicaron por radio el problema ni por qué no se lanzaron en paracaídas cuando la catástrofe era inevitable. Murieron, por supuesto. Pese a que uno de los supervivientes, el sargento Elmer Taft, afirmó que Davidson y Brown entraron al avión llevando entre ambos una pesada caja de cartón donde se supone que iban los materiales provenientes del platillo volante, los militares, que acordonaron la zona del accidente y se pasaron una semana limpiando los escombros del avión e investigando entre sus restos, declararon que nada se había encontrado. Recientemente, en 2007, los directores del "Museo de los Misterios de Seattle" anunciaron que disponían de una gran piedra negra proveniente de ese accidente aéreo; por lo visto se la había entregado Bob Davenport, sesenta años después de que, siendo un adolescente, la recogiera de entre los restos del avión estrellado, adonde acudió inmediatamente con su padre, antes incluso que el sheriff y sus muchachos. He consultado en la web del museo (ahora llamado Northwest Museum of Legend and Lore y, aunque dedican un extenso artículo al incidente de la isla Maury y se refieren al encuentro con Davenport, no dicen nada de que tengan esa misteriosa roca negra ni mucho menos que, como dijeron en 2007, la hayan sometido a pruebas para determinar su origen extraterrestre. A la vista de su estilo literario (y de sus pintas, prejuicios que tiene uno), estos dos tipos, Charlette LeFevre y Philip Lipson, que se autodenominan "los Scully y Mulder del Noroeste", no se me antojan demasiado fiables y más bien parece que su principal interés es hacer rentable su negocio (el propio museo) y vender sus libros sobre misterios
Unos días después del accidente aéreo, The Kelsonian Tribune, ya desaparecido (qué tiempos pasados, en los que una pequeña ciudad de apenas diez mil habitantes tenía su propio periódico local), insinuaba que se trató de un sabotaje para evitar que se conociera la verdad sobre los platillos volantes de Maury. Para entonces, la prensa ya empezaba a difundir "teorías conspiratorias". Parece que alguien de los que había asistido a la reunión en el Winthrop (todas las sospechas recaen obviamente en Crisman) había llamado a varios periodistas para informarles de lo que allí se estaba tratando. De hecho, a la mañana siguiente, un tal Paul Lance, del Tacoma Times, telefoneó a Arnold para decirle que estaba recibiendo llamadas anónimas y que sabía que el B-25 en el que viajaban los dos oficiales había sido derribado por proyectiles de 20 mm. Este Lance, por cierto, murió en circunstancias poco claras apenas dos semanas después y dos años después cerró el Tacoma Times (datos para quienes quieran interpretarlos en clave conspiratoria: los hombres de negro, fueran quienes fueran, se estaban ya ocupando de hacer desaparecer testigos incómodos). En todo caso, las Fuerzas Aéreas concluyeron que el accidente no se debía a ningún sabotaje, sino al incendio fortuito del motor y la posterior rotura del ala izquierda; pero lo interesante es que admitieron que en el avión se llevaba información clasificada aunque, según dijeron, nada tenía que ver con el incidente de la isla Maury.
La Air Force también decidió rematar la investigación sobre el asunto, probablemente molestos por el cariz que estaba tomando en los medios. Mandaron a otro oficial a entrevistarse con Dahl y Crisman y éste no se anduvo con tantos rodeos como sus predecesores. Examinó el barco y opinó que los desperfectos poco casaban con los supuestos impactos de los materiales que habían caído desde el ovni, se acercó hasta la isla Maury y no vio los supuestos restos alienígenas, y las muestras que Dahl decía haber recogido no le parecieron otra cosa que escorias de una fundición. Cabreado, les dijo a los dos tipos que como siguieran insistiendo en la historia acabarían siendo juzgados, no ya por fraude sino por su implicación en la muerte de dos oficiales de las Fuerzas Armadas. Los dos tipos, especialmente Dahl, debieron pensar que habían ido demasiado lejos (o, si no mentían, que se estaban metiendo en terreno peligroso) y el 3 de agosto se retractaron públicamente, declarando que todo se lo habían inventado. A partir de ahí, Dahl no vuelve a abrir la boca. En los sesenta, unos "ufólogos" entrevistaron a su hijo Charles y éste les confirmó que todo había sido una patraña montada por Crisman, que nunca habían visto platillos volantes y obviamente tampoco había sido herido en el brazo por ningún fragmento de metal ni había muerto el perro de la familia. Más recientemente, en 2007, la hija de Dahl, Louise, casi ocotogenaria, aseguró igualmente que nada de todo eso había sido cierto y que su padre fue víctima de las artes embaucatorias de Crisman. Asunto zanjado pues, se trató de una burda mentira producto del afán de notoriedad de un estafador. Sin embargo, no acabó ahí la cosa. En el número de enero de 1950 de la revista Fate –fundada por Ray Palmer después de ser despedido de Amazing Stories– Crisman volvió a asegurar la veracidad del avistamiento. Pero más curioso es que Kenneth Arnold incluyera el incidente en su libro de 1952 (escrito con Palmer) The coming of the saucers, teniendo en cuenta que, tras pasar por el ridículo de las investigaciones, estaba bastante disgustado con el asunto (incluso le dijo a Palmer que sentía incapaz de cumplir el encargo que el editor le había hecho). Pero algo debía rondarle la cabeza cuando decidió coger su avioneta y regresar a casa; años después contó que un periodista de la United Press de Tacoma le había aconsejado que se largara de la ciudad antes de que se encontrara con graves problemas. En su viaje de vuelta paró en Pendleton (Oregon) a echar gasolina; luego, en pleno vuelo, el motor se le paró y con apuros logró aterrizar sin sufrir daños para descubrir que alguien había cerrado la válvula del combustible. ¿Cuánto de esto y de más que no escribo es cierto? Para muchos, desde luego, el incidente de la isla Maury sí ocurrió y fue tapado por el Gobierno. Que los Dahl lo negaran se convierte así en prueba de su veracidad (tenían miedo) y alegan documentos del FBI que apuntarían a que la organización de Hoover sabía que la historia era cierta. Pero sobre las derivaciones de este asunto hacia las teorías conspiratorias ya escribiré en un próximo post.
A unos veinte minutos del despegue, se incendió el motor izquierdo del B-25, con la mala pata de que el sistema de extinción de fuegos del aparato estaba estropeado. Además de los dos oficiales investigadores, en el avión iban otros dos aviadores. Brown les ordenó que se pusieran los paracaídas y saltaran, y que él y Davidson lo harían inmediatamente después. Pero no lo hicieron; parece que unos diez minutos después el avión entró en barrena, estrellándose en las cercanías de Kelso, al Sur del Estado, casi en el límite con el de Oregon. No se entiende por qué los dos aviadores no comunicaron por radio el problema ni por qué no se lanzaron en paracaídas cuando la catástrofe era inevitable. Murieron, por supuesto. Pese a que uno de los supervivientes, el sargento Elmer Taft, afirmó que Davidson y Brown entraron al avión llevando entre ambos una pesada caja de cartón donde se supone que iban los materiales provenientes del platillo volante, los militares, que acordonaron la zona del accidente y se pasaron una semana limpiando los escombros del avión e investigando entre sus restos, declararon que nada se había encontrado. Recientemente, en 2007, los directores del "Museo de los Misterios de Seattle" anunciaron que disponían de una gran piedra negra proveniente de ese accidente aéreo; por lo visto se la había entregado Bob Davenport, sesenta años después de que, siendo un adolescente, la recogiera de entre los restos del avión estrellado, adonde acudió inmediatamente con su padre, antes incluso que el sheriff y sus muchachos. He consultado en la web del museo (ahora llamado Northwest Museum of Legend and Lore y, aunque dedican un extenso artículo al incidente de la isla Maury y se refieren al encuentro con Davenport, no dicen nada de que tengan esa misteriosa roca negra ni mucho menos que, como dijeron en 2007, la hayan sometido a pruebas para determinar su origen extraterrestre. A la vista de su estilo literario (y de sus pintas, prejuicios que tiene uno), estos dos tipos, Charlette LeFevre y Philip Lipson, que se autodenominan "los Scully y Mulder del Noroeste", no se me antojan demasiado fiables y más bien parece que su principal interés es hacer rentable su negocio (el propio museo) y vender sus libros sobre misterios
Unos días después del accidente aéreo, The Kelsonian Tribune, ya desaparecido (qué tiempos pasados, en los que una pequeña ciudad de apenas diez mil habitantes tenía su propio periódico local), insinuaba que se trató de un sabotaje para evitar que se conociera la verdad sobre los platillos volantes de Maury. Para entonces, la prensa ya empezaba a difundir "teorías conspiratorias". Parece que alguien de los que había asistido a la reunión en el Winthrop (todas las sospechas recaen obviamente en Crisman) había llamado a varios periodistas para informarles de lo que allí se estaba tratando. De hecho, a la mañana siguiente, un tal Paul Lance, del Tacoma Times, telefoneó a Arnold para decirle que estaba recibiendo llamadas anónimas y que sabía que el B-25 en el que viajaban los dos oficiales había sido derribado por proyectiles de 20 mm. Este Lance, por cierto, murió en circunstancias poco claras apenas dos semanas después y dos años después cerró el Tacoma Times (datos para quienes quieran interpretarlos en clave conspiratoria: los hombres de negro, fueran quienes fueran, se estaban ya ocupando de hacer desaparecer testigos incómodos). En todo caso, las Fuerzas Aéreas concluyeron que el accidente no se debía a ningún sabotaje, sino al incendio fortuito del motor y la posterior rotura del ala izquierda; pero lo interesante es que admitieron que en el avión se llevaba información clasificada aunque, según dijeron, nada tenía que ver con el incidente de la isla Maury.
Harold Dahl |
U.F.O. - Coldplay (Mylo Xyloto, 2011)
¡Qué pestazo a montaje en aras del negocio de la credulidad! Estos avistamientos, secuestros (abducciones) , desaparecidos y demás me recuerdan muchísimo a las apariciones de la Virgen y al negocio de los enclaves marianos tipo Lourdes, Fátima, etc.…
ResponderEliminarPues sí, Lansky. Es como las supuestas maldiciones que acechan las producciones del Titanic y similares: son unas series de coincidencias sin peso ni siquiera estadístico, pero la gente ansía una historia que las "explique".
ResponderEliminarLa verdad, Lansky, es que negocio, lo que se dice negocio, no hicieron demasiado ninguno de los tres principales protagonistas de esta historia. Sus muy distintos comportamientos y personalidades, por otra parte, resultan bastante sugerentes a efectos de elucubrar con teorías conspiratorias. Las cuales, por cierto, no requieren de platillos volantes extraterrestres.
ResponderEliminarSin ninguna convicción, por supuesto, tiendo a pensar que lo de la isla Maury fue una invención, al menos en gran parte del relato (quizá Dahl sí vio algo raro en el cielo, pero no me creo la catarata de fragmentos desprendiéndose de una nave averiada). En cambio, sospecho que Arnold y los pilotos del DC-3 comercial sí vieron algo, probablemente prototipos experimentales de los militares. Pero ya seguiré con el asunto que, al margen de cuanto tenga de cierto y cuanto de invención, me resulta bastante entretenido (a propósito, también las apariciones marianas se me antojan de lo más divertidas).
"La verdad, Lansky, es que negocio, lo que se dice negocio, no hicieron demasiado ninguno de los tres principales protagonistas de esta historia". Bien, eso parece quedar claro en tu pormenorizada exposición, pero eso no quiere decir que no lo intentaran (forrarse), y cómo yo soy tan mal pensado con estas cosas...
ResponderEliminarEstoy con lo que se 'malician' Lansky y Ozanu.
ResponderEliminarMuy interesante
J.H.
Tengo la impresión de que no todos intentaron forrarse. Palmer, sí, sin duda. A Crisman más que forrarse (también supongo) le motivaría una enfermiza ansia de notoriedad. Y Arnold me parece el que menos da el perfil en ese sentido.
ResponderEliminarEn realidad es posible que algunos sólo buscaran notoriedad. Estos tipos que se suicidan y dejan notas asegurando que serán felices, etc; lo que buscan es una manera de sobrepasar el hecho de que en el fondo son seres corrientes y molientes. Al fin y al cabo, algunos se meten a misionero por razones parecidas:
ResponderEliminarhttp://asiabudayrollitosprimavera.blogspot.com/2014/02/con-el-padre-pierre-1.html
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