Los primeros platillos volantes
En 1947, Kenneth Arnold tenía 32 años, vivía en Boise (Idaho) y desde 1940 era propietario de una pequeña compañía de servicios de extinción de incendios que se dedicaba a manejar, distribuir, vender e instalar equipos contra el fuego en las zonas rurales de cinco estados del noroeste estadounidense. Había obtenido la licencia de piloto en 1943 y desde hacía tres años contaba con aeroplano propio que usaba para su trabajo. En enero de ese año había adquirido una Callair A-2, monoplano triplaza con motor Lycoming O-235 de 100 caballos. Parece que esta avioneta está especialmente indicada para zonas de gran altitud y terrenos accidentados y escasos, justamente lo que Arnold necesitaba.
El martes 24 de junio, hacia las dos de la tarde, había terminado su trabajo para la Central Air Service de Chehalis, pequeña ciudad al Sur de Seattle, en el estado de Washington. Despegó para dirigirse a Yakima, unos mil kilómetros al Este. Ese trayecto le obligaba a cruzar la cordillera de las Cascadas (Cascade Range), una impresionante cadena montañosa que se extiende desde la Columbia Británica canadiense hasta el norte del Estado de California. Según contó, al poco de iniciar su vuelo, escuchó por la radio que una nave de transporte de la Marina había caído en el lado sudoeste del monte Rainier, la cima más alta de los Estados Unidos continentales (4.392 m). Así que Kenneth pensó que podía darse una vuelta por los alrededores a ver si lograba descubrir el avión accidentado.
El Mount Rainier es un volcán activo, incluido entre los 16 "volcanes de la década" (relación de los más peligrosos del mundo entre los que, por cierto, se encuentra el Teide). Cubierto permanentemente de hielo glaciar, se alza sobre una meseta a unos 2.800 metros de altitud. Arnold sobrevoló la altoplanicie y estuvo rastreando un buen rato sin éxito. Finalmente, cuando estaba sobre la ciudad de Mineral, puso rumbo Este para dirigirse a Yakima. El día era apacible y despejado, así que el hombre se relajó y manteniendo el curso se dedicó a disfrutar del paisaje. Cuando llevaba unos dos minutos en ese curso, le sorprendió un fulgor brillante sobre su avión. Escudriñó el cielo en busca del origen del reflejo y de pronto vio, en la parte noroeste del Mount Rainier, a unos treinta kilómetros de su posición, una formación triangular de nueve extraños aparatos que volaban en dirección Sur. Le impresionó que se movieran tan rápido y, tomando referencias, calculó su velocidad por encima de los dos mil kilómetros/hora (aunque luego la corrigió a la baja). Pero lo que más le asombró fue su forma: una especie de boomerangs o medias lunas aplanadas.
El tiempo durante el cual Arnold pudo ver esas curiosas aeronaves no llegó a tres minutos. Cuando desaparecieron pasado el Monte Adams (unos 60 km. al Sur), el hombre se sentía desasosegado. Al aterrizar en Yakima, corrió a contarle a Al Baxter, director del aeropuerto y amigo suyo, lo que había visto; incluso le hizo unos dibujos. Baxter llamó a otros pilotos y entre todos concluyeron que se trataba de unos misiles que el ejército norteamericano estaba probando en secreto. Arnold, sin embargo, no estaba del todo convencido. En la siguiente etapa de su viaje de regreso siguió dándole vueltas al asunto y cuando aterriza en Pendleton (Oregón) va a la oficina del FBI a informar de su avistamiento; como está cerrada, se decide por contárselo a Bill Bequette, editor del periódico local East Oregonian, y la noticia adquiere enseguida difusión nacional. Este Bequette, malinterpretando las palabras de Arnold, publicó como titular que lo que el piloto había visto eran platillos volantes (flying saucers), dando origen al término con el que desde entonces se vienen designando las naves extraterrestres.
El revuelo fue considerable. Casi enseguida, empezaron a conocerse otros avistamientos similares. El propio Arnold contó que alguien le había asegurado haber visto esos mismos objetos volantes dos días antes sobre las montañas californianas de Ukiah, pero hay que tener en cuenta que nada más llegar a su casa empezó a recibir multitud de llamadas y mensajes de personas que también juraban haberlos observados, tantas que el hombre llegó a pensar que todos se habían vuelto locos (menos él, claro). Pocos días después, el 4 de julio, los pilotos de un DC-3 que hacía la ruta Boise–Seattle ven dos grupos de cinco y cuatro objetos voladores similares a los de Arnold. Edward Smith, el copiloto, que era amigo de Arnold, se pone en contacto con éste y los tres se encuentran para comparar las experiencias. Mientras tanto, las autoridades, ni civiles ni militares, no daban ninguna explicación convincente sobre estos avistamientos y pareciera que lo que pretendían era restarles importancia, atribuyéndolos a algún efecto óptico o espejismo. En todo caso, para esos días de principios de julio, Arnold estaba bastante mosqueado con el asunto y con ganas de investigar. Por eso, cuando el 22 de julio recibe una carta de Ray Palmer, editor de una popular revista de ciencia ficción, pidiéndole que vaya a investigar el incidente de la isla Maury, no duda en desplazarse a Tacoma (Washington) acompañado de su amigo Smith.
El revuelo fue considerable. Casi enseguida, empezaron a conocerse otros avistamientos similares. El propio Arnold contó que alguien le había asegurado haber visto esos mismos objetos volantes dos días antes sobre las montañas californianas de Ukiah, pero hay que tener en cuenta que nada más llegar a su casa empezó a recibir multitud de llamadas y mensajes de personas que también juraban haberlos observados, tantas que el hombre llegó a pensar que todos se habían vuelto locos (menos él, claro). Pocos días después, el 4 de julio, los pilotos de un DC-3 que hacía la ruta Boise–Seattle ven dos grupos de cinco y cuatro objetos voladores similares a los de Arnold. Edward Smith, el copiloto, que era amigo de Arnold, se pone en contacto con éste y los tres se encuentran para comparar las experiencias. Mientras tanto, las autoridades, ni civiles ni militares, no daban ninguna explicación convincente sobre estos avistamientos y pareciera que lo que pretendían era restarles importancia, atribuyéndolos a algún efecto óptico o espejismo. En todo caso, para esos días de principios de julio, Arnold estaba bastante mosqueado con el asunto y con ganas de investigar. Por eso, cuando el 22 de julio recibe una carta de Ray Palmer, editor de una popular revista de ciencia ficción, pidiéndole que vaya a investigar el incidente de la isla Maury, no duda en desplazarse a Tacoma (Washington) acompañado de su amigo Smith.
Flying saucers rock'n'roll - Billy Lee Riley and his Little Green Men (Rockabilly Rules, 2012)
Me ha gustado mucho el relato, tan bien narrado que apetece leerlo varias veces: es como disfrutar de una película de ciencia ficción de los años cincuenta, con su tipo corriente (aunque aventurero) metido en una situación fuera de lo común, su oficina del FBI, su periódico local que difunde la noticia, su público crédulo y asustadizo, y en especial esas cadenas montañosas y eso grandes espacios abiertos. Aunque no sea exactamente una película de extraterrestres, me ha hecho recordar la magnífica “Them!”, que vi hace muchos años y no he vuelto a ver desde entonces; la vi, precisamente, en los tiempos en los que descubrí la canción de Billy Lee Riley que tan bien acompaña la entrada. Continuará, supongo.
ResponderEliminar(Los interesados en fenómenos extraterrestres no deben dejar de leer los que recoge Woody Allen en un capítulo de “Cómo acabar de una vez con la cultura”.)
Continuará, Antonio. Me alegro de que te haya gustado.
ResponderEliminarJoer ! Yo he creído que era un relato real. Qué bueno.
ResponderEliminarEsperamos más.
Es un relato real, Grillo. Todo lo que cuento ocurrió en las fechas y sitios que he escrito.
ResponderEliminarLa agente especial Dana Scully y su compañero, el agente Fox Mulder están hartos de explicar que los aviadores no deberían darle tanto al licor de centeno casero por mucho frío que haga allí arriba en esas cabinas mal climatizadas... /( y cómo dice Antonio, muy bien narrado)
ResponderEliminarYa, ya, Miroslav. Digo que lo creí real por las definiciones y datos exactos que das del lugar, el nombre del aviador, su avión, etc. etc.
ResponderEliminarLo expresé mal. He querido insinuar que me 'parecía real' en el sentido de que por detrás de los datos tan precisos, estabas escribiendo una ficción porque - aún totalmente indocto en cuestiones científicas - siempre he creído que eso de los platillos volantes es un camelo.
Yo no creo para nada que no existan los ovnis o ufos... Para esa negación me baso en que aún hoy día con los medios de análisis tan precisos que existen nadie ha podido encontrar restos de su paso por la Tierra como saben ya positivamente sobre fósiles o huellas de 'cosas' de hace miles y millones de años.
Nada, no hay rastro del paso de ovni alguno: una marca en el suelo, un quemazón, una pieza suelta, algún desperdicio, (no digo un cagarro porque parece un chiste), o mensaje alguno encriptado o escrito en una lengua conocida.
En el cine y en el departamento de Defensa de EEUU andan temerosos de que pudieran venir a dañarnos... ¿Por qué? Creo que unos presuntos seres vivos del espacio exterior, tan adelantados, deberían en tal caso venir para ayudar.
Vamos, que me creo tanto a un alienígena como al arcángel San Gabriel, con sus alas, anunciando la llegada del Mesías...
¿Me explico ahora mejor?
Y por supuesto espero tu continuación.
Por mí, que vengan a traer orden sobre nuestra Tierra, que se lleven a los locos beligerantes, ávidos de riquezas, y, de paso, a los fanáticos religiosos también.
ResponderEliminar¿ Y que pasó, Miros ?
Lansky: Era buena esa serie de los expedientes X y tenía bastante más "chicha" de la que percibía el público desavisado. Ahora, en los episodios que vi no recuerdo que nunca Scully (quien no estaba nada mal) mencionara el licor de centeno. Conste que a mí el testimonio de Arnold me parece verídico. Cuestión distinta es que fueran ovnis; de ello trataré en un próximo post.
ResponderEliminarGrillo: Mi ateismo respecto del arcángel Gabriel es bastante menor que en el asunto de los ovnis o de las visitas de extraterrestres inteligentes a nuestro plantea. Digamos que en este asunto soy agnóstico: ni creo ni dejo de creer. Si hurgas un poco en el tema no encontrarás probablemente pruebas, en el sentido científico del término, pero sí bastantes cosas raras insuficientemente explicadas.
C.C: Sí, no estaría mal que vinieran para eso, pero de existir no creo que les importe mucho la inconsciencia de nuestra especie (o de quienes la dirigen). Ya continuo con estos posts.
Ya que algunos se sienten atraídos, no deberían dejar de leer a Jorge San Miguel y sus varios artículos del fenómeno OVNI:
ResponderEliminarhttp://politikon.es/2012/06/25/de-brujas-y-ovnis/
http://www.jotdown.es/2014/01/por-que-creemos-en-monstruos/
A mi me parece genial que continúes. Lo haces muy interesante. Tu agnosticismo al respecto es comprensible.
ResponderEliminarPersonalmente creo que eso que avistan algunos pilotos de líneas comerciales o de aviación militar debe ser chatarra espacial que anda por ahí dando vueltas.
También se dice que el sonido no se pierde, rebota y rebota, y hay quienes dicen que se podría oír la voz de Napoleón o la de mi abuela...
Por mí que vengan los extraterrestes, y si me están leyendo que se pasen por mi casa para despachar un ratito. ¿Esos comen lentejas y gazpacho o hay que darles un batido de níquel con una tapita de cobre?