martes, 29 de diciembre de 2015

Los hermanos Ertegun

A finales de 1920 Turquía era un hervidero. El Imperio Otomano había sido derrotado en la I Guerra Mundial, los aliados –ingleses, franceses e italianos– lo ocupaban de facto y el sultán Mehmet VI era prácticamente su títere. Pero un grupo de nacionalistas, bajo el liderazgo de Mustafá Kemal, se oponía a esa situación desde Anatolia, en el interior del país. Por esas fechas, urgido por los aliados, el gobierno otomano envió una delegación a Ankara para intentar la reconciliación con los rebeldes. Uno de sus integrantes era Munir Ertegun, un consejero legal al servicio de la administración turca. Ertegun, que pertenecía a la clase alta, tenía entonces 37 años y vivía cómodamente en Estambul, casado y con un hijo de tres años. La misión fracasó y la delegación volvió a la capital pero Munir decidió quedarse en Ankara y ofrecer sus servicios legales a Kemal, poniéndose del lado de los nacionalistas en la guerra de independencia turca. Fue en esos momentos una decisión arriesgada que podría haberle arruinado la vida. Pero los rebeldes vencieron y en 1923 firmaron con Grecia y los aliados el Tratado de Lausana, que delimitó las fronteras definitivas del nuevo Estado y supuso su reconocimiento internacional. En la ciudad suiza, como máximo responsable legal de los turcos, estuvo Munir Ertegun.

A partir de ahí, Munir inicia una brillante carrera diplomática. Es enviado primero a la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra, para las negociaciones de la deuda otomana (renegociar la deuda pública y acordar quitas importantes tiene larga historia). Luego, entre 1925 y 1930 fue embajador en Suiza; después, hasta 1932, en Francia; los siguientes dos años en el Reino Unido. Finalmente, en 1934, Ertegun es nombrado máximo representante de la República de Turquía en los Estados Unidos y se instala en Washington con su mujer y sus tres hijos: Nesuhi, Ahmet y Selma; tenía 51 años. Se mantendría como embajador hasta su muerte en 1944, logrando un intenso fortalecimiento de las relaciones turco-estadounidenses, tanto que en 1946, una vez acabada la II Guerra Mundial, los americanos repatriaron su cuerpo a bordo del acorazado USS Missouri, cabeza de la 3ª flota en las batallas en el Pacífico (hay que decir que mandar el Missouri a Turquía no era sólo un detalle de amistad hacia Ertegun y el pueblo turco; los americanos también querían, en los prolegómenos de la Guerra Fría, mostrar a los soviéticos su fuerza para disuadirlos de sus amagos de invasión desde el Cáucaso).

Si Munir Ertegun no se hubiera pasado a los seguidores de Mustafá Kemal es bastante probable que la historia de Turquía no hubiese sido sustancialmente distinta. Pero lo que es casi seguro es que no habría sido nombrado embajador en los Estados Unidos y, consiguientemente, sus dos hijos no habrían ido allí ni, por tanto, habrían contribuido como decisivamente lo hicieron al nacimiento de la música rock. Por supuesto, a Munir eso ni se le pasaría por la cabeza en 1920 (de hecho, aún no había nacido Ahmet, quien jugaría el papel relevante), como tampoco que sus hijos iban a ser recordados más que él mismo. O, lo que es lo mismo, parece que la Historia –siempre del lado de los poderosos– ofrece más espacio a los orígenes norteamericanos de un género musical que a los de todo un país, heredero de uno de los más grandes imperios que han existido. En todo caso, aunque los hermanos Ertegun –especialmente Ahmet– son más que conocidos para cualquier estudioso de la música popular, tampoco puede decirse que sus nombres sean famosos. De hecho, a más de uno (a mí entre ellos) le habrá sorprendido enterarse de esta "conexión turca" en los orígenes del rock.

A la muerte de Munir la familia Ertegun, como es lógico, debía regresar a Turquía; los dos hermanos, sin embargo, decidieron quedarse en los Estados Unidos. Nesuhi tenía 26 años y Ahmet 21. Es muy comprensible que los chicos, criados fuera de Turquía, no tuvieran ninguna gana de volver a su país de origen; supongo que, aún consciente de su extranjería, se sentirían integrados en Norteamérica, partícipes de su cultura. Sobre todo, ambos eran unos enamorados del jazz, afición que habían iniciado en Londres siendo apenas unos niños y cultivado con entusiasmo una vez en Washington. Hay que recordar que en la segunda mitad de los treinta, cuando los Ertegun eran adolescentes, la importancia del jazz en la música popular era ya incuestionable aunque puede calificarse en cierto modo de "esquizofrénica". Por un lado, la migración desde la década de los veinte de excelentes músicos desde Nueva Orleans y otras localidades sureñas a las grandes ciudades del Norte (Chicago y Nueva York, sobre todo) había expandido esa "música negra" por todo el país. Los empresarios más sagaces habían empezado a explotarla pero, en gran medida, los temas originales eran apropiados por las big bands y edulcorados para ser comercializados hacia el mayoritario público blanco. Es la era del swing, el estilo que "asimiló" esa música negra. Aún así, junto al éxito comercial de orquestas como la de Benny Goodman (a quien se llamó "el rey del jazz"), Artie Shaw o Glenn Miller, otros músicos –todos negros– ensayaban nuevas formas al margen de la llamada mainstream, sobre todo en Nueva York que desembocarían, ya en la década de los cuarenta, en el bebop. Eran estos intérpretes, mucho menos populares, los que interesaban a los hermanos Ertegun.

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