Miremos, independentistas y no, a Quebec (2)
Hasta finales de los sesenta, Quebec, como el conjunto de Canadá, vivía en el bipartidismo. De un lado estaba el partido liberal (Parti libéral du Québec) y enfrente la Union Nationale, partido exclusivamente quebequés resultado de la fusión en los años treinta de disidentes del partido liberal con el partido conservador de la Provincia. Durante los quince años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Quebec estuvo copado por la Unión Nacional, bajo la férrea dirección de Maurice Duplessis –al que llamaban le Chef–, quien orientó su política hacia el mundo rural con fuerte apoyo de la Iglesia Católica y marcados tintes conservadores combinados con proclamas autonomistas. Las elecciones provinciales de 1960 (Duplessis había muerto unos meses antes), dieron la victoria al Partido Liberal y llevaron al cargo de Primer Ministro de Quebec a uno de sus líderes históricos más carismáticos, Jean Lesage (1912-1980). Fue durante el mandato de Lesage cuando se impulsó la llamada Revolución tranquila –a la que ya me referí en el post anterior– que supuso una radical modernización de la Provincia y, consecuentemente, el aumento de su peso en el conjunto del Estado y también de la autoestima nacional de los quebequeses. No deja de ser significativo, en tal sentido, que en 1964 el Parti libéral du Québec) se erigiera en organización independiente, separada del Liberal Party of Canada.
En las elecciones de 1966 volvió a ganar la Unión Nacional y los liberales pasaron a la oposición (volverían al gobierno en 1970 con Robert Bourassa). Pero ese año marca un punto de inflexión en la historia política de la Provincia, en especial en lo relativo a la evolución del nacionalismo. De entrada, por primera vez se presentan a las elecciones dos agrupaciones que propugnan directamente la independencia (Rassemblement pour l'indépendance nationale (RIN) y Ralliement national); entre las dos obtiene solo el 9% de los votos, lo que no les da ningún escaño en la Cámara, pero es un síntoma claro de que en Quebec hay quienes no se conforman con un régimen federal y quieren ir más allá de la mera autonomía. De otra parte, pasa a primer plano quien hasta entonces había sido uno de los ministros del gobierno de Lesage, un joven político proveniente del periodismo, llamado René Lévesque. Para entonces Lévesque había evolucionado desde posiciones federalistas hacia el nacionalismo. En el verano de 1967, inmediatamente después del incendiario grito de De Gaulle desde el balcón del Ayuntamiento de Montreal, el partido liberal celebró su congreso y allí Lévesque propuso adoptar una posición soberanista. Su moción fracasó, lo que le llevó (a él y a unos cuantos seguidores) a abandonar el partido. Enseguida formó el que se llamó Movimiento soberanía-asociación (MSA) para promover el reconocimiento de la soberanía de Quebec a partir de la cual la Provincia se asociaría con Canadá. A continuación (enero de 1968) publicó el manifiesto Opción Quebec y finalmente, ese mismo año, se funda el Parti Québécois (PQ), mediante la fusión del MSA con los independentistas del RIN de Gilles Grégoire. La aparición del partido quebequés será decisiva en la política de la Provincia y del conjunto del Canadá. Y también lo será quien, justamente también en 1968, alcanza el cargo de Primer Ministro de Canadá por el Partido Liberal (el federal), Pierre Trudeau. Pese a ser quebequés, Trudeau fue un firme defensor del federalismo y, por tanto, opositor frontal al movimiento soberanista de Quebec. Su protagonismo y prestigio en la vida política canadiense fue uno de los factores que los mantuvo a raya hasta los ochenta (cuando ya abandonó la política).
Durante los primeros años desde su fundación las perspectivas del PQ no eran muy halagüeñas. Las elecciones de 1970 dieron la victoria al Partido Liberal, ahora dirigido por Robert Bourassa (1933-1996), quien repitió copando la casi totalidad de la Cámara en 1973. Entre esos dos comicios el Parti Québécois pasó del 23 al 30% del voto válido pero, debido a la fuerte desviación mayoritaria del sistema electoral quebequés, apenas ganó 7 y 6 escaños. Pero lo más relevante fue el hundimiento de la Unión Nacional que llegó a situarse en menos del 5% y sin representación parlamentaria; se podía intuir que el que fuera una importante fuerza del panorama político quebequés se dirigía al desastre, como efectivamente ocurrió a finales de los ochenta cuando se disolvió. La hora de Lévesque llegó en las elecciones de 1976 en las que, con una inteligente campaña defendiendo el buen gobierno frente a los múltiples escándalos que habían sacudido la gestión reciente de Bourassa, convenció al 41% de los votantes y obtuvo 71 escaños de los 110 del Parlamento provincial. Durante la campaña, el PQ prometió que celebraría un referéndum proponiendo la soberanía-asociación. Dos años y medio después, en mayo de 1979, Trudeau perdió en las elecciones generales canadienses y Joe Clark, del Partido Progresista Conservador, se convirtió en Primer Ministro. Era el momento ideal para el PQ: Clark no era ni mucho menos de la talla política de Trudeau y, además, carecía de relevancia en Quebec (era de la provincia de Alberta). De modo que en junio de 1979, Lévesque anunció en el Parlamento quebequés que el referéndum se celebraría en la primavera de 1980. En noviembre el gobierno del PQ publicó La nouvelle entente Québec-Canada, documento en el cual aseguraban que el reconocimiento de la soberanía de Quebec iba unido, indisociablemente, a la asociación con Canadá. No había pues una voluntad de independencia, de crear un estado separado, pero sí de replantear la permanencia en Canadá desde una condición distinta. El texto que se sometería a referéndum –que se hizo público poco antes de las navidades de 1979– tenía un largo preámbulo y luego la pregunta. Era el siguiente: “El Gobierno de Quebec ha manifestado su voluntad de negociar un nuevo acuerdo con el resto de Canadá basado en la igualdad de las naciones. Este acuerdo le permitiría a Quebec adquirir potestad exclusiva para legislar, recaudar sus impuestos y establecer relaciones en el extranjero; en otras palabras, soberanía. Pero, al mismo tiempo, mantener con Canadá una asociación económica que incluiría una moneda común. Cualquier cambio en el estatus político resultante de estas negociaciones solo sería posible mediante su aprobación a través de otro referéndum. En los términos descritos, ¿le otorga al gobierno de Quebec el mandato de negociar el acuerdo propuesto entre Quebec y Canadá?"
Ahora bien, en ese mismo Diciembre de 1979, el gobierno federal de Clark entraba en crisis al no ser capaz de aprobar los Presupuestos, lo que obligó al joven Primer Ministro a disolver la Cámara y convocar elecciones generales. En febrero de 1980 se celebraron y el Partido Liberal, de nuevo con Trudeau a la cabeza, obtuvo la mayoría absoluta con 147 de los 282 escaños (y lo que era peor para los dirigentes del PQ, con una abrumadora victoria en Quebec: 74 de los 75 escaños que aportaba la Provincia). El 15 de abril Lévesque fijó el 20 de mayo como fecha del referéndum. Ese mismo día, en Ottawa, Trudeau contraatacó declarando que no negociaría la soberanía-asociación bajo ninguna circunstancia porque entendía que el Gobierno canadiense no tenía autoridad para discutir ese asunto con una Provincia. Pero además consideraba la pregunta demasiado ambigua y, sobre todo, porque. Pero además consideraba la pregunta ambigua, de modo que aunque el SÍ ganara el referéndum no derivaría ningún mandato concreto que legitimara la ulterior actuación del Parti Québécois. A cambio, prometió que su gobierno afrontaría reformas en la estructura federal del Estado y, pidió a los quebequeses que votaran NO, asegurándoles que ese voto no significaba mantener el status quo. La posición del Primer Ministro canadiense fue apoyada en esos momentos de incertidumbre por Joe Clark y Ed Broadbent, líder del New Democratic Party of Canada, tercer partido del país. La campaña fue intensa y apasionada, y el propio gobierno federal se involucró en ella (especialmente Jean Chrétien, también quebequés y hombre de confianza de Trudeau que había sido nombrado ministro de Justicia). Ciertamente, la campaña de este primer referéndum fue dramática y supuso una ruptura del equilibrio nacionalista que se había alcanzado en la Provincia tras la Revolución tranquila. En la votación participó un 85% del censo electoral (porcentaje altísimo) y casi el 60% de los votantes se decidió por el NO.
Finalizaba así el primer round pero no la batalla que quiero seguir contando porque me parece muy instructiva. De entrada pensemos en las similitudes y diferencias con lo que estamos viviendo casi cuatro décadas después por estas latitudes. Parecidos hay bastantes, sin duda. Las diferencias están, sobre todo, en el muy distintos comportamiento de los protagonistas, tanto los soberanistas como los federalistas canadienses en relación a los independentistas catalanes y ”constitucionalistas españoles. Pero ya volveré a ello más adelante.
Durante los primeros años desde su fundación las perspectivas del PQ no eran muy halagüeñas. Las elecciones de 1970 dieron la victoria al Partido Liberal, ahora dirigido por Robert Bourassa (1933-1996), quien repitió copando la casi totalidad de la Cámara en 1973. Entre esos dos comicios el Parti Québécois pasó del 23 al 30% del voto válido pero, debido a la fuerte desviación mayoritaria del sistema electoral quebequés, apenas ganó 7 y 6 escaños. Pero lo más relevante fue el hundimiento de la Unión Nacional que llegó a situarse en menos del 5% y sin representación parlamentaria; se podía intuir que el que fuera una importante fuerza del panorama político quebequés se dirigía al desastre, como efectivamente ocurrió a finales de los ochenta cuando se disolvió. La hora de Lévesque llegó en las elecciones de 1976 en las que, con una inteligente campaña defendiendo el buen gobierno frente a los múltiples escándalos que habían sacudido la gestión reciente de Bourassa, convenció al 41% de los votantes y obtuvo 71 escaños de los 110 del Parlamento provincial. Durante la campaña, el PQ prometió que celebraría un referéndum proponiendo la soberanía-asociación. Dos años y medio después, en mayo de 1979, Trudeau perdió en las elecciones generales canadienses y Joe Clark, del Partido Progresista Conservador, se convirtió en Primer Ministro. Era el momento ideal para el PQ: Clark no era ni mucho menos de la talla política de Trudeau y, además, carecía de relevancia en Quebec (era de la provincia de Alberta). De modo que en junio de 1979, Lévesque anunció en el Parlamento quebequés que el referéndum se celebraría en la primavera de 1980. En noviembre el gobierno del PQ publicó La nouvelle entente Québec-Canada, documento en el cual aseguraban que el reconocimiento de la soberanía de Quebec iba unido, indisociablemente, a la asociación con Canadá. No había pues una voluntad de independencia, de crear un estado separado, pero sí de replantear la permanencia en Canadá desde una condición distinta. El texto que se sometería a referéndum –que se hizo público poco antes de las navidades de 1979– tenía un largo preámbulo y luego la pregunta. Era el siguiente: “El Gobierno de Quebec ha manifestado su voluntad de negociar un nuevo acuerdo con el resto de Canadá basado en la igualdad de las naciones. Este acuerdo le permitiría a Quebec adquirir potestad exclusiva para legislar, recaudar sus impuestos y establecer relaciones en el extranjero; en otras palabras, soberanía. Pero, al mismo tiempo, mantener con Canadá una asociación económica que incluiría una moneda común. Cualquier cambio en el estatus político resultante de estas negociaciones solo sería posible mediante su aprobación a través de otro referéndum. En los términos descritos, ¿le otorga al gobierno de Quebec el mandato de negociar el acuerdo propuesto entre Quebec y Canadá?"
Ahora bien, en ese mismo Diciembre de 1979, el gobierno federal de Clark entraba en crisis al no ser capaz de aprobar los Presupuestos, lo que obligó al joven Primer Ministro a disolver la Cámara y convocar elecciones generales. En febrero de 1980 se celebraron y el Partido Liberal, de nuevo con Trudeau a la cabeza, obtuvo la mayoría absoluta con 147 de los 282 escaños (y lo que era peor para los dirigentes del PQ, con una abrumadora victoria en Quebec: 74 de los 75 escaños que aportaba la Provincia). El 15 de abril Lévesque fijó el 20 de mayo como fecha del referéndum. Ese mismo día, en Ottawa, Trudeau contraatacó declarando que no negociaría la soberanía-asociación bajo ninguna circunstancia porque entendía que el Gobierno canadiense no tenía autoridad para discutir ese asunto con una Provincia. Pero además consideraba la pregunta demasiado ambigua y, sobre todo, porque. Pero además consideraba la pregunta ambigua, de modo que aunque el SÍ ganara el referéndum no derivaría ningún mandato concreto que legitimara la ulterior actuación del Parti Québécois. A cambio, prometió que su gobierno afrontaría reformas en la estructura federal del Estado y, pidió a los quebequeses que votaran NO, asegurándoles que ese voto no significaba mantener el status quo. La posición del Primer Ministro canadiense fue apoyada en esos momentos de incertidumbre por Joe Clark y Ed Broadbent, líder del New Democratic Party of Canada, tercer partido del país. La campaña fue intensa y apasionada, y el propio gobierno federal se involucró en ella (especialmente Jean Chrétien, también quebequés y hombre de confianza de Trudeau que había sido nombrado ministro de Justicia). Ciertamente, la campaña de este primer referéndum fue dramática y supuso una ruptura del equilibrio nacionalista que se había alcanzado en la Provincia tras la Revolución tranquila. En la votación participó un 85% del censo electoral (porcentaje altísimo) y casi el 60% de los votantes se decidió por el NO.
Finalizaba así el primer round pero no la batalla que quiero seguir contando porque me parece muy instructiva. De entrada pensemos en las similitudes y diferencias con lo que estamos viviendo casi cuatro décadas después por estas latitudes. Parecidos hay bastantes, sin duda. Las diferencias están, sobre todo, en el muy distintos comportamiento de los protagonistas, tanto los soberanistas como los federalistas canadienses en relación a los independentistas catalanes y ”constitucionalistas españoles. Pero ya volveré a ello más adelante.
Desde luego, ¡qué diferencia! Razonar, hablar y convencer. De momento, ni cargas de antidisturbios ni huidas a Groenlandia, ya que no Suiza les queda lejos.
ResponderEliminarPor cierto, Pierre Trudeau es padre de Justin, el actual primer ministro de Canadá.
No estaría mal que aprendiésemos de los canadienses.
EliminarY sí, el actual es hijo del histórico, cuyo nombre se lo dieron al aeropuerto de Montreal (aquí el equivalente sería Suárez y Barajas).
Vamos a ver si el nuevo talante del PSOE ofrece nuevas posibilidades. Parece que intención de hacer algo, hayla, aunque los márgenes son muy limitados.
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