De la Palmita (La Victoria de Acentejo) a El Rincón (La Orotava)
Quedamos a las 7:30 en el aparcamiento de la playa del Bollullo, en El Rincón de La Orotava, un ámbito agrario que, por presión de la ciudadanía, fue protegido por Ley del Parlamento Canario en 1991. Llegué puntual pero el aparcamiento estaba cerrado con una cadena; abre a las 9 de la mañana y cobra 3 euros como precio fijo: un buen negocio, qué duda cabe. Esperé un rato mirando, a la tenue luz del sol naciente, el acantilado a cuyos pies se extiende la playa del Bollullo y el camino por el que se accede a ésta. Cuando llegó Jorge subimos hasta el restaurante San Diego, junto al cual dejó su coche. Seguimos en el mío hasta la urbanización La Palmita, en el municipio de La Victoria, donde habíamos acabado la caminata del domingo anterior y donde empezábamos la de éste; eran las 8 de la mañana más o menos.
Caminamos en dirección Sur por la carretera de acceso a la urbanización con la intención de girar hacia el Oeste por un camino a unos 270 metros. Sin embargo, al llegar, resultó que era de una finca privada y el paso estaba impedido por unas puertas con candado. Nos vimos pues obligados a seguir cuesta arriba otro tanto hasta llegar a la vía de servicio de la autopista. Una vez allí, doblamos hacia la derecha, pasamos el túnel que da acceso al casco de La Victoria y enseguida de nuevo giro a la derecha para bajar en sentido Norte por un estrecho camino asfaltado también llamado calle de la Costa. El camino discurre hacia el mar, transversal a la línea de costa en suave pendiente descendente, con una longitud algo inferior al medio kilómetro. Los primeros metros, asfaltado, para dar acceso a dos viviendas unifamiliares aisladas; luego atraviesa fincas en cultivo, más estrecho y con peor firme. Casi al final, antes de girar hacia la izquierda, se abre una espectacular vista del Teide, delineado sobre un cielo especialmente límpido, sin calima (aunque el primer plano, con edificaciones nada apreciables, estropea la fotografía).
El camino de la Costa acaba y doblamos hacia la izquierda, siguiendo el muro dede las últimas fincas agrícolas que se asoman a la acantilada ladera. Ahí empieza el sendero del Barranco Hondo, que separa los términos municipales de La Victoria de Acentejo y Santa Úrsula. El nombre del barranco no deja de ser acertado: estamos a 165 metros de altitud y habremos de bajar casi hasta el nivel del mar, por un trazado sinuoso ajustado a la ladera. El sendero está en un muy aceptable estado de conservación: firme hormigonado y abundantemente escalonado en la casi totalidad de su longitud y barandilla de manera que cumple bien su papel quita miedos. Aun así, nos damos cuenta de que los desprendimientos son frecuentes, lo que añade un cierto nivel de riesgo al recorrido. El descenso, pese al castigo que sufren nuestras rodillas, es una maravilla, disfrutando de las cambiantes vistas de la costa, los acantilados y el mar, con el roque que emerge justo enfrente de la desembocadura del barranco. En este roque, por cierto, hay cinco o seis personas, imaginamos que pescando, aunque nos preguntamos cómo han llegado hasta allí. Durante todo el descenso los escuchamos gritando, aunque no nos pareció que pidieran ayuda. Al iniciar el ascenso vimos que llegaba una barca y recogía a dos de ellos; supusimos que repetirían el viaje para los restantes.
La bajada nos tomó casi veinte minutos. Antes de llegar a la playa de callaos que forma la desembocadura del barranco, nos desvíamos para ver unas cuevas excavadas en la ladera, bien cerradas con puertras y candados, y que parecían en relativo buen estado de conservación. En todo caso, ya no son vivienda permanente pero imagino que seguirán usándose como estancia temporal –de fin de semana, por ejemplo– por quienes se hayan erigido en sus dueños (porque parece evidente que están dentro de dominio público, sea del cauce del barranco o marítimo-terrestre). Desde ahí apenas quedaban unos pocos metros hasta la playita de piedras, contra las que las olas batían furiosas: no parecía un lugar idóneo para meterse en el mar. Abajo también había otreas cuevas, pero éstas abiertas y llenas de trastos y basuras (entre otras cosas, se apreciaba que habían desmontado una zodiac). Permanecimos solo unos instantes antes de iniciar el ascenso por la otra ladera, ya en el término municipal de Santa Úrsula.
El ascenso nos llevó más o menos el doble de tiempo, no solo porque la subida es más agotadora (ahí es cuando compruebo que mi forma física no es la deseable) sino también porque el camino en esa ladera estaba en peores condiciones de mantenimiento y, además, sube unos veinte metros más que en el otro lado. El sendero acaba en la carretera que viene desde la vía de servicio de la TF5 –se llama Camino del Mar– y ese acceso está cerrado con una valla: el ayuntamiento de Santa Úrsula prohíbe el tránsito porque lo considera muy peligroso; no así el de La Victoria que no advirtió nada en el otro extremo. Obviamente, vadeamos la valla y salimos casi al lado de la granja Teisol, una empresa ganadera que el Cabildo compró para evitar su quiebra, en la que invirtió fuertes sumas de dinero público y que pese a ello, según creo, ha tenido que cesar su actividad. Durante los últimos años, los "rescates" de empresas privadas agobiadas (sobre todo de amigos, según las malas lenguas) se convirtió casi en una política de la corporación insular, de dudosa justificación y más dudosos resultados. Pero no es este lugar para hablar del gobierno, así que sigamos con la narración de la ruta.
El Camino del Mar acaba en fondo de saco dando acceso a tres parcelas unifamiliares con chalets de apreciables tamaños. Poco antes el muro que cierra los bancales que hay a la izquierda tiene una abertura desde la que sale una senda que lleva al borde superior del barranco de la Cruz, el que separa esta meseta de la que soporta la urbanización de La Quinta, la mayor del municipio de Santa Úrsula. Éste, como el anterior, es un señor barranco. No hay un sendero "oficial" que lo atraviese, pero sí encontré en la Red algunas descripciones de quienes lo habían hecho y también, entre las propuestas que maneja el Cabildo para futuros senderos, hay un trazado que, desde donde estábamos llega a la Quinta y sigue hasta la urbanización Lomo Román, cruzando el siguiente barranco. Ese dibujo era el que, debidamente georreferenciado, había cargado en el móvil y que pretendía que nos sirviera de guía. Así que, con esa idea nos detuvimos al borde del barranco mirando hacia La Quinta (con el Teide amparándonos) y buscando el débil rastro de lo que alguna vez fue una senda y en la actualidad está prácticamente oculto por matorrales y zarzas.
El descenso fue no tanto peligroso pero sí complicado, porque apenas se veía por donde pisar y de continuo era necesario romper o apartar arbustos y ramas de la ferez vegetación. Al cabo de un rato nos detuvimos para comer y beber y, al poco de reiniciar la marcha, Jorge se dio cuenta de que se le habían caído las gafas. Dio la vuelta para buscarlas mientras yo le esperaba sentado en una roca junto a la pared vertical del acantilado, que amenazaba desmoronarse en cualquier momento. Al cabo de casi un cuarto de hora apareció Jorge y, contra mis previsiones, había econtrado sus gafas. Así que, con las consiguientes dificultades, continuamos el descenso hasta llegar al cauce del barranco, totalmente ocupado por juncos. La subida, curiosamente, nos llevó menos tiempo. El sendero, aunque muy parecido al del descenso, estaba algo menos cubierto por la vegetación y, además, en esa ladera tenía un recorrido bastante más corto. Así que, después de pasar delante de una furgoneta achatarrándose que algunos "cívicos" habían desbarrancado, salimos a una de las calles de la parte nueva de la urbanización La Quinta (la que todavía está muy poco edificada). Cruzar el barranco de la Cruz nos había costado una hora y cuarto. Eran casi las once de la mañana y el sol, muy alto ya, calentaba a gusto.
Después de caminar por tierra en pendiente y entre arbustos encontrarse sobre el pavimento liso, duro y bastante plano de una urbanización equivale a un descanso. La calle por la que entramos se llama La Sabinita; de ésta pasamos a la del Muella siguiendo hacia el Oeste; luego doblamos hacia arriba, pasamos una medio glorieta y seguimos por un pasaje peatonal que desemboca en la calle Codeso. Avanzamos por esta calle hasta su final, frente a una parcela inmensa con tres edificaciones al borde del barranco Michel. Junto al muro de esa parcela discurre un camino de tierra que lleva hasta una depuradora casi en el cauce del barranco. Cuando estudié la ruta había pensado llegar hasta ahí y luego trepar por la otra ladera, que no parecía demasiado empinada. Sin embargo, una puerta metálica bien cerrada nos impedía el paso. Hubimos de subir por el bosquecillo de la izquierda, pasar la puerta y, con bastante cuidado y apoyándonos en los bastones, caer al camino. Luego, desde la depuradora, la ladera presentaba bastante más pendiente que la que había supuesto, no se veía ningún sendero y, para empeorar las cosas, era de tierra blanda. La única solución que se nos ocurrió –y pusimos en práctica– fue escalar agarrados a la verja de una casa sita en la parte alta de la ladera. Cuando llegamos arriba descubrimos que, para llegar a la calle de la urbanización, teníamos que meternos dentro de la terraza de esa vivienda, pasando casi pegados al ventanal de la sala. Por suerte no había nadie ahí en ese momento porque nos habríamnos visto en un aprieto para explicar lo que hacíamos. En fin, tras esta breve violación de propiedad privada, salimos a la calle Venezuela de Lomo Román (por cierto, las otras calles de esta pequeña urbanización se llaman Simón Bolívar, Orinoco, Caracas y Maiquetía; no es muy difícil imaginar el origen del promotor).
Caminamos hacia arriba (una buena cuesta) hasta llegar al pie de la autopista que, en ese punto, es atravesada por un túnel que lleva al casco de Santa Úrsula. Estábamos para entonces muy escasos de agua y dudamos si acercarnos al pueblo en busca de un bar donde nos vendieran dos botellines. Pero era ya casi mediodía y aún nos faltaba un buen trecho, por lo que preferimos no desviarnos. De modo que doblamos por la lateral de la TF5, que se llama calle Sancho Panza y da acceso a otra urbanización de chalés, aun más pequeña que la anterior, de la que está separada por una franja de fincas en cultivo. No sé el nombre de este núcleo, aunque los nombres de sus calles dan una pista bastante clara: además de la citada de Sancho Panza, Don Quijote, Dulcinea del Toboso y Rocinante. Bajamos por la de Don Quijote hasta su final, donde empieza un paseo peatonal que bordea la urbanización por el cantil del acantilado. Un recorrido muy agradable con magníficas vistas al mar y al Paisaje Protegido de Acentejo, espacio natural cuya mitad más occidental la cubrimos con esta ruta. Eso sí, la subida, con innumerables escalones, se hace cansada, sobre todo cuando llevas ya unas horas de caminata. Si hubiéramos completado todo este paseo habríamos prácticamente enlazado con el sendero del Ancón, último tramo de la caminata. Pero unos 150 metros antes habían cerrado el paso con una valla porque parece que había habido desprendimientos. Así que hubimos de atravesar lo que debía ser un solar de la urbanización para salir de nuevo a la calle lateral y de ahi en un momento al mirador desde el que se inicia el sendero de bajada hacia el Rincón de la Orotava.
El camino del Ancón baja unos doscientos metros serpenteando por la ladera del risco del mismo nombre. Está en bastante buen estado y se aprecia que el Cabildo lo mantiene con regularidad. Pero lo que impresiona es imaginar cómo abrirían esta senda en su origen (es una ruta tradicional de pastoreo de cabras); su trazado sobre un acantilado escarpado, casi vertical, demuestra que no hay territorio que no pueda hacerse accesible (cuestión distinta es que eso sea conveniente); de hecho, en Tenerife hay no pocos ejemplos. Nos llevó una media hora bajar el sendero, de una longitud aproximada de un kilómetro; la verdad es que, a esas alturas de la jornada y sin agua, se nos hizo larga y cansada, pero en mejores condiciones no habría sido demasiado dura. Pero, en todo caso, las vistas son espléndidas: el acantilado al que se está pegado, que admira y asusta, el mar, las playas del Rincón, el núcleo del Puerto de la Cruz, al fondo ... El último tramo del sendero pasa por una finca de viñedos exquisitamente dispuestos y cuidados pese a la dificil orografía: es una sucesión de estrechos bancales que forman una amplia terraza asomada al océano. Se avanza un poco más y se llega a una pista asfaltada que da acceso vehicular a una magnífica vivienda que se dispone sobre el promontorio que separa las playas del Ancón y de Los Patos y a la finca agrícola (que se extiende sobre terrenos mucho más planos en toda la longitud de la playa de Los Patos).
Lo que nos queda de ruta es ya muy fácil, por
caminos pavimentados y de escasas pendientes. El primer tramo –de unos 400
metros– es un sendero estrecho y que debe mejorarse, ajustado entre el
acantilado costero y los muros de las plataneras adyacentes; por el mismo nos
cruzamos con bastante gente que se dirigía a la playa (paralelo a este sendero,
por el interior de la finca, hay un viario privado ancho y en buen estado que,
si se abriera al público, mejoraría mucho la movilidad en esta área). Luego se
gira por otro pasaje estrecho entre fincas que desemboca en una pista asfaltada
llamada Camino del Ancón y que más adelante pasa a denominarse Camino de San
Diego. Por esa pista, flanqueada de plataneras y alguna que otra vivienda,
caminamos casi un kilómetro hasta llegar al restaurante San Diego, junto al
cual estaba aparcado el coche de Jorge. Antes de arrancarlo, entramos a
tomarnos unos refrescos y corregir el deshidratamiento en el que estábamos.
Pasada la una y media dimos por terminada la etapa; Jorge me acercó a La
Palmita para coger mi coche y ahí nos despedimos hasta la próxima.
Hola Miros. Que gusto leerte.
ResponderEliminarChofer Fantasma
Gracias, Chófer. En el último año mi vida se ha complicado mucho y por eso tengo abandonado el blog. A ver si, por lo menos, paso las crónicas de mis caminatas de fin de semana.
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