Relaciones jerárquicas
Los seres humanos, en prácticamente todas las esferas de nuestras vidas, nos organizamos de forma jerárquica. Jerarquía: gradación de personas, valores o dignidades; Gradación: disposición de algo (de las personas) en grados sucesivos, ascendentes o descendentes (ambas definiciones del DRAE). Dado un conjunto de n seres humanos interconectados en una red social, lo más probable es que la relación que vincula a cualesquiera dos de ellos, A y B, sea jerárquica; es decir, que en virtud de esa relación A>B o B>A.
En teoría, la totalidad de los seres humanos estamos interrelacionados, máxime si generalizamos el concepto de “relación” para dar cabida a todos los vínculos posibles, por muy sutiles que sean. Abro paréntesis: recuérdese la hipótesis de los “seis grados de separación” según la cual dos personas tomadas al azar de entre todos los habitantes del planeta estarían unidas por una cadena de conocidos de, como mucho, seis miembros. Y, naturalmente, el muy popular Juego de Bacon. Cierro paréntesis.
Ahora bien, las relaciones jerárquicas se perciben mucho mejor en grupos sociales más reducidos; pongamos, los formados por personas que se relacionan personalmente todos con (¿o contra?) todos y con cotidianeidad. Por ejemplo, quienes trabajan en el mismo sitio, una familia, una pandilla de amigos que se junta con frecuencia, etc. En estos grupos hay una tendencia “natural” (?) a que entre cada dos miembros del mismo se establezca una relación jerárquica. Y con frecuencia esto ocurre incluso cuando las relaciones, en su origen, son igualitarias; pareciera como si éstas fueran inestables y tendieran a encontrar el “equilibrio” disponiéndose jerárquicamente.
En Teoría de Conjuntos (algo me acuerdo, aunque sea vagamente) se destacaban dos tipos de relaciones: las de orden y las de equivalencia; en términos sociológicos corresponderían, respectivamente, a las jerárquicas y a las igualitarias. Supongo que la jerarquía es bastante importante para la eficiencia; quizás por eso, cuando los grupos sociales persiguen objetivos han de organizarse jerárquicamente. Y, a fin de cuentas, casi todas las agrupaciones que a lo largo de la historia han habido habiendo obedecían a finalidades prácticas. En todo caso, el ingrediente jerárquico se ha ido fusionando tan íntimamente con la idea de relación que cuesta imaginar alguna que sea de verdad de verdad igualitaria, desnuda de tentaciones jerarquizantes; incluso hasta en esas relaciones que podrían pasar de preocuparse por la eficiencia.
Supongo que la idea jerárquica la tenemos ya metida en el cerebro y, por tanto, opera “en automático” en nuestra forma de plantearnos una relación con cualquiera. Descubro en internet que neurólogos norteamericanos han apuntado que, según la percepción que tengamos de nuestro nivel jerárquico ante cualquier relación, se activan unas u otras partes del cerebro. Esto implica varias cosas interesantes: primero, que cuando nos estamos relacionando con otro le estamos asignando (sin ser casi conscientes de ello) un determinado “escalafón” en una escala (real o imaginaria) jerárquica; segundo, que al mismo tiempo también nos lo estamos asignando a nosotros mismos y comparamos nuestro grado con el suyo; tercero, que el tipo de actividad cerebral que generamos en esa relación (la concreta combinación de cada tipo de emociones, de pensamientos “racionales”, etc) tiene que ver con esa comparación que nos hacemos de ambas situaciones jerárquicas; cuarto, que además, el tipo de actividad puede variar en función los resultados de interacciones anteriores, las cuales, a su vez, pueden modificar la percepción de nuestras relativas situaciones jerárquicas ... Podría seguir, pero creo que basta para hacerse una idea de las consecuencias y de su importancia. A mí me parecen alucinantes.
Lo que, en resumen, pone de manifiesto el estudio de los neurólogos yanquis es algo muy sabido: que el que nos sea reconocido un nivel jerárquico (cuanto más alto, mejor) es una de las motivaciones básicas del ser humano. Bajo esta perspectiva, y a riesgo de pasarme en la caricatura, los demás existen para servirnos de espejo y medida. También bajo esta perspectiva, la sociedad debe organizarse jerárquicamente porque, de no estarlo, yo no podría saber “cuanto” valgo, que lugar ocupo en el ranking. Cuanto soy depende de cuanto sean los demás; si no hubiera demás, yo no sería. Y finalmente, sólo soy en tanto me relaciono jerárquicamente (competitivamente) con los demás.
Naturalmente, no comparto esta filosofía de corolarios baratos. Pero tampoco creo que haya de despreciarse la importancia de estas pulsiones en el comportamiento humano y, por ende, en las organizaciones sociales y en la marcha de la historia. Porque sí me parece que, nos guste o no, en mayor o en menor medida, todos tenemos dentro el virus perverso de la jerarquitis. Por más que lo rechacemos desde una bienintencionada manera de pensar (y a veces de engañarnos), estoy seguro de que, nos demos cuenta o no, influye con frecuencia en nuestros comportamientos, en nuestros estados de ánimo, en nuestros juicios de valor ... Así que, suponiendo que opinemos -como yo opino- que la jerarquitis es mala (por lo menos, en las dosis en que se suele presentar) y que queramos –como yo quiero- reducirla lo más posible de nuestras relaciones, no hay que perder de vista su importancia y casi omnipresencia: en todas las organizaciones sociales, en nuestro sistema de creencias, en los cerebros de nuestros prójimos y en el nuestro propio.
En fin, me paro aquí. Cuando empecé a escribir este post quería contar una serie de anécdotas personales relacionadas con la vanidad de ciertas personas que he conocido, cuyas motivaciones casi únicas parecen tener que ver con que se les reconozca un determinado estatus o, más precisamente, con que se les trate como se supone que debe tratárseles dado que se supone que tienen un determinado estatus. Quería hablar de la errónea idea que esas personas tienen sobre la relación entre el respeto (que se les debe a ellos) y el estatus. Me apetecía contar algunas de mis meteduras de pata (y limitaciones prácticas) por no ser lo suficientemente “listo” para acatar eas reglas tan imbuidas de jerarquitis. Pero, como me ocurre con frecuencia, empecé en plan teórico y me he enrollado; así que, las anécdotas personales las dejo para un siguiente post (que no será nada difícil que salga más entretenido que este).
CATEGORÍA: Política y Sociedad
En teoría, la totalidad de los seres humanos estamos interrelacionados, máxime si generalizamos el concepto de “relación” para dar cabida a todos los vínculos posibles, por muy sutiles que sean. Abro paréntesis: recuérdese la hipótesis de los “seis grados de separación” según la cual dos personas tomadas al azar de entre todos los habitantes del planeta estarían unidas por una cadena de conocidos de, como mucho, seis miembros. Y, naturalmente, el muy popular Juego de Bacon. Cierro paréntesis.
Ahora bien, las relaciones jerárquicas se perciben mucho mejor en grupos sociales más reducidos; pongamos, los formados por personas que se relacionan personalmente todos con (¿o contra?) todos y con cotidianeidad. Por ejemplo, quienes trabajan en el mismo sitio, una familia, una pandilla de amigos que se junta con frecuencia, etc. En estos grupos hay una tendencia “natural” (?) a que entre cada dos miembros del mismo se establezca una relación jerárquica. Y con frecuencia esto ocurre incluso cuando las relaciones, en su origen, son igualitarias; pareciera como si éstas fueran inestables y tendieran a encontrar el “equilibrio” disponiéndose jerárquicamente.
En Teoría de Conjuntos (algo me acuerdo, aunque sea vagamente) se destacaban dos tipos de relaciones: las de orden y las de equivalencia; en términos sociológicos corresponderían, respectivamente, a las jerárquicas y a las igualitarias. Supongo que la jerarquía es bastante importante para la eficiencia; quizás por eso, cuando los grupos sociales persiguen objetivos han de organizarse jerárquicamente. Y, a fin de cuentas, casi todas las agrupaciones que a lo largo de la historia han habido habiendo obedecían a finalidades prácticas. En todo caso, el ingrediente jerárquico se ha ido fusionando tan íntimamente con la idea de relación que cuesta imaginar alguna que sea de verdad de verdad igualitaria, desnuda de tentaciones jerarquizantes; incluso hasta en esas relaciones que podrían pasar de preocuparse por la eficiencia.
Supongo que la idea jerárquica la tenemos ya metida en el cerebro y, por tanto, opera “en automático” en nuestra forma de plantearnos una relación con cualquiera. Descubro en internet que neurólogos norteamericanos han apuntado que, según la percepción que tengamos de nuestro nivel jerárquico ante cualquier relación, se activan unas u otras partes del cerebro. Esto implica varias cosas interesantes: primero, que cuando nos estamos relacionando con otro le estamos asignando (sin ser casi conscientes de ello) un determinado “escalafón” en una escala (real o imaginaria) jerárquica; segundo, que al mismo tiempo también nos lo estamos asignando a nosotros mismos y comparamos nuestro grado con el suyo; tercero, que el tipo de actividad cerebral que generamos en esa relación (la concreta combinación de cada tipo de emociones, de pensamientos “racionales”, etc) tiene que ver con esa comparación que nos hacemos de ambas situaciones jerárquicas; cuarto, que además, el tipo de actividad puede variar en función los resultados de interacciones anteriores, las cuales, a su vez, pueden modificar la percepción de nuestras relativas situaciones jerárquicas ... Podría seguir, pero creo que basta para hacerse una idea de las consecuencias y de su importancia. A mí me parecen alucinantes.
Lo que, en resumen, pone de manifiesto el estudio de los neurólogos yanquis es algo muy sabido: que el que nos sea reconocido un nivel jerárquico (cuanto más alto, mejor) es una de las motivaciones básicas del ser humano. Bajo esta perspectiva, y a riesgo de pasarme en la caricatura, los demás existen para servirnos de espejo y medida. También bajo esta perspectiva, la sociedad debe organizarse jerárquicamente porque, de no estarlo, yo no podría saber “cuanto” valgo, que lugar ocupo en el ranking. Cuanto soy depende de cuanto sean los demás; si no hubiera demás, yo no sería. Y finalmente, sólo soy en tanto me relaciono jerárquicamente (competitivamente) con los demás.
Naturalmente, no comparto esta filosofía de corolarios baratos. Pero tampoco creo que haya de despreciarse la importancia de estas pulsiones en el comportamiento humano y, por ende, en las organizaciones sociales y en la marcha de la historia. Porque sí me parece que, nos guste o no, en mayor o en menor medida, todos tenemos dentro el virus perverso de la jerarquitis. Por más que lo rechacemos desde una bienintencionada manera de pensar (y a veces de engañarnos), estoy seguro de que, nos demos cuenta o no, influye con frecuencia en nuestros comportamientos, en nuestros estados de ánimo, en nuestros juicios de valor ... Así que, suponiendo que opinemos -como yo opino- que la jerarquitis es mala (por lo menos, en las dosis en que se suele presentar) y que queramos –como yo quiero- reducirla lo más posible de nuestras relaciones, no hay que perder de vista su importancia y casi omnipresencia: en todas las organizaciones sociales, en nuestro sistema de creencias, en los cerebros de nuestros prójimos y en el nuestro propio.
En fin, me paro aquí. Cuando empecé a escribir este post quería contar una serie de anécdotas personales relacionadas con la vanidad de ciertas personas que he conocido, cuyas motivaciones casi únicas parecen tener que ver con que se les reconozca un determinado estatus o, más precisamente, con que se les trate como se supone que debe tratárseles dado que se supone que tienen un determinado estatus. Quería hablar de la errónea idea que esas personas tienen sobre la relación entre el respeto (que se les debe a ellos) y el estatus. Me apetecía contar algunas de mis meteduras de pata (y limitaciones prácticas) por no ser lo suficientemente “listo” para acatar eas reglas tan imbuidas de jerarquitis. Pero, como me ocurre con frecuencia, empecé en plan teórico y me he enrollado; así que, las anécdotas personales las dejo para un siguiente post (que no será nada difícil que salga más entretenido que este).
Y mientras estaba leyendo tu post me preguntaba si en las relaciones blogueras también se puede percibir esa tendencia innata a la jerarquización... o no?
ResponderEliminarBesos
Esa "jerarquitis" la tenemos en los genes y difícil será eliminarla. Hasta las sociedades de chimpancés están jerarquizadas; nos viene de lejos la manía. Lo único que hemos hecho, en todo caso, es sofisticarla un poco más.
ResponderEliminarBesos
De lejos y de dentro diría yo, y si no que se lo digan a Richar Dawkins y su gen egoista. Vamos que el que vale vale y el que no pues ya sabe lo que le queda por hacer. Es algo de lo que no nos podemos liberar porque está dentro de nuestros códigos genéticos.
ResponderEliminarte has enrollado??? (sin acritud ein)
ResponderEliminarjuro que me perdi a la mitad.. :O
eso es divagar y lo demás tonteria..
un saludo
Está claro que padecemos de esa enfermedad, y quien no, que tire la primera piedra.
ResponderEliminarSin ir más lejos, y volviendo a las "luchas por amor y similares" como decías en tu anterior post, se demuestra en la típica (que no dije tonta) frase del: "Yo te quiero más; no, yo". Aunkq parezca mentira, siempre hay uno que tira en una relación y otro que afloja para aparentar estar por encima del otro, unos que dan casi siempre arena en vez de cal para imponer su mandato en la relación...
Me gusta mucho tu blog, chao!
Y además yo añadiría que eso pasa desde que somos bien pequeñitos. Es decir, que no surge por cuestiones profesionales, económicas, amorosas, etc.
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