Final de Copa del Rey (1)
Anteayer, 21 de abril de 2018, fue la final de la Copa del Rey de fútbol, partido que se jugó en el Estadio Metropolitano de Madrid y que acabó con una victoria contundente por cinco goles a cero del Barcelona contra el Sevilla. Ahora bien, en otro universo paralelo, la final de ayer se desarrolló de otra forma y tuvo un resultado distinto. Se me objetará que poco interés tiene eso pues, ya puestos, en los infinitos universos paralelos se habrán dado todos los resultados posibles, amén de todas las combinaciones congruentes de eventos. Lo sé, pero no he tenido acceso más que a este universo paralelo concreto y si lo cuento es porque lo que en él ocurrió ayer sí me ha parecido interesante.
Diré de entrada que en las gradas ocupadas por los seguidores barcelonistas predominaba un intenso amarillo porque en las entradas del estadio la policía no había requisado las camisetas de ese color a quienes las llevaban, al margen de que tuvieran una evidente intencionalidad de reivindicación política. Cuando sonó el himno español se oyeron más o menos los mismos silbidos y los mismos tarareos. Luego empezó el partido, y al igual que en este universo, enseguida se vio que el Barcelona se comía al Sevilla. Es más, hasta el minuto 13 todas las acciones que sucedieron fueron exactamente las mismas. Así, ante la presión del Sevilla, la pelota le llegó a Sergi Roberto en la frontal de su propia área y éste cedió a Cillesen. El portero holandés controló con los pies, miró a lo lejos y golpeó en largo hacia la posición de Coutinho que, corriendo hacia delante, ya le había ganado la espalda a su defensor. El brasileño entró con el balón en el área pequeña y, ante la salida desesperada de David Soria, picó el balón hacia el centro y atrás y allí Luis Suárez –que lo había acompañado pero en carrera más central– estirando hacia atrás la pierna derecha, lo cazó para meterlo dentro de la portería. La celebración del uruguayo y sus compañeros, el alborozo entre el público barcelonista, el grito de gol con la vocal interminable del locutor de la tele, los gestos de cabreo de los sevillistas … Todo eso fue igual por unos instantes, los pocos que pasaron hasta que Jesús Gil Manzano, el árbitro, se acercó a la portería de los blancos haciendo ostensibles señas de que el gol estaba anulado. Según este joven referí extremeño, Coutinho estaba en fuera de juego cuando pateó Cillesen (no era verdad: al salir el balón, el brasileño estaba aún en el campo del Barça).
Como es lógico, durante unos minutos los sucesos de ese universo fueron diferentes a los del nuestro, pero enseguida volvieron a superponerse en perfecta coincidencia como si, más que paralelas, fueran dos líneas espacio-temporales que divergían y convergían. De hecho, en el 14’:30” –es decir, apenas minuto y medio después del gol/no gol– en ambos universos se le pitó un fuera de juego a Suárez cuando recibió un pase de Messi y se iba directo hacia el portero sevillista. Así se llegó al 30’:30”, cuando Messi sale del círculo central y pasa el balón a Iniesta; éste avanza frontalmente unos pasos y abre hacia la banda izquierda a Jordi Alba; Alba hace la pared con Iniesta que desde el ángulo del área se la devuelve; Alba se acerca hasta la línea de fondo encimado por Navas y desde allí, sin ver, golpea la pelota de tacón hacia atrás para que aparezca Messi y de un izquierdazo envíe el balón hasta la red. De nuevo entusiasmo barcelonista en el campo y en las gradas pero también de nuevo, por increíble que parezca, el árbitro anula el gol, esta vez por una supuesta falta de Luis Suárez al defensa sevillista justo antes de que el genio argentino chutara. Como era de esperar, Suárez se puso hecho una furia y se lanzó a comerse al de Don Benito quien inmediatamente le sacó una tarjeta amarilla. La indignación entre la hinchada culé era manifiesta (y con razón porque si en la jugada del no gol anterior se podía entender que se equivocara con el offside, en ésta la legalidad del gol era indiscutible), tanto que la policía nacional empezó a desplegarse en previsión de movidas peligrosas.
Volvieron enseguida a coincidir ambos universos y, como en la ocasión anterior, la unión se produjo en otra jugada de fuera de juego, ésta pitada a Messi en el minuto 32 (esta vez sólo un minuto después). A estas alturas del cuento, seguro que el lector se está imaginando que también los tres siguientes goles del Barcelona fueron anulados por el audaz Gil Manzano. No del todo, pero casi. En el minuto treinta y nueve y medio Messi le metió una pelota magnífica a un Suárez en carrera que entró en el área y batió a un indefenso Soria; el árbitro alegó fuera de juego en ese pase mágico, un fuera de juego descaradamente inexistente que los gritos de tongo atronaron el estadio. Desde ese momento hasta el descanso, si bien las jugadas que acontecían sobre el campo eran las mismas en ambos universos, había manifiestas diferencias entre el público: en nuestro universo los sevillistas mostraban caras apenadas cuando no llorosas y los culés entusiasmo a raudales; en ese otro universo paralelo, los del Guadalquivir estaban silenciosos con caras de asombro mientras los barcelonistas exhibían todos los gestos del cabreo y la rabia, con aullidos incesantes de indignación. De nuevo tornan a confluir ambos universos en lo que ocurre sobre el césped (no así en las gradas) hasta que Messi en el 51’:30” le devuelve magistralmente una pared a Iniesta quien dribla la desesperada salida del arquero, se va casi hasta la línea de fondo y mete un golazo maravilloso. Era el cuatro a cero en nuestro universo pero en ese otro iba a ser por fin el primero, un gol imposible de anular, un gol que había levantado de sus asientos hasta a los sevillistas.
Pero lo imposible sucedió. El extremeño sentenció otro fuera de juego y se armó el apocalipsis. Iniesta y Messi que estaban abrazándose se volvieron incrédulos y corrieron como flechas contra el árbitro. Todo sucedió muy rápido; como si fuera un pistolero del Far West, Gil Manzano sacó a velocidad inaudita dos tarjetas rojas, una en cada mano, y se las plantó a cada futbolista en plena cara. En ese momento, la tangana se disparató: varios jugadores del Barça se lanzaron hacia el árbitro y éste, asustado ante el odio asesino que vio en algunos de esos rostros, echó a correr hacia un corner. Entonces reaccionaron los del Sevilla para protegerlo, se interpusieron entre él y sus rivales e intentaron calmarlos. Al mismo tiempo, en la zona del público barcelonista, una avalancha se precipitó hacia el campo, obligando a la policía a agruparse frente a la valla, esgrimiendo escudos y porras. La cancha se llenó en un momento de multitud de objetos disparados desde las gradas, los gritos y abucheos eran atronadores, las luces del estadio parpadearon varias veces amenazando con sumirlo en la oscuridad. El pánico se adueñó del recinto. Árbitros, jugadores y técnicos se retiraron asustados al túnel de vestuarios. Durante un rato los allí presentes sintieron que estaban balanceándose en equilibrio inestable: en un momento podía desencadenarse una tragedia dantesca o no, o quizá recuperar la calma. Fueron unos minutos largos y angustiosos pero, al fin, los enardecidos hinchas regresaron a sus asientos aún con la más intensa de las rabias, una rabia que la sentían por todo el cuerpo, en especial en las tripas. De pronto, como algo mágico, se hizo el silencio casi absoluto, un silencio cargado de incertidumbre, el silencio en que cualquiera ha de quedarse cuando le arrebatan todas sus certezas, cuando lo arrojan sin explicaciones al vacío del absurdo. Duró poco: lo rompió el anuncio por megafonía de que el partido se iba a reanudar y casi inmediatamente salieron todos los protagonistas al campo. El reloj marcaba el 75’:12”; la interrupción había durado veintitrés minutos.
Pero lo imposible sucedió. El extremeño sentenció otro fuera de juego y se armó el apocalipsis. Iniesta y Messi que estaban abrazándose se volvieron incrédulos y corrieron como flechas contra el árbitro. Todo sucedió muy rápido; como si fuera un pistolero del Far West, Gil Manzano sacó a velocidad inaudita dos tarjetas rojas, una en cada mano, y se las plantó a cada futbolista en plena cara. En ese momento, la tangana se disparató: varios jugadores del Barça se lanzaron hacia el árbitro y éste, asustado ante el odio asesino que vio en algunos de esos rostros, echó a correr hacia un corner. Entonces reaccionaron los del Sevilla para protegerlo, se interpusieron entre él y sus rivales e intentaron calmarlos. Al mismo tiempo, en la zona del público barcelonista, una avalancha se precipitó hacia el campo, obligando a la policía a agruparse frente a la valla, esgrimiendo escudos y porras. La cancha se llenó en un momento de multitud de objetos disparados desde las gradas, los gritos y abucheos eran atronadores, las luces del estadio parpadearon varias veces amenazando con sumirlo en la oscuridad. El pánico se adueñó del recinto. Árbitros, jugadores y técnicos se retiraron asustados al túnel de vestuarios. Durante un rato los allí presentes sintieron que estaban balanceándose en equilibrio inestable: en un momento podía desencadenarse una tragedia dantesca o no, o quizá recuperar la calma. Fueron unos minutos largos y angustiosos pero, al fin, los enardecidos hinchas regresaron a sus asientos aún con la más intensa de las rabias, una rabia que la sentían por todo el cuerpo, en especial en las tripas. De pronto, como algo mágico, se hizo el silencio casi absoluto, un silencio cargado de incertidumbre, el silencio en que cualquiera ha de quedarse cuando le arrebatan todas sus certezas, cuando lo arrojan sin explicaciones al vacío del absurdo. Duró poco: lo rompió el anuncio por megafonía de que el partido se iba a reanudar y casi inmediatamente salieron todos los protagonistas al campo. El reloj marcaba el 75’:12”; la interrupción había durado veintitrés minutos.
Veremos adónde llegas con tu especulación. Algo he leído sobre si el primer fue fuera de juego, pero tampoco le he prestado atención porque no me interesa el fútbol.
ResponderEliminarNo, no fue fuera de juego. Una pena que no te guste el fútbol porque fue un partidazo. El desenlace de mi universo paralelo ya está publicado.
Eliminarja ja, qué buen reporter que eres! ;-)
ResponderEliminarGracias. Te aconsejo que leas el desenlace :)
Eliminar