domingo, 20 de diciembre de 2020

La Cañada Verde 3: De Las Canteras a la Plaza del Adelantado

Esta vez somos cuatro; además de Álvaro viene Clara, la hija de Jorge, residente en Berlín que ha venido a la Isla a pasar Navidad. A esta hora temprana, el día está freco y húmedo, pero confíamos en que no nos llueva. Vamos en mi coche de la plaza del Adelantado a Las Canteras. Unos minutos pasadas las ocho empezamos a subir la cuesta del Camino de la Cañada de Arriba. Este eje, que luego pasa a denominarse Camino La Degollada, no discurre exactamente por la cumbrera que es linde municipal entre La Laguna y Tegueste, pero lo hace muy cerca, por la vertiente lagunera, ofreciendo unas vistas espléndidas de la Vega de las Mercedes, una vez que se supera el primer tramo que va encajonado entre edificaciones de nulo interés. Tardamos casi media hora en recorrer el kilómetro y medio asfaltado y ascender desde 594 a 721 msnm (salvo al principio, la pendiente es muy llevadera).  La pista asfaltada acaba contra una montaña y se convierte en un camino que parece bordearla por la izquierda. En principio, sin consultar el GPS, comienzo a caminar, pero una mujer que estaba en la última casa nos advierte que por ahí no era. Luego comprobaría que ese sendero pasa a la otra vertiente y llega al barranco de la Mina y no sé si por él se podrá seguir hasta Pedro Álvarez. Pero, en efecto, la ruta correcta no era esa sino subir directamente la montaña por un sendero empedrado, no tan obvio a primera vista como el otro, pero mucho más bonito. Con una pendiente del 20%, en algo menos de doscientos metros llegamos al punto alto desde donde el sendero gira noventa grados hacia el sureste para bajar al núcleo de Las Mercedes.
 
 
En la parte alta de la montaña un cartel informa que estamos en una cañada y que el acceso no es apto para el tránsito (¿de qué o quiénes?). Son unos cuatrocientos metros de descenso, de los cuales la primera mitad es un sendero bien definido que discurre por un bosquecillo. Pero, cuando se sale de éste, el recorrido se complica: el sendero prácticamente desapareceinvadido por la vegetación (tuneras, sobre todo) y aumenta la pendiente, lo que obliga a ir despacio estudiando muy bien cada paso. La ruta que llevo en el móvil tiene un trazado demasiado recto (contra pendiente) del cual nos desviamos para reducir riesgos de caída. La parte peor es el final, cuando el sendero (si es que merece ese nombre) desemboca junto a una vivienda: es una rampa rocosa que en muy poca distancia baja seis metros. Una vez abajo, salimos enseguida a la carretera principal de entrada a Anaga. Son las nueve y veinte: subir y bajar la montañanos ha llevado cincuenta minutos, demasiado tiempo para la distancia cubierta (unos 600 metros); si se quiere convertir este tramo en un sendero homologado es necesario mejorar su trazado y el firme, especialmente en la parte final.
 
 
Cruzamos la carretera y seguimos por Santa María de la Cabeza hasta Olof Palme y luego por el camino de la Timplina que, a partir de la confluencia con la calle del Párroco Hipólito Jorge Dorta, dobla hacia el Este y empieza a trepar la ladera del Lomo Llarena. El asfalto se acaba en la última casa y se convierte en un sendero de tierra, piedras y yerba que nos lleva hasta el pico del Gamonal, a 750 metros de altitud (hemos subido unos 100 metros en poco más de 400). A partir de ahí, la Cañada (en este tramo llamada de la Timplina) discurre en sentido noreste por la vertiente que se abre a Jardina. El paisaje es magnífico, con la imponente presencia de las montañas verdes y al Sur la planicie de la Vega. El sendero –de tierra y yerba– está bien marcado y es de fácil tránsito. Desde la cumbre del Gamonal el panorama es magnífico. De nuevo en marcha, al poco rato escuchamos los balidos de un rebaño de ovejas que va por el mismo camino por delante de nosotros. Aunque no vamos deprisa no tardamos en alcanzarlas y, siguiendo las indicaciones del pastor, las pasamos desviándonos ligeramente hacia la derecha. Este camino, que enseguida descubriremos que no es la cañada, hace un pronunciado meandro y sale a otro principal (el que sí es la Cañada). Allí nos encontramos con un hombre que nos explica que nos hemos desviado de la cañada de la Timplina porque un particular ha cortado el paso. El paisano está indignado con ese vecino (uno que hace unos años compró los terrenos) y nos conmina a que denunciemos la apropiación indebida de un camino público de siempre. Nos hace retroceder por el tramo de la cañada por el que deberíamos haber venido hasta el punto en que, efectivamente, está vallado y, al otro lado, el trazado completamente invadido por la maleza. Más tarde, en mi casa, comprobaré que el buen hombre tiene razón: en la cartografía catastral se aprecia nítidamente el tramo de camino público que ha sido privatizado (unos 125 metros).
 
 
Damos la vuelta para seguir la Cañada pero, justo al lado de la casa del hombre que nos acompañaba, descubrimos que el trazado que nos indica el GPS (en dirección Sureste) está también cerrado por una valla porque es el acceso a una vivienda. Sin embargo, parece tratarse otra vez  de una privatización indebida porque ese tramo también aparece recogido como camino público en la cartografía catastral. Así que hemos de seguir por el camino de Jardina hasta llegar a la carretera del mismo nombre y bajar hacia el pueblo; es un rodeo de unos 600 metros cuando el tramo privatizado apenas mide 160. Procuraré hablar con los compañeros de Medio Ambientea ver si toman alguna medida para recuperar el dominio público de la que debería ser una de las rutas más destacadas de la Isla. En la imagen adjunta se ven los dos tramos privatizados en color naranja (en amarillo el trayecto que realmente caminamos).
 
 
De modo que caminamos en sentido Este, con el vallado a mano derecha y la ladera a la izquierda. Al llegar a la carretera a Jardina hay un pequeño apartadero en el que hacemos un alto para comernos los bocadillos. Estamos pegados al Parque Rural de Anaga, en un punto que bien puede calificarse de encrucijada de caminos. Si siguiéramos la pista hacia arriba, enseguida giraría hacia el Oeste paralela al camino por el que hemos venido hasta desembocar en el Mirador de Jardina, una de las paradas obligadas cuando se viene de visita al Espacio Natural. Hacia el Norte y Noreste salen sendos caminos que se internan en el Parque; uno de ellos creo que es el que enlaza con la Cruz del Carmen y que tenía previsto seguir en la última etapa de nuestra Vuelta a la Isla (pero nos equivocamos y en vez de bajar por Jardina lo hicimos por Las Mercedes). Por último, la carretera hacia el Sur que será por la que retomamos la marcha después del descanso y de extasiarnos un rato con los espectaculares panoramas: hacia el Norte, la ladera boscosa de Anaga; hacia el Suroeste, Jardina y la Vega; hacia el Sureste, el valle de Tahodio con el puerto de Santa Cruz al fondo.  Las once de la mañana.
 
Bajamos unos cuatrocientos metros por la carretera de Jardina y nos desvíamos hacia la izquierda al llegar a las primeras casas del pueblo. Es el inicio de la ruta que hicimos el pasado 14 de noviembre, siguiendo el barranco de Tahodio hasta Santa Cruz. Pero hoy, antes de coger la segunda curva, dejamos ese camino para tomar una estrecha senda en dirección Sur. En sus primeros quinientos metros, el sendero discurre bordeando Jardina por el Este, en la vertiente que mira hacia Santa Cruz; quizá debería buscarse un trazado más pegado al pueblo, ajustado a la cumbrera que divide las dos laderas. De hecho, tras pasar junto a una vivienda, la senda continúa más o menos por la divisoria durante los siguientes cuatrocientos metros, hasta llegar al pico de Cuevas Blancas que bordea por su falda Oeste, del lado de La Laguna. En todo caso –y sé que estoy siendo repetitivo– los veinte caminos que lleva este tramo son deliciosos, con unas vistas magníficas, sobre todo hacia el lado de Santa Cruz.

 
Estamos en un terreno de pastos, tapizado de mullido verde, húmedo de las recientes lluvias. Pero justo al llegar a la falda de Cuevas Blancas, a la derecha del camino que se ensancha y afirma para permitir el tránsito de vehículos, hay una cuidada plantación de olivos. El sendero sigue subiendo hasta llegar a la cima de Lomo Alto. A partir de ahí, durante los dos siguientes kilómetros (hasta pasar el asentamiento de Lomo Largo) el sendero de tierra, bien definido y en buen estado, discurre casi por la cumbrera (por la vertiente que cae a la Laguna). Pasamos por el bosquecillo del Pico Gonzalianes (otro sendero subre hasta la cima) y luego desscenso suave hasta que el sendero de tierra se convierte en el asfalto de la calle El Laurel, el eje principal (y casi único) de Lomo Largo. Al final del asentamiento, si nos hubiéramos desviado a la izquierda, tomaríamos un camino que lleva a la Charca de Tabares y desde ahí podríamos seguir la ruta de los Valles hasta entrar en Santa Cruz por los Campitos. Pero eso será otro día porque hoy continuamos hacia el Sur para trepar hasta la cima de la Gallardina.

Al final de Lomo Largo hay que coger por la pista que sale entre el camino a Tabares y el que va al Bronco y luego al casco de La Laguna. Avanzamos unos pocos metros por el asfalto pero enseguida hay que trrepar la ladera de La Gallardina, uno de los promontorios más llamativos de los que cierran la Vega lagunera por el Este. Son cien metros de desnivel (de la cota 630 a la 730) en unos 450 de longitud, una pendiente (poco más del 20% de media) aceptable, aunque hay algunos pasos algo complicados. Desde luego, mucho más difícil tiene que ser hacer este tramo de bajada, que era como iba una parejita joven, para colmo de imprudencia sin bastones y con un bebé en brazos. La madre estaba acojonada (con razón), casi paralizada en uno de los tramos más difíciles. Les pasamos los bastones y les ayudamos a salvar esa parte del descenso; supongo que llegarían bien a destino aunque imagino que esa noche el chaval (que era el promotor del paseo) dormiría en el sofá. Una vez en la cima de La Gallardina se domina un magnífico panorama de 360º, valgan como ejemplos las dos siguientes fotos: la primera hacia el Suroetse, con la montaña de San Roque y la ciudad en primer plano y detrás el llano de Los Rodeos; la segunda hacia el Sureste, con la planicie de la Gallardina en primer término, más allá Las Mesas y al fondo la Montaña de Taco y la costa chicharrera.

 
Según la ruta que llevo grabada en el móvil, de La Gallardina hay que seguir en dirección Suroeste caminando sobre la cumbrera de la propia montaña. Sin embargo, desde donde estamos no vemos ningún sendero (o amago de tal) que vaya por allí e intentarlo nos parece un riesgo excesivo. De modo que nos dirigimos hacia el Sureste, por el tenue sendero que se aprecia en la foto anterior hasta llegar al monolito de la siguiente colina. Desde ahí vemos, bastante más abajo, un sendero que va hacia San Roque; el problema es que para llegar a él no descubrimos más opciones que zigzaguear cuesta abajo campo a través, abriéndonos paso entre los matorrales y las tuneras, a costa de pinchazos y rasguños. El ritmo es necesariamente muy lento y invertimos unos veinte minutos en este tramo de descenso hasta que alcanzamos lo que ya podemos llamar un sendero. Lo seguimos ya a paso más rápido hasta reencontrarnos en la ruta programada. En ese punto vemos, en efecto, un camino que va hacia la cumbre de la Gallardina, aunque puede que no sea más que un breve tramo; algún día habrá que explorarlo en sentido ascendente (que fue como lo hicieron los Amigos de la Cañada en mayo de 2016). En todo caso, es incuestionable que el paso por La Gallardina requiere obras de adecuación si queremos que la ruta de La Cañada sea un sendero homologable. En la imagen adjunta puede verse el rodeo que tuvimos que hacer (en naranja) frentre a la ruta prevista por la cumbrera de La Gallardina (en amarillo).
 

El sendero va ascendiendo suavemente por la ladera, pasa por el Picacho de Juan Rojas y llega a la pista militar de San Roque. En ese punto, el cansancio acumulado nos tienta para que bajemos por el tramo asfaltado que nos llevaría al Camino Las Estaciones y por él cruzar la Vía de Ronda y aparecer en el aparcamiento de Las Quinteras donde está el coche. Pero hemos venido a seguir La Cañada, así que trepamos la montaña de San Roque hasta su mesa superior y de ahí bajamos al pequeño barrio de ese  nombre. Me acerco hasta la ermita y miro desde ahí hacia La Laguna, la vista panorámica más fortografiada de la ciudad de Aguere. La que pongo aquí, sin embargo, no apunta hacia el Centro Histórico, sino al Seminario y detrás el barrio de La Verdellada. Luego ya no queda más que bajar el Camino de San Roque, cruzar la Vía de Ronda y bajar por una escalera al aparcamiento. A las 14:30 acabamos esta tercera y última etapa, la más bonita, de la ruta circular de la Cañada Verde. El balance global es sin duda muy positivo: merece mucho la pena circunvalar La Laguna siguiendo este recorrido; ahora bien, se requieren varias intervenciones de adecuación y mejora para que sea un sendero popular. Esperemos que el Cabildo asuma este reto con ganas y premura.


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