La Iglesia y la búsqueda de la Verdad
El 18 de noviembre de 1893, León XIII publica la encíclica Providentissimus Deus, en la que sentaba la posición católica "oficial" en relación al estudio de las Sagradas Escrituras. El Papa escribe esa Carta impulsado, según sus propias palabras, "no solamente a desear que esta preciosa fuente de la revelación católica esté abierta con la mayor seguridad y amplitud para la utilidad del pueblo cristiano, sino también a no tolerar que sea enturbiada, en ninguna de sus partes, ya por aquellos a quienes mueve una audacia impía y que atacan abiertamente a la Sagrada Escritura, ya por los que suscitan a cada paso novedades engañosas e imprudentes". En sus primeros párrafos exhorta a los católicos a estudiar diligentemente las Escrituras, porque en ningún otro sitio se encontrarán mejores enseñanzas sobre Dios ni más útiles ayudas para nuestra salvación. Tantos ánimos en ese sentido (citando predominantemente sentencias de los Padres de la Iglesia premedievales) contrastan con el recelo tradicional de la jerarquía eclesiástica justamente ante los fieles que querían estudiar la Biblia (recordemos que éste es uno de los puntos que motiva la Reforma de Lutero). En mi opinión, tampoco creo que en estos ciento y pico últimos años las cosas hayan cambiado mucho en el fondo. Por más que se enuncien doctrinas más digeribles en términos teóricos, la práctica de la Iglesia en cuanto al acercamiento de los católicos a sus textos sagrados sigue estando caracterizada por la prevención y el obstruccionismo.
La Encíclica se redactó para enfrentarse a los racionalistas, que eran "los enemigos que tenemos enfrente". "Ellos niegan, en efecto, toda divina revelación o inspiración; niegan la Sagrada Escritura; proclaman que todas estas cosas no son sino invenciones y artificios de los hombres; miran a los libros santos, no como el relato fiel de acontecimientos reales, sino como fábulas ineptas y falsas historias. ... Presentan este cúmulo de errores, con los que creen poder anonadar a la sacrosanta verdad de los libros divinos, como veredictos inapelables de una nueva ciencia libre". Esta motivación lleva al Papa a dar una serie de consejos para que se estudien las Escrituras profundamente, a fin de poder desmontar los sofismas de los adversarios. Ahora bien, el Santo Padre nos explica que las palabras de los textos sagrados ocultan "gran número de verdades que sobrepujan en mucho la fuerza y la penetración de la razón humana, como son los divinos misterios y otras muchas cosas que con ellos se relacionan: su sentido es a veces más amplio y más recóndito de lo que parece expresar la letra e indican las reglas de la hermenéutica; además, su sentido literal oculta en sí mismo otros significados que sirven unas veces para ilustrar los dogmas y otras para inculcar preceptos de vida; por lo cual no puede negarse que los libros sagrados se hallan envueltos en cierta oscuridad religiosa, de manera que nadie puede sin guía penetrar en ellos. Dios lo ha querido así (ésta es la opinión de los Santos Padres) para que los hombres los estudien con más atención y cuidado, para que las verdades más penosamente adquiridas penetren más profundamente en su corazón y para que ellos comprendan sobre todo que Dios ha dado a la Iglesia las Escrituras a fin de que la tengan por guía y maestra en la lectura e interpretación de sus palabras".
A partir de esta premisa, expone el Papa cómo quiere que sea la actitud de quienes estudian la Biblia. Todo estudio debe conducir a llevar al convencimiento de la verdad de las interpretaciones que hayan sido declaradas por los autores sagrados y por la Iglesia. Porque, "siendo el mismo Dios el autor de los libros santos y de la doctrina que la Iglesia tiene en depósito, no puede suceder que proceda de una legítima interpretación de aquéllos un sentido que discrepe en alguna manera de ésta. De donde resulta que se debe rechazar como insensata y falsa toda explicación que ponga a los autores sagrados en contradicción entre sí o que sea opuesta a la enseñanza de la Iglesia". Para lograr esta finalidad, no sólo han de estudiarse las Escrituras, sino también las ciencias profanas, a fin de poder mostrar la falsedad de cualquier afirmación sobre la contradicción de éstas con las creencias cristianas.
La línea argumental, en suma, se repite hasta la saciedad a lo largo del texto y refleja la actitud de la Iglesia ante el conocimiento: éste sólo tiene sentido (y es verdadero) en tanto coincide, explica y corrobora la Fe. La argumentación es, por supuesto, dogmática: dado que lo que creemos es verdad, todo aquello que lo contradiga es falso. Además muestra el profundo rechazo de la Iglesia, más allá de retóricas diplomáticas, a la más noble potencia del ser humano, que es la búsqueda del conocimiento, gracias a la cual se han desarrollado las ciencias y vivimos y somos mejores (espero) que en tiempos pasados. Ciertamente, la Iglesia ha mantenido siempre una postura "defensiva" frente al progreso intelectual y, aunque no ha logrado impedirlo, ella ha sido a mi juicio su más importante obstáculo, gracias al empleo, diabólica y conscientemente astuto (nunca ha de subestimarse), de sus poderosísimos y muy diversos medios.
Se me dirá que la encíclica a la que me estoy refiriendo es agua pasada que no refleja la actual manera en que la Iglesia entiende la labor intelectual. No es así. Nótese, de entrada, que estamos hablando de un texto que, aunque nos parezca de tiempos remotos dados los colosales cambios que ha experimentado la humanidad en la última centuria, es bastante reciente en la concepción temporal de la Iglesia; no hay, ni mucho menos, discontinuidad intelectiva entre el pensamiento de León XIII y la manera profunda de entender el mundo de las actuales jerarquías eclesiásticas. Esa encíclica fue "revisada" cincuenta años después por la Divino Afflante Spiritu de Pío XII (el Papa que ha sido objeto de un enconado debate sobre su papel en el Holocausto nazi), redactada para "confirmar e inculcar todo cuanto Nuestro Predecesor sabiamente estableció y lo que sus Sucesores añadieron para reforzar y perfeccionar la obra; y, de otra, enseñar lo que al presente parecen exigir los tiempos, para más y más animar a todos los hijos de la Iglesia, que a estos estudios se dedican, en esta labor tan necesaria como laudable". Con estilo más "moderno", Pío XII se limita a actualizar el mismo mensaje: los trabajos intelectuales del católico deben servir "no sólo para rebatir lo que opongan los adversarios, sino también para intentar una solución que concuerde fielmente con la doctrina de la Iglesia y principalmente con lo que ella enseña acerca de la absoluta inmunidad de todo error en las Sagradas Escrituras, y que satisfaga también debidamente a las conclusiones ciertas de las disciplinas profanas".
La Encíclica se redactó para enfrentarse a los racionalistas, que eran "los enemigos que tenemos enfrente". "Ellos niegan, en efecto, toda divina revelación o inspiración; niegan la Sagrada Escritura; proclaman que todas estas cosas no son sino invenciones y artificios de los hombres; miran a los libros santos, no como el relato fiel de acontecimientos reales, sino como fábulas ineptas y falsas historias. ... Presentan este cúmulo de errores, con los que creen poder anonadar a la sacrosanta verdad de los libros divinos, como veredictos inapelables de una nueva ciencia libre". Esta motivación lleva al Papa a dar una serie de consejos para que se estudien las Escrituras profundamente, a fin de poder desmontar los sofismas de los adversarios. Ahora bien, el Santo Padre nos explica que las palabras de los textos sagrados ocultan "gran número de verdades que sobrepujan en mucho la fuerza y la penetración de la razón humana, como son los divinos misterios y otras muchas cosas que con ellos se relacionan: su sentido es a veces más amplio y más recóndito de lo que parece expresar la letra e indican las reglas de la hermenéutica; además, su sentido literal oculta en sí mismo otros significados que sirven unas veces para ilustrar los dogmas y otras para inculcar preceptos de vida; por lo cual no puede negarse que los libros sagrados se hallan envueltos en cierta oscuridad religiosa, de manera que nadie puede sin guía penetrar en ellos. Dios lo ha querido así (ésta es la opinión de los Santos Padres) para que los hombres los estudien con más atención y cuidado, para que las verdades más penosamente adquiridas penetren más profundamente en su corazón y para que ellos comprendan sobre todo que Dios ha dado a la Iglesia las Escrituras a fin de que la tengan por guía y maestra en la lectura e interpretación de sus palabras".
A partir de esta premisa, expone el Papa cómo quiere que sea la actitud de quienes estudian la Biblia. Todo estudio debe conducir a llevar al convencimiento de la verdad de las interpretaciones que hayan sido declaradas por los autores sagrados y por la Iglesia. Porque, "siendo el mismo Dios el autor de los libros santos y de la doctrina que la Iglesia tiene en depósito, no puede suceder que proceda de una legítima interpretación de aquéllos un sentido que discrepe en alguna manera de ésta. De donde resulta que se debe rechazar como insensata y falsa toda explicación que ponga a los autores sagrados en contradicción entre sí o que sea opuesta a la enseñanza de la Iglesia". Para lograr esta finalidad, no sólo han de estudiarse las Escrituras, sino también las ciencias profanas, a fin de poder mostrar la falsedad de cualquier afirmación sobre la contradicción de éstas con las creencias cristianas.
La línea argumental, en suma, se repite hasta la saciedad a lo largo del texto y refleja la actitud de la Iglesia ante el conocimiento: éste sólo tiene sentido (y es verdadero) en tanto coincide, explica y corrobora la Fe. La argumentación es, por supuesto, dogmática: dado que lo que creemos es verdad, todo aquello que lo contradiga es falso. Además muestra el profundo rechazo de la Iglesia, más allá de retóricas diplomáticas, a la más noble potencia del ser humano, que es la búsqueda del conocimiento, gracias a la cual se han desarrollado las ciencias y vivimos y somos mejores (espero) que en tiempos pasados. Ciertamente, la Iglesia ha mantenido siempre una postura "defensiva" frente al progreso intelectual y, aunque no ha logrado impedirlo, ella ha sido a mi juicio su más importante obstáculo, gracias al empleo, diabólica y conscientemente astuto (nunca ha de subestimarse), de sus poderosísimos y muy diversos medios.
Se me dirá que la encíclica a la que me estoy refiriendo es agua pasada que no refleja la actual manera en que la Iglesia entiende la labor intelectual. No es así. Nótese, de entrada, que estamos hablando de un texto que, aunque nos parezca de tiempos remotos dados los colosales cambios que ha experimentado la humanidad en la última centuria, es bastante reciente en la concepción temporal de la Iglesia; no hay, ni mucho menos, discontinuidad intelectiva entre el pensamiento de León XIII y la manera profunda de entender el mundo de las actuales jerarquías eclesiásticas. Esa encíclica fue "revisada" cincuenta años después por la Divino Afflante Spiritu de Pío XII (el Papa que ha sido objeto de un enconado debate sobre su papel en el Holocausto nazi), redactada para "confirmar e inculcar todo cuanto Nuestro Predecesor sabiamente estableció y lo que sus Sucesores añadieron para reforzar y perfeccionar la obra; y, de otra, enseñar lo que al presente parecen exigir los tiempos, para más y más animar a todos los hijos de la Iglesia, que a estos estudios se dedican, en esta labor tan necesaria como laudable". Con estilo más "moderno", Pío XII se limita a actualizar el mismo mensaje: los trabajos intelectuales del católico deben servir "no sólo para rebatir lo que opongan los adversarios, sino también para intentar una solución que concuerde fielmente con la doctrina de la Iglesia y principalmente con lo que ella enseña acerca de la absoluta inmunidad de todo error en las Sagradas Escrituras, y que satisfaga también debidamente a las conclusiones ciertas de las disciplinas profanas".
El tercer hito importante en lo que se refiere a la doctrina oficial de la Iglesia sobre el estudio de las Sagradas Escrituras (y, en general, sobre el trabajo intelectual) lo protagoniza el actual Papa, en 1993, cuando era Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica. Ese año se celebraba el centenario de la encíclica Providentissimus Deus, ocasión piripintada para que el Cardenal Ratzinger le presentara al Papa el documento títulado "La interpretación de la Biblia en la Iglesia". No he leído (todavía) este texto pero, basándome en un artículo del propio Ratzinger publicado en 2003 en el Osservatore Romano, puedo fundadamente presumir que, tal como hizo Pío XII, se trata simplemente de una actualización, sin cuestionar para nada los principios fundamentales ya expuestos por León XIII. Ciertamente, el actual Benedicto XVI posee más finura dialéctica que sus predecesores y eso le permite disimular planteamientos previos claramente erróneos y alcanzar una aparente conciliación entre la dogmática y los fines y métodos de la investigación científica. La habilidad de Ratzinger se manifiesta, entre otras, en su crítica epistemológica a la propia validez del racionalismo como método para conocer la realidad; dice el entonces Cardenal que "si se presenta una explicación puramente materialista de la realidad como la única expresión posible de la racionalidad, entonces se entiende incorrectamente la racionalidad misma". Para apoyar esta suerte de "relativismo científico" (el moral no le gusta tanto, desde luego), no vacila en recurrir al principio de incertidumbre de Heisenberg, en un salto injustificado (dudo mucho que sepa mucho de Física) descaradamente fuera de contexto. Y, a partir de ahí, ya puede concluir que la fe y la razón pueden ser compatibles y enunciar el nuevo programa intelectual de los católicos: "Se trata de ver qué puede la razón, y por qué la fe puede ser razonable y la razón puede estar abierta a la fe". En el fondo, aunque ya no pueda decirse en voz alta, se sigue creyendo lo mismo: si algo va contra la fe, es falso, toda vez que la fe es verdadera.
Naturalmente, las "verdades" científicas (siempre provisionales, a diferencia de las inmutables que nos ha regalado la Providencia) acaban imponiéndose, por más que, todavía hoy, la Iglesia siga empeñada en obstaculizarlas. Pero no importa. Cuando ya es absolutamente insostenible cualquier afirmación previa, la Iglesia, con su antiquísima y maquiavélica inteligencia, reajustará su discurso para contarnos como todo sigue encajando. Calculo que no falta mucho tiempo (espero que sea en este siglo) para que los Papas admitan explícitamente la evolución, por ejemplo. Pero no desesperemos, que los tiempos de la Iglesia son más pausados, lo que, por cierto, viene muy bien para ir construyendo las nuevas "interpretaciones conciliadoras" e ir dejando poco a poco que las antiguas se vayan olvidando, sin necesidad de desautorizarlas. Porque, no lo olvidemos, la Verdad proviene de Dios y su custodia ha sido confiada a la Iglesia.
Naturalmente, las "verdades" científicas (siempre provisionales, a diferencia de las inmutables que nos ha regalado la Providencia) acaban imponiéndose, por más que, todavía hoy, la Iglesia siga empeñada en obstaculizarlas. Pero no importa. Cuando ya es absolutamente insostenible cualquier afirmación previa, la Iglesia, con su antiquísima y maquiavélica inteligencia, reajustará su discurso para contarnos como todo sigue encajando. Calculo que no falta mucho tiempo (espero que sea en este siglo) para que los Papas admitan explícitamente la evolución, por ejemplo. Pero no desesperemos, que los tiempos de la Iglesia son más pausados, lo que, por cierto, viene muy bien para ir construyendo las nuevas "interpretaciones conciliadoras" e ir dejando poco a poco que las antiguas se vayan olvidando, sin necesidad de desautorizarlas. Porque, no lo olvidemos, la Verdad proviene de Dios y su custodia ha sido confiada a la Iglesia.
CATEGORÍA: Creencias y descreencias
Querido Miroslav, debo decirte que este post me ha decepcionado un poco. Además de descolocarme: normalmente soy yo quien reúne –es facilísimo– argumentos con que desbaratar y ridiculizar frente a mis interlocutores habituales las numerosas tonterías, escandalosas antes que para nadie para un creyente inteligente, que suele prodigar la jerarquía de mi querida Iglesia Católica. Verme, como me pones tú con este post, en la situación de tener que defenderla me resulta novedoso e incómodo, pero también ineludible.
ResponderEliminarNo es serio que comentes como si fuera la postura actual de la Iglesia una encíclica de 1893 y que, previendo que alguien pueda argumentarte su caducidad, aduzcas una “modernización” igualmente indefendible, hecha por Pío XII en 1943. Como todo argumento, afirmas que “no hay, ni mucho menos, discontinuidad intelectiva entre el pensamiento de León XIII y la manera profunda de entender el mundo de las actuales jerarquías eclesiásticas.” Que los Papas utilicen afirmaciones concluyentes que ni siquiera intentan demostrar como si fueran argumentos está feo, pero guarda cierta coherencia con sus principios declarados. Que lo hagas tú, francamente, me choca más. Yo comprendo que es mucho más vistoso y fácil rebatir las estupideces que decían León XIII en 1893 o Pio XII en 1943 que las que diga ahora Benedicto, y que para que tenga sentido hacerlo hay que considerar que siguen teniendo vigencia. Pero no basta con afirmarlo para que sea así. La Iglesia actual, que sigue teniendo comportamientos indefendibles de los que podemos hablar cuando quieras, no tiene nada que ver, en sus planteamientos sobre las relaciones entre fe y razón, ni con la de 1893 ni con la de 1943. Ha habido entre medias un Concilio Vaticano, y la teología –que es un conjunto de teorías humanas, sujetas a variación y a evolución como cualquier teoría humana– ha evolucionado en los últimos cincuenta años notablemente más que en los anteriores quinientos. Ridiculizar planteamientos de hace sesenta y cien años es perfectamente inútil. A eso se le llama alancear toros muertos.
Comprendiéndolo así, tú mismo acabas el post refiriéndote al Papa actual. Pero tampoco con él te luces –y mira que lo tendrías fácil, si fueras a los terrenos en los que merece la pena discutirle, en vez de aferrarte, de un modo un tanto ingenuo, a posturas que la Iglesia hace mucho que no mantiene ya–. Empiezas por confesar que “No has leído el texto... ...pero puedes fundadamente presumir que... ...se trata simplemente de una actualización, sin cuestionar para nada los principios fundamentales ya expuestos por León XIII. Pues vale, Miroslav. Si tú puedes fundadamente presumir tal cosa, yo realmente tengo poco más que decir. Como también he leído otros textos de Ratzinger, podría a mi vez presumir fundadamente cualquier otra cosa que me pareciera bien, pero no me parece muy util dedicarnos a contraponer nuestras fundadas presunciones. Lo que me queda claro es que en el texto de Ratzinger que sí has leído no debe de decir tonterías tan gordas ni tan gratificantes de ridiculizar, porque no tienes más remedio que atribuirle más finura dialéctica que a sus predecesores, que sin embargo utiliza, naturalmente, solo para disimular planteamientos previos claramente erróneos y alcanzar una aparente conciliación entre la dogmática y los fines y métodos de la investigación científica. En plata, para engañarnos. La posibilidad de que sus planteamientos sean honrados y de que, si se equivoca o dice cosas que a ti te parecen equivocaciones, lo haga de buena fe, no es que quede negada en tu frase, pero sí prácticamente ignorada. Lo más que puedes reconocerle es habilidad, pero su mala fe es una premisa irrenunciable que, naturalmente, tampoco te rebajas a demostrar ni a argumentar. En el fondo, aunque ya no pueda decirse en voz alta, se sigue creyendo lo mismo: si algo va contra la fe, es falso, toda vez que la fe es verdadera. Si ya no puede decirse en voz alta y, por lo tanto, no se dice –¡anda que no hubieras transcrito el párrafo bien contento, si se dijera de verdad en algún sitio! – ¿cómo y dónde lo has oído tú, para tener tan claro que ese es el verdadero fondo? Pues en ningún sitio, me temo, pero eso no te impide darlo tan por sabido e indiscutible como los Papas la existencia de Dios. Como suele pasarme, me resultais un tanto tal para cual. Francamente, un poco descorazonador. Con la de cosas inteligentes y útiles que puede un buen ateo reprocharle a la Iglesia de ahora mismo, y con lo necesitados que estamos los creyentes de escuchar y de colaborar en esa crítica, decepciona, perdona que te lo diga, un divertimento tan fácil dedicado a rebatir bobadas obviamente bobas y, encima obsoletas. Qué se le va a hacer.
Venga, un abrazo, y disculpa que me enrolle de esta manera.
Querido Vanbrugh: ante todo, te transmito mi pesar por haberte decepcionado, aunque sólo haya sido un poco (siempre es un consuelo). Pero quizá parte de la decepción tenga origen en erróneas expectativas tuyas, tanto sobre mis intenciones como sobre mis capacidades. Respecto a las primeras, confío en que creas que la motivación que gestó este post no era en absoluto combatiente, sino más bien auto-didáctica. Leyendo a un célebre anticlericalista (Gonzalo Puente Ojea) me encontré con la afirmación (suya) de que la posición oficial de la Iglesia en relación al estudio e interpretación de la Biblia seguía siendo la de León XIII y, desconociendo esa encíclica, quise verificar si lo que decía el autor era o no cierto. Así que la busqué y la leí, corroborando, efectivamente que, con muy buenas palabras, eso más o menos venía a decir. Luego me puse a leer la de Pío XII, algunos documentos del Vaticano II (concilio que citas y que, efectivamente, supuso un importante aggiornamento de la Iglesia) y pasé a Ratzinger, aunque no llegué a leer el documento clave (ya lo he hecho; luego te comento). Para aclararme, iba escribiendo notas que enseguida (maldita impaciencia) convertí en un post. Ahora bien, vuelto a leer admito que se le ven el plumero a mis prejuicios; a cambio, espero que reconozcas que no son excesivamente descarados y, sobre todo, tienen menos peso en el conjunto del post que los textos de carácter más "neutral".
ResponderEliminarEn cuanto a mis capacidades, sin duda son menores de las que me atribuyes. Aun así, creo que juzgas con demasiado rigor lo que era poco más que una figura retórica, sin pretender erigirse en argumentación lógica. Me refiero a ese "Se me dirá ... No es así". No tengo ningún empacho en reconocerte que mi conclusión sobre la forma en que la Iglesia entiende la labor intelectual adolece de graves carencias en cuanto a su sustento argumental; pero es que tampoco lo pretendía, me bastaba con la ilación narrativa. La misma excusa me vale para justificar el haber publicado el post antes de leer el documento de Ratzinger; habría sido algo inaceptable si el post fuera un "escrito de tesis", pero para su objeto (que se centraba sobre todo en la encíclica de León XIII y el grado en que la misma seguía siendo válida en la doctrina oficial de la Iglesia) me bastaba con el artículo del actual Benedicto XVI en el Osservatore Romano, a estos efectos quizás más específico (como ahora sé) que el propio documento que no había leído. De ahí mi "fundada presunción" que te ha dado tanto juego para destrozarme con las más elementales armas lógicas, incluso abusando ilícitamente de ellas al poner en igualdad de pertinencia cualquier texto que tú hayas leído de Ratzinger.
En todo caso, entrando al terreno del debate lógico, he de señalarte que tus críticas, impecables aunque desmedidas, van más contra mis errores de método que contra la validez de la tesis. Ciertamente puedes decirme que si el razonamiento es incorrecto (cual es el caso) carece de sentido discutir sobre si las conclusiones son verdaderas. No obstante, echo en falta que frente a lo que para ti es una afirmación mía infundada sólo presentes la afirmación contraria, con incluso mayores carencias argumentativas que la justifiquen. Evidentemente, que la argumentación tenga errores implica que la verdad de la conclusión no está demostrada, no que sea falsa.
De cualquier modo, nos movemos en un campo demasiado subjetivo para que seamos capaces (más en el limitado espacio de un post y más con mis enormes lagunas de conocimiento) de armar argumentos irreprochables que conduzcan a conclusiones firmes. En esto imagino que estarás de acuerdo. Aun así, yendo al meollo, no soy yo, sino el propio Ratzinger quien sostiene que los principios fundamentales sobre los estudios bíblicos siguen siendo hoy los que sentó León XIII (cuya encíclica, por cierto, no contenía tonterías). De hecho, en su "Interpretación de la Biblia en la Iglesia" (1993), tras una muy interesante parte primera dedicada a los métodos científicos para la interpretación (en la que, afortunadamente, descalifica las lecturas fundamentalistas de tipo "literal"), sigue sosteniendo, aunque ciertamente de forma mucho más matizada, que el estudio e interpretación de las Escritura tiene como límites los que cuestionen su verdad salvífica; para evitar desviaciones en esos trabajos intelectuales hay que mantenerse en la "corriente de la tradición viva" y ponerse "bajo la guía del Magisterio eclesial", porque, lógicamente, es la Iglesia la que, en última instancia puede decidir si tal o cual interpretación, al margen de su mayor o menor rigor científico, se ajusta a la Verdad (esto último lo digo yo, no Ratzinger). Conste que este criterio me parece coherente desde los planteamientos católicos pero (y aquí está el nudo de nuestro disenso) también me parece (como al propio Ratzinger) que es el mismo (por más que actualizado) que el que sostuvo León XIII. Por eso, no comparto tu opinión de que la Iglesia de 1993 (o de 2008, si me apuras) piense, en cuanto a las relaciones entre Fe y Razón, de forma muy distinta a cómo lo hacía en 1893 o en 1943.
La gran aportación intelectual de Ratzinger a este respecto (que imagino que no será de su personal autoría) es la tesis de los dos campos de conocimiento que, aunque interrelacionados, tienen cada uno sus propias legitimidades internas. No soy suficientemente ducho para sumergirme en los sutiles argumentos con que se ha ido (todavía se está) construyendo esta tesis que permite a la Iglesia aguantar dignamente a quienes califican a muchas de las creencias católicas de supersticiosas. Desde mis carencias, estoy dispuesto a admitirla en el plano teórico. No obstante, como siempre ocurre (no sólo en el ámbito de la Iglesia), elaborada la argumentación más o menos defendible viene su aplicación simplificadora para justificar la "inatacabilidad" de determinadas creencias. Porque el problema es que no está nada claro cuáles de la pléyade de creencias católicas son fundamentales para la fe y cuales, en cambio, pueden ser sometidas a crítica científica. Como para la mayoría de las autoridades eclesiásticas lo son casi todas, nos encontramos con que, en la práctica, tanta finura intelectual vuelve a valer sólo para obstaculizar (al menos entre los católicos) el desarrollo intelectual. Pero, claro, esto es una opinión.
Por último, no puedo acabar sin comentarte que no acuso a Ratzinger ni a ningún otro intelectual católico de mala fe. Es más, creo que probablemente muchas de las excelentes cabezas que ha habido en el seno de la Iglesia estaban convencidos de lo que pensaban y escribían. Sí pienso en cambio (y no tengo reparos en admitir que son prejuicios, por más que se basen en un mínimo de conocimientos al respecto) que el "sistema" de la Iglesia, ésta como Institución, sí ha mantenido y sigue manteniendo una actitud y comportamiento "manipulador" respecto al desarrollo de la inteligencia humana. Y además creo que ello es intrínseco a su propia naturaleza, no podría ser de otra manera, porque si lo fuera no sólo sería incoherente con una de sus más firmes creencias (que Dios la ha hecho depositaria de la Verdad última), sino que propiciaría su propia extinción. La Verdad nos hará libres, Vanbrugh, pero la Iglesia (seguramente por su amor de madre preocupada por unos hijos demasiado inmaduros) no quiere que lo seamos tanto que no la necesitemos.
Nada más, salvo decirte que es un placer debatir contigo y que, por supuesto, no tengo que perdonarte (sino agradecerte) tu rollo, siempre, claro está, que a ti no te moleste el mío. Un abrazo.
Por sacar el tema del mundo estricto y platónico o neoplatónico de las ideas debo decir que estoy profundamente convencido de que Pio XII era una mala persona, de que Ratzinger también, así como su antecesor, mientras que Juan XXIII era un bendito; es decir, creo que para trepar a la cúspide, al pontificado, de tan jeraquizada y no sólo jerárquica, institución como es la Iglesia Católica es casi condición necesaria aunque no suficiente ser un hijo de puta, y que lo contrario no ayuda en cualquier caso. También, con la consabida excepción de juan veintrés, que en paz descanse y del otro al que parece ser que envenenaron, creo que los papas son ateos, pero de los cínicos, no en el sentido etimológico.
ResponderEliminarY vanbrugh, por una vez te corrijo a ti una expresión: igual ya existe, no digo que no, pero la expresión original y cuasi fonéticamente idéntica es "alancear moros muertos" y no "toros muertos", como tu dices, y proviene de hace (ed. Rico, pag 176.)
quería decir que proviene del Mio Cid, mentada edición; o sea que tiene unos siglitos..
ResponderEliminarGonzalo Puente Ojea es un buen ejemplo de ese anticlericalismo al que los dislates de la Iglesia, lejos de ofender, regocijan, −y hasta procuran algún dinerillo, por vía de lectores desavisados, como tú− y que es el primer interesado en que sean lo más vistosos, escandalosos e indefendibles posible. Se aferrarán desesperadamente a afirmaciones de hace tres siglos y se negarán, con más denuedo que Monseñor Lefebvre, a que se les cambie ni una coma a sus apreciadísimos disparates, que coleccionan con fruición y que les encanta exponer y rebatir. Son los más fieles guardianes de la ortodoxia, que necesitan íntegra, impoluta y lo más medieval posible para justificar esa extraña batalla que han decidido librar como si con ella fueran a salvar al mundo de lo que solo ellos persisten en considerar una amenaza. Resultan más patéticos que otra cosa y a mí, a quien hace unos años irritaban, han acabado por despertarme cierta ternura. Hay pocos creyentes que muestren una devoción tan ardiente y tan fiel en defensa de Dios y de la Iglesia como la que despliegan ellos en su ataque.
ResponderEliminarTernura sí, pero respeto intelectual, poquito. Por ti sí lo tengo, Miroslav, mucho y fundado, y por eso agradezco que no te sumes a sus filas y que te metas con la Iglesia todo lo que quieras, pero con fundamento, atacando las posiciones que realmente mantiene ahora y razonando bien donde te parezca que ella lo hace mal o no lo hace en absoluto. Como te digo es bien fácil, y un desperdicio, en cambio, dedicarse a la retórica decimonónica.
Efectivamente, demostrando que tu argumentación tiene errores no he demostrado que la conclusión sea falsa, y a tus afirmaciones mal argumentadas no he opuesto otras mías que lo estén bien, sino solo la refutación de las tuyas. No tengo por qué hacer otra cosa. No tengo ninguna necesidad de demostrar que NO es verdad lo que tampoco tú has demostrado que SÍ lo sea. Cuando la policía me acusa sin pruebas de haber atracado la joyería no necesito demostrar que no lo he hecho: me basta con hacer notar que la policía no ha probado su acusación. Se llama presunción de inocencia, pero antes que un principio legal es un principio lógico, o un requisito básico de higiene mental.
Es cierto, Lansky, Son moros y no toros muertos lo que dice la frase. Y también es cierto que Juan XXIII era un bendito. De la malditez de los otros, en cambio, no estoy tan seguro, pero es una hipótesis respetable, y en ocasiones hasta parece ineludible.
Por cierto, Miroslav, tu tésis creo que es intrínsecamente incorrecta, o quizá, por no ser tan drástico, desenfocada (véase título de este post): la Iglesia no busca la verdad, tampoco la belleza, aunque a veces se la encuentra (véase ermitas románico), porque la "doctrina" no tiene, por definición ni por método, conni como fin la busqueda de la verdad, o bien, como hacen con esta y la otra vida, es una cuestión de definiciones, y su definición de "verdad" y la definición de verdad de un científico o incluso de un empírico menda de la calle no son lo mismo, así que no tienen que buscar coherencias con la ciencia. Sé que a vanbrugh no le va a gustar, y lejos de mí pretender ofenderle, pero yo me apunto a un remedo del planteamiento socrático: "pienso, luego soy ateo"
ResponderEliminarA mí ni me gusta ni lo contrario, Lansky. Ya he dicho muchas veces que el ateismo no es la peor postura que, a mi juicio, cabe adoptar frente a Dios. A quien no creo que le hubiera gustado es a Sócrates, que exigía más rigor en los pasos lógicos.
ResponderEliminarTienes toda la razón, Lansky (pero qué bien se queda uno dando la razón, oye): la Iglesia no busca la Verdad, y así lo declaran ellos mismos. Un título más "enfocado" podría haber sido La postura de la Iglesia frente a la investigación. Mi tesis sería que para la Iglesia la investigación (el raciocinio, en general) no tiene como fin la búsqueda del conocimiento sino la corroboración de su Verdad. En fin, que voy a tener que hilar mucho más fino en mi lenguaje y argumentación, sobre todo en según qué temas.
ResponderEliminarVanbrugh:
ResponderEliminarEs un mito lo del rigor en los pasos lógicos del platonismo socrático. Sus famosos diálogos que son una delicia y la fuente de la que mana toda la filosofía occidental, están llenos de trampas y carambolas "preparadas": "decidme amigo Alcibíades, ¿no es bien cierto, bla, bla, bla..." y el pobre Alcibiades se la ponía a huevo a Sócrates. Sólo que no se trataba de eso.