El robo de la Mona Lisa (III)
En 1820, cuando el país recién estrenaba independencia, llega a Buenos Aires un español de dudoso origen. Dice ser el marqués de Valfierno y que su fortuna -dos bolsas cargadas de monedas de oro- procedía de la venta de las tierras de su fallecido padre, quien sería hijo natural nada menos que de Carlos IV, concebido durante el exilio del monarca español en Bayona. Las fechas, dicho sea de paso, no cuadran; si fue verdad que el triste Borbón tuvo un hijo en esos tiempos, no alcanzaría todavía la veintena cuando el que se decía su hijo arribó a Buenos Aires. Pero ya entonces entre los porteños corrieron rumores muy distintos sobre la identidad del forastero. Se decía que este Eduardo Valfierno formaba parte en España de una banda de salteadores de caminos (montoneros se llamaban) y que el oro era el botín robado a una diligencia en los campos manchegos. También se musitaba que el joven Eduardo había escapado de sus compinches, desplumándoles, tras haber preñado a la hija del jefe. Como fuera, el recién llegado se instaló acomodadamente entre las clases altas de la joven república e incluso casó a su primogénito, Nicanor, con una Ezcurra, familia política del famoso prócer argentino Juan Manuel de Rosas, por entonces gobernador de la provincia bonaerense. Dato importante: tanto a este primer Valfierno, como a su hijo Nicanor y a su nieto Eduardo les apasionaba el juego.
Este sería el origen familiar del Eduardo Valfierno, que habría nacido un 23 de mayo de 1870 en la calle Defensa de Buenos Aires y, cuatro décadas más tarde, organizado (¿o no?) el robo de la Gioconda. Pero esta historia dista mucho de ser fiable. La que he contado viene a ser la versión que aparece en la novela “El robo de La Gioconda - una historia argentina” de Diego Ramiro Guelar (Grupo ILHSA, 2004). Pero hay otra novela también argentina sobre el mismo personaje que nos cuenta una historia muy diferente; se trata de Valfierno, de Martín Caparrós, ganadora del Premio Planeta argentino en 2004. Según Caparrós, este caballero nació en Rosario de Santa Fe (más o menos por las mismas fechas que dice Guelar), de madre soltera. A los diecinueve años lo encarcelaron por pertenecer a un grupo anarquista y cuatro años después se embarcaba en un carguero para recorrer mundo y cursar la maestría de estafador. De vuelta de su periplo, se radica en Buenos Aires y se dedica a los más variopintos oficios, incluyendo el de administrador de un prostíbulo. Parece que durante esos años se documentó concienzudamente para crearse una nueva personalidad y hacerse un experto en arte. Hacia los últimos años del XIX, según esta versión, se presentaría como Eduardo Valfierno y contaría una biografía de estancias en París, fortunas despilfarradas y títulos nobiliarios españoles.
La versión de Caparrós parece más atrayente que la de Guelar, pues nos presenta a un estafador que se hace a sí mismo, cuya primera estafa es justamente inventarse el propio personaje. En lo que ambos coinciden (y no sólo ellos) es en que, hacia mediados de su treintena, Valfierno dirigió sus intereses al arte. Empezó como marchante, intermediando en la venta de cuadros en Buenos Aires, seguramente avalado por su presunto origen nobiliario e imaginativos contactos europeos. Pero pronto derivó hacia el comercio de falsificaciones; sin duda a partir de que se cruzó con Yves Chaudron, otro personaje imprescindible en esta historia.
Poco he logrado averiguar de este Chaudron; era un pintor francés, de Lyon o de Marsella (depende la fuente), con una habilidad extraordinaria para la copia. Tampoco me ha quedado claro si Valfierno lo conoció en París o en Buenos Aires, aunque parece que fue en esta última ciudad donde ambos estrecharon su sociedad delictiva. ¿Por qué fue el francés a la Argentina? Sin duda porque no le debían ir demasiado bien las cosas en Europa; es más probable que se hubiese metido en algún lío debido a sus actividades. Podemos imaginar, si así nos apetece, que Valfierno le había previamente ofrecido "asilo" o que fue el azar el que los juntó en la capital americana. En algún sitio he leído que, al conocerse, Chaudron le confesó a Valfierno que creía ser la reencarnación de Leonardo, que había pintado ya varias de sus obras (sobre todo la Mona Lisa) poniendo en estas nuevas versiones lo que al genio italiano no le había dado tiempo. Él no se consideraba un falsificador; decía que "un artista que copia es mas hábil que el copiado. El artista copiado no ha hecho más que dar libertad a sus instintos: hace lo que le sale, lo que puede. En cambio el que copia se fuerza, se tuerce para hacer lo que el otro hizo sin querer. Lo que en uno fue naturaleza, en el otro es arte". Parece, en todo caso, que Chaudron le pidió ayuda a Valfierno para curarse de su locura.
Valfierno no sólo no lo curó, sino que le alabó su genio, animándole a perseverar en ser Leonardo. Seguramente empezaría ya desde entonces a madurar su atrevido plan. Pero antes, todavía en Buenos Aires, se dedicó a colocar en el mercado pinturas de Chaudron atribuidas a artistas más célebres. Imagino que serían los ensayos previos, necesarios para asegurarse de que la sociedad funcionaba. También valdrían para introducirse en ese mundo, conocer los nombres de millonarios coleccionistas, dispuestos a pagar discretamente grandes sumas por obras de arte robadas.
Los dos amigos dejan finalmente Buenos Aires para ir a París. ¿Tenía ya el argentino pergeñado su plan o, como dice Caparrós, escapan al haber sido descubiertas sus actividades ilícitas? Ambas hipótesis pueden conciliarse, así que no importa demasiado. Lo cierto es que, nada más instalados en Francia, Valfierno pide Chaudron que pinte seis copias perfectas de la Gioconda. Debía ser hacia el principio de 1910, porque al Leonardo reencarnado le llevó más de un año acabarlas. Hubo de conseguir tablas antiguas y pigmentos de los que se usaban en el Renacimiento; acabada cada una de las copias, además, se esmeró en "envejecerlas". Mientras tanto, Valfierno se encargaba de la manutención de ambos mediante el viejo negocio (entre Mona Lisa y Mona Lisa, Chaudron hubo de pintar algún que otro cuadro; parece que un Murillo, entre otros), pero también de ir haciendo los pertinentes contactos. Así, se dirige por carta a unos cuantos millonarios ofreciéndoles la Gioconda. Nueve de ellos se muestran interesados (cinco estadounidenses, dos ingleses, un alemán y un brasileño), dispuestos a concretar los detalles de la transacción. Si es verdad, el robo tenía ya que haberse producido pues, de otra forma, en el mejor de los casos, las personas contactadas habrían considerado las cartas como una simple broma. Sin embargo, si las recibieron cuando ya la Mona Lisa había desaparecido, la oferta adquiría verosimilitud, máxime para unos coleccionistas ansiosos de poder colgar la tabla en sus mansiones. Pero, entonces, asombra la audacia del argentino dedicando tanto tiempo y esfuerzo antes de saber siquiera si iba a ser capaz de robar la pintura de Leonardo.
Estas objeciones son resueltas en la novela de Guelar, haciendo que Valfierno y Chaudron se conociesen en París, justamente en los salones del Louvre. En esta versión, el argentino habría llegado a Francia también perseguido por sus estafas bonaerenses, pero sin ningún plan sobre la Mona Lisa. Chaudron, al conocerse, ya tendría pintadas las seis copias y saberlo fue lo que le dio la idea a Valfierno. La locura del francés y la voluntad de afianzarla del argentino encajan también (incluso más) en esta otra hipótesis. Lo que no deja de sorprender es la enorme casualidad de que se cruzasen tan oportunamente el hambre y las ganas de comer, el genial falsificador y el imaginativo estafador. Aunque no sé por qué me sorprende ya que, últimamente, no paro de comprobar cuánto le gusta al azar enredar la historia.
Aceptemos pues que, en la primavera de 1911, Valfierno dispone de seis indistinguibles copias de la Mona Lisa y las direcciones de algunos millonarios a quienes podría ofrecérselas. Claro que para que las ventas sean posibles el original ha de ser robado. Es aquí cuando aparece nuestro Peruggia; pero, ¿cómo lo conoció Valfierno? No encuentro ninguna explicación suficientemente detallada en Internet (quizá en alguno de los varios libros que tratan del asunto, pero no los he leído). Guelar habla de unos italianos, los Lancelotti, conocidos del argentino y que le pondrían en contacto con Peruggia; Caparrós introduce a una mujer en la trama, una tal Valerie Larbin que habría sido quien señaló al lombardo. También nos queda el recurso, nuevamente, al azar: que Valfierno se topase con Peruggia, a lo mejor mientras éste aún trabajaba en el Louvre, hablase con él y descubriese que su nacionalismo y odio a los franceses podrían utilizarse en su plan. No es inverosímil barruntar que la patraña de que la Mona Lisa había sido robada por Napoleón se la sugiriese el taimado argentino al inocente carpintero. Así, añadiendo a los argumentos patrióticos, la promesa de una buena cantidad de dinero, Valfierno convenció a Peruggia para que llevase a cabo el robo, lo que éste efectivamente hizo.
Cabe suponer que en cuanto la sensacional noticia fue mundialmente conocida Valfierno envió sus cartas, recibió las respuestas y seleccionó a los seis compradores. Acordados los tratos, las tablas falsas se enviaron por correo y el argentino recibió los pagos en bancos suizos. No está clara la cantidad que obtuvo; Seymour Reit, autor del libro "The Day They Stole the Mona Lisa" (1981), dice que entre treinta y sesenta millones de dólares, pero otras fuentes rebajan considerablemente estas cifras. Chaudron obtuvo el 30% de los ingresos. Ambos socios dejaban definitivamente atrás sus penurias y podrían vivir lujosamente hasta sus muertes. En cuanto a Peruggia, el 21 de octubre, dos meses después del robo, recibió en su pensión (en la misma en la que escondía la Gioconda) una maleta con 300.000 liras. Sin embargo, nada se sabe de ese dinero; de hecho, Vincenzo salió de la cárcel casi sin una lira en el bolsillo.
Excluyendo el dudoso envío del dinero, Valfierno no contactó nunca con Peruggia después del robo. Él no quería la Mona Lisa, cuya posesión era sin duda peligrosísima; sólo necesitaba que permaneciese desaparecida el tiempo suficiente para cobrar sus estafas y darse el piro. Peruggia fue el séptimo estafado. Es fácil imaginar su nerviosismo esperando que el falso marqués le pidiese la tabla para devolverla a la Patria (Valfierno le había dicho que iba a venderla a un coleccionista italiano). El constante silencio, prolongado durante más de dos años, tuvo que ser angustioso para el pobre carpintero. Al final se convencería de que había sido burlado y vio en el anuncio del galerista florentino la única opción disponible para salir del embrollo.
Chaudron se casó en París con una rusa y se trasladó a Los Angeles, donde siguió pintado para la gente de Hollywood. Valfierno se mudó a Nueva York donde, en 1915, se casó con la hija de un magnate bostoniano, impresionada, imagino, ante un marqués millonario. Más tarde, aconsejado por un amigo, invirtió casi toda su fortuna en la bolsa y quedó prácticamente arruinado con la crisis de 1929. En 1931, poco antes de su muerte, le confesó a un periodista norteamericano, un tal Decker, la "verdadera" historia del robo de la Gioconda. Aportó múltiples datos, incluso el nombre de quienes habían comprado las copias. No he leído esa entrevista (me encantaría conseguirla) pero debió ser muy convincente porque, veinte años después del golpe, no se tomó como una invención estrafalaria.
Sin embargo, nadie corroboró la versión de Valfierno. ¿Sería ésta la última mistificación del argentino? Pero, aunque no fuera cierta, no puede negarse que la historia es fascinante y que da, ciertamente, para varias novelas, cada una con sus propias versiones.
Este sería el origen familiar del Eduardo Valfierno, que habría nacido un 23 de mayo de 1870 en la calle Defensa de Buenos Aires y, cuatro décadas más tarde, organizado (¿o no?) el robo de la Gioconda. Pero esta historia dista mucho de ser fiable. La que he contado viene a ser la versión que aparece en la novela “El robo de La Gioconda - una historia argentina” de Diego Ramiro Guelar (Grupo ILHSA, 2004). Pero hay otra novela también argentina sobre el mismo personaje que nos cuenta una historia muy diferente; se trata de Valfierno, de Martín Caparrós, ganadora del Premio Planeta argentino en 2004. Según Caparrós, este caballero nació en Rosario de Santa Fe (más o menos por las mismas fechas que dice Guelar), de madre soltera. A los diecinueve años lo encarcelaron por pertenecer a un grupo anarquista y cuatro años después se embarcaba en un carguero para recorrer mundo y cursar la maestría de estafador. De vuelta de su periplo, se radica en Buenos Aires y se dedica a los más variopintos oficios, incluyendo el de administrador de un prostíbulo. Parece que durante esos años se documentó concienzudamente para crearse una nueva personalidad y hacerse un experto en arte. Hacia los últimos años del XIX, según esta versión, se presentaría como Eduardo Valfierno y contaría una biografía de estancias en París, fortunas despilfarradas y títulos nobiliarios españoles.
La versión de Caparrós parece más atrayente que la de Guelar, pues nos presenta a un estafador que se hace a sí mismo, cuya primera estafa es justamente inventarse el propio personaje. En lo que ambos coinciden (y no sólo ellos) es en que, hacia mediados de su treintena, Valfierno dirigió sus intereses al arte. Empezó como marchante, intermediando en la venta de cuadros en Buenos Aires, seguramente avalado por su presunto origen nobiliario e imaginativos contactos europeos. Pero pronto derivó hacia el comercio de falsificaciones; sin duda a partir de que se cruzó con Yves Chaudron, otro personaje imprescindible en esta historia.
Poco he logrado averiguar de este Chaudron; era un pintor francés, de Lyon o de Marsella (depende la fuente), con una habilidad extraordinaria para la copia. Tampoco me ha quedado claro si Valfierno lo conoció en París o en Buenos Aires, aunque parece que fue en esta última ciudad donde ambos estrecharon su sociedad delictiva. ¿Por qué fue el francés a la Argentina? Sin duda porque no le debían ir demasiado bien las cosas en Europa; es más probable que se hubiese metido en algún lío debido a sus actividades. Podemos imaginar, si así nos apetece, que Valfierno le había previamente ofrecido "asilo" o que fue el azar el que los juntó en la capital americana. En algún sitio he leído que, al conocerse, Chaudron le confesó a Valfierno que creía ser la reencarnación de Leonardo, que había pintado ya varias de sus obras (sobre todo la Mona Lisa) poniendo en estas nuevas versiones lo que al genio italiano no le había dado tiempo. Él no se consideraba un falsificador; decía que "un artista que copia es mas hábil que el copiado. El artista copiado no ha hecho más que dar libertad a sus instintos: hace lo que le sale, lo que puede. En cambio el que copia se fuerza, se tuerce para hacer lo que el otro hizo sin querer. Lo que en uno fue naturaleza, en el otro es arte". Parece, en todo caso, que Chaudron le pidió ayuda a Valfierno para curarse de su locura.
Valfierno no sólo no lo curó, sino que le alabó su genio, animándole a perseverar en ser Leonardo. Seguramente empezaría ya desde entonces a madurar su atrevido plan. Pero antes, todavía en Buenos Aires, se dedicó a colocar en el mercado pinturas de Chaudron atribuidas a artistas más célebres. Imagino que serían los ensayos previos, necesarios para asegurarse de que la sociedad funcionaba. También valdrían para introducirse en ese mundo, conocer los nombres de millonarios coleccionistas, dispuestos a pagar discretamente grandes sumas por obras de arte robadas.
Los dos amigos dejan finalmente Buenos Aires para ir a París. ¿Tenía ya el argentino pergeñado su plan o, como dice Caparrós, escapan al haber sido descubiertas sus actividades ilícitas? Ambas hipótesis pueden conciliarse, así que no importa demasiado. Lo cierto es que, nada más instalados en Francia, Valfierno pide Chaudron que pinte seis copias perfectas de la Gioconda. Debía ser hacia el principio de 1910, porque al Leonardo reencarnado le llevó más de un año acabarlas. Hubo de conseguir tablas antiguas y pigmentos de los que se usaban en el Renacimiento; acabada cada una de las copias, además, se esmeró en "envejecerlas". Mientras tanto, Valfierno se encargaba de la manutención de ambos mediante el viejo negocio (entre Mona Lisa y Mona Lisa, Chaudron hubo de pintar algún que otro cuadro; parece que un Murillo, entre otros), pero también de ir haciendo los pertinentes contactos. Así, se dirige por carta a unos cuantos millonarios ofreciéndoles la Gioconda. Nueve de ellos se muestran interesados (cinco estadounidenses, dos ingleses, un alemán y un brasileño), dispuestos a concretar los detalles de la transacción. Si es verdad, el robo tenía ya que haberse producido pues, de otra forma, en el mejor de los casos, las personas contactadas habrían considerado las cartas como una simple broma. Sin embargo, si las recibieron cuando ya la Mona Lisa había desaparecido, la oferta adquiría verosimilitud, máxime para unos coleccionistas ansiosos de poder colgar la tabla en sus mansiones. Pero, entonces, asombra la audacia del argentino dedicando tanto tiempo y esfuerzo antes de saber siquiera si iba a ser capaz de robar la pintura de Leonardo.
Estas objeciones son resueltas en la novela de Guelar, haciendo que Valfierno y Chaudron se conociesen en París, justamente en los salones del Louvre. En esta versión, el argentino habría llegado a Francia también perseguido por sus estafas bonaerenses, pero sin ningún plan sobre la Mona Lisa. Chaudron, al conocerse, ya tendría pintadas las seis copias y saberlo fue lo que le dio la idea a Valfierno. La locura del francés y la voluntad de afianzarla del argentino encajan también (incluso más) en esta otra hipótesis. Lo que no deja de sorprender es la enorme casualidad de que se cruzasen tan oportunamente el hambre y las ganas de comer, el genial falsificador y el imaginativo estafador. Aunque no sé por qué me sorprende ya que, últimamente, no paro de comprobar cuánto le gusta al azar enredar la historia.
Aceptemos pues que, en la primavera de 1911, Valfierno dispone de seis indistinguibles copias de la Mona Lisa y las direcciones de algunos millonarios a quienes podría ofrecérselas. Claro que para que las ventas sean posibles el original ha de ser robado. Es aquí cuando aparece nuestro Peruggia; pero, ¿cómo lo conoció Valfierno? No encuentro ninguna explicación suficientemente detallada en Internet (quizá en alguno de los varios libros que tratan del asunto, pero no los he leído). Guelar habla de unos italianos, los Lancelotti, conocidos del argentino y que le pondrían en contacto con Peruggia; Caparrós introduce a una mujer en la trama, una tal Valerie Larbin que habría sido quien señaló al lombardo. También nos queda el recurso, nuevamente, al azar: que Valfierno se topase con Peruggia, a lo mejor mientras éste aún trabajaba en el Louvre, hablase con él y descubriese que su nacionalismo y odio a los franceses podrían utilizarse en su plan. No es inverosímil barruntar que la patraña de que la Mona Lisa había sido robada por Napoleón se la sugiriese el taimado argentino al inocente carpintero. Así, añadiendo a los argumentos patrióticos, la promesa de una buena cantidad de dinero, Valfierno convenció a Peruggia para que llevase a cabo el robo, lo que éste efectivamente hizo.
Cabe suponer que en cuanto la sensacional noticia fue mundialmente conocida Valfierno envió sus cartas, recibió las respuestas y seleccionó a los seis compradores. Acordados los tratos, las tablas falsas se enviaron por correo y el argentino recibió los pagos en bancos suizos. No está clara la cantidad que obtuvo; Seymour Reit, autor del libro "The Day They Stole the Mona Lisa" (1981), dice que entre treinta y sesenta millones de dólares, pero otras fuentes rebajan considerablemente estas cifras. Chaudron obtuvo el 30% de los ingresos. Ambos socios dejaban definitivamente atrás sus penurias y podrían vivir lujosamente hasta sus muertes. En cuanto a Peruggia, el 21 de octubre, dos meses después del robo, recibió en su pensión (en la misma en la que escondía la Gioconda) una maleta con 300.000 liras. Sin embargo, nada se sabe de ese dinero; de hecho, Vincenzo salió de la cárcel casi sin una lira en el bolsillo.
Excluyendo el dudoso envío del dinero, Valfierno no contactó nunca con Peruggia después del robo. Él no quería la Mona Lisa, cuya posesión era sin duda peligrosísima; sólo necesitaba que permaneciese desaparecida el tiempo suficiente para cobrar sus estafas y darse el piro. Peruggia fue el séptimo estafado. Es fácil imaginar su nerviosismo esperando que el falso marqués le pidiese la tabla para devolverla a la Patria (Valfierno le había dicho que iba a venderla a un coleccionista italiano). El constante silencio, prolongado durante más de dos años, tuvo que ser angustioso para el pobre carpintero. Al final se convencería de que había sido burlado y vio en el anuncio del galerista florentino la única opción disponible para salir del embrollo.
Chaudron se casó en París con una rusa y se trasladó a Los Angeles, donde siguió pintado para la gente de Hollywood. Valfierno se mudó a Nueva York donde, en 1915, se casó con la hija de un magnate bostoniano, impresionada, imagino, ante un marqués millonario. Más tarde, aconsejado por un amigo, invirtió casi toda su fortuna en la bolsa y quedó prácticamente arruinado con la crisis de 1929. En 1931, poco antes de su muerte, le confesó a un periodista norteamericano, un tal Decker, la "verdadera" historia del robo de la Gioconda. Aportó múltiples datos, incluso el nombre de quienes habían comprado las copias. No he leído esa entrevista (me encantaría conseguirla) pero debió ser muy convincente porque, veinte años después del golpe, no se tomó como una invención estrafalaria.
Sin embargo, nadie corroboró la versión de Valfierno. ¿Sería ésta la última mistificación del argentino? Pero, aunque no fuera cierta, no puede negarse que la historia es fascinante y que da, ciertamente, para varias novelas, cada una con sus propias versiones.
Puede ser fascinante comprobar cómo algunos se pasan la vida intentando huir de sus "crímenes" y cómo otros incluso inventan datos para hacer suyos crímenes de otros. En definitiva la historia es maravillosa, quizá porque carece de esa connotación moral que posee el presente, la realidad, para pasar a ser simples hechos que tienen consecuencias maravillosas, extraordinarias o en otros casos horribles y sanguinarias. Pero en todo caso hablamos de hechos y dejamos atrás las culpas, para dar luz a la verdad, o tal vez la mentira.
ResponderEliminarFascinante historia la de Valfierno & cía. pero todavía no tengo clara la implicación de Nat King Cole en este asunto. Lo que está claro es que él también "cantó"...!
ResponderEliminarPS.- Estoy teniendo problemas con tu servidor y me ha costado bastante comentar. Es que no puedo entrar ni en mi blog!
Besos
Como a amy y a Zafferano, me ha parecido fascinante esta historia.
ResponderEliminar¡Una delicia leerla!
Un beso
Gracias por compartir esta historia, curiosa y desconocida por lo menos para mi. Tienes el don de escribir resumiendo y haciendo que sea muy entretenido.
ResponderEliminarY yo que se me viene a la cabeza que cuando era chica y pasábamos los veranos compartiendo un piso de tres dormitorios y un cuarto de baño con mis tíos y mis primos, y que como éramos tantos se dejaba puesta la llave por fuera de la puerta para no tener que estar continuamente llamando al timbre... Y nunca entró ningún ladrón. Ahora que lo pienso, hubiéramos tenido allí escondida la Mona Lisa y tampoco nadie se hubiera coscao. Claro que seguramente le habríamos pintado bigote y le hubiéramos disparado flechas de ventosa con la vieja pistola de vaquero...
ResponderEliminarMe ha gustado muuuucho la historia, que me he tenido que leer en más de tres episodios. Liaílla que anda una.
Besazos.
Yo no sé qué me fascina más: la historia o tu capacidad investigadora y analizadora, en serio :)
ResponderEliminarBesos
La verdad que si, super interesante la historia, yo desconocia bastantes detalles, la has ilustrado muy bien, y ahora me dan muchas ganas de leer esos libros que mencionas.
ResponderEliminarAhora, me queda una duda, si es verdad que el argentino engatuzo al italiano, porque este no conto esa version en el juicio que le hicieron? (tal vez para no hacer mas largo el cuento y correr el riesgo de ligar mas tiempo encerrado?)
En todo caso, cualquier version no deja de ser fascinante.
Casualmente, el fin de semana pasado volvi a ver en dvd la pelicula "Camille Claudel", y ahora leyendote recorde un comentario que ella hace (ya en medio de su avanzada locura) acusando a Rodin del robo de la Gioconda (ella en su desgracia acusaba a Rodin de todos los males ... )
Me encantaron tus historias, sos el Libro Gordo de Petete che!
besos,