Tempus fugit
No hay tiempo, o acaso sí. Hablo, claro, de nuestra percepción del tiempo, esa especie de río que nos lleva con su fluir lineal e inevitable. En ese río vamos todos y todo, y sin embargo creemos que hay paisajes inmóviles, sucesos que hemos vivido, como si fueran jalones reales. Los llamamos pasado y son la materia de nuestros recuerdos, la materia, al cabo, de lo que somos. Porque necesitamos contarnos, narrarnos a nosotros mismos para darnos identidad, que no es otra cosa que reconocernos el ser. No hay pasado más que como ingrediente narrativo, presto a modelarse en las infinitas falsificaciones de nuestras mentes. Mas, aún así, sin existir, es lo único (o casi) que vale, lo único (o casi) que merece nuestro aprecio, lo único (o casi) que genera nuestras ansias, que condiciona nuestras emociones, que guía nuestros comportamientos. ¿Por qué somos pasado? No, no somos sino el presente huidizo, la efímera ligazón de átomos y energía y tiempo siempre mutante y siempre a punto de dejar de ser o, al menos, dejar de ser ese ser, si es que cabe denominarlo.
Justo eso, denominarlo, darnos nombre para certificar nuestro ser y así, creer que somos. Sólo a través de contarnos a nosotros mismos, de escribir nuestra propia historia e intentar conservarla en los temblorosos renglones neuronales, podemos engañarnos. Por eso somos nuestro pasado que es como decir que estamos hecho de nada, aunque lo cierto es que algo somos, pero distinto y, sobre todo, inaprensible e informe como un gas sutil que se confunde en más gases tan sutiles; ¿cómo distinguirnos? Dicho está: narrándonos como si fuéramos historiadores de nosotros mismos. Pues como la Historia (con su inicial mayúscula) congela esas burbujas que fueron en titánico e inútil esfuerzo de dotarlas de esencia, así nosotros miramos hacia atrás pretendiendo anclar lo que somos al contarnos (y también a otros) lo que vivimos. Pero nada es historia mientras es, sino apenas nuestros ojos parpadeando, el dulce contacto de nuestros labios con otros, el erizarse del vello, la emoción de un instante que arremolina nuestras células ... Sin embargo, vivimos el presente –los presentes– con la avaricia de atesorarlo para poder ser, para seguir siendo, que es lo mismo que no vivirlo del todo. Porque a ello nos impele el pasado, pero también a tener hambre de futuro, a vivirlo sin vivirlo para poder hacerlo pasado como si, estúpidos pretenciosos, sólo tuviera sentido la vida para confesar que se ha vivido.
Mas no hay otra alternativa o, al menos, no sé de nadie que la haya encontrado. Será que, como le dijo el escorpión a la rana, está en nuestra naturaleza o quizá, siguiendo a Spinoza, sea ésta nuestra manera de ser, el modo en que queremos, como todo ser, seguir siendo. Quizá por ello escribir sea la actividad más humana, plasmar en papel (o ahora en una pantalla) nuestro estéril esfuerzo de identificarnos, nombrarnos; nuestro más elaborado esfuerzo para construir el espejismo de un ser consistente, de una vida con sentido. Lo cual no quiere decir que, haciéndolo, no lo sepamos, con mayor o menor crudeza, pero, ya lo dije, desconocemos otras alternativas. Porque, ¿merece acaso la pena vivir sin la consciencia de que se está viviendo? Y esa consciencia, un pasito más allá, nos convierte en historiadores de nuestro pasado. Se trataría entonces, como siempre, de buscar el huidizo punto de un equilibrio inestable que optimizara vivir al máximo el instante (sin los artificiosos condicionantes del pasado ni del futuro) y mantener mínimamente saciadas nuestras ansias de ser. Vale, pero eso, ¿cómo se hace?
Justo eso, denominarlo, darnos nombre para certificar nuestro ser y así, creer que somos. Sólo a través de contarnos a nosotros mismos, de escribir nuestra propia historia e intentar conservarla en los temblorosos renglones neuronales, podemos engañarnos. Por eso somos nuestro pasado que es como decir que estamos hecho de nada, aunque lo cierto es que algo somos, pero distinto y, sobre todo, inaprensible e informe como un gas sutil que se confunde en más gases tan sutiles; ¿cómo distinguirnos? Dicho está: narrándonos como si fuéramos historiadores de nosotros mismos. Pues como la Historia (con su inicial mayúscula) congela esas burbujas que fueron en titánico e inútil esfuerzo de dotarlas de esencia, así nosotros miramos hacia atrás pretendiendo anclar lo que somos al contarnos (y también a otros) lo que vivimos. Pero nada es historia mientras es, sino apenas nuestros ojos parpadeando, el dulce contacto de nuestros labios con otros, el erizarse del vello, la emoción de un instante que arremolina nuestras células ... Sin embargo, vivimos el presente –los presentes– con la avaricia de atesorarlo para poder ser, para seguir siendo, que es lo mismo que no vivirlo del todo. Porque a ello nos impele el pasado, pero también a tener hambre de futuro, a vivirlo sin vivirlo para poder hacerlo pasado como si, estúpidos pretenciosos, sólo tuviera sentido la vida para confesar que se ha vivido.
Mas no hay otra alternativa o, al menos, no sé de nadie que la haya encontrado. Será que, como le dijo el escorpión a la rana, está en nuestra naturaleza o quizá, siguiendo a Spinoza, sea ésta nuestra manera de ser, el modo en que queremos, como todo ser, seguir siendo. Quizá por ello escribir sea la actividad más humana, plasmar en papel (o ahora en una pantalla) nuestro estéril esfuerzo de identificarnos, nombrarnos; nuestro más elaborado esfuerzo para construir el espejismo de un ser consistente, de una vida con sentido. Lo cual no quiere decir que, haciéndolo, no lo sepamos, con mayor o menor crudeza, pero, ya lo dije, desconocemos otras alternativas. Porque, ¿merece acaso la pena vivir sin la consciencia de que se está viviendo? Y esa consciencia, un pasito más allá, nos convierte en historiadores de nuestro pasado. Se trataría entonces, como siempre, de buscar el huidizo punto de un equilibrio inestable que optimizara vivir al máximo el instante (sin los artificiosos condicionantes del pasado ni del futuro) y mantener mínimamente saciadas nuestras ansias de ser. Vale, pero eso, ¿cómo se hace?
Yunu Yucu Ninu - Lila Downs (La Sandunga)
Es un terreno resbaladizo, este. Pero tengo la impresión de que decir, como tú haces, que "No hay pasado más que como ingrediente narrativo...", que "(el pasado) sin existir, es lo único que vale..." o que "somos nuestro pasado que es como decir que estamos hecho de nada..."; es decir, afirmar, de modo más o menos directo, que el pasado no existe, es bastante parecido a afirmar, cuando estamos en Madrid y porque estamos en Madrid, que no existe Soria.
ResponderEliminarNo, lo único que pasa es que nosotros no estamos allí, pero concluir de eso que "allí" (Soria, el pasado) no existe, se llama solipsismo y constituye, creo, un grave trastorno de la visión del mundo.
El tiempo no es más que una dimensión más del Universo en que vivimos. No tenemos respecto de ella la misma situación que respecto de las tres espaciales, no la manejamos igual ni ella nos afecta igual a nosotros. Pero no por esa pequeña particularidad del modo en que, de momento, la vivimos, deja de ser, simplemente, una dimensión más.
Como sabes yo creo que somos eternos. Lo cual -conviene explicar esta equívoca palabra cada vez que se usa- no significa que duraremos una cantidad inagotable de tiempo -no hay tal cosa, el tiempo no es inagotable y de hecho se agotará, en eso coincidimos creyentes y no creyentes- sino que hay algo en nostros que existe al margen del tiempo, fuera del tiempo, sin tiempo. Y a lo que el tiempo, por tanto, y las cosas que en él suceden, no afecta.
Creo que hay una confusión, no sólo en nuestro idioma, sino en casi todos, con la polisemia de la palabra ‘tiempo’. Está el tiempo físico o en Física, tanto en Einstein como en Newton y hasta en Schorodinger, y está el tiempo cronológico de la existencia humana. Ambos conceptos son distintos y sólo marginalmente coinciden, por lo que la mayoría de reflexiones que hacemos mezclando ambos –y no digo que sea este post el caso- son meras confusiones
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarY yo en cambio creo que lo que llamas tiempo cronológico -hermosa redundancia, ma foi- no es más que el modo en que vivimos y en que nos afecta el único tiempo que hay, ese que llamas físico; que es, efectivamente, esa dimensión física, similar a las espaciales, de la que hablaba en mi anterior comentario. Que no hay polisemia alguna en la palabra y que no hay más que un tiempo, vaya, aunque con muchas consecuencias e implicaciones en muchos campos diferentes. Que, claro está, se presentan mezcladas en nuestra experiencia, dando así lugar, como bien dice Lansky, a muchas confusiones. Este comentario suyo me parece un buen ejemplo de estas últimas.
ResponderEliminarEl texto de este post no pretende para nada ser riguroso. No obstante, quede claro, que es al tiempo como experiencia personal al que me refiero, aunque no sea correcto llamarlo así.
ResponderEliminarSí Vanbrugh, las confusiones son siempre mías y las aclaraciones tuyas. Bonito reparto
ResponderEliminarBueno, el reparto depende, naturalmente, del punto de vista. Yo hablo desde el mío, claro, que no pretendo hacer pasar por el de la Objetividad Cósmica, ni nada por el estilo. Imagino que desde el tuyo seré yo el que se confunda y tú el que aclares, y me parece muy bien que así sea. La discusión, noble actividad de la que dicen que sale la luz -yo nunca he visto que pase, pero me entretiene mucho, así y todo- se basa precisamente en eso, en que ambos contendientes creen tener razón y pretenden demostrarlo. Nunca he discutido partiendo de la base de que soy yo quien se equivoca y el otro quien tiene razón, porque en ese caso no habría discusión, de entrada. Lo cual no quiere decir que excluya la posibilidad teórica de estar equivocado, solo que me atengo a un modelo ritualizado, dramatizado, si quieres, que, cuando ambas partes lo aceptan y a ninguna le da por mosquearse, suele funcionar bastante bien.
ResponderEliminar(¿Qué te está pasando últimamente, Lansky, amigo mío? Yo creo que antes no llevabas tan mal que no se te diera la razón...)
La finalidad de una buena discusión es intentar convencer al contradictor con argumentos mejores que los suyos y con la emoción siempre presente de que pueda suceder justo al revés y que él te convenza a tí; tu primera formulación excluía a priori tal posibilidad, precisamente de modo ontológico.
ResponderEliminarNo me pasa nada que no se pueda solucionar, creo, ni me molesta que no me des la razón, de hecho, me preocuparía si lo hicieses fácilmente. De todas formas lo tengo decidido: me voy a colgar un saco de box y un putching ball en el pajar; desahoga que no veas.
Ah, y perdón por el gerundio, aunque sea inglés ('putching')
ResponderEliminarNo me provoques, porque te lo vuelvo a explicar, puedo llegar a ser muy pesado: no tengo nada contra el gerundio, solo contra su -frecuentísimo- mal uso. No es el caso de putching, perfectamente usado. Entre otras cosas porque el gerundio inglés tiene bastante poco que ver con el español.
ResponderEliminarCreo, sinceramente, que nada en mi formulación excluye la posibilidad de que se me convenza: expongo clara y firmemente mi opinión, porque en ese momento es firme y clara. La tarea de restarle claridad y firmeza es del oponente, y yo no tengo ninguna obligación de facilitársela, lo cual no quiere decir que la excluya ni que la pretenda impedir.
Me ha chocado, simplemente, que parezca ofenderte el que yo crea tener razón; porque que tanto tú como yo creamos tener razón me parece uno de los presupuestos teóricos de cualquier discusión, por el que nadie tiene por qué ofenderse.
estás vanbrugheando en exceso, ya te digo
ResponderEliminarEso no se hace nunca en exceso.
ResponderEliminar(Miroslav; tu verificación de palabra me ha ordenado entubben)
El tiempo en física clásica es una función cociente de la velocidad, en la relativista es, como tu mismo dices, la cuarta dimensión o, más correctamente, la n+1, y la imposible derivada (oxymoron) de una constante, la c, de la velocidad de la luz y la causante de una de las deformaciones por la gravitación del espacio-tiempo; en mecánica cuántica el tiempo no existe, o es paradójico (simultaneidad) o probabilístico.
ResponderEliminarEl tiempo cronológico, que no es una graciosa redundancia, sino una precisión, exige el transcurso entre t1 y t2, o entre tº y Tf. Casi nada que ver.
En cualquier caso, intentar resumir aquí las 350 páginas de por ejemplo el libro de Barrow o el chistosamente titulado de Hawkins ‘Una ‘breve’ historia del tiempo’ con más de 200 es inviable, a la par que ineficaz con un zopenco como tú (no es insulto sino abreviada y certera descripción vanbrughiana)
Y el pobre Miroslav no pretendía, y lo advertía, hablar de eso, sino de "cómo pasa el tiempo". Casi nada que ver, repito
Y no quiero oir más vanbrugeces
ResponderEliminarLa verificación mía, preciosa: "nessecer". vanbrugh no consentiría y escribiría neceser, una y otra vez, empecinado y pertinaz como la sequía que ni ya tenemos ni nunca necesitamos
Lo siento, pero en cuanto a vanbrugheces -neologismo que acepto gustoso, para que te admires de mi flexibilidad ante las innovaciones lingüísticas cuando son correctas y útiles- tengo mis propios criterios y ningún propósito de atenerme a los tuyos, por perentoriamente que los enuncies. (Bueno, en cuanto a vanbrugheces y en cuanto a cualquier otra cosa, en realidad. En este blog solo acato indicaciones de Miroslav, que hace tiempo ya me dió expresamente carta blanca para hacer en él lo que me diera la gana.) Oirás, pues, si te da por leerlas en voz alta, y leerás si no -o no harás ninguna de las dos cosas si, llegado a este punto, decides dejar de leer y mandarme al cuerno, de lo que sí estás en tu pleno derecho, no así de mandarme callar- las siguientes vanbrugheces:
ResponderEliminarEn física clásica es la velocidad la que es función del tiempo, variable independiente donde las haya, y no al contrario, como dices. Que puedas despejar t en la ecuación matemática no significa que puedas intercambiar alegremente en la realidad los papeles respectivos de variable independiente (tiempo)y función (velocidad). Más quisiéramos, chaval.
La física clásica, la relativista, la cuántica y nuestra propia experiencia vital no son más que distintas aproximaciones, o intentos de descripción, de una única realidad, del mismo modo que zopenco no es más que un intento de descripción de una realidad -yo-, (descripción esta última mediatizada, lo comprendo y por eso lo disculpo, por mi irritantemente persistente manía de tener razón.)
No hay más que un tiempo, pues, en mi opinión, claro, que puede variar si alguien le da motivos para hacerlo; un solo tiempo que se vive de muchos modos distintos -tiempos cronológicos, graciosa redundancia- y se describe de muchas formas distintas -físicas varias, cada vez más percisas en sus descripciones- pero uno solo.
Yo no escribiría neceser, escribiría necessaire, empecinado y tenaz que soy como la propia ortografía francesa.
No, Vannbrugh, vas a aprender algo nuevo, porque en el bachillerato, al que tanto partido sacas, digo en tono laudatorio, te lo explicaron mal: 'es' la velocidad la que es independiente y 'es el tiempo el que es dependiente como variable, ¿Y por qué', porque V tiene una asíntota: c, pero t, no. Y no hay T (mayúscula) absoluto, V, sí, es c.Pero claro, a tí te explicaron que v=e/t, qué se le va a hacer, y para tí y los radares de la Guardia civil es verdad. Te llevo unas ciuen lecturas en el tema, y no de radar.
ResponderEliminarDe todas formas esto me pasa por ponerme a discutir con niños (véase fotos respectivas: si le dejas coger un palito, te saca un ojo, pero es de gracioso...)
(Tecleo aplicadamente dedatimm, un presumible preparada ansiolítico)(¿Sigues agazpado ahí, Miroslav, viendo 'fugir' al tempus?)
Tus explicaciones son muy ciertas, Lansky, porque, efectivamente, me llevas unas cuantas lecturas sobre el tema (y sobre otros). Pero, con todo, debo precisar que el párrafo tuyo que yo vanbrughescamente corregí empezaba diciendo: "El tiempo en física clásica es una función cociente de la velocidad..." En física clásica. Tu asíntota c para V, su valor máximo absoluto, no pertenece al campo de la física clásica, sino al de la relativista. Por lo que, efectivamente, en física relativista es el tiempo el que es función de la velocidad -y, probablemente, también en la realidad, visto que la física relativista parece describir esta con bastante más exactitud que la clásica-; pero en física clásica, que es de la que tú hablabas expresamente y la que yo estudié en mi lejano y bien aprovechado bachillerato, es la velocidad la que es función del tiempo, y este, un tiempo lineal, inagotable e imparable, el prototipo de las variables independientes.
ResponderEliminarDel mismo modo que en la foto clásica, aunque solo sea por antigua, que adorna mi perfil, yo soy el dueño del ojo al que amenaza el palo, y no el de la mano que lo esgrime, como tiendes tú a interpretar cada vez que sale el tema. Una vez más, confundes la variable independiente -el palito- con la función -el despachurre óptico-. No te discuto que una nueva versión relativista de la foto, con tiempo reversible y regreso al pasado, los papeles se inviertan y sea el ojo el que vaya en busca del palo, pero ni mi bachillerato ni mi infancia han dado de momento para tanto.
Bah, vanbrugheces relativistas, pero el tuerto es tu hermano.
ResponderEliminarAdios
(Tecleo 'batian', caiman enano de filipinas)
Hola qué tal? estuve viendo tu blog y tengo una propuesta para hacerte: 1, 2 , 3 , 4 euros (Sin importar la cantidad de visitas que tengas) por colocar un pliego de publicidad.
ResponderEliminarEs compatible con anuncios google y no es nada erótico ni pornografía.
Si te interesa comunicate!
Miroslav, tu siempre tan interesante en tus escritos e inquietudes.
ResponderEliminarEntiendo a la perfección tu pregunta final: Y eso ¿cómo se hace?
El ser humano siempre a vueltas con el tiempo, esa extraña dimensión que nos condiciona a perpetuidad. Y esa sensación contínua de malgastarlo, no saberlo exprimir al máximo, la miarada inevitable al pasado, el anhelo de un futuro incierto...
Canario, te leo aunque no deje comentarios a todo.
Un abrazo y felíz Semana Santa