De Bajamar a Punta del Hidalgo por el Moquinal y Aguacada
Ayer sábado, Jorge y yo investigamos alguna ruta que uniera los dos núcleos costeros de La Laguna por el interior de Anaga y, combinando varias de wikiloc, dibujamos una que prometía un recorrido placentero no exento del justo y necesario esfuerzo. Quedamos a las ocho en la carretera general junto al Centro de Educación Primaria de La Punta del Hidalgo. Jorge se pasa a mi coche y vamos hasta la glorieta antes de Bajamar y entramos por una pista asfaltada que sirve a fincas agrícolas; avanzamos un poco y aparcamos el coche. La pista acaba unos metros más arriba (a 365 de la glorieta) y ahí, girando a la derecha, empieza propiamente el sendero, a unos 100 metros de altitud (se puede seguir recto, pero es propiedad privada), con una señal que indica que por él se llega a Tegueste y a la Cruz del Carmen (es el sendero homologado PR TF-12, por el que iremos durante un buen trecho). Enseguida giramos a la izquierda y seguimos un camino ascendente por la ladera del barranco de la Goleta. El camino es de grava compactada en estado muy aceptable. Como coge altura rápidamente, muy pronto se abren unas panorámicas excelentes hacia la planicie costera de La Laguna (mirando hacia atrás) y hacia la cuenca de la Goleta, que ya es el término municipal de Tegueste. A unos mil seiscientos metros hay una desviación que baja para cruzar el barranco e ir hacia Tegueste, pero seguimos por el PR TF-12 ascendiendo progresivamente durante otros ochocientos metros más o menos, hasta alcanzar los 430 metros de altitud. En ese punto el sendero gira unos noventa grados, pasando a la ladera noreste del lomo los Cardillos y, consiguientemente, abandonando el barranco de la Goleta; nos toca seguir ahora la barranquera que separa este lomo del picacho de las Aguilillas. Si consideramos la inmensa cantidad de accidentes topográficos que hay en este territorio (lomos, picos, barrancos, hoyas, saltos, degolladas, riscos y un largo etcétera) asombra que cada uno de ellos tenga denominación específica.
Los siguientes ochocientos y pico metros son una subida de mayor pendiente (en torno al 30%). El camino se estrecha y se vuelve más sinuoso para trepar la ladera, pero sigue estando bien conservado y no es difícil de caminar. Además, el paisaje también asciende en belleza y espectacularidad. Ruderales y enredaderas tapizando el sendero, tabaibas amargas, inciensos, espinos, cenizos y brezos (la mayoría de las especies matorral de sustitución de la vegetación potencial); también aparecen arbustos de mayor porte como algunos almácigos y guaidiles (creo) y árboles poco densos, como acebiños, laureles y hasta un pino canario solitario y fuera de su hábitat (en La Palma, según me cuenta un amigo, se dejaban crecer pinos en los lindes de las propiedades para
identificarlas, y se les llamaba "de marca"; quizá éste obedece al mismo motivo). Nos rodean los imponentes lomos y montañas de esta parte del Macizo, con distintas tonalidades de verdes según cómo les da el sol de esta mañana que, cada vez va pegando más fuerte. A nuestra espalda el panorama cubre casi la totalidad de la vertiente norte de la Isla, presidido por el majestuoso Teide que aun no ha perdido las nieves.
Hacia las diez y cuarto llegamos a una vivienda edificada en la ladera, en la que un hombre trabajaba en un estrecho bancal; allí nos detuvimos a devorar los bocatas y reponer líquidos. Durante los siguientes seiscientos metros el sendero, bastante más ancho, discurre entre árboles, ascendiendo suavemente la ladera, con rumbo sureste primero y luego norte, hacia la degollada de Solís. Degollada, por cierto, es un término canario que alude a una depresión, generalmente de un lomo, que sirve de paso entre barrancos o entre laderas; su análogo peninsular serían los collados y los puertos de montaña. Seguramente, la degollada más conocida de Canarias es la de Peraza, en la isla de La Gomera, así llamada porque en ese lugar en 1488, Hautacuperche, un aborigen gomero, degolló a Hernán Peraza, el castellano señor de la Isla. ¿Habrá que pensar que el topónimo proviene de esta ejecución histórica? Corto la digresión y sigo la ruta: el camino desemboca en lo que ya es una pista forestal casi llana por la que nos cruzamos con bastantes paseantes. Los primeros doscientos cincuenta metros se dirige hacia el sur, bordeando la ladera del Roque Moquinal, tristemente célebre porque en su entorno se escondía uno de los más famosos asesinos tinerfeños, Dámaso Rodríguez Martín, apodado el Brujo del Moquinal (me reprimo y no digo más). Luego la pista gira hacia el este, rumbo que mantendrá hasta la Cruz del Carmen, pero nosotros solo caminamos por ella algo menos de cuatrocientos metros. A la altura del Cabezo de las Rosas nos desviamos por un estrecho sendero descendente con un cartel al inicio que advierte que es un acceso solo para vecinos.
Este nuevo y estrecho sendero discurre desde los 752 a los 683 msnm en un entorno boscoso (laurisilva) durante unos quinientos metros por la ladera de Lomo Los Picachos. A los tres minutos pasamos por el muro de contención de una finca en la que se intuye que hay una vivienda, más adelante una roca excavada en lo que podría ser un antiguo abrevadero, luego uno chamizo junto a unas pequñeas huertas abandonadas. Al cabo de un cuarto de hora desaparecen los árboles y se nos abre un espectacular panorama hacia la izquierda, que se corresponde con la cuenca del barranco de Flandes o de La Hoya, (que más adelante veremos mucho más de cerca) y otro que no lo es menos hacia la otra cuenca. Llegamos a un pequelo promontorio que se llama El Picachillo; a la derecha hay dos dragos gemelos y a la izquierda una casa que parece abandonada junto a otra edificación horadada en la roca. Este picachillo marca un alto en el camino: hay que subirlo y luego bajar por las rocas coun cuidado. La continuidad del sendero, en ese punto, no se ve muy clara. Jorge sigue por la parte alta y yo lo intento más abajo; al final, ninguno de los dos ha acertado, la ruta correcta está en medio.
El siguiente tramo tiene unos mil doscientos metros de longitud pero, como ahora contaré, hicimos doscientos más y otros doscientos de retroceso. Los primeros metros discurre por el Lomo Siete Fuentes y sigue por la cumbrera entre las dos vertientes hasta Cabezo la Casilla (unos 300 metros). En esta parte abunda el matorral bajo y el sendero está empedrado irregularmente. Alcanzados los 640 metros de altitud, el camino cae por la ladera que da hacia la cuenca del Barranco Seco y se torna de tránsito más difícil (estrecho y bastante invadido por la vegetación). Pero pasado ese tramo, se llega al sendero local Juntadero - Homicián, con un un trazado claro, perfil más o menos a nivel (ligera pendiente ascendente) y suelo de tierra bien compactada. En esa última parte, el sendero traza una curva que se abre a la cuenca de dos barranquillos que desembocan en el Barranco Seco, ofreciendo unas vistas magníficas. Ahí está también, a mano izquierda, la Gollada de Agudo, una abertura en la ladera hacia la vertiente del barranco de Flandes, remarcada por unos megalitos pétreos bellamente esculpidos por la erosión que recuerdan el paisaje lunar de las Cañadas. Ahí es justamente donde deberíamos desviarnos del sendero, para pasar a la otra cuenca. Sin embargo, no nos dimos cuenta y seguimos de largo doscientos metros más hasta llegar a una meseta enclavada entre varias montañas. Al este se levanta el Monte del Morro, por cuyas laderas continúa el sendero por el que venimos (y por ahí siguen tres chicas con un perro que caminaban detrás de nosotros). Al oeste está la sucesión de roques que, alineados de sur a norte, forman la barrera divisoria de vertientes: risco de Lucas, roque los Cardos, roque Aguacada, roque de las Aguilillas, pico la Gallina y pico de las Aguilillas. Cuando llego al lugar veo que Jorge, que me llevaba ventaja, está subiendo la cuesta de la primera de esas montañas. Aprovecho para regresar a la Gollada de Agudo y verificar que, en efecto, es por ahí por donde va la ruta. Vuelvo a esperarlo, se lo digo, discutimos porque él prefiere seguir el camino, pero retrocedemos e iniciamos el el tramo más espectacular del día (y también el que exige más cuidado).
Hacia la una menos diez cruzamos por la Gollada de Agudo a la vertiente del barranco de Flandes (que también aparece en la carto como barranco de la Hoya pues desemboca junto a este barrio de La Punta). El paso es complicado porque se salva un desnivel de nueve metros bajando por unas rocas casi verticales. El sendero en que nos encontramos es una estrecha muesca horadada en la ladera oeste del macizo formado por los promontorios antes citados –risco de Lucas, roque los Cardos, roque Aguacada, roque de las Aguilillas, pico la Gallina y pico de las Aguilillas–. Es un sendero colgado, no apto para quienes tengan vértigo, y para más males se encuentra en bastante mal estado de conservación; además, es unos cuantos tramos la pared de roca que llevamos a la derecha ha tenido desprendimientos y amenaza con desmenuzar nuevos bolos en cualquier momento. Pero, ese chute de riesgo, temor y adrenalina lo compensa sobradamente el paisaje de la cuenca del barranco de Flandes: se tiene la sensación de estar visitando un mundo cerrado y prohibido, en el que nos hubiéramos colado sin permiso. Pasado el risco de Lucas, a unos 150 metros del inicio del sendero, deberíamos habernos desviado hacia la izquierda bajando la ladera del roque los Cardos hasta llegar a la cota de 350 msnm y seguir por esa altitud hasta dar la vuelta al pico de las Aguilillas y llegar a la zona de los Andenes. Sin embargo, no vimos la desviación y caminamos por el estrechísimo sendero que va por adosado a los riscos entre 40 y 50 metros por encima de la ruta. Vamos despacio por lo dificultoso de la ruta pero también porque el panorama pide ser disfrutado. Más o menos a la altura del Aguacada aparecen numerosas mordidas en la ladera y partes de la pared con desprendimientos. En esta zona tanto las rocas de la montaña como el propio camino son de un rojo intenso muy bello que justifica el topónimo de Andén Colorado que tiene este paraje. Más adelante nos encontramos con una verja y una puerta hecha de tablones, junto a grandes piedras extraídas (¿o desprendidas?) de la pared. A medida que el sendero se aproxima a las faldas del Pico de las Aguilillas se nos abre una vista magnífica sobre la Punta del Hidalgo que se domina en toda su extensión. Pero enseguida, justo antes de dar la cruva al cerro para orientarnos hacia el Este, me encuentro con un derrumbe que interrumpe la continuidad del camino. Jorge, que se había adelantado (o yo retrasado), no está a la vista. Paso un rato pensando como seguir y al final descubro una vía posible de bajada (para nada un sendero) que me lleva desde la cota 385 a la de 340 msnm (esto lo compruebo más tarde en mi casa). Al llegar abajo veo que estoy en un sendero y la aplicación de wikiloc en el móvil me suena para advertirme que he vuelto a la ruta programada (la que, como ya he dicho, no supimos encontrar en su momento). Son las dos y cuarto; recorrer este tramo nos ha llevado una hora y veinticinco minutos para una distancia de solo mil ochocientos metros: a una velocidad media de solo 1,27 km/hora.
Estoy pues en la ruta. A mi izquierda tengo la ladera a cuya falda en forma de abanico se extiende la práctica totalidad de la extensión urbana de La Punta del Hidalgo, entre el barranco de la Hoya (o de Flandes) al sur y Barranco Seco al este. Si miro de frente, más allá de esta ladera, veo los abruptos escarpes de Anaga. He de seguir con rumbo este y más o menos a nivel (algo por encima de los 340 msnm) durante unos doscientos metros y luego, al llegar a Los Andenes, girar hacia el sur. Pero no sé dónde esta Jorge; grito pero no me contesta. Al poco me suena el móvil que hace solo unos minutos que tiene cobertura. Por lo visto, en el punto donde yo bajé él siguió por la misma cota (no entiendo bien cómo lo hizo porque a mí no me pareció posible). Retrocede y trata de encontrar mi vía de descenso pero sin éxito; así que decidimos ir caminando paralelos en el mismo sentido pero él cuarenta metros más alto. Casi cuando el sendero va a trazar la curva, encuentra una zona por la que puede bajar y volvemos a juntarnos. Tras girar hacia el sureste seguimos por la misma trocha (pedregosa, mal definida e invadida por la vegetación) otros doscientos cincuenta metros en suave descenso. Luego volvemos a girar –a la izquierda, hacia el noreste– y bajamos la ladera contra pendiente entre bancales antiguos ya abandonados; en solo ciento cincuenta metros descendemos casi 60 metros (de 335 a 278 msbm) y llegamos a un sendero que viene subiendo desde El Homicián (sale desde el camino del Bucio y cruza el barranco) y que, si lo tomáramos hacia arriba (derecha) nos llevaría al sendero homologado PR TF-11 que enlaza El Homicián con la Cruz del Carmen. Nos dirigimos, sin embargo, hacia la izquierda y vamos descendiendo por un sendero bastante más transitable con un trazado bastante recto en su primera mitad y zigzagueante en la segunda, que discurre entre terrenos agrarios en su mayoría abandonados y con el faro de La Punta como referencia frontal. Tras un kilómetro de bajada, llegamos al punto en que el camino gira a la derecha para cruzar el barranco del Homicián y entrar en ese barrio. Nosotros hemos de ir en sentido contrario (hacia el oeste), pero nos encontramos una valla que cierra el paso. Si embargo, un poco hacia la izquierda se puede pasar y cruzar entre bancales hasta llegar a un sendero a nivel –que sigue siendo privado; de hecho, poco antes del final hay una cancela que por fortuna está abierta– que acaba en el camino Lagarete. Estamos ya en viario municipal, una calle de fuerte pendiente por la que descendemos hasta la carretera general, pasando por el muro del colegio público. Son las tres y veinte de la tarde y hemos llegado al final de la etapa de hoy: 11,200 kilómetros que nos han costado siete horas; una velocidad media bajísima (cuento las paradas), lo que da idea de que la caminata tenía sus dificultades.
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