La buena literatura se escribe a mano
Hay algunos blogueros que visito asiduamente que tienen la rara cualidad de dispararme recuerdos viejos. Nanny-Ogg es una de ellas; con su último post (en el reconocible y peculiar estilo suyo que siempre te deja con una sonrisa, algo que aprovecho para agradecerle) ha vuelto a hacerlo. En alguna de esas páginas innumerables que dictaminan lo que está bien y lo que está mal en esto del blogueo creo haber leído que no han de escribirse posts a propósito de otros, ya que parece ser que tal práctica le deja a uno muy mal parado (supongo que al poner en evidencia su escasa originalidad); además, añadían, para eso están los comentarios al post motivador.
Profesionalmente tengo bastante relación con el mundo de las regulaciones, así que basta que me sugieran normas sobre los ingredientes de mi ocio (como es el blog) para que, de entrada, lo que me pida el cuerpo sea hacer justo lo contrario. Aun así, tras leer el post de Nanny abrí los comentarios para contar los recuerdos que me habían asaltado, pero me empecé a enrollar enseguida ... Tampoco los comentarios han de ser muy largos, dice otra de las reglas del buen hacer bloguero; así que, ante el conflicto entre dos normas, pues ... hago lo que me da la gana (que lo hubiera hecho de cualquier modo). Por último, me la suda reconocer que las musas pasan de mí, salvo quizás Clío, a menos que sea muy presuntuoso imaginar que mis recuerdos sean inspirados por quien se ocupaba de la Historia; quizás se trate sólo de la humilde (y no canónica) Mnemea, la que se preocupaba de la memoria (sí, Nanny, también la Wiki).
Así que empecé a escribir un comentario, vi que me enrollaba y me di cuenta, además, de que me apetecía enrollarme. ¿Por qué? Pues me parece que algo de "culpa" es del estilo nannyoggiano (para el que no haya entendido el uso de las comillas, aclaro que lo de culpa va con connotación elogiosa; ya lo sé, mi apodo es perogrullo). Pero también -todo hay que decirlo- se da la circunstancia de que son las once y media de la noche, hoy me he levantado a las cinco y media, he tenido un día duro de trabajo (con resultados excepcionalmente fructíferos para lo que últimamente es habitual, a los que se han sumado una buena noticia de índole laboral) y estoy todavía sin cenar y muy cansado. Pero es ese cansancio que algo se asemeja a una ligerísima borrachera agradable y que gusta de prolongarse; máxime cuando sé que puedo luego descansar sin límites obligados ya que mañana, día de la Cruz, es la fiesta grande de esta noble ciudad atlántica.
Y esta chorrada me evoca una mañana perdida en un parque de olivos después de una entrega universitaria tras noches y noches sin apenas dormir, junto a una compañera de la que a mis diecinueve años andaba yo enamoriscado; ambos agotados pero prefiriendo prolongar esa sensación dulce y letárgica unas horitas más ... Pero, ¿voy a contar los recuerdos que motivan este post? Poz zí, pero ya había advertido que tengo ganas de enrollarme.
En fin, situémonos hará unos 20 años en un pub en las cercanías de la plaza de Santa Ana madrileña de cuyo nombre aunque quiero no puedo acordarme. Ahí estábamos cuatro personas en una conversación-debate que, pese a los cambios de asunto, respondía al esquema de un partido de dobles. De un lado, la pareja formada por una amiga (que lo sigue siendo) con la que entonces trabajaba (ya no); del otro, el que era mi compañero de piso (del que muchas cosas habría para contar) y un amigo suyo que esa tarde nos había presentado. Este hombre era un tipo muy de elite cultural de la época (un imbécil, dicho sea de paso), crítico cultural que escribía en El País (lo sigue haciendo, pero no daré más datos) con una prosa pedante hasta la náusea (para mí, obviamente). Durante un rato la conversación se dedicó a los ordenadores.
Hagamos una nueva disgresión para aclarar a los más jóvenes que sí, que en el 86 ya había ordenadores. Desde luego no eran tan usuales como ahora, pero empezaban a ser relativamente corrientes en ciertos entornos profesionales. Nosotros teníamos entonces nuestros primeros Mac (tales como el de la imagen) con 256 Kb de RAM, sin disco duro, en los que había que estar sacando y metiendo diskettes, alternando, por ejemplo, entre el que servía para guardar el trabajo y el que contenía el programa (un paquete que integraba, entre otros, un procesador de texto y una hoja de cálculo). ¡Qué tiempos, coño! Si hasta me emociono ... Porque teníamos cariños a esos chiquitines, tanto mejores que los PS/2 de IBM que eran la alternativa ortodoxa (sin ratón y sin el entorno "amigable" del Mac que luego copiaría (mal) Bill Gates). Enseguida les ampliamos la memoria a 512 Kb y les compramos disco duro externo; uno de esos ordenadores lo tengo aquí (junto con varios otros posteriores) y sigue funcionando, aunque no lo use.
Por aquel entonces yo estaba encantado con las facilidades que ofrecía el ordenador y convencido de que permitiría cambiar radicalmente y a mejor la forma de trabajar (y eso que no concebía internet). Valoraba especialmente que hubiera quebrado la identidad entre el soporte (papel) y el texto, independizando éste. De esta manera, decía, desaparece la idea de texto acabado, siempre estás con un "borrador", en un proceso de creación continua (hasta que decidieras interrumpirlo) en el que era sencillísimo y limpio insertar párrafos, cambiar palabras, hacer correcciones ... Sin embargo, mi entusiasmo apostólico hacia las "nuevas tecnologías" fue despreciado por el insigne crítico que opinaba que (rememoro por aproximación) "con los ordenadores nunca se podría hacer buena literatura; porque la literatura necesita surgir de un acto físico doloroso, casi violento: la tinta es la sangre de la herida abierta en el papel con el rasgueo de la pluma. Yo, por supuesto (aclaró enfatizando el paréntesis), siempre escribo con estilográfica y en cuadernos Moleskine o, si no, sobre hojas que en la otra cara estén mecanografiadas. Todo escritor debe cuidar sus manías ya que en ellas radican sus genios personales".
Vete a tomar por culo, pensé. Y luego: ¿qué leches de cuadernos son esos? Si bien me abstuve de pedirle que me lo aclarara. No pude reprimirme, no obstante, de preguntarle si tenía alguna preferencia en cuanto al tipo de máquina con la que tenía que haberse mecanografiado la página en cuya otra cara él rasguearía su inspirada estilográfica. No tenía caprichos al respecto siempre que -eso sí- no se tratara nunca de una máquina eléctrica. Como en esa época no era tan diplomático como soy ahora (¿cómo que ahora no soy diplomático?) creo que le dije con relativas buenas maneras y sin términos ofensivos que me parecía una soberana estupidez vincular la calidad literaria a sus componentes materiales aunque, naturalmente, cada uno era libre de tener las manías que quisiera. El insigne dejó resbalar levemente sus gafitas ovaladas sin montura (tipo Lennon, más o menos) y con una mirada condescendiente me ilustró acerca de esas que yo llamaba manías (pobre ignorante) en una larga relación de literatos reconocidos. Ante la admiración evidente de mi compañero de piso y mi a duras penas disimulada exasperación, dio fin a la conversación pretextando una reunión para preparar el próximo número de no se cuál suplemento cultural. Y así me dejó claro que mi actitud poco respetuosa me privaba para siempre de su eventual intercesión para acceder a los santuarios de determinadas elites literarias. No le sucedió lo mismo a mi amigo, quien siguió frecuentándole y rentabilizando su compañía (y la de otros similares) para poco a poco ir instalándose en ese mundo de universidades, editoriales, instituciones públicas y demás burbujas en las que aún sigue (y muy a gusto, por cierto).
Me pregunto si parezco envidioso; si es así, ¡para nada, eh! De hecho, mi amiga y yo volvimos al estudio y seguimos tecleando nuestros ordenadores tan contentos ... y hasta hoy. El otro chaval, como primera consecuencia de esa tarde, nos entregó días después un trabajo que le habíamos encargado manuscrito con su letra ilegible en hileras apretadas sin apenas márgenes y a dos caras (al menos no usó folios previamente mecanografiados). Por supuesto, hubo de ser nuestra secretaria la que lidiara con sus textos para pasarlos al ordenador, y luego me tocó a mí corregir su redacción (básicamente limpiarla de paja irrelevante).
Así que, desde hace ya bastantes años, soy un absoluto converso a la escritura con teclas y monitor; tanto que si mis teclados y monitores fueran tan locuaces como los de Nanny, más que pedirme que no deje de usarlos, reclamarían algo más de descanso. He llegado alguna vez a valorar económicamente algún trabajo por el número de palabras escritas, para lo cual resulta muy útil la correspondiente herramienta de un procesador de textos. El bolígrafo y el papel apenas los uso, salvo para garabatear dibujitos en reuniones aburridas o para tareas específicas como hacer la lista de la compra o resolver un sudoku. Y ya puestos, a diferencia de ese señor tan insigne con quien tuve el honor de conversar hace dos décadas, creo que mi creatividad y claridad mental se activan mejor ante un teclado que con un bolígrafo en la mano (porque pluma estilográfica no he usado casi nunca). Pero claro, no deja de ser debido al hábito de tantos años.
Además, he perdido el entrenamiento digital (de dedos) necesario para aguantar el bolígrafo durante largos ratos de escritura. Vamos, que me canso enseguida. Cuando tuve que examinarme de mi oposición me planteé solicitar del tribunal que me dejaran hacerla con un portátil. Debido a las circunstancias que concurrían estoy casi seguro de que hubieran accedido, pero al final me dio vergüenza sumar una excentricidad más a mi currículum y pasé cuatro horas escribiendo y sufriendo el agarrotamiento de dedos y muñeca. Pero ya pasó y no creo que vuelva a verme en otra similar.
Bueno, hasta aquí. Creo que como ejercicio de enrollamiento intrascendente es ya suficiente. Seguiría, pero tengo hambre. Me callo pues, pero dejo la música; una de flores (son las fiestas de mayo) cantada por Nick Cave (con Kylie Minogue) que hace poco visitó esta noble ciudad atlántica (en la que, no obstante, no crecen las rosas salvajes).
CATEGORÍA: Recuerdos
Profesionalmente tengo bastante relación con el mundo de las regulaciones, así que basta que me sugieran normas sobre los ingredientes de mi ocio (como es el blog) para que, de entrada, lo que me pida el cuerpo sea hacer justo lo contrario. Aun así, tras leer el post de Nanny abrí los comentarios para contar los recuerdos que me habían asaltado, pero me empecé a enrollar enseguida ... Tampoco los comentarios han de ser muy largos, dice otra de las reglas del buen hacer bloguero; así que, ante el conflicto entre dos normas, pues ... hago lo que me da la gana (que lo hubiera hecho de cualquier modo). Por último, me la suda reconocer que las musas pasan de mí, salvo quizás Clío, a menos que sea muy presuntuoso imaginar que mis recuerdos sean inspirados por quien se ocupaba de la Historia; quizás se trate sólo de la humilde (y no canónica) Mnemea, la que se preocupaba de la memoria (sí, Nanny, también la Wiki).
Así que empecé a escribir un comentario, vi que me enrollaba y me di cuenta, además, de que me apetecía enrollarme. ¿Por qué? Pues me parece que algo de "culpa" es del estilo nannyoggiano (para el que no haya entendido el uso de las comillas, aclaro que lo de culpa va con connotación elogiosa; ya lo sé, mi apodo es perogrullo). Pero también -todo hay que decirlo- se da la circunstancia de que son las once y media de la noche, hoy me he levantado a las cinco y media, he tenido un día duro de trabajo (con resultados excepcionalmente fructíferos para lo que últimamente es habitual, a los que se han sumado una buena noticia de índole laboral) y estoy todavía sin cenar y muy cansado. Pero es ese cansancio que algo se asemeja a una ligerísima borrachera agradable y que gusta de prolongarse; máxime cuando sé que puedo luego descansar sin límites obligados ya que mañana, día de la Cruz, es la fiesta grande de esta noble ciudad atlántica.
Y esta chorrada me evoca una mañana perdida en un parque de olivos después de una entrega universitaria tras noches y noches sin apenas dormir, junto a una compañera de la que a mis diecinueve años andaba yo enamoriscado; ambos agotados pero prefiriendo prolongar esa sensación dulce y letárgica unas horitas más ... Pero, ¿voy a contar los recuerdos que motivan este post? Poz zí, pero ya había advertido que tengo ganas de enrollarme.
En fin, situémonos hará unos 20 años en un pub en las cercanías de la plaza de Santa Ana madrileña de cuyo nombre aunque quiero no puedo acordarme. Ahí estábamos cuatro personas en una conversación-debate que, pese a los cambios de asunto, respondía al esquema de un partido de dobles. De un lado, la pareja formada por una amiga (que lo sigue siendo) con la que entonces trabajaba (ya no); del otro, el que era mi compañero de piso (del que muchas cosas habría para contar) y un amigo suyo que esa tarde nos había presentado. Este hombre era un tipo muy de elite cultural de la época (un imbécil, dicho sea de paso), crítico cultural que escribía en El País (lo sigue haciendo, pero no daré más datos) con una prosa pedante hasta la náusea (para mí, obviamente). Durante un rato la conversación se dedicó a los ordenadores.
Hagamos una nueva disgresión para aclarar a los más jóvenes que sí, que en el 86 ya había ordenadores. Desde luego no eran tan usuales como ahora, pero empezaban a ser relativamente corrientes en ciertos entornos profesionales. Nosotros teníamos entonces nuestros primeros Mac (tales como el de la imagen) con 256 Kb de RAM, sin disco duro, en los que había que estar sacando y metiendo diskettes, alternando, por ejemplo, entre el que servía para guardar el trabajo y el que contenía el programa (un paquete que integraba, entre otros, un procesador de texto y una hoja de cálculo). ¡Qué tiempos, coño! Si hasta me emociono ... Porque teníamos cariños a esos chiquitines, tanto mejores que los PS/2 de IBM que eran la alternativa ortodoxa (sin ratón y sin el entorno "amigable" del Mac que luego copiaría (mal) Bill Gates). Enseguida les ampliamos la memoria a 512 Kb y les compramos disco duro externo; uno de esos ordenadores lo tengo aquí (junto con varios otros posteriores) y sigue funcionando, aunque no lo use.
Por aquel entonces yo estaba encantado con las facilidades que ofrecía el ordenador y convencido de que permitiría cambiar radicalmente y a mejor la forma de trabajar (y eso que no concebía internet). Valoraba especialmente que hubiera quebrado la identidad entre el soporte (papel) y el texto, independizando éste. De esta manera, decía, desaparece la idea de texto acabado, siempre estás con un "borrador", en un proceso de creación continua (hasta que decidieras interrumpirlo) en el que era sencillísimo y limpio insertar párrafos, cambiar palabras, hacer correcciones ... Sin embargo, mi entusiasmo apostólico hacia las "nuevas tecnologías" fue despreciado por el insigne crítico que opinaba que (rememoro por aproximación) "con los ordenadores nunca se podría hacer buena literatura; porque la literatura necesita surgir de un acto físico doloroso, casi violento: la tinta es la sangre de la herida abierta en el papel con el rasgueo de la pluma. Yo, por supuesto (aclaró enfatizando el paréntesis), siempre escribo con estilográfica y en cuadernos Moleskine o, si no, sobre hojas que en la otra cara estén mecanografiadas. Todo escritor debe cuidar sus manías ya que en ellas radican sus genios personales".
Vete a tomar por culo, pensé. Y luego: ¿qué leches de cuadernos son esos? Si bien me abstuve de pedirle que me lo aclarara. No pude reprimirme, no obstante, de preguntarle si tenía alguna preferencia en cuanto al tipo de máquina con la que tenía que haberse mecanografiado la página en cuya otra cara él rasguearía su inspirada estilográfica. No tenía caprichos al respecto siempre que -eso sí- no se tratara nunca de una máquina eléctrica. Como en esa época no era tan diplomático como soy ahora (¿cómo que ahora no soy diplomático?) creo que le dije con relativas buenas maneras y sin términos ofensivos que me parecía una soberana estupidez vincular la calidad literaria a sus componentes materiales aunque, naturalmente, cada uno era libre de tener las manías que quisiera. El insigne dejó resbalar levemente sus gafitas ovaladas sin montura (tipo Lennon, más o menos) y con una mirada condescendiente me ilustró acerca de esas que yo llamaba manías (pobre ignorante) en una larga relación de literatos reconocidos. Ante la admiración evidente de mi compañero de piso y mi a duras penas disimulada exasperación, dio fin a la conversación pretextando una reunión para preparar el próximo número de no se cuál suplemento cultural. Y así me dejó claro que mi actitud poco respetuosa me privaba para siempre de su eventual intercesión para acceder a los santuarios de determinadas elites literarias. No le sucedió lo mismo a mi amigo, quien siguió frecuentándole y rentabilizando su compañía (y la de otros similares) para poco a poco ir instalándose en ese mundo de universidades, editoriales, instituciones públicas y demás burbujas en las que aún sigue (y muy a gusto, por cierto).
Me pregunto si parezco envidioso; si es así, ¡para nada, eh! De hecho, mi amiga y yo volvimos al estudio y seguimos tecleando nuestros ordenadores tan contentos ... y hasta hoy. El otro chaval, como primera consecuencia de esa tarde, nos entregó días después un trabajo que le habíamos encargado manuscrito con su letra ilegible en hileras apretadas sin apenas márgenes y a dos caras (al menos no usó folios previamente mecanografiados). Por supuesto, hubo de ser nuestra secretaria la que lidiara con sus textos para pasarlos al ordenador, y luego me tocó a mí corregir su redacción (básicamente limpiarla de paja irrelevante).
Así que, desde hace ya bastantes años, soy un absoluto converso a la escritura con teclas y monitor; tanto que si mis teclados y monitores fueran tan locuaces como los de Nanny, más que pedirme que no deje de usarlos, reclamarían algo más de descanso. He llegado alguna vez a valorar económicamente algún trabajo por el número de palabras escritas, para lo cual resulta muy útil la correspondiente herramienta de un procesador de textos. El bolígrafo y el papel apenas los uso, salvo para garabatear dibujitos en reuniones aburridas o para tareas específicas como hacer la lista de la compra o resolver un sudoku. Y ya puestos, a diferencia de ese señor tan insigne con quien tuve el honor de conversar hace dos décadas, creo que mi creatividad y claridad mental se activan mejor ante un teclado que con un bolígrafo en la mano (porque pluma estilográfica no he usado casi nunca). Pero claro, no deja de ser debido al hábito de tantos años.
Además, he perdido el entrenamiento digital (de dedos) necesario para aguantar el bolígrafo durante largos ratos de escritura. Vamos, que me canso enseguida. Cuando tuve que examinarme de mi oposición me planteé solicitar del tribunal que me dejaran hacerla con un portátil. Debido a las circunstancias que concurrían estoy casi seguro de que hubieran accedido, pero al final me dio vergüenza sumar una excentricidad más a mi currículum y pasé cuatro horas escribiendo y sufriendo el agarrotamiento de dedos y muñeca. Pero ya pasó y no creo que vuelva a verme en otra similar.
Bueno, hasta aquí. Creo que como ejercicio de enrollamiento intrascendente es ya suficiente. Seguiría, pero tengo hambre. Me callo pues, pero dejo la música; una de flores (son las fiestas de mayo) cantada por Nick Cave (con Kylie Minogue) que hace poco visitó esta noble ciudad atlántica (en la que, no obstante, no crecen las rosas salvajes).
CATEGORÍA: Recuerdos
Las "manías" para escribir del conocido de tu amigo, me ha sonado a pedantería barata para llamar la atención, aunque sea un escritor reconocido. Prefiero la sinceridad de sentimientos al escribir, se use el sistema que se use.
ResponderEliminarBien hecho ;)
Besos de una maia.
Pues la verdad que ese tipo de personajes abundan siempre en las universidades. Y tienen su chispa de gracia verlos moverse con esa autoestima, no alta, sino inflada con microondas tipo palomitas de maíz. Y es que se rodean del calor de aquellos que pasan de expresar su opinión propia para alabar esas aptitudes, que de otro modo serían corrientitas y casi como las de cualquier otro. En fin que en la vida hay palomitas de maíz y microondas que las inflan y lo curioso es que triunfan.
ResponderEliminarEn el 86 yo también tenía ordenador: un 286 con MSDos y un monitor de fósforo verde. Y estaba encantadita. Si no hubiera sido por él la tesina se me hubiera hecho un mundo: una base de datos con varios miles de registros, un montón de páginas de gráficos y un texto larguísimo que retoqué un millón de veces. Me ahorré muchísimas horas de trabajo, y eso lo valoro mucho más que la posible estética de un borrador que, al fin y al cabo, sólo tú vas a ver.
ResponderEliminarDesde entonces, escribo a mano lo justo y necesario, no más. Y creo que no tengo más manías. Eso sí, cuando escribo a mano me gusta hacerlo en lápiz siempre que puedo.
Pues yo por aquellos años sólo conocía el Spectrum... y buenos ratos que me dio la maquinita :D
ResponderEliminarTardé unos años en volver a poner mis manos sobre un ordenador (un 486) y abandonar el bolígrafo, el papel y la (odiada) máquina de escribir. Al principio me sentía incapaz de inspirarme ante el teclado, todo tenía que escribirlo previamente a mano para luego pasarlo. Ahora estoy tan acostumbrada que lo que me resulta dificultoso es escribir manualmente.
Aún reconociendo ese punto romántico del manuscrito me quedo con las nuevas tecnologías (el romanticismo, ya lo he dicho en alguna de mis respuestas lo ponemos nosotros y no el medio). Ni la lista de la compra hago a mano que para eso tengo una PDA :D
Vamos, que ese señor tan estirado me despreciaría de todas, todas... ¡Qué bien!
Besos
(Ah, por cierto, por mí puedes escribir todos los posts que quieras a propósito de o inspirado por uno de mis posts. No entiendo por qué está mal, con la de inspiración que saco yo de otros blogs :D)
Yo quedo sorprendida lo rapido que nos adaptamos a las nuevas tecnologías, si estás resultan cómodas de usar, evidentemente. Por ejemplo, no hace mucho usabamos disquetes y ahora, el lápiz de memoria parece imprescincible. Yo no volvería a usar los disquetes, ni regalados. Y así todo, como lo del boli por el teclado. Es tan cómodo.
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