Patada en la boca
En un blog que frecuento me topo con este párrafo:
Y ahora, sólo ahora, le había empezado yo a coger el tranquillo a eso de leer en el metro, hay que joderse. Si me dejan seis meses más, aprendo a leer caminando; de momento no soy capaz y sigo teniendo instintos sádicos cada vez que veo a una de esas personas deambular por los túneles de una estación de metro, caminando despacio con un libro incrustado en el entrecejo, ajenos a las escaleras mecánicas o a los negritos del top manta que pisotean. Me encantaría estrellarles el libro contra la frente y meterles una patada en la boca. ¿Que por qué me molestan? No lo sé, es lo mismo que los perros grandes o los muchachos entre 12 y 17 años: simplemente me desagradan de forma violenta.
La persona que esto ha escrito es una mujer joven que escribe bien y pasionalmente; de hecho, a mi modo de ver, escribe tanto mejor cuanto más expresa en sus textos las emociones que, supongo, motivan cada uno de ellos. Entre esas emociones, la más frecuente es la indignación y la indignación de Maritornes, así se hace llamar en su blog, es fecunda en brillantes y logrados posts. Tanto que inevitablemente tiendo a sentirme partícipe de su cabreo, a co-indignarme solidaria y convencidamente, por más que luego, pasado el efecto euforizante de la lectura, suela asombrarme de que unos cuantos de mis blogueros habituales dediquen la inmensa mayoría de sus artículos a dejar patentes las múltiples facetas negativas de la realidad. Pero de este asunto no me apetece hablar ahora.
Quiero referirme a la capacidad de impacto emocional de la letra impresa. En el mismo momento en que leía el párrafo que he transcrito, noté un remezón interior, una desagradable sacudida entre el plexo solar y el estómago. Fue un instante, un impacto breve y violento. Seguí leyendo hasta el final con la sombra de la sensación presente. Acabo de releer esas líneas; no se ha repetido el golpe (requiere el factor sorpresa) pero sí, en cambio, ha vuelto una incómoda sensación de desagrado, de molestia.
Hasta aquí la simple constancia de unas emociones propias provocadas por un agente externo, las palabras de Maritornes, en este caso. La verdad es que yo, que me precio, vana arrogancia, de ser cada vez más inmune a los sobresaltos emocionales (lo cual no equivale a anestesiar los sentimientos, aclaro), me he sorprendido por los efectos de esa lectura y, consecuentemente, me he preguntado a qué se han debido, qué precisos ingredientes han acertado a provocar mi alquímica reacción. Es evidente que el primero de ellos es tan simple cómo que me he sentido personalmente afectado. Tengo la costumbre, en efecto, de leer en mis viajes diarios en transporte público y con bastante frecuencia sigo haciéndolo al final del viaje, mientras camino, hasta llegar al final del correspondiente capítulo. Así que, en la primera lectura del post de Maritornes, he debido visualizarme a mí mismo (a modo de fotograma subliminal) recibiendo una inesperada patada en la boca. Y eso, por muy virtual que sea, duele.
En primer lugar, pues, que me he sentido afectado personal y directamente (no de modo abstracto o teórico). Pero el efecto se produce, creo, porque se suma la incomprensión de los motivos. No habría podido imaginarme que una persona leyendo mientras camina pudiera generar un desagrado tan violento en nadie. Es absurdo y, por supuesto, injusto pero no por eso deja de ser o, al menos, puede ser; y esa mínima potencialidad basta para asegurar que, sin duda, es. Que la violencia sin razón ni sentido existe, está ahí. Naturalmente que no se trata de miedo a que me den una patada en la boca; es la mera constatación de que lo absurdo, lo oscuro, si se prefiere, está ahí permanentemente, presto a destruir en un instante cualquiera de nuestros ilusorios sentidos. La patada en la boca se convierte en una metáfora demasiado explícita y que me violenta por su obscena forma de obligarme a mirar lo que prefiero no ver.
Por último, justo es reconocerlo, interviene la eficacia expresiva de la autora que, a mi modo de ver, se traduce en credibilidad. Ciertamente, me creo que Maritornes, si se cruzara conmigo en el metro madrileño, tendría ganas de darme una patada en la boca al verme leer caminando. Y me lo creo porque está bien escrito; es decir, que si no estuviera bien escrito no me lo creería y, por tanto, la existencia real de esa violencia absurda no se me habría planteado con la fuerza de lo ineludible y, por tanto, no habría recibido el golpe emocional que sí recibí.
Al final, no he hecho sino recordar las viajes reglas de la semiótica sobre la eficacia de los mensajes y todo aquel rollo del emisor, el receptor y el medio. Tampoco es para tanto, no se vaya nadie a creer; pero sí lo suficiente para que me haya hecho pararme a pensar sobre ello. En todo caso, y para acabar cambiando de registro, quiero pensar que la autora aprovecha sus estados de ánimos para "estirar" su expresión literaria; prefiero imaginar que abusa de las hipérboles al describirnos las violencias de sus desagrados.
Y ahora, sólo ahora, le había empezado yo a coger el tranquillo a eso de leer en el metro, hay que joderse. Si me dejan seis meses más, aprendo a leer caminando; de momento no soy capaz y sigo teniendo instintos sádicos cada vez que veo a una de esas personas deambular por los túneles de una estación de metro, caminando despacio con un libro incrustado en el entrecejo, ajenos a las escaleras mecánicas o a los negritos del top manta que pisotean. Me encantaría estrellarles el libro contra la frente y meterles una patada en la boca. ¿Que por qué me molestan? No lo sé, es lo mismo que los perros grandes o los muchachos entre 12 y 17 años: simplemente me desagradan de forma violenta.
La persona que esto ha escrito es una mujer joven que escribe bien y pasionalmente; de hecho, a mi modo de ver, escribe tanto mejor cuanto más expresa en sus textos las emociones que, supongo, motivan cada uno de ellos. Entre esas emociones, la más frecuente es la indignación y la indignación de Maritornes, así se hace llamar en su blog, es fecunda en brillantes y logrados posts. Tanto que inevitablemente tiendo a sentirme partícipe de su cabreo, a co-indignarme solidaria y convencidamente, por más que luego, pasado el efecto euforizante de la lectura, suela asombrarme de que unos cuantos de mis blogueros habituales dediquen la inmensa mayoría de sus artículos a dejar patentes las múltiples facetas negativas de la realidad. Pero de este asunto no me apetece hablar ahora.
Quiero referirme a la capacidad de impacto emocional de la letra impresa. En el mismo momento en que leía el párrafo que he transcrito, noté un remezón interior, una desagradable sacudida entre el plexo solar y el estómago. Fue un instante, un impacto breve y violento. Seguí leyendo hasta el final con la sombra de la sensación presente. Acabo de releer esas líneas; no se ha repetido el golpe (requiere el factor sorpresa) pero sí, en cambio, ha vuelto una incómoda sensación de desagrado, de molestia.
Hasta aquí la simple constancia de unas emociones propias provocadas por un agente externo, las palabras de Maritornes, en este caso. La verdad es que yo, que me precio, vana arrogancia, de ser cada vez más inmune a los sobresaltos emocionales (lo cual no equivale a anestesiar los sentimientos, aclaro), me he sorprendido por los efectos de esa lectura y, consecuentemente, me he preguntado a qué se han debido, qué precisos ingredientes han acertado a provocar mi alquímica reacción. Es evidente que el primero de ellos es tan simple cómo que me he sentido personalmente afectado. Tengo la costumbre, en efecto, de leer en mis viajes diarios en transporte público y con bastante frecuencia sigo haciéndolo al final del viaje, mientras camino, hasta llegar al final del correspondiente capítulo. Así que, en la primera lectura del post de Maritornes, he debido visualizarme a mí mismo (a modo de fotograma subliminal) recibiendo una inesperada patada en la boca. Y eso, por muy virtual que sea, duele.
En primer lugar, pues, que me he sentido afectado personal y directamente (no de modo abstracto o teórico). Pero el efecto se produce, creo, porque se suma la incomprensión de los motivos. No habría podido imaginarme que una persona leyendo mientras camina pudiera generar un desagrado tan violento en nadie. Es absurdo y, por supuesto, injusto pero no por eso deja de ser o, al menos, puede ser; y esa mínima potencialidad basta para asegurar que, sin duda, es. Que la violencia sin razón ni sentido existe, está ahí. Naturalmente que no se trata de miedo a que me den una patada en la boca; es la mera constatación de que lo absurdo, lo oscuro, si se prefiere, está ahí permanentemente, presto a destruir en un instante cualquiera de nuestros ilusorios sentidos. La patada en la boca se convierte en una metáfora demasiado explícita y que me violenta por su obscena forma de obligarme a mirar lo que prefiero no ver.
Por último, justo es reconocerlo, interviene la eficacia expresiva de la autora que, a mi modo de ver, se traduce en credibilidad. Ciertamente, me creo que Maritornes, si se cruzara conmigo en el metro madrileño, tendría ganas de darme una patada en la boca al verme leer caminando. Y me lo creo porque está bien escrito; es decir, que si no estuviera bien escrito no me lo creería y, por tanto, la existencia real de esa violencia absurda no se me habría planteado con la fuerza de lo ineludible y, por tanto, no habría recibido el golpe emocional que sí recibí.
Al final, no he hecho sino recordar las viajes reglas de la semiótica sobre la eficacia de los mensajes y todo aquel rollo del emisor, el receptor y el medio. Tampoco es para tanto, no se vaya nadie a creer; pero sí lo suficiente para que me haya hecho pararme a pensar sobre ello. En todo caso, y para acabar cambiando de registro, quiero pensar que la autora aprovecha sus estados de ánimos para "estirar" su expresión literaria; prefiero imaginar que abusa de las hipérboles al describirnos las violencias de sus desagrados.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
A mí, en cambio, me desagradan profundaamente las personas que hablan por el movil mientras caminan, por dos razones al menos: 1) porque deambulan vagamente, cambiando de "carril" mientras hablan y las tienes que esquivar, 2) porque te hacen escuchar impúdicamente las cosas particulares de ellos que no me interesan.
ResponderEliminarA ella le desagradan los perros "grandes",a mi las mujeres excesivamente maquilladas y que noto que no se han duchado. Maritornes, ¿te maquillas mucho, te duchas todos los días, te cambias de bragas?¿llevas móvil y lo usas mientras andas/deambulas?¿no encuentras otro montón de cosas que te desagraden, qué sé yo, algún vigilante moliendo a golpes a un inmigrante en ese mismo metro?
Como tú mismo afirmas la violencia gratuita e irracional existe. Es tremendo el impacto que recibes al leerlo, o por lo menos a mi me ha pasado al igual que a ti, porque lo que ha conseguido el autor con ese texto es transmitir violencia, y como escritora que es Maritormes, me parece excepcional su reproducción de sentimientos en eso tan complicado que es el mundo de las letras. Como persona no necesito creer que estira su capacidad literaria para seguir teniendo la misma consideración que tenía de ella antes de leer esto, ni preguntarle si sus fobias son peores que otras, más que nada porque hay tantos pensamientos y sentimientos dentro de cada cual, íntimos, que producirían el mismo efecto si los demás pudieran tener conocimiento de ellos que sería absurdo darle connotaciones diferentes. Lo imperdonable sería no poder controlar esos impulsos irracionales que no sabemos de donde nos salen, sentirlos no es más que parte de ser humanos.
ResponderEliminarPero me ha resultado curioso, ya que hablas de los mecanismos internos, el giro que ha dado mi pensamiento de no saber quién había escrito eso a saber quién es la autora. Curioso, cómo el ser humano está tan apegado a los afectos, a los sentimientos.
Miroslav, por error h dejado un nuevo comentario sobre maritornes en tu post anterior a este, después de visitar su blog, que matiza el mío anterior: es muy buena.
ResponderEliminarEs muy interesante lo que expones hoy en tu post. Habría muchas reflexiones que hacer a todo ello, pero me quedo con una, muy al hilo del impacto que puede producir lo escrito o dicho por otros: el despliegue propagandístico de los regímenes totalitarios que se valen de frases contundentes, firmes, para provocar en la gran masa el efecto de patada en la boca...y sus consiguientes desencadenantes sociales.
ResponderEliminarReitero mi aplauso a tu post, Miros. Y un abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPues qué quieres que te diga, de forma automática me repele - estilo ni te me acerques - una persona que aún jugando a la hipérbole y la permisividad literaria, le apetecería darle una patada en la boca a un lector caminante, a un perro grande o a un adolescente.
ResponderEliminarBien es cierto que la ñoñería (al más puro estilo marguerite) ni vende, ni es llamativa, y además tiende a vulgar. Que lo que parece que se lleva es la crítica mordaz, el pulso visceral, y estilo Risto Mejide de "escupe bien alto que algo cae seguro". Así que quiero creer que tanta agresividad es básicamente un recurso literario y metafórico por que si no, esta chica no ganaría para úlceras y el mundo no ganaría para patadas en la boca.
De hecho conozco a un escritor de blogs que es agresivo, mordaz, sexualmente explícito y muy soez; cuya imagen , la que él pretende dar, no se corresponde en nada con la realidad - un poeta extremadamente sensible.
Así que digamos que esto no es más que una mera opinión a un párrafo de un blog porque - casi nunca - sabemos quién o qué circustancias anidan detrás de un post o de un bloguero.
besos Miro
Creo que, si pudieramos escuchar lo que piensan todas las personas que tenemos alrededor, acabaríamos horrorizados y viviendo en constante paranoia. De todas maneras, del pensamiento a la acción puede haber un espacio muy variable: desde muy pequeño (como los suicidas) a uno enorme (como los apáticos).
ResponderEliminarY, normalmente (lo digo sin excesiva certeza sobre la persona en cuestión, puesto que no la conozco, quién piensa cosas así tiene la necesidad de expresarlas tal cuál. Más que nada porque NO las suele lleva a cabo. Conozco personas a las cuáles la frustración les vuelve irascibles, pero como son conscientes de que la liberación de esa ira es una opción menos conveniente, no la liberan. Pero eso les genera más frustración y vuelve al mismo sitio. Al final, algún día "explotan".
Aunque pueda violentarnos (e incluso generar un potencial Efecto Mariposa) su lectura, creo que expresarse con esa sinceridad y en esos términos es positivo para desahogarse. Mejor en un blog que no el metro.
Greetings
Como ya dije, el texto de Maritornes era la excusa pero no el objeto del post, que pretendía esbozar mi asombro sobre la capacidad de impacto emocional de la letra impresa. Lo digo porque, naturalmente, estoy convencido de que la autora no transforma sus fobias en efectivos actos violentos, y coincido con Amy y Reverendo en que no pasa nada por sentir cualquier cosa y en que tampoco es malo desahogarse a través de la literatura. En todo caso, repito, no tenía yo ninguna intención crítica sobre la forma de sentir de Maritornes.
ResponderEliminarEn tal sentido, era para mí irrelevante lo que le disgustara o no a esa mujer y, desde mi interés, también resulta improcedente el comentario irónico de Lansky. En cambio, más ajustados a lo que reflexioné me han parecido los comentarios de Mery y Marguerite que aludían a aspectos distintos de la relación entre el estilo literario y la intencionalidad de "emocionar" al lector. En el fondo, sean esas emociones del tipo que sean (a Marguerite no le gustan las que provocan patadas en la boca pero seguro que sí las que humedecen los ojos), buscar que aparezcan en el lector ha sido siempre una de las intenciones más o menos explícitas de quienes escriben. Caso singular (¿o no tanto?) es que esa intención esté al servicio de intereses más o menos espurios, por ejemplo los de un régimen totalitario, como apunta Mery.
Lo que es incuestionable es que la efectividad de un texto en la provocación de emociones (sean del tipo patada en la boca o de cualquier otro) es directamente proporcional a la calidad del escritor. Y el ejemplo que he puesto cumple efectivamente esa premisa, como Lansky corrobora en un comentario al post anterior. Otro asunto distinto sería si no se puede abusar del efectismo o, otro más, los límites "éticos" (¿o estéticos?) de una literatura provocadora. Pero tampoco mi post iba por esos derroteros.
Saludos a todos y gracias por los comentarios.
No me siento ofendido -no detecto mala intención, pero sí obviamente aludido, Miroslav: calificar de "improcedente" mi comentario, o cualquier comentario, porque no se ajusta exactamente a tu pretensión en el post es limitar la riqueza que precisamente le da a un blog que sus lectores se vayan de vez en cuando por los cerros de Úbeda y desde allí se descubran nuevas perspectivas. Y evidentemente, aunque no es relevante, algo de descortés sí que es. No sólo hay que dar la mano, sino también dar pie a que la gente comente. En fin.
ResponderEliminarTe pido disculpas, Lansky, por la poco afortunada elección del adjetivo; desde luego, como bien detectas, no había ninguna mala intención. No tengo nada que objetar a que mis comentaristas deambulen por los cerros de Úbeda, lo que no impide que a veces me permita (y no suelo hacerlo demasiado a menudo) insistir sobre el objeto concreto de mi interés para ver si logro (poco éxito obtengo, lo sé) algo de discusión al respecto. Con tal finalidad he cometido la descortesía de calificar de improcedente o irrelevante (desde mi interés, ojo) tu comentario; lo malo es que cualquier adjetivo que se me ocurre para expresar lo que quiero tiene inevitablemente connotaciones poco agradables de oír. En fin, siempre nos queda el silencio, aunque imaginé que, entre todos mis lectores, serías de los menos susceptibles a las connotaciones. Un saludo.
ResponderEliminarUna de las cosas que más me interesa en mi blog es la parte claramente comunicativa del mismo, la comunicación entre el bloguero y los lectores es retroalimentaria:lo que emito, cómo se recibe, lo que recibo yo...cuando hablo de cosas en las que soy, sin modestia alguna, más pertinente, como en ecología y temas territoriales, a veces compruebo por los comentarios que no he sabido transmitir bien mi mensaje a los "profanos", y eso me sirve para mejorar mi "toque" divulgativo; por otra parte, aunque algún comentarista se vaya por otro lado, eso siempre me resulta también interesante.
ResponderEliminarEn cuanto a tu disculpa, ya nos vamos conociendo, miroslav, y dificilmente a estas alturas voya cambiar mi opinión sobre tí, que es de agrado por lo que dices,por cómo lo dices (con excepciones mínimas) y cómo creo que eres.
Un saludo
¡Se me han puesto los pelos como escarpias! Más de una vez he leído caminando, en los pasillos del metro o por la calle, cuando como tú dices, no se puede dejar un capítulo a medias, y nunca he pisoteado la manta de un vendedor, ni he tropezado con nadie; pero ahora me guardaré de leer andando no sea que ande por mis cercanías Maritornes con un mal día y me corte la digestión literaria con una coz.
ResponderEliminarEs tremendo. Se puede entender una reacción violenta ante un hecho provocativo, que causa daño a algo o a alguien; un mastuerzo estropeando un jardín, alguien que maltrata a un niño o a un animal indefenso, pero ¡saber que alguien experimenta una pulsión violenta por ver leer a otra persona! Vuelvo a lo del comienzo ¡los pelos como escarpias!
Eso va en gustos, Cigarra. Yo prefiero que me de una hostia Maritornes a que me dé un beso Trillo o Bono, ya ves qué cosas.
ResponderEliminarEstupefacta es poco para decir cómo me siento en este momento. No voy a explicar absolutamente nada acerca de mis fobias, que son, como todas las fobias, absurdas. Sí diré que me asombra la enorme capacidad de juzgar gratuitamente que tiene el ser humano, así como su escasa o nula capacidad de autocrítica y autoanálisis. Si todos los seres humanos fueran sinceros y expresaran en voz alta las cosas irracionales que les producen desagrado, efectivamente nos asustaríamos mucho. No quiero ni saber qué sentimientos escondidos anidan en todas y cada una de las personas que han dejado un comentario en este post.
ResponderEliminarAhora, si a alguien todavía le queda la duda de si pegaría esa patada en la boca realmente o no... entonces debe visitar a un psicólogo urgentemente.
Marguerite: cuando me paguen el sueldo de Risto Mejide, escupiré más alto aún, con intención, afectación y estudio. De momento escribo lo que me gusta, a ser posible para molestar un poco a ciertas personas.
Un abrazo, Miroslav. Y disculpa si te ha afectado tan desagradablemente mi post.
Maritornes no dudo de tu capacidad :) , y si me pagan a mí el sueldo de Risto me afilo la lengua con el euribor y que tiemble el mundo.
ResponderEliminarMaritornes:
ResponderEliminarcreo que hemos entendido muy bien lo que Miroslav ha querido transmitir en este post, y, por supuesto, lo que de soslayo indica el tuyo. Está claro que yo no pienso en absoluto que vayas por ahí atizando a nadie, son sensaciones que producen ciertas actitudes de la gente, reacciones muy humanas.
Y, efectivamente, todos tenemos pensamientos oscuros a todas horas del dia. Lo que ocurre es que tu has sido absolutamente sincera al escribirlos.
En el fondo no dejan de ser maneras de hablar: odio a tal, mataría a cual, me dan ganas de vomitar cuando, etc, etc...
Lo curioso del post de Miroslav es la reacción que puede tener una persona ante un escrito. Y, con mucha frecuencia, los efectos son del todo desmesurados. Por eso hay expertos en manipulaciones a la gran masa (de ahí mi comentario anterior).
No debes sentirte dolida; es perfectamente humano lo que cuenta Miroslav.
Un saludo
Estoy de acuerdo contigo, maritornes, pero debes notar que nadie cree que vayas por ahí dando patadas en la boca, -qué cansado es insistir en lo obvio-, y sí, todos con nuestros lados oscuros y nuestras fobias idem, pero...qué pasa: tú abriste la caja de los truenos al proclamar algunas tuyas, como recurso literario, que funciona además. Tranquilízate. Yo soy huraño, la gente me gusta de una en una y más bien poca, hay días que salgo a la atestada calle y empezaría a volatilizar personas -perros no, ni grandes ni pequeños- con mi piostola desintegradora, ¿y qué?
ResponderEliminar