Receta para cocinar pastel de sueño de muertos (II)
Acopiada suficiente necrosomnia, estamos en disposición de preparar el pastel de sueño de muertos. Sabed, eso sí, que entre la recogida y el consumo no deben pasar más de tres días; a partir de ese plazo la necrosomnia comienza su proceso de corrupción adquiriendo un sabor repugnantemente intenso. Hay que advertir que la caducidad tiende a acelerarse en climas húmedos y cálidos. ¿Qué pasa si se come pastel con el sueño de muertos pasado de fecha? Difícil es que ocurra, porque el sabor, como he dicho, echa para atrás enseguida. No obstante, sé de algunos que aun así tragaron unos cuantos bocados, confiados en obtener sus benéficos efectos, y hubieron de pasar una semana a dieta desintoxicante con agudos retortijones, cataratas de heces y sudores fríos, amén de una debilidad generalizada; para colmo, las noches se pueblan de pesadillas alucinógenas, tampoco nada agradables.
La necrosomnia se degrada al contacto con cualquier forma de materia o de energía, así que es imposible su conservación por mucho tiempo. No obstante, hay algunos métodos de almacenamiento que permiten retrasar su caducidad. Os contaré algunos trucos; sin embargo, procurad en la medida de lo posible preparar y consumir el pastel antes de los tres días canónicos y, en todo caso, por más escrupulosos que hayáis sido en su conservación, jamás después de una semana. Hecha la advertencia, empiezo por el recipiente que, como creo haber ya dicho, debe ser de vidrio de buena calidad y cuanto más fino mejor. ¿Por qué? Tiene que ver con la geometría tetraédrica que ordena los átomos de silicio, pero dudo que podáis entenderlo sin desempolvar vuestros manuales de química. El caso es que cuanto más transparente y fino sea el cristal menos tentadas se sienten las moléculas del sueño a despertarse, no sé si me seguís. Desde hace ya algunos años, una fábrica de las afueras de Barcelona me provee de unos frascos bastante decentes de vidrio transparente soplado artesanalmente. En realidad se trata de un decantador para vinos pero es que, salvo que uno se diseñe envases ad hoc (y no es ninguna tontería) es lo mejor que he encontrado. En cada recipiente caben tres cuartos de litros, pero yo no meto más de medio que comprimo hacia la base fondona obturando el cuello con plástico aislante, de ese con el que se protegen objetos frágiles, el que viene lleno de burbujitas que tan divertido es presionar hasta que explotan.
Para la conservación lo más importante es, claro está, la iluminación. No hay que ser muy lince para deducirlo. Recordad que la necrosomnia es el sueño de los muertos, literalmente, sin metáfora ninguna. Y los muertos, como los vivos, sueñan más y mejor cuanto más oscuro está su entorno. Hemos atrapado los sueños fluyentes de unos muertos, materia extremadamente vivaz que, contrariando su naturaleza, hemos de intentar calmar, adormecer, valga la paradoja. Por eso, luz, mucha luz. Yo me he hecho un baúl de vidrio, casi un ataúd, en cuyos ocho ángulos hay encajada una bombilla de doscientos watios. Imaginaos: mil seiscientos watios de luz blanca de brillante neón inundando un prisma de poco más de medio metro cúbico. El deslumbramiento es brutal, apenas puede mirarse ni con las más oscuras gafas de sol. A propósito de mi maleta de necrosomnia, como la llamo, me viene el recuerdo de una anécdota divertida que tal vez os apetezca conocer.
Acababan de entregarme la urna y los dos estábamos ansiosos por estrenarla. Ese mismo fin de semana, sin apenas planificarlo, decidimos ir de recolección a la comarca de Los Ancares. Así que metimos la urna gigante en la parte de atrás de nuestra vieja furgoneta volkswagen (la que le tocó a Gabriela cuando se separó de su novio gringo, hippie trasnochado que arrastraba la frustración de haber sido demasiado crío en los primeros sesenta) y arrancamos en dirección noroeste. El viernes dormimos en Ponferrada y el sábado tempranito iniciamos nuestro recorrido por los cementerios de Los Ancares leoneses. La jornada se nos dio bien y antes de que cayera la tarde teníamos decidido el camposanto que asaltaríamos. Nos llegamos a un camping en la pequeña localidad de Candín y ahí mismo, en una estupenda casa de comidas, cenamos caldo y trucha además de aprovisionarnos de fruta para la expedición nocturna (hay que probar las manzanas reinetas de la zona: celestiales). Hacia la medianoche salimos del camping con todo el instrumental. Tras poco más de dos horas en el cementerio (no queríamos tentar la suerte y nos conformamos con poca cantidad) teníamos cuatro frascos de necrosomnia que colocamos en el interior de mi maleta nueva, que estaba en la trasera de la furgona. Arrancamos y nos ponemos en marcha, ya con la urna iluminada (chupa la energía del propio motor).
De lo que no nos percatábamos mientras conducíamos era del haz vertical de luz blanca que se proyectaba hacia el exterior por el ventanuco cenital de la furgoneta. La carretera que llevaba hacia el camping discurría por un valle, siguiendo el curso de un riachuelo de montaña. Parece que desde varias casas de las laderas avistaron una fantasmagórica columna lumínica que se movía hacia el pueblo; parece que los paisanos se alarmaron y alguien avisó a la guardia civil, sugiriendo invasiones extraterrestres. Como las fuerzas del orden no son numerosas por esos lares, nos dio tiempo de llegar, aparcar fuera del camping, salir de la furgoneta dejando el motor encendido (no queríamos apagar la luz y sólo íbamos a echar un par de horitas de sueño) y meternos en los sacos dentro de nuestra tienda. Como una hora más tarde, un zafarrancho de sirenas, focos y luces nos despertó obligándonos a salir de la tienda. Asombrados, al igual que los otros diez o doce clientes, nos encontramos con un helicóptero posado en el centro del recinto, las hélices girando y seis soldados con metralletas apuntándonos. En eso, una voz deformada por alguna burda megafonía, reclamó que si el propietario del vehículo volkswagen matrícula tal y tal estaba aquí que se identificase. Del asombro pasamos al acojone; di un paso al frente e inmediatamente tres milicos me apuntaron. De modo reflejo levanté las manos y balbuceé que era yo el propietario del vehículo. Siga con las manos levantadas y acompáñenos.
Bueno, al final salimos del lío. Les convencí, a pesar de sus actitudes entre suspicaces y cabreadas, de que la maleta era un prototipo de incubadora requerida por laboratorios de investigación biológica para trabajos de campo. Justamente estábamos haciendo un simulacro de su funcionalidad, verificando el consumo y otros indicadores; por eso la habíamos dejado encendida. En cuanto a los frascos de cristal del interior estaban vacíos, eran simples simulaciones de las probetas que en su momento albergaría la urna. Por supuesto, quisieron comprobar la vaciedad de los envases y me obligaron a abrirlos a punta de metralleta y manteniéndose a cinco metros de distancia; imagino que temerían que hubiese algún gas letal invisible. Con rabia contenida hube de dejar escapar mi reciente necrosomnia, abriendo y sacudiendo uno a uno todos los frascos. El guardia civil más joven, apenas poco más de un adolescente, creyó ver algo violáceo que salía de los recipientes. Será una ilusión óptica, le dije, y los demás se burlaron del pobre chaval. En fin, el estreno de la maleta quedó en un rapapolvo (dense cuenta de la que han montado, hay que ser más cuidadoso, hombre) y en la pérdida de todo el sueño de muertos recolectado. Pero en las siguientes expediciones, ya escarmentados y aprendidos, demostró sobradamente su utilidad.
Pero volvamos a los trucos para la conservación de la necrosomnia y evitemos las digresiones que a mí me pierden. Destacaba la importancia de iluminar lo más intensa y continuadamente posible el fluido a fin de paralizar (más bien, ralentizar) la actividad onírica que es su esencia. A esa misma finalidad también se contribuye meneándolo moderadamente, impidiendo el reposo de las moléculas de necrosomnia. Ahora bien: agitación moderada, no vayamos a pasarnos. Porque si el fluido se somete a sacudidas fuertes precipitamos reacciones de fisión molecular que no corrompen la necrosomnia sino que alteran radicalmente su naturaleza. ¿Alguien de los que me lee ha oído hablar de la kayrostina? Era la sustancia mágica que Dionisos ofrecía a sus bacantes para experimentar la infinitud del instante, la fusión eterna que desvela todos los misterios. No os voy a asegurar que las reacciones atómicas de la necrosomnia debidas a movimientos bruscos y continuados conviertan a ésta en kayrostina, entre otras razones porque no se conoce a ciencia cierta la composición de esa sustancia mitológica. Pero, creedme: por ahí van los tiros. Lo que pasa es que éste es un campo sembrado de minas que, en el marco de un simple manual culinario, no conviene transitar. Baste advertir que no han de sacudirse violentamente los recipientes que contengan el sueño de muertos y que, si se tiene la sospecha de que han sido sometidos a tales vaivenes, lo mejor es renunciar a preparar el pastel porque su consumo puede ser peligroso.
Suaves movimientos pues, con un ritmo repetitivo y cansino. Obviamente, lo mejor es disponer de algún motor que se ocupe de la tarea. En mi urna lumínica, además de los ocho focos, dispuse dos barras cilíndricas a media altura y paralelas al eje mayor del prisma. Cada una de estas barras tiene soldadas cuatro pares de anillas con diámetros ajustable a los cuellos de los frascos de necrosomnia y ambas, gracias a un motorcillo, recorren un cuarto de giro alterno, como si la aguja de un reloj estuviera moviéndose sin parar de las nueve a las doce y vuelta de las doce a las nueve. A los curiosos o interesados en imitarme (no me molestaría en absoluto) les informo que la velocidad es de un segundo para girar los noventa grados, por lo que van ciento y pico veces más lentas que los antiguos LPs de vinilo. No sé si con la descripción anterior se imagina mi urna funcionando; puede que sea vanidad de creador, pero admito que disfruto viendo el pausado vaivén de mis frascos con necrosomnia inmersos en luz cegadora.
Hay un último truco que conviene poner en práctica para la mejor conservación del sueño de muertos y es sumergir los recipientes en aceite de oliva. Tengo un colega nórdico (como imaginareis, los aficionados a estas gastronomías solemos frecuentarnos) que sostiene que el aceite de girasol cumple igualmente su función. En términos estrictos no puedo quitarle la razón, porque ciertamente las diferencias de viscosidad no son relevantes para disturbar la homeostasis necrosómnica. Pero no hemos de olvidar que la inmersión oleica conlleva necesariamente aportaciones subliminales al aroma del sueño de muertos. Quizás un profano no sea luego capaz de distinguirlas en el sabor del pastel pero yo, qué queréis, tengo un sagaz paladar mediterráneo.
Por tanto, aceite de oliva, lo menos refinado posible. Si no fuera porque ya me he extendido demasiado os contaría mi proceso de selección de los aceites más idóneos. Como en todo, lo bueno es caro; imagino que os iréis haciendo una idea de que un pastel no sale barato, ni en dinero ni en esfuerzos. Pero merece la pena esmerarse en los detalles. En lo relativo al aceite tengo la fortuna de ser buen amigo de Marga, en cuyos olivares almerienses cosecha magníficos caldos (¿esta palabra está reservada sólo a los vinos?), parte de los cuales me son gentilmente donados. Si Marga supiera que apenas me queda para aliñar ensaladas; si alguna vez viese mi maleta de necrosomnia balanceando frascos de vidrio inmersos en su aceite resplandeciente de luz ...
En fin; a medida que escribo me voy dando cuenta de que me dejo demasiadas cosas en el tintero. No he explicado, por ejemplo, cómo contribuye el aceite a ralentizar la corrupción de la necrosomnia. Pero, después de todo, tampoco creo que os interese demasiado; supongo que estaréis impacientes por que os facilite la receta del pastel de sueño de muertos. Ciertamente eso es lo que me han pedido y a eso es a lo que me he comprometido. Pero parece que no termino de concretar. Bueno, paro aquí pero la prometo para la siguiente entrega.
PS: La canción no es que tenga mucho que ver con el post, pero es que en estos días ando actualizándome con las mujeres que cantan soul.
La necrosomnia se degrada al contacto con cualquier forma de materia o de energía, así que es imposible su conservación por mucho tiempo. No obstante, hay algunos métodos de almacenamiento que permiten retrasar su caducidad. Os contaré algunos trucos; sin embargo, procurad en la medida de lo posible preparar y consumir el pastel antes de los tres días canónicos y, en todo caso, por más escrupulosos que hayáis sido en su conservación, jamás después de una semana. Hecha la advertencia, empiezo por el recipiente que, como creo haber ya dicho, debe ser de vidrio de buena calidad y cuanto más fino mejor. ¿Por qué? Tiene que ver con la geometría tetraédrica que ordena los átomos de silicio, pero dudo que podáis entenderlo sin desempolvar vuestros manuales de química. El caso es que cuanto más transparente y fino sea el cristal menos tentadas se sienten las moléculas del sueño a despertarse, no sé si me seguís. Desde hace ya algunos años, una fábrica de las afueras de Barcelona me provee de unos frascos bastante decentes de vidrio transparente soplado artesanalmente. En realidad se trata de un decantador para vinos pero es que, salvo que uno se diseñe envases ad hoc (y no es ninguna tontería) es lo mejor que he encontrado. En cada recipiente caben tres cuartos de litros, pero yo no meto más de medio que comprimo hacia la base fondona obturando el cuello con plástico aislante, de ese con el que se protegen objetos frágiles, el que viene lleno de burbujitas que tan divertido es presionar hasta que explotan.
Para la conservación lo más importante es, claro está, la iluminación. No hay que ser muy lince para deducirlo. Recordad que la necrosomnia es el sueño de los muertos, literalmente, sin metáfora ninguna. Y los muertos, como los vivos, sueñan más y mejor cuanto más oscuro está su entorno. Hemos atrapado los sueños fluyentes de unos muertos, materia extremadamente vivaz que, contrariando su naturaleza, hemos de intentar calmar, adormecer, valga la paradoja. Por eso, luz, mucha luz. Yo me he hecho un baúl de vidrio, casi un ataúd, en cuyos ocho ángulos hay encajada una bombilla de doscientos watios. Imaginaos: mil seiscientos watios de luz blanca de brillante neón inundando un prisma de poco más de medio metro cúbico. El deslumbramiento es brutal, apenas puede mirarse ni con las más oscuras gafas de sol. A propósito de mi maleta de necrosomnia, como la llamo, me viene el recuerdo de una anécdota divertida que tal vez os apetezca conocer.
Acababan de entregarme la urna y los dos estábamos ansiosos por estrenarla. Ese mismo fin de semana, sin apenas planificarlo, decidimos ir de recolección a la comarca de Los Ancares. Así que metimos la urna gigante en la parte de atrás de nuestra vieja furgoneta volkswagen (la que le tocó a Gabriela cuando se separó de su novio gringo, hippie trasnochado que arrastraba la frustración de haber sido demasiado crío en los primeros sesenta) y arrancamos en dirección noroeste. El viernes dormimos en Ponferrada y el sábado tempranito iniciamos nuestro recorrido por los cementerios de Los Ancares leoneses. La jornada se nos dio bien y antes de que cayera la tarde teníamos decidido el camposanto que asaltaríamos. Nos llegamos a un camping en la pequeña localidad de Candín y ahí mismo, en una estupenda casa de comidas, cenamos caldo y trucha además de aprovisionarnos de fruta para la expedición nocturna (hay que probar las manzanas reinetas de la zona: celestiales). Hacia la medianoche salimos del camping con todo el instrumental. Tras poco más de dos horas en el cementerio (no queríamos tentar la suerte y nos conformamos con poca cantidad) teníamos cuatro frascos de necrosomnia que colocamos en el interior de mi maleta nueva, que estaba en la trasera de la furgona. Arrancamos y nos ponemos en marcha, ya con la urna iluminada (chupa la energía del propio motor).
De lo que no nos percatábamos mientras conducíamos era del haz vertical de luz blanca que se proyectaba hacia el exterior por el ventanuco cenital de la furgoneta. La carretera que llevaba hacia el camping discurría por un valle, siguiendo el curso de un riachuelo de montaña. Parece que desde varias casas de las laderas avistaron una fantasmagórica columna lumínica que se movía hacia el pueblo; parece que los paisanos se alarmaron y alguien avisó a la guardia civil, sugiriendo invasiones extraterrestres. Como las fuerzas del orden no son numerosas por esos lares, nos dio tiempo de llegar, aparcar fuera del camping, salir de la furgoneta dejando el motor encendido (no queríamos apagar la luz y sólo íbamos a echar un par de horitas de sueño) y meternos en los sacos dentro de nuestra tienda. Como una hora más tarde, un zafarrancho de sirenas, focos y luces nos despertó obligándonos a salir de la tienda. Asombrados, al igual que los otros diez o doce clientes, nos encontramos con un helicóptero posado en el centro del recinto, las hélices girando y seis soldados con metralletas apuntándonos. En eso, una voz deformada por alguna burda megafonía, reclamó que si el propietario del vehículo volkswagen matrícula tal y tal estaba aquí que se identificase. Del asombro pasamos al acojone; di un paso al frente e inmediatamente tres milicos me apuntaron. De modo reflejo levanté las manos y balbuceé que era yo el propietario del vehículo. Siga con las manos levantadas y acompáñenos.
Bueno, al final salimos del lío. Les convencí, a pesar de sus actitudes entre suspicaces y cabreadas, de que la maleta era un prototipo de incubadora requerida por laboratorios de investigación biológica para trabajos de campo. Justamente estábamos haciendo un simulacro de su funcionalidad, verificando el consumo y otros indicadores; por eso la habíamos dejado encendida. En cuanto a los frascos de cristal del interior estaban vacíos, eran simples simulaciones de las probetas que en su momento albergaría la urna. Por supuesto, quisieron comprobar la vaciedad de los envases y me obligaron a abrirlos a punta de metralleta y manteniéndose a cinco metros de distancia; imagino que temerían que hubiese algún gas letal invisible. Con rabia contenida hube de dejar escapar mi reciente necrosomnia, abriendo y sacudiendo uno a uno todos los frascos. El guardia civil más joven, apenas poco más de un adolescente, creyó ver algo violáceo que salía de los recipientes. Será una ilusión óptica, le dije, y los demás se burlaron del pobre chaval. En fin, el estreno de la maleta quedó en un rapapolvo (dense cuenta de la que han montado, hay que ser más cuidadoso, hombre) y en la pérdida de todo el sueño de muertos recolectado. Pero en las siguientes expediciones, ya escarmentados y aprendidos, demostró sobradamente su utilidad.
Pero volvamos a los trucos para la conservación de la necrosomnia y evitemos las digresiones que a mí me pierden. Destacaba la importancia de iluminar lo más intensa y continuadamente posible el fluido a fin de paralizar (más bien, ralentizar) la actividad onírica que es su esencia. A esa misma finalidad también se contribuye meneándolo moderadamente, impidiendo el reposo de las moléculas de necrosomnia. Ahora bien: agitación moderada, no vayamos a pasarnos. Porque si el fluido se somete a sacudidas fuertes precipitamos reacciones de fisión molecular que no corrompen la necrosomnia sino que alteran radicalmente su naturaleza. ¿Alguien de los que me lee ha oído hablar de la kayrostina? Era la sustancia mágica que Dionisos ofrecía a sus bacantes para experimentar la infinitud del instante, la fusión eterna que desvela todos los misterios. No os voy a asegurar que las reacciones atómicas de la necrosomnia debidas a movimientos bruscos y continuados conviertan a ésta en kayrostina, entre otras razones porque no se conoce a ciencia cierta la composición de esa sustancia mitológica. Pero, creedme: por ahí van los tiros. Lo que pasa es que éste es un campo sembrado de minas que, en el marco de un simple manual culinario, no conviene transitar. Baste advertir que no han de sacudirse violentamente los recipientes que contengan el sueño de muertos y que, si se tiene la sospecha de que han sido sometidos a tales vaivenes, lo mejor es renunciar a preparar el pastel porque su consumo puede ser peligroso.
Suaves movimientos pues, con un ritmo repetitivo y cansino. Obviamente, lo mejor es disponer de algún motor que se ocupe de la tarea. En mi urna lumínica, además de los ocho focos, dispuse dos barras cilíndricas a media altura y paralelas al eje mayor del prisma. Cada una de estas barras tiene soldadas cuatro pares de anillas con diámetros ajustable a los cuellos de los frascos de necrosomnia y ambas, gracias a un motorcillo, recorren un cuarto de giro alterno, como si la aguja de un reloj estuviera moviéndose sin parar de las nueve a las doce y vuelta de las doce a las nueve. A los curiosos o interesados en imitarme (no me molestaría en absoluto) les informo que la velocidad es de un segundo para girar los noventa grados, por lo que van ciento y pico veces más lentas que los antiguos LPs de vinilo. No sé si con la descripción anterior se imagina mi urna funcionando; puede que sea vanidad de creador, pero admito que disfruto viendo el pausado vaivén de mis frascos con necrosomnia inmersos en luz cegadora.
Hay un último truco que conviene poner en práctica para la mejor conservación del sueño de muertos y es sumergir los recipientes en aceite de oliva. Tengo un colega nórdico (como imaginareis, los aficionados a estas gastronomías solemos frecuentarnos) que sostiene que el aceite de girasol cumple igualmente su función. En términos estrictos no puedo quitarle la razón, porque ciertamente las diferencias de viscosidad no son relevantes para disturbar la homeostasis necrosómnica. Pero no hemos de olvidar que la inmersión oleica conlleva necesariamente aportaciones subliminales al aroma del sueño de muertos. Quizás un profano no sea luego capaz de distinguirlas en el sabor del pastel pero yo, qué queréis, tengo un sagaz paladar mediterráneo.
Por tanto, aceite de oliva, lo menos refinado posible. Si no fuera porque ya me he extendido demasiado os contaría mi proceso de selección de los aceites más idóneos. Como en todo, lo bueno es caro; imagino que os iréis haciendo una idea de que un pastel no sale barato, ni en dinero ni en esfuerzos. Pero merece la pena esmerarse en los detalles. En lo relativo al aceite tengo la fortuna de ser buen amigo de Marga, en cuyos olivares almerienses cosecha magníficos caldos (¿esta palabra está reservada sólo a los vinos?), parte de los cuales me son gentilmente donados. Si Marga supiera que apenas me queda para aliñar ensaladas; si alguna vez viese mi maleta de necrosomnia balanceando frascos de vidrio inmersos en su aceite resplandeciente de luz ...
En fin; a medida que escribo me voy dando cuenta de que me dejo demasiadas cosas en el tintero. No he explicado, por ejemplo, cómo contribuye el aceite a ralentizar la corrupción de la necrosomnia. Pero, después de todo, tampoco creo que os interese demasiado; supongo que estaréis impacientes por que os facilite la receta del pastel de sueño de muertos. Ciertamente eso es lo que me han pedido y a eso es a lo que me he comprometido. Pero parece que no termino de concretar. Bueno, paro aquí pero la prometo para la siguiente entrega.
PS: La canción no es que tenga mucho que ver con el post, pero es que en estos días ando actualizándome con las mujeres que cantan soul.
CATEGORÍA: Ficciones
Mmmmm! Esos suaves movimientos de ritmo repetitivo y cansino me motivan! Sigo esperando la receta del pastel a ver si lo hago para navidad.
ResponderEliminarGracias por nombrarme en tu post, ahí donde dice Zafarrancho de sirenas,,,
Besotes y bueas necrosomnias
Yo no sé... me estás convenciendo cada día más que lo del urbanismo no es más que una tapadera de tu verdadera ocupación de nigromante.
ResponderEliminarHasta te voy a pedir que me dese a probar el dichoso pastel ...
muás
(Qué buena canción la de Lauryn - el soul me encanta, de hecho tengo una doble que lo canta..)
Por cierto: ¿qué tal fué la conference?
ResponderEliminarEstoy fascinada con la recolección de necrosomnia, y ardo de impaciencia por conocer la receta, pero no se si voy a ser capaz de juntar los ingredientes. Y el cofre luminoso de vaivén, supera todo lo imaginable. Esperamos con ansia el final del proceso.
ResponderEliminar...(O_O)....
ResponderEliminarQue interesanteeeeee.... !!!
Yo quiero de esoooooo.....
(cuidadin con los picoletos...jajajaja)
PD
Gracias por tu comentario... y que sorpresa!!....no sabia que estabas en Canarias... jejejeje
Nos estás abriendo el apetito con tanta receta sin consumar del dichoso pasteeel, cuando al final surja de entre tanto sueño de muertos no vamos a dejar ni las miguitas de las pesadillas.
ResponderEliminarLa receta no la explicas, pero te sirve de excusa para deleitarnos con los viajes que te pegas.
ResponderEliminarQuien fuera tú!
Aquí nos tienes a todas, completamente fascinadas con tu necrosomnia y tu tarta... Por cierto ¿cuáles son los efectos de comer semejante producto de pastelería?
ResponderEliminarVenga, siguiente capítulo que nos va a poder la intriga.
Besos
Bueno, pues me alegro mucho de que os vayan entrando ganas de probar el pastel; os aseguro que merece la pena. Eso sí, al hilo de la pregunta de Nanny, acabo de caer en que desconocéis los maravillosos efectos de la ingesta de la necrosomnia. No imaginaba yo que fueseis tan ignorantes. Me temo que, a lo mejor, conviene dedicar el próximo post a culturizaros un poquito y seguir retrasando la receta. Al fin y al cabo, como bien saben los que practican el tantra, el placer está en la postergación del culmen. En fin ...
ResponderEliminarEn todo caso, mañana me voy unos días de viaje y dudo de que disponga de tiempo para actualizar el blog hasta la próxima semana. Aprovecharé, eso sí, para buscar en escondidas librerías de viejo, manuales mohosos de nigromancia gastronómica. Ya os contaré.
Marguerite: La conferencia (que ha sido esta tarde noche) no estuvo mal (eso creo). Al final me aturullé un poco porque quise decir más cosas de las que me había anotado con el resultado de que no toque ni la mitad de los puntos previstos; y eso que estuve largando durante ago más de hora y media. Por lo visto gustó (hubo una chica que me agradeció que fuera "tan sincero" queriendo decir "políticamente incorrecto"). Seguí el consejo que me dio alguna de ustedes: pasé de leer y me solté. Pero, lo importante, el trago ya está pasado. Por cierto, a ver cuando subes un audio de tu doble cantando soul :)
Besos a todas.
Estoy completamente fascinado con la "necrosomnia" y este neomito que nos has relatado. Tanto que voy a releerme los dos post. Después de todo, un temor me invade: ¿qué ocurre si sufres alergia a algún spirito-elemento? ¿cómo reaccionaría mi cuerpo a las moléculas pesadillescas?
ResponderEliminarAlguna vez se ha escrito sobre la figura del "Devorador de pecados"... ¿Es posible que existan "devoradores de necrosomnia"? ¿Cómo distinguir a los originales Cazadores de Sueños de los simples Devoradores?. Creo que has abierto una puerta hacia lo desconocido...
Greetings
recetas con suspenso:
ResponderEliminarun nuevo género literario...
lo he linkeado
ResponderEliminarespero que no le moleste
¿Puede sustituirse la necrosomnia por hipnotanato? Es mucho más fácil de conseguir, aunque tiene el defecto de que su consumo debe ser el día siguiente de su recolección. Felicidades.
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