Una buena noticia
Esta tarde, al poco de llegar a casa, me suena el móvil; era el abogado del seguro. Como ya conté, en octubre del año pasado tuve un accidente de coche: me empotré contra un cochito que se había saltado un semáforo. A mí no me pasó nada, pero el chico que conducía el otro coche sufrió lesiones importantes y hubo de pasar una temporada larga en el hospital. Ya desde los primeros días me enteré de que el chaval y su novia sostuvieron que había sido yo quien me había saltado la luz roja. A través de conocidos se me hizo saber que familiares y amigos del herido estaban indignados conmigo y hablaban de tomar represalias. La policía local me informó que las declaraciones del conductor y de la chica que le acompañaba se contradecían entre sí, y que otros amigos habían testificado que yo me había saltado el semáforo, pese a que implícitamente reconocían que no podían haber visto la colisión. Los propios policías me advirtieron que era probable que me viera metido en un lío.
En efecto, al poco tiempo me notificaron que había sido denunciado. Para entonces, ya mi seguro me había dicho que no me pagarían nada (el arreglo del coche salía más caro que su valor actual, así que lo di al desguace) y que tampoco reclamarían judicialmente a la otra compañía porque no había pruebas suficientes. Cuando pregunté al abogado del seguro qué podía ocurrir con la denuncia me dijo que, con el atestado policial en la mano, lo razonable sería que el juez declarase que no podía atribuirse la culpa a ninguno, pero que, dado que el otro había resultado lesionado, podía sentirse inclinado a condenar a mi seguro a que lo indemnizase. En todo caso, tranquilizarme y esperar; a mí no debía ocurrirme nada malo.
Pasó el tiempo y hace algo más de un mes recibí una notificación del Juzgado para presentarme a la vista oral. Visita al abogado que me insinúa que es posible (algo sabría) que aparezcan testigos en el juicio que afirmen que yo iba a casi cien kilómetros por hora y que me había saltado los tres semáforos consecutivos. Pero eso es absolutamente falso y, además, no había ningún testigo esa noche. Ya, me dijo, pero la cuestión no es si es o no verdad, sino si el juez lo cree. A medida que se acercaba el día clave me iba poniendo cada vez más nervioso. Preveía un mal trago, con unas personas agresivas con las que habría de enfrentarme; no me apetecía nada. Para colmo, muchos amigos, aunque me recomendaban tranquilidad, no hacían sino contarme historias sobre cabronadas similares que habían vivido.
El día D llegué al juzgado con un cuarto de hora de adelanto y estuve esperando casi dos horas en una sala abarrotada de abogados con toga que cotilleaban a voz en grito entre ellos (era el área de espera de dos tribunales y se habían acumulado juicios). Tras ese plazo apareció mi abogado y me dijo que se había postergado el juicio porque el denunciante se había puesto enfermo. Mañana perdida y los nervios incrementados; yo que me había mentalizado para pasar el mal trago de una vez. La semana pasada me vuelve a llegar una notificación: el juicio iba a ser este miércoles. He procurado no pensar demasiado en ello pero imagino que mi subconsciente no ha parado de darle vueltas.
Hoy mismo, almorzando con un amigo, hablábamos del tema. Él se extrañaba de que me preocupase tanto; admitía que sería una experiencia desagradable, pero no entendía que el enfrentarme al chico, a sus familiares y a sus amigos me alterara tanto. Me hizo pensar que, en efecto, tampoco lo que podía ocurrir era para preocuparse tanto. Al final me di cuenta de que, seguramente, la ansiedad que el asunto me provocaba está directamente relacionada con la rememoración del accidente de hace más de veinte años. Entonces yo era un chico joven que acompañaba a una chica joven que se saltó un stop y mi coche (un R5 amarillo que le había dejado conducir a ella) fue embestido por un coche más grande y pesado que conducía un señor (andaría rozando la cincuentena). La chica, Sofía, murió en el acto (tenía 22 años); yo pasé un mes largo en el hospital y medio año de recuperación, tanto física como, sobre todo, mental. Ahora parece que la vida plantea una escena simétrica: los dos chicos van en el coche pequeño que se salta el semáforo, el señor rozando la cincuentena les embiste con un coche más grande y pesado. Por fortuna, esta vez, el desenlace no ha sido trágico. Sin embargo, quizá haya transferido subconscientemente a este tribunal juzgar mi inocencia o culpabilidad de entonces. Y quizá por eso me resultara tan doloroso suponer que pudieran declararme ahora culpable, como si dijeran en voz alta que sí, que fue culpa mía la muerte de aquella chica. Algún sentimiento subconsciente de culpa he de tener cuando, hace más de veinte años al despertar en Urgencias, comprobé que no recordaba nada desde antes de coger el coche y todavía hoy no he recuperado esos recuerdos borrados.
En fin, no voy a adentrarme en elucubraciones psicoanalíticas, que me pierdo. Lo cierto es que esta tarde me ha llamado el abogado para decirme que el juicio se ha anulado porque mi compañía de seguros ha llegado a un acuerdo con el denunciante. Por lo visto le va indemnizar por las lesiones y él retira la denuncia. Así que me evito el mal trago y puedo, como me ha dicho el abogado, olvidar el incidente. No os podéis imaginar cuánto me alegro.
Pongo esta canción del último disco de Dylan porque tiene un ritmillo allegro ma non troppo bastante acorde con mi estado de ánimo tras la noticia. Dylan me gusta mucho y también le gustaba a Sofía, que no llegó a conocer esta canción.
No me gustan las mentiras, pero aún así las que sólo implican al mentiroso puedo llegar a soportarlas. Ahora cuando una mentira implica hablar mal de alguien y adjudicarle actos que no cometión entonces ya no las puedo soportar. Espero que a estos chavales se les indigeste el dinero que van a sacar de la indemnización y como dicen por ahí se lo gasten en medicinas, aunque sólo sea en redoxon.
ResponderEliminarDebiera crecernos la nariz como a Pinocho cuando mentimos. Sin duda sería magnífico.
ResponderEliminarMucha suerte y sonrisas.
Pues me alegro de que todo haya quedado en eso y que las mentiras no fueran a más.
ResponderEliminarLas casualidades y los paralelismos a veces asustan, eh?
Un beso
miroslav. posiblemente como decir, los nervios sean frutos del recuerdo del accidente hace 20 años, pero decile a tu amigo que no sabe como te podes poner tan mal, que es un gil, con todo respeto.
ResponderEliminarCualquier persona en su sano juicio, pasar por una experiencia asi, con gente violenta, y sabiendo que lo unico que quieren es pelas, tengas razon o no, es horrible..
Bueno ya todo termino, pasando pagina...
muchos accidentes en tu vida eiN? Eso si que es para pensar y analizar.
Estos momentos nos hacen tomar conciencia de la fragilidad de nuestras vidas y nuestras rutinas y sí, son HORRIBLES. Me alegro que se haya resuelto. Un abrazo.
ResponderEliminarYo también me alegro de forma radiante y escandalosa por tan recóndito y alegre final. Por fin este chico podrá comprarse la funda de invierno para la nariz.
ResponderEliminarEnhorabuena y a dormir a pierna libre!
Besotes
Me alegro mucho Miro.
ResponderEliminarUn beso
Me alegro mucho Miro.
ResponderEliminarUn beso
Veo que el psicoanálisis te ha sido útil. No es arte de mi devoción.
ResponderEliminarMe alegro que la historia tenga final feliz, pero no me gusta que tu aseguradora se haga responsable de algo que tu no hiciste. Tendría que aclararse la verdad.
Imagino que a unos y a otros les debe salir más rentable solucionarlo así.
Chao.
He estado jugueteando un rato en el mapa. ¡Qué divertido!
ResponderEliminarLa lástima de estos casos, en los que demostrar algo es imposible, es que sólo tú sabes la verdad. Este tipo de personas se creen sus propias mentiras, de tanto repetirlas las transforman en verdades. Imagino que hubo un atestado, en el que se establece con un margen muy ajustado a qué velocidad iba cada uno. Hubiera sido de circo que intentaran inventarse unas circunstancias de tu trayectoria, velocidad y número de semáforos saltados, hubieran salido a relucir muchas mentiras. Pero mejor que haya acabado con arreglo entre las compañías, al menos han servido para evitarte un mal rato. Aún así, si me pasa a mí no estaría tan contenta, porque la mentira me subleva, la injusticia me hace hervir la sangre, hubiera necesitado una de tus sesiones reiki para liberarme de la indignación. Esa es tu gran ventaja, la de quien es capaz de pasar página sin rencor. Aunque no hubieras tenido la experiencia de hace veinte años, te habrías sentido de manera parecida; no hace mucho a mi socio le ocurrió algo parecido, y su miedo era el mismo que el tuyo.
ResponderEliminarBesazos, y enhorabuena.
Curiosas las simetrías y coincidencias que, a veces, tiene la vida.
ResponderEliminarMe alegro de que, finalmente, todo haya pasado pero, vamos, como ya han dicho por ahí a ver si se les atraganta la indemnización a los muchachitos...
Besos
Acabo de pasar por un juicio en el que el demandante (mi ex) soltaba una increíble cantidad de mentiras y la juez me pedía que demostrara que no eran ciertas... y todo para ahorrarse pagar la pensión. Aluciné... él era el mentiroso y yo tenía que demostrar que no eran ciertas sus afirmaciones.
ResponderEliminarMe alegro que todo haya quedado en nervios y que tengas que pasar más... y me alegro de que te sientas mejor reconociendo la razón de esos nervios.
Besos de una maia.
Lo peor es que estas personas no escarmientan, sobre todo si se ven "reforzados" con una indemnización, y tarde o temprano se pondrán en situaciones similares hasta que ocurra algo que ya no tenga remedio.
ResponderEliminarGracias a todas por los ánimos. En cuanto a la indemnización, ¿qué queréis que os diga? Por supuesto es injusta si nos atenemos a que fue él y no yo quien se saltó el semáforo. Pero, por otra parte, imagino que fue un error y ya lo ha pagado caro (por suerte no tan caro como lo pagó mi amiga hace tantos años). Al fin y al cabo, de alguna manera la compañía de seguros funciona como una especie de "seguridad social" que algo le compensa el daño sufrido. Estoy seguro de que preferiría no recibir el dinero y retroceder en el tiempo para evitar el accidente.
ResponderEliminarPero, en todo caso, os aseguro que no me importa nada. Lo que me alegra (egoísta que es uno) es el peso que me quito de encima.
PS: Júlia: ¿Qué mapa?
curiosa simetría, si.
ResponderEliminarpor momentos no sabía si me contabas un cuento o todo era real.
me alegro por todo lo que valga la pena alegrarse.
sé muy bien lo que es un juicio injusto.
¡salud!
Aunque me entero tarde, me alegro muchísimo por el peso que te has quitado de encima.
ResponderEliminarBesos
Pues enhorabuena. Recuerdo que pasé una época de verdadera ansiedad hace mucho tiempo por un acidente del que no fui culpable y no hubo más heridos que nosotros mismos.
ResponderEliminarSí hombre,... el mapa que tienes en el lateral de tu blog que señala de que zonas se conecta la gente que accede a tu blog.
ResponderEliminarCahis! despistadillo...