Charla, Palacio Real y unos días de descanso
Ayer culminó una semanita de hacerlo todo corriendo con la sensación permanente de que me iba a pillar el toro. El fin de semana, que preveía dedicar a preparar la conferencia del martes, estaba absolutamente derrengado; el cuerpo, especialmente la espalda, como si me hubieran dado una paliza, sin apenas fuerzas para moverme. El lunes no me pude levantar y decidí pasarme casi toda la mañana en la cama. Con tales limitaciones decidí tirar por la calle del medio y renunciar a redactar mi charla para, simplemente, anotar en forma de esquema temas e ideas que confiaba ser capaz de desarrollar improvisando con suficiente fluidez.
El martes amanecí bastante mejor, casi diría que aceptablemente bien, dada la temporada achacosa que llevo. Fui a trabajar y a comprobar el power point con 400 imágenes que había montado para la charla. Almorcé con una compañera y rapiditos para el Colegio de Arquitectos porque el curso comenzaba a las cuatro. Pero, obviamente, era horario canario que debía tener asumido incluso el otro conferenciante (madrileño) que no apareció hasta poco después de las cuatro y media. Él se ocupó de impartir la charla inaugural, con una presentación informática muy didáctica que combinaba ordenadamente muy buenas y pertinentes imágenes con esquemas de las famosas “ideas-fuerza”. Tras un breve descanso con bebidas y pastitas me llegó el turno. Advertí sobre mi actual situación de desconcierto que me desautorizaba a transmitirles mensajes claros y expliqué que simplemente iba a darles algunas reflexiones personales sobre los problemas locales del urbanismo, acompañados de unas cuantas imágenes bonitas y sugerentes pero sin relación con el contenido de la charla. Para que las diapositivas se apreciaran bien pedí que se apagaran las luces, de modo que no veía en absoluto las caras de los asistentes. Fue una sensación muy rara que, pese a haber hablado en público ya muchas veces, nunca había experimentado; te sientes un poco ridículo, como si no hubiera nadie. No obstante, pasados los habituales titubeos iniciales, fui soltándome y enrollándome en cada uno de los temas que había apuntado como mero guión, de modo que enseguida me di cuenta de que a ese ritmo no iba a tocarlos todos. Así ocurrió, fui dando saltos hasta que, quizá abruptamente, decidí parar porque se había agotado el tiempo (estuve algo más de hora y media). Por lo que me comentaron luego, parece que la charla gustó y además provocó mínimamente reacciones emocionales, una tímida catarsis, como la calificó el presidente de la Asociación. Unas cuantas preguntas, cierre de la sesión, cena de los ponentes con los organizadores (conversación divertida llena de chismes sobre urbanistas: una especie de Hola profesional) y para casa donde todavía dediqué unas horas a acabar algunas cosas.
Ayer miércoles tenía que resolver dos o tres asuntos de índole doméstica, preparar la maleta y bajar al aeropuerto del sur (una hora en guagua) que procuro evitar. Iba con el tiempo justo, así que viaje encorsetado con traje de invierno y corbata pese a los 28º de temperatura ambiente; menos mal que autobús, aeropuerto y avión estaban todos aireacondicionados. Como es habitual en Spanair, salimos con retraso pero, afortunadamente, no el suficiente para llegar tarde al Palacio Real, aunque visto el tráfico de Madrid entre las seis y siete de la tarde fue todo un logro. Para quienes no tengan costumbre de asistir a las recepciones borbónicas, comentaré que hay sobreabundancia de agentes de seguridad que se ocupan, tras comprobar que estás provisto de la invitación personalizada, de guiarte amablemente en todos tus pasos. Basté a modo de ejemplo decirles que simplemente para dirigir el coche hasta la plaza exacta de aparcamiento había unas ocho personas uniformadas de gala, moviendo señales luminosas que habíamos de seguir. Hay que ver cuántos recursos se emplean para lograr que los actos sociales de nuestra monarquía reflejen el boato y eficiencia que la misma se merece. Entusiasmadito me quedé … Y no era el único, porque según ascendíamos por la marmórea escalinata notabas ese aire entre apocado y vanidoso de tantos asistentes, no pocos de los cuales se paraban para pedir a la pareja que le tomara una foto posando bajo el tapiz de algún Borbón dieciochesco.
Mi presencia en el Palacio Real se debía a la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía, que en esta edición se le otorgaba a Blanca Varela, poeta peruana y madre de dos íntimos amigos míos de la etapa universitaria. Blanca, ya mayor y en mal estado de salud, está asistiendo en los últimos años a un reconocimiento generalizado de su poesía, profunda y dura, con la impresionante traca de este 2007: premio Federico García Lorca y premio Reina Sofía. El primero se entregó en mayo en Granada y de ello hablé en su momento. Justamente estando en Granada, el hijo de Blanca, recibió una llamada del presidente del Patronato del Patrimonio Nacional para comunicarle la concesión de este otro galardón, anunciando que la entrega sería en el otoño y en Salamanca (la universidad de esa ciudad es la otra patrocinadora). Al final, ha sido en Madrid y en unas fechas en las que mi amigo no podía viajar; en nombre de la poeta vinieron a Madrid las dos hijas de su segundo hijo, quien murió en febrero de 1996 en accidente aéreo.
Hacia las siete y poco de la tarde ya nos tenían a todos sentaditos en la sala de columnas de Palacio, mirando hacia la mesa presidencial vacía; la invitación decía que había que entrar antes de las siete lo que, considerando que el acto empezaba a las siete y media, parece un poco excesivo. Con bastante puntualidad aparecieron Sofi y tres señores que deduje (lectura del tarjetón) que eran el presidente del Patronato, el Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca y el Secretario del Jurado del Premio. Cada uno soltó su discurso: un poquillo enfático el primero, interesante el segundo y lectura del acta el tercero. Entre orador y orador la Reina, con su castellano de áspero acento (voz de papel de lija, que atribuye a uno de sus personajes Camilleri en su última novela de Montalbano) anunciaba lo que veía continuación. Al final se levantó para entregar el premio a la nieta mayor de la poeta, Camila, una preciosa chiquilla de unos veinte años. Tras recibirlo, Camilla se dirigió al atril y nos leyó su discurso, que hablaba de sus recuerdos de niña con su padre en casa de su abuela, y yo, la verdad, me emocioné y hube de quitarme las gafas y frotarme los ojos.
Finalizado el acto se pasaba a un salón anexo para el cóctel. Me levanté y fui hacia la puerta lateral ante la que se formó una tremenda aglomeración. No entendía demasiado por qué la gente se movía tan lento, por qué les costaba tanto pasar. Cuando traspasé la puerta me encontré en una cola que desfilaba delante de la Reina de modo que cada uno habíamos de darle la mano. Ciertamente no me lo esperaba (reconozco que no soy asiduos de las recepciones reales) y me sorprendió; además no me apetecía nada, pero ya no había marcha atrás. Así que le di la mano, nos miramos, me sonrió y dijo algo que no entendí, la sonreí y musité algo que tampoco entendí (ella menos, sin duda), y prueba superada que permitía acceder a un tercer salón abarrotado de gente. Hay que reconocer que tiene que ser una paliza estar ahí quietita dando la mano a unas trescientas personas, soltando algún que otro tópico y sonriendo intermitentemente; en fin, gajes del oficio.
Estuvimos como una horita más tomando algunas copas y picando unos escuetos canapés, en un salón absolutamente abarrotado de gente. Hablé con las hijas de mi amigo a quienes no conocía, aunque sabían de mí. Me imagino que me verían como a un señor mayor, amigo de sus padres y tío. Y yo, mientras descubría en sus rasgos muchos de los de su padre, me emocionaba pensando que teníamos su edad (y menos años también) cuando compartíamos tantos ratos juntos, en épocas ya lejanas. Mañana viernes quedaremos a cenar y podremos hablar con más calma. Y nada más; salida del Palacio y llegada a casa de mi hermana. Me acosté con una mezcla de cansancio y relajación y caí dormido en un momento. He abierto los ojos a las once de la mañana: ¡diez horas seguidas de sueño! No recuerdo la última vez que me ocurrió algo similar; desde luego no es así en los últimos tiempos, rara es la noche que llego a dormir seis horas. A ver si estos tres días de descanso madrileño me sirven para recuperar el equilibrio somático y cargarme de energía. Pues nada, salgo a dar una vuelta.
Nota: La primera foto, cuya procedencia ahora mismo no recuerdo, es una de las que pasé en la charla y que pongo aquí porque así me lo pidió Amy. La segunda, obviamente, es la fachada del Palacio Real hacia la Plaza de la Armería. La tercera foto es la entrega del premio y procede de aquí.
El martes amanecí bastante mejor, casi diría que aceptablemente bien, dada la temporada achacosa que llevo. Fui a trabajar y a comprobar el power point con 400 imágenes que había montado para la charla. Almorcé con una compañera y rapiditos para el Colegio de Arquitectos porque el curso comenzaba a las cuatro. Pero, obviamente, era horario canario que debía tener asumido incluso el otro conferenciante (madrileño) que no apareció hasta poco después de las cuatro y media. Él se ocupó de impartir la charla inaugural, con una presentación informática muy didáctica que combinaba ordenadamente muy buenas y pertinentes imágenes con esquemas de las famosas “ideas-fuerza”. Tras un breve descanso con bebidas y pastitas me llegó el turno. Advertí sobre mi actual situación de desconcierto que me desautorizaba a transmitirles mensajes claros y expliqué que simplemente iba a darles algunas reflexiones personales sobre los problemas locales del urbanismo, acompañados de unas cuantas imágenes bonitas y sugerentes pero sin relación con el contenido de la charla. Para que las diapositivas se apreciaran bien pedí que se apagaran las luces, de modo que no veía en absoluto las caras de los asistentes. Fue una sensación muy rara que, pese a haber hablado en público ya muchas veces, nunca había experimentado; te sientes un poco ridículo, como si no hubiera nadie. No obstante, pasados los habituales titubeos iniciales, fui soltándome y enrollándome en cada uno de los temas que había apuntado como mero guión, de modo que enseguida me di cuenta de que a ese ritmo no iba a tocarlos todos. Así ocurrió, fui dando saltos hasta que, quizá abruptamente, decidí parar porque se había agotado el tiempo (estuve algo más de hora y media). Por lo que me comentaron luego, parece que la charla gustó y además provocó mínimamente reacciones emocionales, una tímida catarsis, como la calificó el presidente de la Asociación. Unas cuantas preguntas, cierre de la sesión, cena de los ponentes con los organizadores (conversación divertida llena de chismes sobre urbanistas: una especie de Hola profesional) y para casa donde todavía dediqué unas horas a acabar algunas cosas.
Ayer miércoles tenía que resolver dos o tres asuntos de índole doméstica, preparar la maleta y bajar al aeropuerto del sur (una hora en guagua) que procuro evitar. Iba con el tiempo justo, así que viaje encorsetado con traje de invierno y corbata pese a los 28º de temperatura ambiente; menos mal que autobús, aeropuerto y avión estaban todos aireacondicionados. Como es habitual en Spanair, salimos con retraso pero, afortunadamente, no el suficiente para llegar tarde al Palacio Real, aunque visto el tráfico de Madrid entre las seis y siete de la tarde fue todo un logro. Para quienes no tengan costumbre de asistir a las recepciones borbónicas, comentaré que hay sobreabundancia de agentes de seguridad que se ocupan, tras comprobar que estás provisto de la invitación personalizada, de guiarte amablemente en todos tus pasos. Basté a modo de ejemplo decirles que simplemente para dirigir el coche hasta la plaza exacta de aparcamiento había unas ocho personas uniformadas de gala, moviendo señales luminosas que habíamos de seguir. Hay que ver cuántos recursos se emplean para lograr que los actos sociales de nuestra monarquía reflejen el boato y eficiencia que la misma se merece. Entusiasmadito me quedé … Y no era el único, porque según ascendíamos por la marmórea escalinata notabas ese aire entre apocado y vanidoso de tantos asistentes, no pocos de los cuales se paraban para pedir a la pareja que le tomara una foto posando bajo el tapiz de algún Borbón dieciochesco.
Mi presencia en el Palacio Real se debía a la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía, que en esta edición se le otorgaba a Blanca Varela, poeta peruana y madre de dos íntimos amigos míos de la etapa universitaria. Blanca, ya mayor y en mal estado de salud, está asistiendo en los últimos años a un reconocimiento generalizado de su poesía, profunda y dura, con la impresionante traca de este 2007: premio Federico García Lorca y premio Reina Sofía. El primero se entregó en mayo en Granada y de ello hablé en su momento. Justamente estando en Granada, el hijo de Blanca, recibió una llamada del presidente del Patronato del Patrimonio Nacional para comunicarle la concesión de este otro galardón, anunciando que la entrega sería en el otoño y en Salamanca (la universidad de esa ciudad es la otra patrocinadora). Al final, ha sido en Madrid y en unas fechas en las que mi amigo no podía viajar; en nombre de la poeta vinieron a Madrid las dos hijas de su segundo hijo, quien murió en febrero de 1996 en accidente aéreo.
Hacia las siete y poco de la tarde ya nos tenían a todos sentaditos en la sala de columnas de Palacio, mirando hacia la mesa presidencial vacía; la invitación decía que había que entrar antes de las siete lo que, considerando que el acto empezaba a las siete y media, parece un poco excesivo. Con bastante puntualidad aparecieron Sofi y tres señores que deduje (lectura del tarjetón) que eran el presidente del Patronato, el Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca y el Secretario del Jurado del Premio. Cada uno soltó su discurso: un poquillo enfático el primero, interesante el segundo y lectura del acta el tercero. Entre orador y orador la Reina, con su castellano de áspero acento (voz de papel de lija, que atribuye a uno de sus personajes Camilleri en su última novela de Montalbano) anunciaba lo que veía continuación. Al final se levantó para entregar el premio a la nieta mayor de la poeta, Camila, una preciosa chiquilla de unos veinte años. Tras recibirlo, Camilla se dirigió al atril y nos leyó su discurso, que hablaba de sus recuerdos de niña con su padre en casa de su abuela, y yo, la verdad, me emocioné y hube de quitarme las gafas y frotarme los ojos.
Finalizado el acto se pasaba a un salón anexo para el cóctel. Me levanté y fui hacia la puerta lateral ante la que se formó una tremenda aglomeración. No entendía demasiado por qué la gente se movía tan lento, por qué les costaba tanto pasar. Cuando traspasé la puerta me encontré en una cola que desfilaba delante de la Reina de modo que cada uno habíamos de darle la mano. Ciertamente no me lo esperaba (reconozco que no soy asiduos de las recepciones reales) y me sorprendió; además no me apetecía nada, pero ya no había marcha atrás. Así que le di la mano, nos miramos, me sonrió y dijo algo que no entendí, la sonreí y musité algo que tampoco entendí (ella menos, sin duda), y prueba superada que permitía acceder a un tercer salón abarrotado de gente. Hay que reconocer que tiene que ser una paliza estar ahí quietita dando la mano a unas trescientas personas, soltando algún que otro tópico y sonriendo intermitentemente; en fin, gajes del oficio.
Estuvimos como una horita más tomando algunas copas y picando unos escuetos canapés, en un salón absolutamente abarrotado de gente. Hablé con las hijas de mi amigo a quienes no conocía, aunque sabían de mí. Me imagino que me verían como a un señor mayor, amigo de sus padres y tío. Y yo, mientras descubría en sus rasgos muchos de los de su padre, me emocionaba pensando que teníamos su edad (y menos años también) cuando compartíamos tantos ratos juntos, en épocas ya lejanas. Mañana viernes quedaremos a cenar y podremos hablar con más calma.
Nota: La primera foto, cuya procedencia ahora mismo no recuerdo, es una de las que pasé en la charla y que pongo aquí porque así me lo pidió Amy. La segunda, obviamente, es la fachada del Palacio Real hacia la Plaza de la Armería. La tercera foto es la entrega del premio y procede de aquí.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Gracias ;) me dan ganas de pedirte más cosas.
ResponderEliminarDespués de lo que has contado creo que sí, que te vendría muy bien un descanso, es más, puede que incluso tu cuerpo te lo está pidiendo a gritos. En cuanto a irrelevantes peripecias cotidianas, no todos hemos tenido ocasión de estrechar la mano de Sofi, tiene que haber sido como mínimo extraño... Bueno, descansa, cuídate y cuando vuelvas elige bien la ropa, no te vaya a pasar como a mí.
ResponderEliminarBesotes
Descansa mucho y recuerda dos cositas:
ResponderEliminar1.- por aquí no hace el clima de tus islas y además corre una gripe muy mala
2.- estamos esperando la continuación de tu necrosómnico relato
beso
Así que te quedas tres días en Madrid... Pues no está mal. Fíjate que si mi madre ganara un Premio Nobel, asistir a la entrega del premio en mi trabajo no se consideraría motivo justificado para faltar. (Tampoco, por ejemplo, asistir a la boda de un hijo, como le pasó a una persona que conozco).
ResponderEliminarAmy: Pida usted por esa boquita ...
ResponderEliminarZafferano: Procuraré descansar, sí, a ver si vuelvo con más ánimos. Gracias por los deseos.
Marguerite: Tampoco hace tanto frío por estos lares, al menos mientras hay sol. Y deja que llegue a mi casita, que seguir con la necrosomnia requiere mi entorno habitual.
Kotinussa: Venir a Madrid tampoco es en mi caso motivo justificado para faltar 3 días al trabajo. A ver si por fin consigo que me abran un expediente. En fin, fuera bromas, te diré que soy un poco anárquico en cuanto a los controles laborales y también que hacen bastante la vista gorda conmigo. No obstante, para que no me regañes, te puedo asegurar que el balance de horas dedicadas al curre está bastante más a mi favor que al de la empresa.
Besos a las cuatro.
He seguido atento tus peripecias por tierras canarias y madrileñas :-) Saludos desde en medio de aquellos dos lugares.
ResponderEliminarHolaaaaaaaaa....
ResponderEliminaroye... una duda... tú no eres canario verdad??...
El miercoles estaba yo por Playa de las Americas...jejeje...
Yo he asistido a una recepcion en Gando (base militar de Las Palmas) y fue mas informal... era D.Juan Carlos y Dña.Sofia los que se movian entre la gente saludando.jejejejejeje...
Cuidate esa espalda!!
Un besote, vecinoooo...
(^_^)
Historietas, estar envuelta de gente me cansa, entiendo que necesites dormir profundamente despues de estar rodeado de tanta gente, para reponer tus energías.
ResponderEliminarUn abrazo
Hasta yo me agoto al leerte, espero que hayas descansado y que, una vez en casita, nos cuentes lo de la necrosomnia y el efecto de esa tarta que me tiene intrigadísima.
ResponderEliminarEso de encontrarte, de golpe y porrazo, con la reina tuvo que ser de lo más raro.
Besos
Llámame despistada pero no sabíá que eras arquitecto urbanista.
ResponderEliminarLlevo casi un año en un master de urbanismo y ordenación del territorio. Los ponentes son de gran prestigio a nivel nacional... o eso dicen.
Creo que podría decirse que tengo una sobredosis de clases y ya no sé si soportaré alguna más.
A estas alturas, despues de casi 300 horas de urbanismo me conformo con que llegue alguien y me entretenga un rato porque ya no puedo más....
Para acabar de sacarnos de quicio nos hacen exámenes...qué horror, una ya no tiene edad para esas cosas.
El último, el otro día, consistia en contestar a dos preguntas. Una un rollete sobre la influencia del AVE según un estudio hecho por Ureña Francés y la otra era hacer una disertación sobre un texto de Las Memorias de Adriano... la verdad es que era un fragmento muy bonito y sobre todo muy elocuente.
Como he dicho estoy intoxicada de charlas de urbanismo. En febrero, cuando acabe tendré que ir dexintosicarme... si es que sobrevivo para entonces.
Blanca Varela... Antes de ir a Perú por primera vez, hace treinta años, leí algunos poemas suyos y llegué a aprender de memoria, el 'Vals del Angelus'. Sólo este año, creo, me enteré, a través de una crónica de Vargas Llosa, de algunos aspectos de su vida.
ResponderEliminarEn cuanto a la ceremonia que comentas, se me ha venido a la memoria una canción de Llach, en la que irónicamente pregunta: 'Respira fondo, Roser: Sents el perfum de la Reina?'