Historia verdadera de amor/desamor y sexo (I)
La historia que pretendo contar es, efectivamente, verdadera, por más que mi narración contendrá algunas variaciones mentirosillas, requisitos obligados de una mínima cautela. Creo que es una historia interesante en sí misma, que merece la pena contar, aunque haya de ser en varios posts. Pero a su interés narrativo propio se suma lo sorprendente que resulta cuando se conoce a los protagonistas: un matrimonio de clase media acomodada, aparentemente bastante convencional y a quien ninguno de sus amigos asociaríamos para nada con transgresiones sexuales. Hay por último un tercer factor que, a mis ojos, otorga relevancia a esta historia; se trata de que yo haya sido confidente escogido por ambos protagonistas (todavía no salgo de mi asombro). Vamos allá.
Poco antes del verano, un buen amigo, llamémosle Zenón, me telefoneó para invitarme a almorzar. Llevábamos un tiempo largo sin vernos, pese a que en los primeros meses tras mi separación fue el único hombre (mujeres hubo varias) con quien hablé con bastante franqueza de lo que nos había ocurrido, de mis sentimientos. Aclaro que, aunque él aceptó entonces su papel de interlocutor, no le sentí demasiado cómodo asistiendo a mi desnudamiento emocional; de hecho, apenas pasó de los límites de la "corrección empática" (espero que se me entienda), siendo bastante incapaz de abrirme su intimidad. Tampoco me extrañó mucho; que dos varones sean capaces de mantener "relaciones íntimas", que se cuenten lo que de verdad sienten, más allá de las típicas poses masculinas, es muy poco frecuente. Pese a todo, esos ejercicios de nudismo emotivo asimétrico debieron calar en él más de lo que percibí porque, dos años después, cuando necesitó hablar con alguien fue a mí a quien llamó.
La comida transcurrió hablando de trivialidades, si bien se hacía cada vez más notorio el nerviosismo de Zenón. En cuanto nos sirvieron los cafés, de golpe y a borbotones, me espetó: "Laia quiere separarse y estoy destrozado". Laia, su mujer, es una chica que suele mantenerse en segundo plano, tímida, tranquila, de trato muy agradable, de las que transmiten serenidad. Quienes la conocemos, siempre hemos pensado que es bastante conservadora en sus planteamientos, de ideas firmes y defensora de las vidas ordenadas, muy ajustadas a los "como debe ser" más convencionales; si hay algo que no ofrece discusión es que Laia aborrece llamar la atención, dar que hablar. En cuanto a sus sentimientos hacia Zenón, nadie había jamás detectado cualquier fisura en un amor matrimonial "correcto", seguramente carente de pasiones (Laia no aparentaba ser amiga de éstas) pero satisfactorio. Estar casada con Zenón, pensábamos todos, se tenía que acercar mucho a los ideales de Laia, sin necesidad de meter el amor en la ecuación (lo cual no quiere decir que no lo hubiera).
Respecto a Zenón imaginábamos sentimientos análogos, quizás sazonados con ciertas dosis de desapego chulesco, propios de un tipo con bastante éxito profesional y social que, a diferencia de su mujer, gustaba aprovechar. Se rumoreaban algunas aventurillas pasadas de Zenón con conocidas, la mayoría casadas, que flotaban ambiguas como ingredientes vaporosos de su prestigio. Por eso me sorprendió enterarme tanto de que era Laia la que quería separarse como de que a Zenón le resultara tan dolorosa esa expectativa. Dejé ver mi asombro y callé para que me contara.
El caso es que Zenón llevaba un tiempo fantaseando con mantener relaciones homosexuales. Durante unos meses se había dedicado a navegar por webs gays, descubriendo con emociones encontradas que se excitaba, en especial con jóvenes depilados y musculosos. Empezó a masturbarse frente a la pantalla, al principio con muchísima vergüenza. Poco a poco, sus fantasías homosexuales empezaron a convertirse casi en una obsesión, hasta el punto que casi todas las noches, antes de acostarse, se encerraba en el cuarto del ordenador y dedicaba un buen rato al onanismo gay. No tardó en conseguirse algunas películas (ya se sabe que las imágenes en movimiento ponen más que las estáticas) y alcanzar un estado en que su sensibilidad erótica iba derivando hacia un estado de ansiedad (aquí vendría a cuento la tan manida locución de "tensión sexual no resuelta").
Como es fácil imaginar, mientras escuchaba lo que Zenón me contaba mis sentimientos borboteaban en una confusión magmática. Por un lado estaba alucinando del asombro; jamás se me habría ocurrido que mi amigo pudiese tener pulsiones homosexuales. De otra parte, he de reconocer que me notaba claramente incómodo; como he dicho, poca práctica tenemos los hombres en mostrarnos mutuamente la intimidad, pero mucha menos cuando de lo que se habla es justamente de lo más escabroso de todo en los códigos implícitos de la masculinidad. Pero también es verdad que, sobre mi asombro alucinado y mi incomodidad, prevalecían la curiosidad (¿morbosa?) y, sobre todo, la sensación de que mi amigo necesitaba que le oyese, que le comprendiese, que le hiciese sentir que estaba ahí, a su lado.
Zenón, por supuesto, se percató enseguida de ese maremagnum de emociones que me generaban sus palabras. Interrumpió su relato para aclararme que él había sido el primer sorprendido y avergonzado (por más que se admita la homosexualidad intelectualmente, pesan mucho la educación en esos códigos masculinos). Me insistió en que, si bien las fantasías homosexuales eran las predominantes en su imaginario erótico, seguían excitándole las mujeres. Pensaba que probablemente lo que le pasaba respondía a una cierta crisis propia de la edad (tiene cuarenta y cinco), búsqueda de nuevas experiencias para combatir el paso del tiempo, la monotonía. Se explayó mucho en este tipo de especulaciones, sin duda con la intención de darme tiempo a que digiriera la sorpresa y para saber si yo estaba dispuesto a seguir escuchando, si admitía tan radical streap-tease de su intimidad, con las consecuencias que habría de implicar. Le agradecí sin palabras esa especie de tiempo muerto y, con algunas frases que no debieron ser demasiado acertadas, di mi conformidad a la continuación del relato.
El caso es que durante esos meses de solitario erotismo internáutico, Laia empezó a sospechar. Tampoco era necesario ser muy lista. Su marido se pasaba ratos largos en el ordenador y cuando iba a la cama estaba siempre con tanto sueño que prácticamente se dormía en el acto (antes del acto, para ser más exactos). En todo caso, según me dijo, hacía ya tiempo que prácticamente nunca follaban entre semana, así que no tenía motivos para pensar que sus pocas ganas fueran notadas por su mujer. Me añadió que, además, que había sido ella quien había ido reduciendo la vida sexual; en los últimos dos años, sólo mantenían relaciones a iniciativa de él y siempre después de mucho insistir y "currárselo". Zenón, sin embargo, seguía deseando a su mujer y no estaba nada a gusto con la situación entre ambos. De hecho, había pensado varias veces proponerle que se enfrentaran a la apatía de su vida sexual. Lo había ido retrasando porque se le hacía incómodo tocar el tema y sabía que a ella todavía más; luego empezó con sus "vicios homosexuales" (tales fueron sus palabras) y dejó correr el asunto.
A las preguntas de su mujer sobre qué hacía tanto tiempo al ordenador, Zenon respondía con evasivas, o se refería a navegaciones genéricas por la red, curioseando sobre sus múltiples intereses. Laia le soltaba algunos comentarios irónicos sobre su repentina afición a internet y no insistía, de modo que mi amigo pensó que no debía preocuparse. Además, si yo soy bastante torpe informáticamente, me dijo, no puedes imaginarte cuanto más lo es Laia, así que ni se me ocurrió imaginar que sería capaz de revisarme el ordenador y sacar algo en claro sobre mis actividades. Y, sin embargo, eso fue exactamente lo que pasó.
Poco antes del verano, un buen amigo, llamémosle Zenón, me telefoneó para invitarme a almorzar. Llevábamos un tiempo largo sin vernos, pese a que en los primeros meses tras mi separación fue el único hombre (mujeres hubo varias) con quien hablé con bastante franqueza de lo que nos había ocurrido, de mis sentimientos. Aclaro que, aunque él aceptó entonces su papel de interlocutor, no le sentí demasiado cómodo asistiendo a mi desnudamiento emocional; de hecho, apenas pasó de los límites de la "corrección empática" (espero que se me entienda), siendo bastante incapaz de abrirme su intimidad. Tampoco me extrañó mucho; que dos varones sean capaces de mantener "relaciones íntimas", que se cuenten lo que de verdad sienten, más allá de las típicas poses masculinas, es muy poco frecuente. Pese a todo, esos ejercicios de nudismo emotivo asimétrico debieron calar en él más de lo que percibí porque, dos años después, cuando necesitó hablar con alguien fue a mí a quien llamó.
La comida transcurrió hablando de trivialidades, si bien se hacía cada vez más notorio el nerviosismo de Zenón. En cuanto nos sirvieron los cafés, de golpe y a borbotones, me espetó: "Laia quiere separarse y estoy destrozado". Laia, su mujer, es una chica que suele mantenerse en segundo plano, tímida, tranquila, de trato muy agradable, de las que transmiten serenidad. Quienes la conocemos, siempre hemos pensado que es bastante conservadora en sus planteamientos, de ideas firmes y defensora de las vidas ordenadas, muy ajustadas a los "como debe ser" más convencionales; si hay algo que no ofrece discusión es que Laia aborrece llamar la atención, dar que hablar. En cuanto a sus sentimientos hacia Zenón, nadie había jamás detectado cualquier fisura en un amor matrimonial "correcto", seguramente carente de pasiones (Laia no aparentaba ser amiga de éstas) pero satisfactorio. Estar casada con Zenón, pensábamos todos, se tenía que acercar mucho a los ideales de Laia, sin necesidad de meter el amor en la ecuación (lo cual no quiere decir que no lo hubiera).
Respecto a Zenón imaginábamos sentimientos análogos, quizás sazonados con ciertas dosis de desapego chulesco, propios de un tipo con bastante éxito profesional y social que, a diferencia de su mujer, gustaba aprovechar. Se rumoreaban algunas aventurillas pasadas de Zenón con conocidas, la mayoría casadas, que flotaban ambiguas como ingredientes vaporosos de su prestigio. Por eso me sorprendió enterarme tanto de que era Laia la que quería separarse como de que a Zenón le resultara tan dolorosa esa expectativa. Dejé ver mi asombro y callé para que me contara.
El caso es que Zenón llevaba un tiempo fantaseando con mantener relaciones homosexuales. Durante unos meses se había dedicado a navegar por webs gays, descubriendo con emociones encontradas que se excitaba, en especial con jóvenes depilados y musculosos. Empezó a masturbarse frente a la pantalla, al principio con muchísima vergüenza. Poco a poco, sus fantasías homosexuales empezaron a convertirse casi en una obsesión, hasta el punto que casi todas las noches, antes de acostarse, se encerraba en el cuarto del ordenador y dedicaba un buen rato al onanismo gay. No tardó en conseguirse algunas películas (ya se sabe que las imágenes en movimiento ponen más que las estáticas) y alcanzar un estado en que su sensibilidad erótica iba derivando hacia un estado de ansiedad (aquí vendría a cuento la tan manida locución de "tensión sexual no resuelta").
Como es fácil imaginar, mientras escuchaba lo que Zenón me contaba mis sentimientos borboteaban en una confusión magmática. Por un lado estaba alucinando del asombro; jamás se me habría ocurrido que mi amigo pudiese tener pulsiones homosexuales. De otra parte, he de reconocer que me notaba claramente incómodo; como he dicho, poca práctica tenemos los hombres en mostrarnos mutuamente la intimidad, pero mucha menos cuando de lo que se habla es justamente de lo más escabroso de todo en los códigos implícitos de la masculinidad. Pero también es verdad que, sobre mi asombro alucinado y mi incomodidad, prevalecían la curiosidad (¿morbosa?) y, sobre todo, la sensación de que mi amigo necesitaba que le oyese, que le comprendiese, que le hiciese sentir que estaba ahí, a su lado.
Zenón, por supuesto, se percató enseguida de ese maremagnum de emociones que me generaban sus palabras. Interrumpió su relato para aclararme que él había sido el primer sorprendido y avergonzado (por más que se admita la homosexualidad intelectualmente, pesan mucho la educación en esos códigos masculinos). Me insistió en que, si bien las fantasías homosexuales eran las predominantes en su imaginario erótico, seguían excitándole las mujeres. Pensaba que probablemente lo que le pasaba respondía a una cierta crisis propia de la edad (tiene cuarenta y cinco), búsqueda de nuevas experiencias para combatir el paso del tiempo, la monotonía. Se explayó mucho en este tipo de especulaciones, sin duda con la intención de darme tiempo a que digiriera la sorpresa y para saber si yo estaba dispuesto a seguir escuchando, si admitía tan radical streap-tease de su intimidad, con las consecuencias que habría de implicar. Le agradecí sin palabras esa especie de tiempo muerto y, con algunas frases que no debieron ser demasiado acertadas, di mi conformidad a la continuación del relato.
El caso es que durante esos meses de solitario erotismo internáutico, Laia empezó a sospechar. Tampoco era necesario ser muy lista. Su marido se pasaba ratos largos en el ordenador y cuando iba a la cama estaba siempre con tanto sueño que prácticamente se dormía en el acto (antes del acto, para ser más exactos). En todo caso, según me dijo, hacía ya tiempo que prácticamente nunca follaban entre semana, así que no tenía motivos para pensar que sus pocas ganas fueran notadas por su mujer. Me añadió que, además, que había sido ella quien había ido reduciendo la vida sexual; en los últimos dos años, sólo mantenían relaciones a iniciativa de él y siempre después de mucho insistir y "currárselo". Zenón, sin embargo, seguía deseando a su mujer y no estaba nada a gusto con la situación entre ambos. De hecho, había pensado varias veces proponerle que se enfrentaran a la apatía de su vida sexual. Lo había ido retrasando porque se le hacía incómodo tocar el tema y sabía que a ella todavía más; luego empezó con sus "vicios homosexuales" (tales fueron sus palabras) y dejó correr el asunto.
A las preguntas de su mujer sobre qué hacía tanto tiempo al ordenador, Zenon respondía con evasivas, o se refería a navegaciones genéricas por la red, curioseando sobre sus múltiples intereses. Laia le soltaba algunos comentarios irónicos sobre su repentina afición a internet y no insistía, de modo que mi amigo pensó que no debía preocuparse. Además, si yo soy bastante torpe informáticamente, me dijo, no puedes imaginarte cuanto más lo es Laia, así que ni se me ocurrió imaginar que sería capaz de revisarme el ordenador y sacar algo en claro sobre mis actividades. Y, sin embargo, eso fue exactamente lo que pasó.
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
Tremenda historia!!!, y lo mas sorprendente es que tu amigo haya decidido hablar precisamente con tigo, no imagino tu incomodidad ante tal situación. Yo pensaba que esa clase de cosas solo me pasaban a mi, ahora me siento mejor.
ResponderEliminar¿Que pasó entonces?, ¿cómo le dijo ella que había descubierto su "vicio homosexual"?. Falta un epílogo.
Ayssss no nos dejes mucho con la intriga, que esta historia tiene mucho morbo...jajaja. !!!!Qué cotilla que soy.!!!
ResponderEliminarAy Dios ...soy una maruja....y esto es lo más parecido a un culebrón de esos que yo no suelo ver...
ResponderEliminarYa no sé si tengo más ganas de que sigas con tu necrosomnia (sabes que soy fan) o con el relato de amor/desamor/sexo.
Besitos
Pues me has dejado intrigada...amenazo con volver para ver si te decides a contar lo que finalmente pasó.
ResponderEliminarVale, valoración de la situación hasta donde has leído la tarjetita.
ResponderEliminarMe parece que uno no debería pensar en la propia homosexualidad por una experiencia coyuntural con un ordenador, o con una revista, o con una peli. Recuerdo cómo me turbaban las imágenes de mujeres desnudas cuando era una adolescente principiante y, sin embargo, nunca me ha dado por gustarme ninguna mujer como para relacionarme de forma lésbica. Supongo que cuando pasa casi sin venir a cuento, a uno le debe zozobrar el conocimiento propio "un poco bastante".
Y hasta aquí puedo opinar. En la segunda entrega, más.
Besitos.
Bueno bueno bueno...ya nos reunimos todas las cotillas. Menos mal que tu amigo encontró a alguien con quien hablar. Tiene que haberle servido de mucho tu escucha. Ya nos contarás...
ResponderEliminarPero pronto eh? Besos
vaya.. menuda historia..
ResponderEliminarla que se le viene encima a Zenon es de órdago..
yo he tenido muchas cosas raras en mi vida, pero una fue descubrir que un tío que salia conmigo estaba enamorado de otro tío..aunque pille el amor en solo platonico,, pero igual. bueno eso creia yo.
tengo que reconocer que este ha sido lo peor, se te pasan muchas cosas por la cabeza, no me extraña que su mujer se quiera abrir..
quiero la segunda parte porfaaaaaaaaaaaaa ya mismo.
No, Zafferano, no estaban todas las cotillas, faltaba yo. A veces hemos comentado que algunos de tus post son muy largos, pero esta vez precisamente que no era tan largo, lo dejas así. Eres malo, muy malo.
ResponderEliminarAclaración a las "cotillas":
ResponderEliminarComo ya advertí en el primer párrafo, la historia requiere de varios posts para ser contada porque tiene interesantes quiebros argumentales, dignos del mejor culebrón venezolano. Así que paciencia.
De otra parte, me encantaría leer apasionados posicionamientos sobre los comportamientos de los protagonistas; un poco en la línea de lo que ha hecho Illyakin. Besos
Jajaja! Koti! Ya decía yo que me sobraba un dedo!
ResponderEliminarMiro: "Apasionados posicionamientos sobre los comportamientos de los protagonistas."
Ya está. Ya lo leíste. Espero que te guste.
Besos!
Ummmm posicionarnos con esto de la infidelidad y sobre todo considerar la bisexualidad como agrabio como dice lucre. No sé, no sé, yo conferme me hago mayor pienso que la infidelidad física no es algo que me preocupe demasiado como para dar fin a una relación. También es verdad que hablar es muy fácil y mucho más cuando no tienes pareja, que las palabras no duelen tanto como los cuernos. Pero es que ese dolor es inculcado, nos han repetido tantas veces que cuando la persona a quien quieres comparte su sexualidad con otra que no seas tú es un desprecio y que sólo se da cuando no te quieren, que no hay más remedio que sentir dolor ante un caso así porque es como un principio, un pilar de nuestra educación. Pero la realidad es otra, la realidad es que el amor poco tiene que ver con la atracción sexual que sentimos y que aunque cuando amas tiendes a evitar no hacer daño, y no cabe duda que sabemos que cuando nos atrae sexualmente otra persona es como darle un pellizco al amor, al enamorado, está claro que el amor no decrece. Y sobre si me sentiría peor si los cuernos fueran derivados de la homosexualidad de mi pareja, pues yo no, para nada, me sentiría mejor incluso, quizás por aquello de la comparación. Yo con un hombre no tendría por qué compararme, con una mujer siempre piensas que si es porque tiene las tetas más grandes, porque está más delgada, porque es más alta. Con un tío pues mira oye hasta podría sentirme aliviada de sentir dolor porque en esto la sociedad no nos dijo nada de pequeños no??.
ResponderEliminarClaro que lo mismo querías que nos posicionaramos de la manera tradiconal, de la manera marujil de toda la vida, tal cual así: "tu amigo es un cabrón, además de un desviado y le está bien empleado que esa santa mujer lo deje"""....jajajaj no me hagas caso.
ResponderEliminarMe da a mí que, en este caso, influyen cosas tales como prejuicios y aburrimiento sexual. Cosas que yo achaco a que como no existe otra sal hay que buscársela a la vida.
ResponderEliminarYo creo que nunca está todo escrito de nadie, ni siquiera de nosotros mismos. El modo en que evolucionamos puede ser sorprendente y por descontado que la imágen que vemos de los demás no siempre se corresponde con la realidad absoluta.
ResponderEliminarBueno, como esto tiene continuación, sigo leyendo :P
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