Historia verdadera de amor/desamor y sexo (IV)
Cuando Zenón calló, me di cuenta de que, como había dicho, llevaba un rato sin mirarle, eludiendo el contacto visual. No me gustó ver que así me comportaba; me pareció que estaba siendo cobarde, que no era capaz de ponerme a su altura. Como bien decía mi amigo, al exponerme esas intimidades suyas me estaba violentando. Y en ese momento me percaté de que me sentía violento porque, para asumir lo que me contaba en el nivel de empatía necesario, había de alguna manera de interiorizarlo, de hacer mías esas sensaciones, esos sentimientos de Zenón. No es que yo tuviera que sentir similares deseos homosexuales, pero sí tendría que admitirlos como propios de mi naturaleza, dando un contenido no meramente retórico al verso de Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto. Estar a la altura de Zenón, responder a lo que implícitamente me pedía abriéndome su intimidad, me exigía pues ser capaz de entender, aceptar y no juzgar, y todo eso no era posible sin remover prejuicios y revolver aguas profundas y oscuras de mi interior. Mi problema (lo que originaba mi incomodidad) no radicaba en el plano racional, sino en capas inconscientes y, por eso, con mucha mayor incidencia sobre las emociones. Justamente, sacar a la luz consciente esos prejuicios generadores de tantas emociones confusas y desagradables (asco, miedo, vergüenza, culpa, etc) era el primer e imprescindible paso para superarlos.
Así que, al darme cuenta de lo que me estaba pasando, sentí vergüenza y, a la vez, admiración hacia Zenón que, con su forma de hacérmelo notar, me daba una nueva lección de valentía y delicadeza. Levanté la vista y le miré. Sonreí. Tienes razón, le dije, no es que me estés haciendo daño, pero sí es verdad que me está costando escucharte, asimilar lo que me cuentas. Pero, creo que, igual que dices que sería bueno para ti contármelo, por motivos análogos ha de ser bueno para mí escucharte. Me has pedido permiso, gesto que te agradezco. Lo tienes. Yo voy a pedir un gin-tonic, ¿tú qué quieres?
Con la segunda ronda de copas sobre la mesa, Zenón prosiguió su relato. Filipe le hizo pasar una habitación pequeña en la que había una cama individual pegada a la pared; el ambiente no era excesivamente erótico, más bien algo cutre. ¿Quieres que empecemos con el masaje? Sí, dijo mi amigo, que en esos momentos no sentía ninguna excitación erótica. Se desnudó, dejándose el calzoncillo, y se echó de espaldas en la cama. Filipe empezó a desentumecerle los músculos de los hombros y la parte superior de la espalda; lo hacía bien, un masaje "deportivo" bastante profesional. En esa época Zenón estaba bastante estresado, lo que le repercutía en sobrecargas musculares (de eso yo sé mucho); así que agradeció mucho el masaje y se abandonó a las tan satisfactorias sensaciones de los músculos doloridos. Sensaciones muy agradables, sin duda, pero sin un ápice de excitación sexual. Casi se estaba olvidando de para qué estaba ahí, cuando sintió que Filipe le bajaba el calzoncillo y acariciaba el culo. Mi primera reacción fue de alarma, me dijo, e inmediatamente me sorprendí de sorprenderme; la verdad es que no me apetecía pero decidí que no iba a negarme a probarlo. Así que se dejó quitar el calzoncillo y se giró ligeramente para descubrir que Filipe se había desnudado y tenía una buena erección. ¿Te gusto? Le preguntó el brasileño; y mi amigo, reconociendo que ese cuerpo podría haberle excitado en el ordenador de su casa, comprobó que en esos momentos sólo le producía una sensación de ridículo. Lo curioso para mi amigo fue que él sí parecía gustarle a Filipe o, si no, el chico era un estupendo profesional que se esforzaba en excitarle y demostraba (¿fingía?) grandes deseos de follarle.
No voy a entrar en detalles (aunque Zenón me contó bastantes). Baste decir que mi amigo se esforzó en experimentar lo que con tanto morbo había fantaseado. Al principio no me apetecía pero tampoco sentía rechazo, me dijo, pero a medida que Filipe intentaba "profundizar" en la práctica sexual, la apatía fue tornándose en resistencia; una resistencia que provenía no de la mente consciente, sino del cuerpo, de las emociones, qué sé yo. Empezó pues a intensificársele una sensación de malestar y agobio, por lo que le dijo a Filipe que lo dejara, que no funcionaba, probablemente no estaría preparado. El chico, muy comprensivo, le restó importancia y se ofreció a seguir con el masaje. Pasaron así unos veinte minutos muy "decentes": Filipe descontracturando la espalda de Zenón, éste abandonándose al placer físico del masaje, y ambos conversando con toda naturalidad sobre la vida y experiencias del brasileño (mi amigo tenía curiosidad por saber las características de las personas que requerían estos servicios y a Filipe le encantaba hablar). Luego, Zenón se vistió, pagó y se fue.
Volviendo a su casa, mi amigo se notaba confuso y tranquilo, a la vez. De una parte, estaba contento consigo mismo por haberse atrevido a hacer algo que tanto miedo le daba. De otra parte, no terminaba de entender por qué, lo que como fantasía tanta excitación le producía, al ser una realidad le había producido primero indiferencia y luego rechazo. Pensó que a lo mejor había sido el ambiente poco erógeno; el hecho de pagar que le restaba espontaneidad, lo que para él era importante; sus propios prejuicios que habían podido más que sus deseos, paralizando la libido ... También pensó que a lo mejor la fantasía había sido desarrollada por su mente al margen de su verdadera sexualidad, casi como una acrobacia derivada de su monotonía y carencias eróticas. No lo tenía entonces nada claro, pero el descubrimiento de esa confusión fue, en sí mismo, revelador de algo en lo que hasta entonces no había reparado: su sexualidad (¿la de todos?) era compleja y llena de potencialidades. Y por esas fechas llevaba demasiado tiempo prescindiendo de ella, aletargándola. Conduciendo de vuelta a su casa, tras su primera y fallida experiencia homosexual, Zenón decidió que no quería renunciar a su vida sexual. Y en esa decisión, Zenón quería contar con Laia.
Mi amigo llegó a su casa pues con la idea de que tenía que afrontar con Laia la situación de sequía sexual de su matrimonio, tenía que forzarse y forzarla a poner delante de ellos, a sacar a la luz, las decepciones y frustraciones que habían ido acumulando y que percibía como flores pudriéndose en una habitación cerrada; renovar las flores y airear la estancia. A medida que se acercaba a su domicilio iba entusiasmándose, sintiendo que quería a su mujer, que la deseaba, que ansiaba recuperar con ella antiguas emociones. Pensó desviarse para comprarle flores, pero no lo hizo. Cuando entró a la casa, Laia estaba en el dormitorio, las persianas bajadas. Le dijo que le dolía la cabeza y que no quería comer. Zenón la notó enfadada y, de golpe, se le fueron las ganas de estar a su lado. Entonces no lo sabía, pero ya su mujer había descubierto casi todo lo que el ordenador permitía descubrir. Una semana después, sin que Zenón hubiera tenido ocasión de poner en práctica sus buenas intenciones, se escenificaría la ruptura.
Así que, al darme cuenta de lo que me estaba pasando, sentí vergüenza y, a la vez, admiración hacia Zenón que, con su forma de hacérmelo notar, me daba una nueva lección de valentía y delicadeza. Levanté la vista y le miré. Sonreí. Tienes razón, le dije, no es que me estés haciendo daño, pero sí es verdad que me está costando escucharte, asimilar lo que me cuentas. Pero, creo que, igual que dices que sería bueno para ti contármelo, por motivos análogos ha de ser bueno para mí escucharte. Me has pedido permiso, gesto que te agradezco. Lo tienes. Yo voy a pedir un gin-tonic, ¿tú qué quieres?
Con la segunda ronda de copas sobre la mesa, Zenón prosiguió su relato. Filipe le hizo pasar una habitación pequeña en la que había una cama individual pegada a la pared; el ambiente no era excesivamente erótico, más bien algo cutre. ¿Quieres que empecemos con el masaje? Sí, dijo mi amigo, que en esos momentos no sentía ninguna excitación erótica. Se desnudó, dejándose el calzoncillo, y se echó de espaldas en la cama. Filipe empezó a desentumecerle los músculos de los hombros y la parte superior de la espalda; lo hacía bien, un masaje "deportivo" bastante profesional. En esa época Zenón estaba bastante estresado, lo que le repercutía en sobrecargas musculares (de eso yo sé mucho); así que agradeció mucho el masaje y se abandonó a las tan satisfactorias sensaciones de los músculos doloridos. Sensaciones muy agradables, sin duda, pero sin un ápice de excitación sexual. Casi se estaba olvidando de para qué estaba ahí, cuando sintió que Filipe le bajaba el calzoncillo y acariciaba el culo. Mi primera reacción fue de alarma, me dijo, e inmediatamente me sorprendí de sorprenderme; la verdad es que no me apetecía pero decidí que no iba a negarme a probarlo. Así que se dejó quitar el calzoncillo y se giró ligeramente para descubrir que Filipe se había desnudado y tenía una buena erección. ¿Te gusto? Le preguntó el brasileño; y mi amigo, reconociendo que ese cuerpo podría haberle excitado en el ordenador de su casa, comprobó que en esos momentos sólo le producía una sensación de ridículo. Lo curioso para mi amigo fue que él sí parecía gustarle a Filipe o, si no, el chico era un estupendo profesional que se esforzaba en excitarle y demostraba (¿fingía?) grandes deseos de follarle.
No voy a entrar en detalles (aunque Zenón me contó bastantes). Baste decir que mi amigo se esforzó en experimentar lo que con tanto morbo había fantaseado. Al principio no me apetecía pero tampoco sentía rechazo, me dijo, pero a medida que Filipe intentaba "profundizar" en la práctica sexual, la apatía fue tornándose en resistencia; una resistencia que provenía no de la mente consciente, sino del cuerpo, de las emociones, qué sé yo. Empezó pues a intensificársele una sensación de malestar y agobio, por lo que le dijo a Filipe que lo dejara, que no funcionaba, probablemente no estaría preparado. El chico, muy comprensivo, le restó importancia y se ofreció a seguir con el masaje. Pasaron así unos veinte minutos muy "decentes": Filipe descontracturando la espalda de Zenón, éste abandonándose al placer físico del masaje, y ambos conversando con toda naturalidad sobre la vida y experiencias del brasileño (mi amigo tenía curiosidad por saber las características de las personas que requerían estos servicios y a Filipe le encantaba hablar). Luego, Zenón se vistió, pagó y se fue.
Volviendo a su casa, mi amigo se notaba confuso y tranquilo, a la vez. De una parte, estaba contento consigo mismo por haberse atrevido a hacer algo que tanto miedo le daba. De otra parte, no terminaba de entender por qué, lo que como fantasía tanta excitación le producía, al ser una realidad le había producido primero indiferencia y luego rechazo. Pensó que a lo mejor había sido el ambiente poco erógeno; el hecho de pagar que le restaba espontaneidad, lo que para él era importante; sus propios prejuicios que habían podido más que sus deseos, paralizando la libido ... También pensó que a lo mejor la fantasía había sido desarrollada por su mente al margen de su verdadera sexualidad, casi como una acrobacia derivada de su monotonía y carencias eróticas. No lo tenía entonces nada claro, pero el descubrimiento de esa confusión fue, en sí mismo, revelador de algo en lo que hasta entonces no había reparado: su sexualidad (¿la de todos?) era compleja y llena de potencialidades. Y por esas fechas llevaba demasiado tiempo prescindiendo de ella, aletargándola. Conduciendo de vuelta a su casa, tras su primera y fallida experiencia homosexual, Zenón decidió que no quería renunciar a su vida sexual. Y en esa decisión, Zenón quería contar con Laia.
Mi amigo llegó a su casa pues con la idea de que tenía que afrontar con Laia la situación de sequía sexual de su matrimonio, tenía que forzarse y forzarla a poner delante de ellos, a sacar a la luz, las decepciones y frustraciones que habían ido acumulando y que percibía como flores pudriéndose en una habitación cerrada; renovar las flores y airear la estancia. A medida que se acercaba a su domicilio iba entusiasmándose, sintiendo que quería a su mujer, que la deseaba, que ansiaba recuperar con ella antiguas emociones. Pensó desviarse para comprarle flores, pero no lo hizo. Cuando entró a la casa, Laia estaba en el dormitorio, las persianas bajadas. Le dijo que le dolía la cabeza y que no quería comer. Zenón la notó enfadada y, de golpe, se le fueron las ganas de estar a su lado. Entonces no lo sabía, pero ya su mujer había descubierto casi todo lo que el ordenador permitía descubrir. Una semana después, sin que Zenón hubiera tenido ocasión de poner en práctica sus buenas intenciones, se escenificaría la ruptura.
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
Ayss que me dejas con más curiosidad si cabe. Un beso.
ResponderEliminarMe intriga saber si lo de Zenón fué una simple pulsión transgresora o bien si realmente le atrae el sexo homosexual y la decepción de lo ocurrido con Filip fue tan sólo fruto de un momento carente de la excitación necesaria, bien por un bloqueo emocional o por cualquier otro tabú residente en su cabeza.
ResponderEliminarMe intriga también esa actitud posterior de "esto no es lo mío y ahora adoro a Laia".
En fín, sigo esperando capítulos...
Bss
Me sigue pareciendo muy muy valiente Zenón, al hacer lo que hizo y al contártelo.
ResponderEliminarHablar antes de conocer el final es aventurar, suponer.
ResponderEliminarLas relaciones son complicadas, de no ser así no se escribirían tantos libros ni canciones sobre ellas.
Comprendo a Zenón, igual que comprendo a Laia. Me identifico con ambos porque he vivido situaciones similares.
Quizá lo peor que le puede pasar a una pareja es estancarse y no hablar de ello. A partir de ahí llega la desconfianza, se pierden los hábitos de conversar, de acariciarse, de besarse. Y surge la sospecha, y los reproches y la amargura.
Me parece claro que ama a Laia, pero necesita algo más que amor.
Y, las fantasías son buenas, el error fue no ver el momento de parar.
Por eso no ocultó pruebas, no porque pensase que nadie las encontraría, sino por la necesidad de ser descubierto y liberarse de la carga.
Pero el descubrimiento, que en una pareja menos adocenada se hubiera solucionado con un "¿qué coño haces mirando estas cosas?", no hizo más que aumentar y emponzoñar el quiste.
Perdona la parrafada, pero a mi también me mantienes en ascuas, sobre todo por, como he comentado, similitud con experiencias propias.
Excelente. Me gustó mucho. Un beso.
ResponderEliminarAlgo de lo que me he ido dando cuenta (y me enfrento aquí a todos los que digan que en una relación de pareja ha de primar la sinceridad absoluta, contárselo todo, ser fiel hasta sus máximas consecuencias, etc.), es que todo eso del paréntesis son imposiciones que lo único que hacen es limitar nuestra capacidad de madurar sentimientos, violentar nuestra intimidad sagrada (eliminando la connotación religiosa porque no me refiero a eso) y, en consecuencia, no dejarnos tomar (o intentarlo) las mejores decisiones posibles.
ResponderEliminarHay cosas que, simplemente, es mejor que la pareja no sepa. El derecho de la pareja a saber debe estar por detrás de mi derecho a callar (acabo de caer en la cuenta de la razón de ser de la norma esa de películas americanas sobre juicios que nadie está obligado a declarar contra sí mismo).
En este caso de Zenón, el hecho de haber estado con el brasileño no le hace daño a nadie, a nadie en absoluto. No ha hecho nada malo, sólo intentar poner su mente en claro. Lo que salga de ese ejercicio de sinceridad con uno mismo es lo que repercutirá en la persona que puede verse más afectada, Laia. Si el resultado es que veo que soy homosexual, podré tomar la decisión de dejar un matrimonio que, de no hacerlo, se mantendrá en una (ahora sí) mentira. Si el resultado es que la experiencia me aclara que no lo soy y, además, me ha puesto en evidencia que es de mi pareja de quien estoy enamorado, ambos miembros de la pareja ganarán una relación basada en la verdad.
Parece que todo se hubiera resuelto felizmente si no fuera por la intromisión en esa intimidad, de la cual Laia sólo obtuvo una visión parcial de lo sucedido; esa intromisión le supuso romper la posibilidad de empatizar con su marido como hubiera empatizado con un amigo que le cuenta un problema (como tú haces). El problema de sentirse traicionado es que sólo nos quedamos con nuestra propia visión de la traición, sin tener en cuenta todo lo que la otra persona puede haber sufrido también en su intento de no traicionarse a sí misma.
No pretendo justificar a los "traicioneros". Sólo digo que todo tiene una razón de ser, que la traición no es gratuita, viene motivada. Y por eso nadie tiene derecho a juzgar a nadie en su camino interminable de autoconocimiento. Y esto es una opinión que tengo interiorizada, tamizada por el filtro de la objetividad necesaria para opinar con justicia.
Luego está el otro tema que traes a la mesa: la incomunicación en la pareja que llena la relación de frustraciones y pena. Lo cierto es que cualquier revulsivo que haga a uno de sus miembros a tomar la decisión de poner las cartas boca arriba y hablar sobre el problema (tan solo decirnos en voz alta que algo va mal es el primer paso para solucionarlo) habrá conseguido más que años de fidelidad y autocontrol.
Fantástico el equilibrio que has encontrado para contar lo importante.
Besazos.
Absolutamente de acuerdo con el comentario de Illyakin. Difícil decirlo mejor que ella. Solo matizaría que lo que ella dice referido a una relación de pareja bien puede ampliarse a cualquier relación. El de la "sinceridad absoluta", derivado del de la "verdad", son mitos modernos, despóticos y peligrosos. No creo que exista nada parecido al "derecho a saber la verdad" de nadie sobre mí. Yo sí tengo derecho a contar de mí lo que quiera y como quiera, frente a lo cual los demás - salvo investigación criminal mediante - no tienen otro derecho que el de aceptar lo que les doy o el de rechazarlo, pero no el de exigirme otra versión "más sincera". Efectivamente, el ámbito de mi intimidad es sagrado, para todo el mundo, incluida mi pareja. Solo yo puedo dar acceso a él, en la medida en que yo quiera, y nadie puede reclamármelo. No creo que ninguna pareja pueda sobrevivir mucho tiempo sin ese principio claramente establecido, aceptado y respetado por ambos.
ResponderEliminarMe gustaría comentar lo que dice Illyakin sobre la sinceridad. Yo sí creo que hay que ser sinceros, no sólo con la pareja sino con todos en general, la cuestión es que precisamente tener una parte de nosotros que no compartimos con nadie no falta a nuestra sinceridad en cualquier relación. Hay partes de nuestras vidas que no compartimos y punto, eso nos pasa a todos, hasta al que miente como un bellaco y dice que él lo comparte todo absolutamente todo. Hay partes de nosotros que no se pueden compartir, otras preferimos no compartirlas de una forma libre. La cuestión es que se convive o cuando se conoce a alguien hay cambios que nos indican que algo está pasando, algo que no encima no se nos comunica y si se llega a preguntar el por qué siempre obtenmos por respuesta que no pasa nada que son ideas nuestras. Esto nos enfurece a todos, los hay que tienen la posibilidad de entrometerse en la intimidad del otro y lo hacen, realmente da igual que esto esté mal o no, cuántos en una situación similiar seríamos capaces de no hacerlo teniendo la posibilidad de aclarar nuestras dudas¿¿??. Yo sería una de las que se entrometería en la intimidad de aquel que me miente. No en la intimidad de alguien que me dice que pasa algo pero que quiere que le de un tiempo para poder aclararse, pero sí en la intimidad de aquel que pone en juego mi "salud mental" asegurando encima que ando medio loca inventando problemas donde no los hay. Hay una parte de nuestra intimidad que nos pertenece, pero cuando esa intimidad afecta a los demás hay que ser valiente y enfrentarse a las consecuencias que ello nos pueda acarrear y no mantener en un infierno de incertidumbre a la persona que tenemos al lado.
ResponderEliminarme ha gustado mucho la opinion de Illyakin, creo que todos tenemos derecho a una intimidad que nos pertenece tan solo a nosotros mismos, y que no tenemos que compartirla necesariamente, con nadie, si es que asi no lo deseamos, inclusive con nuestro esposo/a. Pasa que la hipocresia de la sociedad y de la institucion del matrimonio nos obliga a dejar esto de lado la mayoria de las veces. Yo creo que la peor traicion es la que se hace contra uno mismo. Me parece perfecto que Zenon se haya atrevido a ver y a profundizar esa posible sexualidad en su vida, espero todo haya terminado muy bien para el, le deseo mucha suerte ...
ResponderEliminarbesos,
Sobre el despertado instinto homosexual no resuelto de tu amigo, no me pronuncio. Si bien sexualmente hablando, me atrevo a comentar que la excitación no tiene límites porque siempre hay algo que la puede superar. Y a veces hay que buscar allí donde creímos nunca iríamos a buscar.
ResponderEliminarRespecto a la relación de pareja: Laia es quien ha perdido la oportunidad de tener una vida conyugal con un hombre lanzado, morboso, sexualmente activo, consecuente con sus deseos, valiente, capaz de preguntarse y capaz de intentar entenderse.
Es la definición exacta de una tía idiota.
Vamos, yo soy la mujer de Zenón y me cojo el puto con él y nos marcamos un trío de la hostia. Díselo de mi parte a tu amigo.
Insisto: en esta pareja falló la sinceridad y la confianza. No la sinceridad de decir: he hecho esto, sino la anterior a esa. La sineridad y la confianza necesaria para decir: tengo estas necesidades sexuales y tengo estas fantasías. No soy ninguna experta pero creo que si Zenón hubiera podido compartir estas cosas con su mujer, quizás se habría dado cuenta antes de que hay fantasías que sólo son eso: fantasías.
ResponderEliminarPero, bueno, estoy hablando antes de conocer el final.
Besos