Estoy orgulloso de ser chipuno
A propósito del afortunado y oportuno video de Rajoy (sí, ese tan en plan Jefe de Estado) he podido leer varios escritos interesantes. El caso es que me han entrado ganas de escribir un texto largo y profundo en plan manifiesto personal antinacionalista, en el que justificaría los que son mis ideales sobre la organización política de los humanos, y en el que desde un plano teórico-utopico descendería hasta posicionarme frente a la coyuntura a la que nos toca asistir en estos lustros. Por supuesto, ya sé que a quien cae por este blog no le tiene que importar para nada mis opiniones políticas (por más que mi secreta ilusión sea convertirme en un líder ideológico) y que es hasta de mala educación soltar rollos del calibre del que me imagino (por más que luego, muy diplomáticamente, me llamen sesudo). Pero no son esas consideraciones las que de verdad motivan la ausencia del apetecido (por mí) tostonazo, sino simplemente el que para escribirlo necesitaría tiempo y calma, factores ambos de los que no ando excesivamente sobrado en estos días. Me guardo pues las ganas para momentos más propicios. Entre tanto, para dar una pista acerca de por dónde van mis tiros en cuanto a orgullos y amores patrios (y en vez de patria, dígase España, Euskadi, Catalunya, Chipunia o el cantón de Cartagena) recomiendo el post de Lukre, con quien coincido plenamente.
No obstante, me quedo con ganas de hacer un post de homenaje a don Mariano, ese diamante en bruto de nuestra democracia. Se me ocurrió convertir el discurso en un diálogo, erigiéndome en su contrincante dialéctico para desmontarle sus manidos tópicos. Luego pensé abordar un exhaustivo análisis semántico, destripando las connotaciones de esas frases con cierto tufillo rancio. Pero ambas opciones están ya muy manidas, incluso por mí en este blog. Así que al final me he decidido por ampliarle el discurso, prolongarle el tono y las ideas para que se haga explícito lo que no termina de decir; prolongar también (alguno lo llamará exagerar o caricaturizar) el tono literario para pasar del tufillo al hedor descarado. Naturalmente, no es más que un experimento humorístico; espero que nadie se lo tome a mal (tampoco usted, señor Acebes que sé que me visita asiduamente). Y siempre en esta respetuosa humorada, quise ensayar que tal se me daba el oficio de discurseador institucional. No sé, no quedo muy convencido: quizás esté algo acatarrado.
Pasado mañana, doce de octubre, los españoles celebramos nuestra fiesta nacional. Mi deseo es que este año, por razones que todo el mundo conoce, los españoles celebremos de manera especial esta fiesta.
Todas las razones se deben a que hay quienes se empeñan en romper España, ante la complaciente y cómplice pasividad del desGobierno que padecemos.
Porque somos una nación y queremos celebrarlo. Y dejar constancia de que nos alegramos.
Ser una nación es, claro está, motivo de alegría; cuanta más nación seamos, más alegres nos sentiremos. Nos entristecen, por el contrario, todas esas acciones que nos hacen menos nación o que lo pretenden. Los hombres y las mujeres deseamos estar alegres. Por eso, quienes no se alegran al constatar que somos una nación, quienes no se entristecen ante los intentos de desnacionalizarnos, no son parte de esta nación. Qué se vayan, pero que dejen intacta nuestra nación, a salvo de ellos.
Por eso vamos a honrar y a exhibir el símbolo que, con la Corona, mejor nos representa en todo el mundo: la bandera que aprobamos en 1978, la que exhiben nuestros deportistas con orgullo, la que cubre el féretro de nuestros soldados, la que saludan con respeto todos los Jefes de Estado que nos visitan; el símbolo de España, el símbolo de la nación libre y democrática que formamos más de cuarenta millones de españoles.
Dos símbolos tiene España por encima de todos (por encima incluso del catalocismo tan íntimamente ligado a nuestras esencias), dos señas de nuestra identidad, de lo que nos une y nos define, de lo que es motivo de nuestra alegría: la Corona y la bandera rojigualda. Ambos dos (o sea, el par) representan inequívocamente la libertad y la democracia. Otro régimen (una república) u otra bandera (la tricolor con una banda morada) son el antisímbolo de España, que no puede sino traernos la tristeza de la sumisión y la dictadura.
La bandera de todos, porque en ella estamos todos representados.
Todos los españoles, claro. Porque los que no están no son españoles (pero no por ello dejaremos de ser una nación de más de cuarenta millones de españoles).
Yo estoy orgulloso de ser español.
Ser español, como dijo ese gran prócer, es una de las pocas cosas serias que se puede ser en esta vida. Ser español es sentir la unidad de destino en lo universal, asumir la responsabilidad sagrada que nos impone nuestra gloriosa historia. Yo estoy orgulloso, porque me lo he currado, porque ser español cuesta, no cualquiera puede serlo.
Sé que los españoles también lo están; y por eso pido a todos que, por encima de cualquier diferencia ideológica, el doce de octubre lo manifiesten con franqueza.
Porque las diferencias que puede haber entre quienes estamos orgullosos de ser español y quienes no lo están, entre quienes concebimos la nación como un valor eterno que nos trasciende y quienes la ven como una simple organización civil de convivencia, entre quienes apelamos a una relación pasional con España y los tibios que se enredan en las palabras … esas diferencias no son ideológicas, son fracturas ontológicas entre el ser y el no ser, entre los españoles y los que no lo son. Manifestémonos pues, españoles, con franqueza (o con sinceridad, los más jóvenes).
Y que hagan algún gesto que muestre lo que guardan en su corazón; en casa o en la calle, de forma individual o con la familia, o con los amigos … Para que todo el mundo sepa lo que los españoles sentimos por España; ¡y que sabemos proclamarlo! Sin aspavientos, pero con orgullo y con la cabeza bien alta.
Mírate, español, el corazón. ¿Sabes qué es eso que ahí tienes, eso que abundantemente te rebosa? Se llama amor patrio; es emoción al pensar en España, es orgullo al saberte su hijo, es indignación cuando la mancillan. Deja salir ese sentimiento que desde tu corazón inunda todo tu ser, proclámalo a los cuatro vientos, que se esparza por el aire que nos envuelve, que su hermosísimo aroma nos embriague en mística unión compartida y que se haga fecunda semilla para revitalizar a esta doliente piel de toro.
Y yo me adelanto ya y digo a todos los españoles: feliz día de la nación española, feliz fiesta nacional.
Y por más que quizás me adelante demasiado, ya puestos, aprovechando esta oportunidad que me brindan, también os digo: feliz Halloween (la nuestra es una España moderna y abierta al mundo) y feliz Navidad (en estas fiestas tan entrañables …)
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Pasado mañana, doce de octubre, los españoles celebramos nuestra fiesta nacional. Mi deseo es que este año, por razones que todo el mundo conoce, los españoles celebremos de manera especial esta fiesta.
Todas las razones se deben a que hay quienes se empeñan en romper España, ante la complaciente y cómplice pasividad del desGobierno que padecemos.
Porque somos una nación y queremos celebrarlo. Y dejar constancia de que nos alegramos.
Ser una nación es, claro está, motivo de alegría; cuanta más nación seamos, más alegres nos sentiremos. Nos entristecen, por el contrario, todas esas acciones que nos hacen menos nación o que lo pretenden. Los hombres y las mujeres deseamos estar alegres. Por eso, quienes no se alegran al constatar que somos una nación, quienes no se entristecen ante los intentos de desnacionalizarnos, no son parte de esta nación. Qué se vayan, pero que dejen intacta nuestra nación, a salvo de ellos.
Por eso vamos a honrar y a exhibir el símbolo que, con la Corona, mejor nos representa en todo el mundo: la bandera que aprobamos en 1978, la que exhiben nuestros deportistas con orgullo, la que cubre el féretro de nuestros soldados, la que saludan con respeto todos los Jefes de Estado que nos visitan; el símbolo de España, el símbolo de la nación libre y democrática que formamos más de cuarenta millones de españoles.
Dos símbolos tiene España por encima de todos (por encima incluso del catalocismo tan íntimamente ligado a nuestras esencias), dos señas de nuestra identidad, de lo que nos une y nos define, de lo que es motivo de nuestra alegría: la Corona y la bandera rojigualda. Ambos dos (o sea, el par) representan inequívocamente la libertad y la democracia. Otro régimen (una república) u otra bandera (la tricolor con una banda morada) son el antisímbolo de España, que no puede sino traernos la tristeza de la sumisión y la dictadura.
La bandera de todos, porque en ella estamos todos representados.
Todos los españoles, claro. Porque los que no están no son españoles (pero no por ello dejaremos de ser una nación de más de cuarenta millones de españoles).
Yo estoy orgulloso de ser español.
Ser español, como dijo ese gran prócer, es una de las pocas cosas serias que se puede ser en esta vida. Ser español es sentir la unidad de destino en lo universal, asumir la responsabilidad sagrada que nos impone nuestra gloriosa historia. Yo estoy orgulloso, porque me lo he currado, porque ser español cuesta, no cualquiera puede serlo.
Sé que los españoles también lo están; y por eso pido a todos que, por encima de cualquier diferencia ideológica, el doce de octubre lo manifiesten con franqueza.
Porque las diferencias que puede haber entre quienes estamos orgullosos de ser español y quienes no lo están, entre quienes concebimos la nación como un valor eterno que nos trasciende y quienes la ven como una simple organización civil de convivencia, entre quienes apelamos a una relación pasional con España y los tibios que se enredan en las palabras … esas diferencias no son ideológicas, son fracturas ontológicas entre el ser y el no ser, entre los españoles y los que no lo son. Manifestémonos pues, españoles, con franqueza (o con sinceridad, los más jóvenes).
Y que hagan algún gesto que muestre lo que guardan en su corazón; en casa o en la calle, de forma individual o con la familia, o con los amigos … Para que todo el mundo sepa lo que los españoles sentimos por España; ¡y que sabemos proclamarlo! Sin aspavientos, pero con orgullo y con la cabeza bien alta.
Mírate, español, el corazón. ¿Sabes qué es eso que ahí tienes, eso que abundantemente te rebosa? Se llama amor patrio; es emoción al pensar en España, es orgullo al saberte su hijo, es indignación cuando la mancillan. Deja salir ese sentimiento que desde tu corazón inunda todo tu ser, proclámalo a los cuatro vientos, que se esparza por el aire que nos envuelve, que su hermosísimo aroma nos embriague en mística unión compartida y que se haga fecunda semilla para revitalizar a esta doliente piel de toro.
Y yo me adelanto ya y digo a todos los españoles: feliz día de la nación española, feliz fiesta nacional.
Y por más que quizás me adelante demasiado, ya puestos, aprovechando esta oportunidad que me brindan, también os digo: feliz Halloween (la nuestra es una España moderna y abierta al mundo) y feliz Navidad (en estas fiestas tan entrañables …)
CATEGORÍA: Política y Sociedad
A mí, además del señor Rajoy bizqueando y boqueando, me da bastante más por saco celebrar una fiesta "nacional" con un desfile de las fuerzas armadas. Comprendo la ilusión que les puede hacer a los soldaditos participantes salir por la tele o que les aplauda la gente por la calle, pero a mí me recuerdan a otras épocas los desfiles por la Castellana.
ResponderEliminar¡Vaya discurso tan lindo!
ResponderEliminarMe han saltado las lágrimas.
Viva Marte (¿qué pasa? En Marte también tenemos derecho a estas cosas)
ResponderEliminarBesos
Y tú cómo festejaste?
ResponderEliminarMe encanta leer textos tan llenos de pasión.
Besos y que tengas excelente semana!