Mario Bengoechea
El relato del post anterior es ficticio. Admito que puede resultar algo confuso, pero pretendía narrar un cuento alternando escenas breves de tres épocas distintas. Quedan huecos, lo sé, y jugar a rellenarlos es una excusa tan buena como cualquier otra para perder el tiempo. Este ejercicio de despilfarro lúdico del tiempo va dedicado a Raquel, Zafferano e illyakin, por curiosas.
Tomemos a Mario, por ejemplo, el padre de Paola. Creo que en el relato queda claro que había nacido en San Sebastián (Guipúzcoa), que estaba separado de Tessa (la madre de Paola) y mantenía una relación con Carla, que quería mucho a su hija a la cual le pintaba acuarelas para ilustrar sus cuentos infantiles (el de la tortuguita aventurera, pongamos) y que, lamentablemente, muere cuando el avión de pasajeros en el que iba se estrella en la selva al otro lado de la cordillera (de Los Andes). Me imagino a Mario como un hombre de treinta y seis años cuando toma el avión que le habría debido llevar de Buenos Aires a … ¿A dónde? Porque si el avión había de cruzar la cordillera y precipitarse en la selva que hay en la otra falda, me temo que planteo un problema complicadillo. Me pongo a tantear con el GoogleEarth y haciendo líneas rectas (que en realidad son curvas) el viaje “ideal” sería a Centroamérica (a Honduras, Nicaragua o Costa Rica), porque sobrevolaría el altiplano boliviano y saldría de la cordillera por las proximidades de Cuzco; así el avión podría estrellarse en el departamento peruano de Madre de Dios o, haciéndolo aguantar un rato más, quizás hasta en el de Loreto, cerca de Iquitos, ciudad en la que pasé una semana hace más de treinta años. He de reconocer que el trágico accidente de aviación que narro (incluyendo la pérdida de los cadáveres) enlaza con uno que no fue para nada ficticio: Era febrero del 96, un vuelo Lima – Arequipa en el que viajaba un gran amigo; debía andar por los treinta y seis, como Mario pues.
Pero recuerdos dolorosos aparte, Mario había de salir de Buenos Aires y, la verdad, no se me ocurre qué tendría que ir a hacer a Tegucigalpa, Managua o San José. Ya puestos, podría bucear en la convulsa historia reciente nicaragüense y suponer que Mario andaba metido en política y tenía relaciones con el ala dura del Frente Sandinista. ¿Se acuerdan de la Revolución Sandinista? En esos años yo vivía en Lima y uno de mis amigos más cercanos era el hijo del embajador de Nicaragua; se trataba de un diplomático de carrera, no especialmente somozista (imagino que en la misma medida que no todos los que trabajaban para el gobierno en la España de Franco eran necesariamente franquistas). El triunfo sandinista le supuso (estaba cantado) perder el cargo y tener que exiliarse a Florida, bastante ajustado económicamente. Mi amigo, en cambio, optó por quedarse en Lima, donde se casó y donde, cargadito de hijos, todavía reside.
Pero volvamos a la construcción de nuestro personaje imaginario. Para el 91, fecha del nefasto viaje aéreo, los sandinistas ya habían perdido el poder. Podemos inventar un Mario muy politizado, un activista de izquierdas de vocación panamericana (un Che Guevara de los 90, vamos). Yéndonos años hacia atrás, calculo que el Golpe militar argentino (1976) le habría pillado en segundo o tercer año de la universidad. Así, en esta hipótesis, cabe suponerle clandestino, al lado de Tessa quizá, compañera de afanes libertarios de los que nacería el amor; podemos recrearlos saliendo del país a escondidas, viviendo aventuras terribles, sufriendo las pérdidas de amigos queridos en esa etapa criminal. A lo mejor la boda de Tessa y Mario podría ser una celebración del fin del horror, una ritualización íntima de la civilidad recuperada; las fechas cuadran: matrimonio en el 83 (fin de la dictadura) y Paola nace en el 84.
Pero, por mucho juego que pudieran dar estas ideas, el retrato que va apareciendo no termina de cuadrarme con un padre que pinta acuarelas infantiles (prejuicios, me diréis). Más verosímil me parece enviarle en 1991 a Miami, ya que la ruta aérea desde Buenos Aires también pareciera sobrevolar la selva boliviano-brasileña. Está claro que debería investigar algo más sobre los recorridos de los aviones comerciales; seguro que en Internet pueden conseguirse los mapas correspondientes. Pero, en todo caso, hacerle viajar a Miami, capital comercial de muchos latinoamericanos, ofrece un personaje mucho más abierto, menos condicionado a un perfil que dificulta escapar del estereotipo. Tendríamos así un Mario de clase media acomodada, dedicado a los negocios y con una titulación universitaria. ¿Arquitecto? Al fin y al cabo, algo que sabemos es que pinta bien (y sigo con referencias personales).
Y a todo esto, ¿por qué un tipo nacido en San Sebastián vive en la Argentina? ¿La verdad? Pues porque, no me pregunten el motivo, cuando se me ocurrió la idea del cuentecillo tuve claro que Paola había de ser argentina, pero también vi con toda claridad la escena de ella y su novio sentados en una terraza junto al Kursaal donostiarra, con la playa de la Zurriola enfrente y el monte Ulía a la derecha. Nueva confesión personal: ese es el barrio donde nací, aunque entonces la playa era muy otra (mínima y peligrosísima) y, por supuesto, no había cubos oblicuos de vidrio. Pues para explicar que una argentina estuviese en Donosti que mejor que hacerla visitando la ciudad de su padre, máxime cuando éste ya no vive y ella lo echa en falta; ergo Mario había de ser vasco.
Naturalmente, Mario no podía apellidarse Panciutti, tiene que tener un patronímico euskaldún y he escogido el de Bengoechea, así, en grafía castellana. Mario Panciutti es el otro Mario del cuento, el presidente de la Fundación que premia a Paola. Curiosamente, ambos Marios son más o menos de la misma edad; como la ceremonia es actual (2007), se trata de hombres de 52 años. Sin embargo, digo en el relato que el segundo Mario no se parece en nada al padre de Paola, así que … Aunque, por otra parte, dieciséis años muerto (o desaparecido) hacen que el aspecto de uno cambie bastante; y con simplemente cambiarse el apellido … En todo caso, a mi modo de ver, dejar oculta esa incógnita es imprescindible para la eficacia narrativa del cuento. La ambigüedad del Mario doble, para resolverse de forma airosa, requiere un argumento largo e ingenioso. Dejémoslo pues en suspenso.
Ah, me olvidaba: el presidente de la Fundación se llama Panciutti porque mientras escribía no estaba demasiado inspirado y, a fin de cuentas, un apellido italiano viene muy bien para un argentino. Aprovecho para aclarar que Panciutti no es mi apellido (por si alguien creía que sí) y que, pese a su sonoridad y grafías evidentes, no es italiano (salvo error u omisión, en Google “yo” soy el único Panciutti, comprobación que hice ya en el momento de bautizarme).
Lo que ahora descubro es que hay otro apellido parecido que también corresponde a un ente de ficción; se trata de Donna Isabella Pinciotti, un personaje de la serie televisiva (sitcom) de la Fox denominada That '70s Show (en España: Aquellos maravillosos 70). Lo curioso es que este personaje nació en 1959, así que tiene la misma edad que Miroslav Panciutti (y que yo, claro).
En fin, lo anterior no son sino apuntes de cuánto se puede uno enrollar si se empieza a indagar en un personaje … ¡Por más que sea imaginario! Hacer ficción es trabajoso y exige documentarse. Lo cierto es que, con una tontería como ésta, aprovechas y te pones a pasear por el tiempo y el espacio, deslizándote de la realidad a la ficción (y viceversa) con fluidez absoluta, sin apenas darte cuenta. A lo mejor este post lo sigo otro día para contarles (contarme) por qué Mario fue de niño a la Argentina; algo he descubierto al respecto, y exige presentar a sus padres Txetxu Bengoechea y Aránzazu Gainza, y al hermano mayor del primero, Luis, que vivía en Buenos Aires desde el final de la Guerra Civil. He pensado que Mario pudo pasar su infancia en una casa del barrio de Balvanera pero, para confirmarlo, tendría que buscar unos cuantos datos (no he estado nunca en Buenos Aires, ay). También he imaginado un segundo matrimonio de Aránzazu (Txetxu tendrá que morir, qué se le va a hacer) con un hacendado ganadero de origen italiano; así Mario podría integrarse en una clase rural acomodada y, ¿por qué no?, conocer a Tessa. De esta manera explicaría los nombres italianos de los personajes femeninos del cuento. Y, naturalmente, algo que creo que puede dar juego es la crisis matrimonial de Mario y la eventual homosexualidad de Tessa que insinúo; por lo menos unos cuantos parrafillos de sexo y morbo, que siempre viene bien …
En fin, mis queridas Raquel, Zafferano e Illyakin, ¿os he disipado alguna duda? Esto os pasa por curiosas (mira que preguntarme a mí).
CATEGORÍA: Ficciones
Bueno, vale, pero entonces son el mismo Mario. Yo quiero saber cómo se salvó del accidente, cómo consiguió salvar el cuaderno y por qué se cambió el apellido.
ResponderEliminarY ya puestos... ¿qué le pareció descubrir que sus dos ex estaban liadas?
MIAAAAAAOOOOOOOOOOOOOoooooooo.......
ResponderEliminar...
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.......dijo el gato antes de morir.
Más matao, Miros, más matao... ¿o habrá sido la curiosidad?
Esteeeeee....... (con acento argentiiiino), ¿tú los chistes también los explicas? :D
El cuento tal y como está ya va estupendo, no profundices... bueno, vale, como primer capítulo de un libro tampoco no queda nada mal :P
Besotes.
Me has disipado el cerebro entero querido Miroslav!
ResponderEliminarTotal que Mario es el hijo putativo de Panciutti, quien, a sus 52 años se hace presidente de Argentina y encargan a Paola de darle el premio que consiste en una rana. Tessa es la encargada de convertir la rana en príncipe que, posiblemente termine llamándose Mario.
Y sin embrgo, todavía no me queda del todo claro de dónde salió Donna Isabella Pinciotti. Guapa sí que es.
Besotes
Ay! Que era una tortuga... Bueno, qué más da, los dos son ovíparos.
ResponderEliminarBesos
Muchas gracias por tus comentarios en mi Blog, miroslav; por supuesto que estaré encantada de que te prodigues por mi bitácora y mucho más si además nos enriqueces con tus aportaciones. A mí también me ha gustado tu Blog, tanto que te voy a enlazar para poder tenerte a mano, si me lo permites.
ResponderEliminarUn saludo muy cordial.
Hannah
Cachis pues a mí me has fastidiao la imagen. Que yo pensaba que Mario era ilustrador o escritor de cuentos infantiles o algo por el estilo. En fin, ahora tendré que cambiar el chip y transformarlo en arquitecto :)
ResponderEliminarBesos
un cuento increíble
ResponderEliminarun análisis muy entretenido
gracias
Por eso es que no escribo ficción y mis posts son cortos. Mi habilidad narrativa no da para tanto :-))
ResponderEliminarMe quedé en blanco con dónde queda Balvanera. Gracias a tu enlace me puede enterar que es lo se conoce como los barrios de Once, Abasto Congreso. Asombroso, me ilustraste desde el más allá (del Océano Atlántico). Un beso.